SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, DOCTORA DE LA IGLESIA

26 de agosto de 1997

 Cien años más vendría

Son ya más de veinte años los que vengo actuando en esta fiesta de la Transverberación del corazón de Santa Teresa. Son muchos años en la vida de un hombre y no son nada en relación en nuestra marcha hacia Dios en el camino de la vida. Él nos espera porque Él nos ama y cuando nos reunimos aquí año tras año, para conmemorar algo que el mundo no entiende ni entenderá jamás, nosotros sabemos que hacemos algo muy grato a los ojos de Dios.
En este sentido, queridas hermanas carmelitas, estad seguras de que si yo viviera cien años más y vosotras me invitarais, cien años más vendría a esta fiesta de la Transverberación de Santa Teresa.

Recuerdo a dos amigos

Al llegar a las puertas de esta iglesia, no puedo menos de tener un recuerdo dolorido para un hijo ilustre de Ávila, que me esperaba siempre, y hace dos años que murió repentinamente: Jesús Grande. Siempre estaba aquí y me abría camino, si era preciso, y me esperaba al final, después de haber participado con todo fervor en la fiesta, y comentábamos gozosamente las pequeñas incidencias que habían tenido lugar, como quien comenta en familia algo que les es muy grato. Ya está gozando del rostro de Dios. Había otro amigo que también solía estar, aunque él no me podía guiar porque era ciego: Abella. Recuerdos tristes que yo quiero convertir en este momento en expresiones afectuosas que nos dan alegría y gozo, porque pensamos que ya están gozando de Dios.

Veía un ángel

De nuevo estamos conmemorando ese hecho prodigioso en la vida de Santa Teresa, este que el capellán de la casa, don Nicolás, acaba de leer como un fragmento del capítulo XXIX de la Vida de Santa Teresa: el dardo, la visión del dardo. Ella dice que algunas veces –es decir, que no se produjo una sola vez- veía junto a sí a un ángel de los más hermosos que pueden imaginarse, el cual venía hacia ella con un dardo de oro en el que aparecía el fuego que estaba nutriéndole, y se lo clavaba en su corazón y sentía un dolor muy vivo, a la vez que un gozo inefable, las dos cosas. “Y a quien no crea esto que estoy diciendo, lo único que se me ocurre hacer, es pedir a Dios que le conceda tal favor, para que experimente él lo que experimento yo”.

El amor de Dios traspasa el alma

Es lo que llaman visión imaginaria. ¿Qué quiere decir esto? No es que realmente apareciesen esas figuras, no. Santa Teresa había empezado ya el camino hacia la cumbre, y está ya poseída de un amor hacia Dios que traspasa su alma antes que el dardo. Tenía momentos de mayor concentración espiritual y de mayor intensidad en la oración y llegaba como a sentir la presencia de Dios y se imaginaba esa presencia como un don lleno de amor por parte de Dios a la criatura humana, y que ella estaba gozando de ese favor de Dios.
Al vivir intensamente este momento, ella, fruto de sus lecturas de libros piadosos, tenía la imaginación como caldeada por imágenes, que en sus lecturas y meditaciones habían ido apareciéndole y ya el resto lo hacía la propia imaginación. Como ha dicho el comentarista ilustre, el padre Efrén, en su obra, Tiempo y vida de Santa Teresa, ni había ángel, ni había dardo, ni había herida, ni había fuego, no era más que Dios con favor divino y un alma enamorada, Santa Teresa.
Pero, de algún modo, ella sentía dentro de sí una naturaleza de pensamientos y afectos tan rica, que tenía que traducir en imágenes aquello que estaba sintiendo. Se explica perfectamente que, aunque fuera así, podía haber como un dolor muy vivo a la vez que una alegría profunda. Por eso ella está dichosa al recordarlo.
Y además, lo escribe porque le han mandado escribir, no tiene afán ninguno de que se conozca, ni de que nadie lo pondere ni haga alabanzas extraordinarias. es una naturaleza muy rica, una personalidad exuberante en sus sentimientos, como lo demostró en toda su vida.
Ahora bien, no nos vamos a detener más en este hecho que se repitió varias veces a lo largo de su vida. Si me preguntáis a qué daría más importancia en la vida de Santa Teresa y que si esto es, a mi juicio, lo principal que podría llamarnos la atención, yo os diría que no, naturalmente; y no tengo que esforzarme para pensar que vosotros pensáis lo mismo que yo. Esto es un episodio más de los muchos que se dieron en aquella espléndida riqueza espiritual, pero nada más, hay cosas mucho más importantes que tenemos que ponderar.

La Reforma Teresiana

En Santa Teresa de Jesús, aunque no tenga un ángel alrededor, ni un dardo de oro que le atraviesa el corazón, hay una empresa que se dispone a realizar en su vida. Colosal. Una empresa gigantesca: la Reforma Teresiana, la Reforma de la Orden del Carmelo. Para hacer eso, tuvo que andar con los pies en tierra, tuvo que sufrir y caminar de un sitio a otro, en una pobre tartana, recorriendo media España, para pasar de la abundancia a la escasez, de la plenitud a la precariedad, del favor a las dificultades, del buen juicio que merecía a las consideraciones que la descalificaban.
Y esto así, años y años, aguantándolo día tras día, con unas dificultades tan grandes –de tipo material, otras veces de tipo psicológico y humano-, que se leen, y uno piensa: ¿cómo es posible que aquella mujer tan ruin, como dice de sí misma, y tan pobre, pudiese soportar tanto, con tanto realismo, para hacer la obra maravillosa que realizó? Hay miles de episodios en la vida de Santa Teresa con los cuales me quedo yo por encima de esta visión del ángel con el dardo en la mano que hiere el corazón de nuestra madre.

Santa Teresa, fundadora de frailes

Dejemos el dardo y quedémonos pensando, por ejemplo, en que, puesta ya en marcha la Reforma y deseando vivamente también se reformasen los varones, los Carmelitas, cuenta en un capítulo de su Vida que va un día en dirección a Valladolid, donde ya está hecha la fundación, pero quiere consolidarla. En un pueblo cercano a Ávila, pero de cuya dirección no está del todo segura, han empezado a vivir la vida de los Carmelitas reformados el padre Juan de la Cruz y el padre Antonio de Jesús. En un pueblo pequeño, que no tendría más que veinte familias: Duruelo. Tiene noticias de eso y se le ocurre desviarse del camino e ir a verlo, aunque la marcha directa es a Valladolid, pero lo hace indirectamente.
Ella se va a detener en este pueblo, Duruelo. Y allí describe en cuatro pinceladas lo que se encontró. Una casucha que les han facilitado, en la que no hay más que un portal un poco amplio, y luego como una zona más alta que se desdobla; una parte puede servir para dormir, y la otra como el coro de una capilla, y una cocina. Allí están esos dos padres y ella se complace en que tengan una casa tan pobre, pero no puede admitir tanta falta de limpieza. Ellos no tuvieron sitio para dormir aquella noche; se quedaron en lo que podría ser algún día una capilla, allí estuvieron.
El padre Antonio de Jesús y el padre Juan de la Cruz también durmieron en lo que podía ser el coro en el futuro. Ella no puede aguantar la falta de higiene; además “era el agosto –dice- y estaba lleno de gente del agosto”: trabajadores del campo, que entraban y salían a distintas horas, con ruidos, de una manera o de otra. Con tal de que se asegure la limpieza, la casa queda dispuesta para ser habitada; se goza en ese lugar y no quiere otro.

Amor a los trabajos

Ese realismo, esa decisión para adoptar una casa de este estilo y para decidirse a vivir sin más exigencias, es lo que verdaderamente me impresiona. Mucho más que la visión del ángel y de todos los arcángeles que hubieran venido cantando sus alabanzas. Este realismo. O el sufrimiento que tuvo que pasar en Sevilla, por las persecuciones que sufrió de unos o de otros, cuando incluso es amenazada de que se va a presentar la Inquisición, y se presenta, a hacer informaciones de las otras monjas que habían llegado y del modo de vivir.
Con la Inquisición llegaba siempre el rumor tenebroso y duro, que hacía temblar a los que recibían tales visitas. Teresa había llegado hasta allí desde estas tierras de Castilla, en un viaje inacabable, con un sol y un calor terribles, trabajando por amor de Dios y buscando el mejor modo de hacer las cosas,  para que se lograse una Reforma en la orden que diera más gloria a Dios y permitiese alcanzar mejor la santidad. Ella no buscaba más que esto. Una de sus máximas favoritas es aquella: No son los trabajos los que importan, sino el amor con que se hacen esos trabajos. Es una persona que habla así, porque piensa así.
Cuando habla de la unión con Dios tiene derecho a decir que no sabe explicarla, pero es como si dos cosas divinas se hubieran unido y sale una sola cosa, divina también. Tiene derecho a decirlo y tiene derecho a que lo entendamos bien, porque no es amiga de efectismos de palabra, ni de querer llamar la atención.

El Papa y los jóvenes en París

Queridas hermanas y queridos todos: estamos viviendo en la Iglesia de hoy momentos, todavía, verdaderamente turbadores. Tenemos a este hombre providencial, este gigante con que cuenta la Iglesia hoy, este hombre ya con sus espaldas encorvadas, que casi no puede hablar, y soporta fatigas enormes, como las de este último viaje a Parías, en donde 600.000 ó 700.000 jóvenes le han aclamado; este anciano vigoroso, que hace que el mundo entero caiga rendido de admiración, a pesar de que lo que diga sea tan sencillo como lo que ha dicho.
Pero todavía tenemos una Iglesia turbada. El ataque ahora se produce precisamente contra él; y los que han estado hablando durante mucho tiempo contra tal o cual interpretación del Evangelio que hacía el magisterio, ahora buscan la manera más radical de desprestigiar ese magisterio, presentándonos en sus escritos la imagen de un hombre, atormentado por su psicosis de Pontífice de la Iglesia de roma, fuerte de carácter, ambicioso en sus propósitos, e inútil repetidor de verdades catequísticas que no son más que expresiones aptas para la mente y el lenguaje de los niños.
Así se escribe y se habla todavía  por parte de teólogos católicos y de moralistas y de pastoralistas que quieren marcar otros caminos para el mundo de hoy, y para la Iglesia y la cultura de hoy. Es inútil todo lo que se haga para estos; es inútil que se les presente casi el millón de personas que estos días se ha juntado en París. Días antes de la llegada del Papa a esa capital de Francia, la misma jerarquía francesa hablaba de que quizá se podría contar con unos 300.000; y el resultado ha sido que se han quedado atónitos ante este fenómeno: nadie pensaba que se podría lograr esta movilización mundial, y la ha logrado él sin más armas que su espíritu de fe y su amor a Jesucristo.
Pero es como Santa Teresa: los pies en la tierra. Él ha utilizado los medios que hoy el mundo tiene a disposición de todos para llegar allí, y allí ha estado aposentado dignamente; de lo contrario no podría ya vivir. Pero lo que está haciendo es eso: predicar el Evangelio, sin echar agua al vino; el Evangelio puro. A los jóvenes no les dice palabras gratas a su oído; les presenta con cariño de padre la eterna verdad de Dios. Y hablando de Dios, de Cristo, su enviado, no puede, porque no tiene derecho, hacer una interpretación caprichosa del Evangelio. No puede hacer caricias de tipo espiritual a los jóvenes, y presentarles un ideal apostólico facilón, que se pueda realizar con cuatro cosas dichas con gracia, para atraer a unos y a otros; no.
Él habla con seriedad; habla de la cruz cuando hay que hablar de la cruz, y habla de la gloria cuando a la gloria aspiramos, porque es el premio que Dios nos da. Habla de la Virgen María porque es nuestra Madre; pondera sus virtudes y la llama, como ella se llamó, esclava del Señor. Él presenta un catolicismo exigente, no duro, no; exigente, porque no es blando lo que vino a predicar Jesucristo, que no predicó blanduras, ni quiso complacer los oídos de los que están anhelando solamente lo que les resulte grato a ellos.
Jesucristo predicó al pueblo las bienaventuranzas, y en esas bienaventuranzas habla de que serán beatos y felices los que lloran, los que anhelan justicia, los sembradores de paz; y todo esto cuesta mucho hacerlo. Pero es el Evangelio, y así lo viene predicando el Papa. Santa Teresa fue en una tartana y recorrió media España. El Papa está recorriendo el mundo entero; ya no sé qué naciones pueden faltarle y qué idioma no ha aprendido para poder hablar unas palabras, al menos con aquellos que tengan ese idioma como lenguaje habitual. Es la suya una fortaleza caída, no vencida; porque va caminando, muchas veces ya, como si estuviera crucificado, y ¡claro que lo está! Es medio mártir; ha recibido atentados que han puesto en peligro su vida y ha estado a punto de morir varias veces. Se ha rehecho y ha seguido su camino.
No le importa nada que le digan los médicos o los que le rodean, que puede morir en el empeño. Pronto empezará a hablarse del viaje a Brasil, porque ha de ir al Brasil, y en el comienzo del año que viene, si vive, a Cuba. Viajes peligrosos todos; pero él, ese anciano de las espaldas dobladas y que va así, ya sin levantar la cabeza, tal como lo hacía hace unos años, dando la impresión de una juventud no desgastada, ese anciano que es como una imagen de la debilidad, sigue adelante con toda decisión para servir al Señor, y predica a todos que el ideal del cristiano ha de ser servicio y no pensar en sí mismo.

“Id y enseñad”

Sacerdotes, comunidades religiosas, noviciados, juniorados: el ideal es servicio, no buscar lo que pueda sernos grato, no interpretar los dogmas, las acciones pastorales, la liturgia, conforme a nosotros nos agrade, no. Hay un magisterio que marca el camino, Cristo lo señaló: “Id y enseñad todo lo que yo os he ido diciendo”, dijo a los apóstoles, y a los apóstoles les siguen todos los que han venido después permaneciendo fieles y buscando el rastro de los que nos han precedido hasta llegar, confiando en la identidad de los mismos afanes y propósitos, a los orígenes del cristianismo.

Santa Teresita, doctora de la Iglesia

Ahora vendrá la declaración de Santa Teresita, como llamamos en España a esta otra carmelita descalza, como doctora de la Iglesia. Y ¿qué hizo Santa Teresita? ¡Ah! Narra ella en su vida que está una noche en el coro meditando el pasaje evangélico en que va Jesucristo dormido en la barca con la cabeza reclinada sobre unas mantas de las que usan los pescadores, y los apóstoles, al ver que empieza una tormenta, y que va aumentando, se llenan de miedo y se deciden a despertarle, y le dicen gritando: “¡Sálvanos, Señor, que perecemos!”. Santa Teresita, al meditar este pasaje, se queda pensando en Jesús, como si le viese, y dice: “Yo no te despertaré, Jesús mío, descansa; yo no te despertaré”. Ella está para servir. El cristiano está para eso, para ser fidelísimo a Cristo y, si no es así, que se borre.

Escasez de sacerdotes

¡Fidelidad plena!, y no tendríamos que hablar de este problema que hoy nos preocupa tanto: de seminarios vacíos y noviciados igualmente vacíos en las órdenes religiosas. Tendríamos que mirar con tranquilidad el porvenir, no como confiaba, el otro día, con humildad, el obispo de Segovia, en una comunicación, cuando ha dicho que en estos dos años, solo se va a ordenar un sacerdote, ¡uno solo en dos años! Y que ya hay curas que tienen siete pueblos. ¿Qué es esto? Antaño, de Segovia iban sacerdotes a Madrid porque allí sobraban, y ahora, viviendo estas situaciones tan dolorosas.
Hay que ser de otra forma hermanos, y esto es lo que en estos centros de vida contemplativa se nos puede facilitar con el sacrificio y el ejemplo que nos dan las hijas del Carmelo, las hijas de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Rigor en el mantenimiento de la verdad y hacer lo que tengamos que hacer con amor, no disimulando, no inventando nosotros las fórmulas, no presentando un mensaje muy humanizado, “porque el joven de hoy…, porque las jóvenes de hoy…, porque las familias de hoy…”. No es verdad. Los jóvenes de hoy escuchan y buscan a ese Papa anciano y encuentran en él una fuerza que no les da a ellos los criterios del mundo. En ese anciano encuentran la perenne juventud de Cristo. Cristo es joven, perpetuamente joven y el que se acerque a Él y toque sus manos, notará la palpitación de la juventud continua, perpetua, de Jesús, el Hijo de María.

Responder a la llamada

Nada más, queridas carmelitas y queridos hermanos. Santa Teresa dice que desearía que el ángel nos hiciera la merced del dardo. No hace falta; ya nos la ha hecho Jesucristo a todos con sus palabras como dardos. Es lo que hay que escuchar, porque lo escuchó Santa Teresa y lo vivió. Vino después el dardo de oro imaginario. Que gocéis mucho vosotras, hermanas carmelitas, con todo lo que conmemoráis y con todo lo que se va ha hacer cuando lleguen canonizaciones o beatificaciones o declaraciones de doctora, todo ello con relación con vuestra orden.
Y que gocéis mucho y sigáis fidelísimamente el camino trazado por el Señor, marcando desde ese lugar en que estáis, sin que os vea nadie, un reguero de luz, que puede ser apreciado por todos los que de verdad quieren detenerse un poco en el camino a escuchar la voz que llega, nos llega cuando menos pensamos, y nos pregunta adentro: “Y tú, ¿cómo respondes a la llamada que te hace el Señor, a la llamada de Cristo, presente también en tu vida?”. Cada uno responderá por sí mismo…

 

 

Inicio

Homilías