EL DARDO DE ORO Y EL AÑO MARIANO

26 de agosto de 1988 

            Creo que se van acercando a veinte los años que celebro con vosotros aquí esta fiesta teresiana; años casi seguidos, con alguna leve interrupción en el año en que murieron los Papas, cuando no pude venir.
Fiesta Teresiana que tiene que celebrase de manera muy particular en todos los Carmelos, de un modo especial en los Carmelos de España, de un modo especialísimo en los Carmelos de Ávila, y de un modo más singular en el Carmelo de la Encarnación. Porque es aquí donde la monja Teresa de Jesús recibió aquella gracia del Señor, inefable, la del dardo que atravesaba su corazón. Además, celebrarla en la forma en que lo hacemos nosotros tiene un encanto especial, porque aquí hay un recogimiento conventual que nos invade a todos. En lugar de que entre el ruido, que nosotros podríamos traer, en el convento, en la interioridad del monasterio, más bien sucede lo contrario: el recogimiento y la unción religiosa de la comunidad que vive aquí llega hasta nosotros, y así nos encontramos siempre en la tarde de este día escuchando esos cantos preciosos que llenan nuestra alma de fervor, participando comunitariamente de esta celebración eucarística y, por vuestra parte, escuchando con respetuosa atención, que yo agradezco, una palabra de simple comentario a la fiesta y al hecho conmemorado.

Aire de familia

Todo esto es aire de familia; es, sencillamente, avanzar en el camino de la relación cordial que va uniéndonos con los devotos de Santa Teresa que aquí llegan en un día como este, e indirectamente, en cualquier día del año. Porque, sin saber quiénes son, ni de dónde vienen, ni adónde van, también les consideramos como de nuestra familia. Siempre hay algún motivo nuevo para pensar en lo que puede sugerirnos la conmemoración de este episodio de su vida espiritual, y a pesar de hacer otros veinte de predicación y no se agotarían los temas que me sugiere la consideración de lo que ella narra en ese capítulo XXIX de su Vida.

Un gemido insufrible

El ángel hermoso, el dardo de oro que atraviesa su corazón, la punta encendida que abrasa las entrañas y al salir parece que las va a arrancar con un dolor y un gemido insufrible que se le convierte en un gozo y una experiencia de dicha inefable que supera al dolor que sufre… Y no siendo capaz de explicarlo mejor –dudo que haya habido otro escritor en la lengua castellana que sea capaz de escribir mejor ese fenómeno místico que como ella lo hace en ese capítulo XXIX-, viéndose ella incapaz de decir más, termina la pobre Teresa de Jesús por decir: a los que puedan dudar de que esto me sucedió, solo deseo que Dios les haga una merced semejante para que puedan experimentar y comprender algo así. Una explicación muy sencilla, particularmente dirigida a vosotras, carmelitas, pero que tiene aplicación a todos cuantos estamos aquí.

Consulta a Fray Pedro de Alcántara

Cuando Teresa de Jesús experimenta esta gracia concedida por el Espíritu Santo, está atravesando una época de su vida difícil, vive sometida a una perpetua contradicción interior. Ella, que tenía aquella sensibilidad ardiente para percibir lo bueno y lo que no lo era tanto, vive sometida a la tortura de no entender bien qué es lo que le está pasando. Cree muchas veces que es víctima de tentaciones del demonio, y piensa en otras ocasiones que no puede ser así porque ella va aumentando en el amor a Dios. Trata de confesores y otros consejeros que no le aclaran lo que está pasando en su alma, y no acierta con aquellos a quienes consulta, hasta que un día se entera de que en casa de su amiga, doña Guiomar de Ulloa, está fray Pedro de Alcántara y trata de encontrarse con él para explicarle lo que le está pasando. Dice ella de fray Pedro de Alcántara que hacía ya veinte años que llevaba de continuo un cilicio de hoja de lata. Con él trató ampliamente los fenómenos de su vida espiritual, y aquel hombre tan intensamente entregado a Dios y tan experto en oración y comunicaciones divinas aplacó su espíritu y le dijo que estuviera tranquila, que era gracia y don de Dios.
Porque ella le daba cuenta de estas visiones yo de otras que tenía por esta época, pero a la vez, se sentía ella tan débil y tan pobre, que escribe esta frase preciosa: “Yo estaba hecha una imperfección y, siendo así, ¿cómo Dios podía hacerme aquellos favores?”. Pensaba que era cosa del demonio y que ella era causante, o de alguna manera responsable de todos los males y herejías de la Iglesia. Daos cuenta del sufrimiento atroz que esto significaría en aquel prodigio de delicadeza que era su espíritu. ¿Cómo lo soluciona, alentada por los consejos de fray Pedro de Alcántara, del dominico padre Báñez y de algunos otros? Piensa que la solución está en sentir auténtica humildad. Sentirse ella responsable de los males de la Iglesia y, por consiguiente, pensar que no eran gracias de Dios las que tenía, sino luces falsas del demonio, esto no era compatible con la auténtica humildad. Esto, dice ella, era humildad falsa que trae alboroto y desasosiego, no da luz sino fuego y ardor; esa es la humildad que nos trae el demonio. La auténtica humildad trae quietud, sosiego, luz, serenidad, y aunque nos hace sentir nuestros fallos y pecados, a la vez nos hace tener una fe grande en la misericordia de Dios que perdona. Acogiéndose de esa manera humilde a la misericordia de Dios, pidiendo perdón, confiando en Él mucho para seguir adelante, viene la paz del alma. Así va Teresa creciendo continuamente en aquella santidad de la cual ya no se apartó nunca jamás.

Año Mariano

Al meditar yo esta mañana en este capítulo una vez más, me he acordado de algo que dice el papa Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Mater, que ha escrito con motivo del Año Mariano. Nos habla de la Virgen María en el período de su vida oculta en Nazaret y nos presenta a la Virgen Santísima como teniendo que aceptar, durante un largo período de tiempo, todo lo que duró la vida privada del Salvador, un estilo y un comportamiento de Jesús Redentor para ella incomprensible, pero que aceptaba con una humilde quietud y confianza. Dice el Papa que solamente vivía en ese tiempo de la fe y en la fe, pero tuvo que experimentar una cierta “fatiga del corazón”. Yo nunca había leído esta frase referida a la Virgen María –y he leído muchos libros sobre ella-, y me alegro de haberla encontrado en un documento pontificio de tanta importancia. Tuvo que experimentar María Santísima una cierta “fatiga del corazón…”

Debemos aspirar a lo bueno

Queridas religiosas carmelitas descalzas de la Encarnación y demás religiosas que estáis aquí, y vosotros, hombres y mujeres, familias cristianas: ¿Quién no tiene que experimentar en la vida, cuando se quiere cumplir con lo que pide el Evangelio, quién no ha de experimentar, queridos sacerdotes y religiosos Carmelitas, una cierta fatiga del corazón, una especie de tortura espiritual en nuestra vida? ¿Qué es lo bueno a lo que debemos aspirar y qué es lo malo que debemos evitar? ¿Qué es lo que Dios quiere de nosotros y qué es lo que nos está pidiendo que dejemos a un lado para conseguir más perfección en el desarrollo de las virtudes de nuestra alma? Muchas veces nos cansamos y vemos el horizonte oscurecido, como María cuando ha perdido a su Hijo en el Templo. Una vez que lo encuentra, le pregunta: “¿Por qué has hecho esto?, ¿no sabes que tu padre y yo te buscábamos?”; y Él contesta: “Tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre”. Y añade el evangelista: “Pero ellos no comprendieron la respuesta”. No comprendemos muchas veces el porqué del sufrimiento o de las tentaciones, de las luchas, de las contradicciones o de las oscuridades que tenemos que sufrir; entonces la única solución es vivir en la fe y de la fe, como María Santísima en ese largo período de la vida oculta, en el cual ella no estuvo exenta de ningún sufrimiento, puesto que ni la Madre de Dios se ve libre de sufrir en lo que es una auténtica vida cristiana.

A velas desplegadas

Se me venía esto a la memoria en el momento en que yo meditaba sobre este pasaje de la vida de Teresa de Jesús. A partir de ahora, una vez que supera la fase de creer que es el demonio el que está actuando en su vida y llenándole de oscuridades para que no siga por este camino, cuando ella va serenándose, camina ya a velas desplegadas por esa epopeya maravillosa de su vida, hasta el final. Nunca dejó de sufrir; vendrían después otras contradicciones. No serían ya las dudas interiores sobre si era tentación del demonio o una gracia que podía venir del cielo; serán después las fatigas del corazón por ver la contradicción de buenos por parte de los hombres. En las fundaciones, al tratar con los obispos, con la propia Orden Carmelitana a la que pertenece, con las monjas, con los frailes, con tantas personas a las cuales hubo de dirigirse… El trabajo incansable, manteniendo siempre aquella grandeza de su alma y teniendo como único refugio, en muchos momentos de su vida en que el cansancio estaba a punto de apoderarse de ella, el coloquio con Dios al que su alma la elevaba en aquellas elevaciones místicas, de las cuales nos ha dejado con maestría insuperable tantos relatos y tantas consideraciones en sus obras inmortales.

El frío de la incomprensión

¡Pobre Teresa de Jesús!: aquí, en esos claustros interiores de este monasterio, en aquellas tardes y noches de fríos inviernos de Ávila, con el único calor de su pobre chimenea en la celda, pero calor que contrastaba muchas veces con el frío que tenía que acompañarla como consecuencia de la incomprensión. Y así un día y otro, dudando de todo, pero permaneciendo firme cada vez más, entregándose por completo a aquella deliciosa tarea de buscar en el amor a Dios el secreto de su vida, de encontrar allí refugio y fortaleza para no dejarse turbar sino, en medio de todas sus penas e incomprensiones, ir realizando la maravilla de su vida. Imagino cómo sería ella en aquel tiempo en que aquí vivió… Han pasado ya cuatrocientos años de aquellos días en que ella pudo tener en esa capilla o donde fuese, la visión del ángel, y pensar y meditar y querer y hablar y buscar auxilio en unos y en otros… Todo era preparación que Dios quería ir logrando en ella para que realizase después con un amor incansable la tarea para la que estaba llamada.

Firmeza en la vida cristiana

Algo así nosotros y, puesto que no hablo solamente a religiosas ni a sacerdotes ni a religiosos carmelitas, algo así vosotras mujeres y vosotros padres de familia, muchas veces unidos en la incomprensión que nos tenemos que padecer durante la vida con los hijos, con las amistades, con la familia, en la profesión y haciéndonos dudar de que si es esa la voluntad de Dios o no y expuestos a dejar de vivir en la fe y de la fe, pues hay que permanecer seguros y firmes en nuestra vida cristiana y no dejarnos turbar por nada, fueres y valientes en las tardes de invierno de la vid ay buscando el calor del Sagrario y de la lectura del Evangelio y de la oración mental y vocal y de la comunidad cristiana para encontrar unos en otros el auxilio que necesitamos para seguir adelante. Así sea.

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