SANTA TERESA NOS ACERCA A DIOS

26 de agosto de 2001

 

Tesoro particular

Estáis contentas vosotras de celebrar una vez más esta fiesta, que es como un tesoro particular vuestro. Porque hoy, el día señalado por la Iglesia, abrís la cajita dorada en que se encuentra, para que lleguen sus fulgores a todos aquellos que puedan acercarse a la Encarnación o simplemente recuerden, que al igual que se acercaron otros años, también lo hacen este, con alegría, con gratitud por poder celebrar la fiesta y también por la posibilidad de añadir una efusión de gozo por el hecho a que antes me he referido, y que vuelve a ser objeto ahora de la repetición que brota de mi alma de amigo. Me refiero a que también está presente con nosotros el capellán de la Encarnación, por cuya vida todos tuvimos un temblor que nos hizo sufrir mucho, cuando no se sabía si podría superar un trance tan amargo.

¿Quién no tiene carencias?

Estamos muy contentos de poder honrar a Santa Teresa de Jesús una vez más, y aquí venimos todos, necesitados y suplicantes. Necesitados, por ¿quién no tiene carencias y pobrezas en su vida que hay que remediar? Y suplicantes, porque ante Santa Teresa somos como niños. A ella no la molestaba nada el que alguien se acercase a pedirle su intervención para hacerle un favor; por el contrario, estaba dispuesta siempre a regalar algo de su corazón.
Y por eso, nosotros hoy, en aptitud suplicante y como pobres que necesitan protección, estamos hoy aquí, simplemente imitando lo que otras veces hemos vivido, al considerar los detalles de esta fiesta. Ella escribió, porque pudo hacerlo, ese párrafo inimitable en donde aparece ella hablando de lo que ocurrió aquel día, en que un arcángel venido del cielo traspasó su corazón arrojando un dardo precioso, para que pudiera encontrar cabida allí el mensaje que venía del cielo en ese momento.

Una efusión de gracias

¡Ah, hermanos! Algunas veces habréis  pensado las monjas, los seglares, leyendo este pasaje, habréis pensado: pero, ¿por qué no seremos nosotros agraciados con algo semejante? ¿Tan indignos somos que un pequeño dardo toque también nuestro corazón y nos deje heridos de ese amor, para poder seguir caminando mientras estemos vivos en la tierra? O de lo contrario, explicadme qué es esto, y por qué fue. ¿Qué ocurrió para que ella hable de ese dardo? Explicadme. Explicarlo, no se puede del todo, pero sí que se puede entender un poco.
Mirad, cuando sobre un alma recae una efusión de gracias en una unión mística con Dios, tan abundante como la que recibió Santa Teresa, cuando se produce esa como inundación del cariño de Dios, la persona que lo recibe queda forzosamente tocada en los diversos órganos de su mismo cuerpo, que está sujeto en esos momentos a la acción que le produce su interioridad desbordante.
Entendámoslo, si hubiéramos estado presentes nosotros ese día en que, en la capilla, ella recibió el mensaje del dardo, diríamos que no habíamos visto nada. Nosotros lo diríamos así y no mentiríamos, porque no hubiéramos visto nada. Entonces, ¿es que no ocurrió nada? Cuidado, cuidado… Es que, por virtud de la fuerza con que la gracia de Dios tocaba su organismo, fue como recibiendo la caricia del Señor poco a poco en los diversos órganos de su cuerpo, y así Santa Teres recibe en su imaginación, como una impresión calurosa de que ve algo, que no sé si ella lo ve o cree que lo ve con sus ojos físicos. No importa, eso a ella no le importa. Con sus ojos está viendo algo, con su imaginación lo mismo, y se une la visión; y queda como traspasada, por lo que esos ojos están indicando.

El corazón es el símbolo del amor

Lo mismo le pasa con el corazón. El corazón es el símbolo del amor, es el órgano que recibe nuestro amor. Así, por ejemplo, cuando hablamos del Corazón de Jesús. Ante el Corazón de Jesús ha habido también muchas efusiones calurosas, fuertes, capaces de agitar el organismo, haciendo vibrar a ese corazón entusiasmado con Jesús que se deja adorar, porque lo busca de los hombres, ya que es como el mejor servicio que Él puede prestar: dejarse adorar por los hombres que le aman.
Y de la misma manera que la imaginación en el cerebro, y el corazón en el centro de su organismo, de la misma manera que se produce también en la persona que tiene ese éxtasis, como un embellecimiento de su rostro, porque está siendo tocado pro el aura deliciosa de una fuerza que viene del cielo.
Y se le dobla la cabeza, y en todo momento hay como una tendencia, en el que está teniendo el éxtasis, a juntar las manos en aptitud de plegaria, y a doblar un poco el rostro, atento únicamente a la fuerza que se imagina, que piensa y que Dios, efectivamente, ha querido que sienta para que pueda lograr otros fines más normales en la vida de la Iglesia.

Monja de la Encarnación

¿Qué fines, en Santa Teresa? ¿Qué fines iba a lograr con esto? Iba a lograr la gran empresa de la Reforma teresiana, a la cual se entregaría, llegado el momento, en un alarde de fuerza y confianza que todavía nos produce a nosotros una emoción cautivadora. Pero no es que ella lo palpase o lo tuviera, lo viese o lo tocase de una manera física, no.
Aunque ella lo veía, aunque ella pensaba que era así, pero no, no había nada allí de presencia física. Había un torrente de comunicación amorosa con Dios, Dios Padre que se entretenía con ella, simplemente para dejar depositada en su alma generosa la idea del mensaje, que poco a poco fue haciéndose en su vida norma segurísima de lo que tenía que hacer con la Reforma teresiana.
Por eso es inútil que nosotros digamos, ¿quién pudiera tener esa visión que tuvo Santa Teresa? ¡A nosotros no nos puede ocurrir eso! En un alma que tenga esa interacción divino-humana, tienen que preceder muchos momentos de amor, mucha purificación, muchas mortificaciones, mucha adoración, mucha entrega, mucha humildad, mucha caridad, mucha elevación sobre las cosas del mundo.
Tiene que parecer que vive en la tierra como si no viviera. Tiene que aparecer ella, monja de la Encarnación, como si no lo fuera; tiene que pertenecer a una comunidad como a la que pertenecía, pero en la cual ella vive humilde, humildísimamente, y solo cuando han precedido muchos amores, entregas, muchas generosidades, mucha mortificación, mucha pureza, solo cuando ha precedido todo esto, puede venir ese éxtasis para que se inaugure un lenguaje con Dios, parecido al de ese dardo que llega a su corazón y le deja herido de amor para siempre.

Pluma que se clava en el corazón

Nosotros podemos recibir un dardo también que atraviese nuestro corazón. El dardo son los escritos de Santa Teresa, su pluma. Esa pluma se clava en nuestro corazón al escribir su vida, al escribir sus fundaciones, la historia de las mismas, al escribir libros de profunda espiritualidad, como las Moradas.
Todo eso es un dardo, y un dardo que llega hoy al corazón de los creyentes; y los que lo reciben sentirán, como ella sintió en aquella ocasión, una caricia de Dios. ¡Cuántas religiosas y cuántas personas cristianas, a lao largo de su vida, habrán recibido esa caricia por medio de Santa Teresa de Jesús!

La filósofa alemana

Me acuerdo ahora de Edith Stein, la filósofa alemana, una mujer catedrática de Filosofía, colaboradora de hombres eminentes como ella, pero no creyente, aunque sí atormentada por no creer. Una situación terrible, pero al mismo tiempo alentadora.
Dadme una persona atormentada porque no cree, y dejad que pase lo que tiene que pasar; llegará un momento en que cese el tormento porque viene la creencia. Esta profesora estaba viviendo con esa preocupación, queriendo tener luz, que no tenía. Se pasa una noche entera leyendo las obras que escribió Santa Teresa, y cuando, ya de madrugada, considera que es suficiente lo que ha visto, cierra el libro y dice: sí, esto es, esto es lo que yo buscaba.
Se bautizó y se hizo plenamente católica, y terminó siendo religiosa, carmelita descalza. Como era de origen judío, Hitler, el jefe de Alemania, con las particularidades propias de su ideología política, hizo que la apresaran y la envió a la cámara de gas, para que muriese como murió, asfixiada, ¡la gran profesora de Filosofía de la Universidad alemana!

Caricias santas de Dios

Dios envía mensajes de una manera o de otra. A todos ha dispuesto el Señor hacernos el beneficio singularísimo de sus regalos: los que vienen de la fe. El regalo principal es la fe. Aunque la hayamos recibido de niños pequeños, tiene merecimiento nuestro ser humano por poseer esa fe.
Los padres que nos la han ofrecido y han cuidado de que no la perdamos, han estado colaborando con Dios, para que ese hijo pequeño al principio, infante después, adolescente más tarde, joven lleno de vigor, adulto formando ya otro matrimonio, como el formado por sus padres, unido con una mujer y constituyendo un hogar cristiano, ese niño que ha llegado a ser ese hombre, reciba también de Dios muchas caricias santas, muchas ayudas que no se saben cómo vienen, ni cómo se van algunas veces, que otras permanecen ahí siempre a nuestro lado, mientras dure una educación profundamente cristiana.

España, ¡pobre tierra!

Queridos hermanos, no puedo menos de referirme, aunque sea muy levemente, al momento triste que estamos viviendo en España. Sí, nuestra juventud se pierde por los caminos complicados de la vida. Todo es afán de libertad, nada satisface, de noche y de día van buscándose los placeres de la tierra. ¡Pobre tierra!, ¡cuánto tienes que dar para satisfacer los anhelos insaciables de estos hombres y mujeres, que creen saberlo todo y no saben nada!
¿Qué saben esos muchachos y muchachas, aunque estudien en la Universidad, de lo que es la vida humana, la vida con la muerte que tiene que llegar, la vida con el dolor, la vida con el gozo de dar, con el gozo de la caridad, con el gozo de la pureza? ¿Qué saben ellos? No hacen más que repetir y repetir, como máquinas inconscientes, lo que han visto en los demás. Y lo que transmiten ellos a los que vienen después, que es tanto lo anterior como lo que va a venir, no es más que una triste repetición de los placeres desgraciados de todos los tiempos, cuando, buscando una alegría sin fin, se encuentran con una desilusión llena de tristeza, porque han muerto aquellos en los que creyó tanto, o porque, sencillamente, el correr del tiempo y de la vida, se ha plantado ante ellos para exigirles que den cuenta de lo que han recibido en la vida de parte de Dios y de parte de los hombres.
La familia española está sufriendo un embate terrible, se está palpando ya en los pueblos pequeños de Castilla, también de noche, convertida la noche en día lujurioso para todos los ámbitos, convertida la noche en camino alocado de muchachos y muchachas, mientras sus padres les ven marchar y no saben si volverán al día siguiente.
Muchachos y muchachas: ¿qué hacéis con Jesucristo? ¿Qué pensáis de Él cuando le veis en la cruz? ¿Por qué no os acercáis un poco de la mano de Santa Teresa, y os ponéis de rodillas ante Él, implorantes, porque sois necesitados y nos dais cuenta de la necesidad que tenéis, y vais poco a poco cayendo en torpezas sucesivas, que hacen más triste vuestra vida? Luego llega un día en que forzosamente, ni el matrimonio, ni la soltería pueden daros lo que buscáis como una compensación a vuestros esfuerzos.

Firmeza en la educación cristiana

¡Oh, hermanos! Me diréis que no es precisamente este auditorio el que tiene necesidad de escuchar estas impresiones… Pues sí, porque podéis orar y podéis reflexionar con ellos alguna vez. Y podéis no dudar, sino manteneros firmes en esa educación cristiana que habéis recibido, y pensar como Santa Teresa en lo que el Señor espera de vosotros, para que lo transmitáis a los que conviven o pueden convivir con vosotros.
Nada más, hijos. Reitero mi satisfacción por la alegría que hemos tenido todos, al ver cómo se ha recuperado vuestro capellán, don Nicolás, de la situación tan triste en que quedó. Y os felicito a vosotras, monjas de la Encarnación, otra vez más también, para que os consideréis dichosas de poder estar aquí dándole al Señor todo, vuestra imaginación, vuestro corazón, vuestro rostro, vuestra cabeza, vuestras manos implorantes. Dios os bendiga.

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