DIOS PREPARA A SANTA TERESA PARA LA REFORMA

 26 de agosto de 2003

 Nuevamente ofrezco mi saludo respetuoso y cordial al señor obispo de la diócesis, aunque no esté hoy aquí; pero sí que está, y se lo ofrezco del mismo modo, al señor obispo de Bilbao: con sumo gusto me presento ante él dejándome llevar por los mejores sentimientos que a un amigo querido se pueden exponer, tratándose de una situación como esta. Y a vosotras, carmelitas queridas, que hace tanto tiempo que nos conocemos. Y a vosotros, capellán ilustre, don Nicolás, y otras personas que estáis aquí. Me dicen que está presente un grupo nada menos, que de 50 peregrinos de Murcia: ¡Bienvenidos, peregrinos murcianos! En una palabra, todos cuanto estáis aquí. Yo recojo el saludo que brota de vuestro corazón en la piedad para con Dios y en la cortesía para con nosotros; lo recojo y, lo que puedo hacer es brindarlo y ponerlo en manos del Señor, en este altar junto al cual tantas veces ya nos hemos sentido amparados y protegidos.

Ángel que siendo pequeño, era mayor

Queridos hermanos, se me ha ocurrido algo que tenéis que dispensarme que haga, porque no es normal. Me he puesto a pensar qué tenía que decir el día en que viniera a exponer una homilía aquí, en el templo de las Carmelitas de la Encarnación. Y se me ha ocurrido que podía intentar explicar el porqué Santa Teresa habla de ese dardo que vio venir lanzado por un ángel, un ángel que siendo pequeño era mayor, un ángel que venía disparado hacia ella, en un momento en que estaba no adormilada, sino despierta con toda la fuerza de su psicología, despierta y deseando recibir lo que Dios quisiera. Un dardo que recibe otras veces el nombre de querubín; un dardo de fuego que elimina todos los obstáculos y va a clavarse en su corazón.

Lección soberana

¿Por qué?, ¿cómo es esto?, ¿cómo se puede entender? Queridos hermanos sacerdotes, religiosos, religiosas hijas de la santa madre, vosotras habéis leído mil veces esta lección soberana de que la madre Teresa estuviera como transportada y que en un momento dado, con fuerza especial que llegaba hacia ella eliminando todos los obstáculos, recibiera ese obsequio que le venía de Dios mismo. ¡Dios santo! ¡Dios santo! Pero ¿cómo es posible? ¿Lo vieron algunos de los que estaban con ella en el coro? No, no, ni era necesario. Lo vio ella, sí. ¿Se puede asegurar que sí qué lo vio? Se puede asegurar. Porque ella dice que estando en el coro vino ese mensaje que Dios le enviaba y vio llegar esa como fuerza especial que rompía y eliminaba todo obstáculo y penetraba en su corazón. ¡Dios santo, ¿cómo es posible esto?! ¡Virgen Santísima! ¡Teresa de Jesús! ¡Oh, Señor! ¡Cristo bendito! ¿Cómo fue eso?

Paternidad de Dios

Sí, hijos, el corazón de Santa Teresa recibió ese obsequio de parte de Dios, pero lo recibió porque Dios quiso dárselo. Se lo quiso dar, como una equivalencia a una gracia especial. Ese dardo es una gracia especialísima, una gracia. ¡Hay tantas! ¡Ofrece Dios tantas! De tal manera se derrama la paternidad de Dios sobre el mundo de las almas redimidas, presentando a muchos, sin que lo sepa nadie, las gracias que, como un torrente, vienen a llevarnos hasta los pies de Jesús bendito.

Dios prepara a Teresa

Yo me he puesto a pensar esto, este es el hecho; se nos ha leído otra vez el pasaje de esa fuerza divina que fue a parar al corazón de Santa Teresa. ¿Por qué? Aquí viene mi explicación, y como estoy seguro de que no es una manera ilícita de entenderlo, por eso lo digo, la expreso a todos vosotros y os animo a pensar en esto.
Lo que ocurrió fue una gracia especialísima de parte de Dios, dirigida al corazón de Santa Teresa, con la cual Dios daba a aquel corazón bendito un favor especial con vistas a lo que iba a venir después. Pronto se iban a producir, en la vida de Santa Teresa, fenómenos que nacían del firmamento celestial, nacían del mundo que nos rodea, nacían de la plata de los ríos y del oro de los océanos, nacían de todo el bien que se puede encontrar cuando pasamos por los pasajes más bellos de la naturaleza. Dios quería preparar a Teresa a lo que había de producirse muy pronto en su vida. Según la viera alguno caer de un lado o de otro, con sus ojos medio cerrados y medio abiertos, parecería como una hija del cielo que ha recibido la gracia de Dios, y muy segura va a quedar respecto a las dificultades que vengan en su vida. Sí, sí, esta es la versión que me parece que puede darse; también se pueden dar otras, pero yo me inclino a pensar esto.

Edificios pequeños

Por ejemplo, cuando Santa Teresa empieza a pensar en la Reforma teresiana, pensó en poder asegurar los edificios que tendría que hacer en el futuro. Tendría que cambiar casi todos, tendrían que ser muy distintos. Serían edificios pequeños, pobres, difícilmente sostenibles, pero, dentro de su pequeñez, sostenidos. Así serían elegidos por ella misma obedeciendo una fuerza especial. Esa es una dificultad grande, pero ella era capaz de vencer esa dificultad y de romper todos los obstáculos.

Gigante del espíritu

Segundo, en algún momento Teresa de Jesús tendría que encararse con personas que no facilitaban, con su comportamiento, los pasos que tenía que dar aquella gigante heroica del espíritu. Así la llamo hoy: gigante del espíritu, así la llamo porque así lo era.
También tendría una dificultad en luchar con aquellas personas que se oponían a ella, tan pobre, tan carente de medios, tan necesitada de locales pequeños y acomodados a lo que era el nuevo estilo que iba a venir después. Lo mismo cuando, siguiendo ya la marcha y hablando con unos y con otros trata de disipar las dificultades que nacen en el alma de muchas personas que no quisieran que desaparecieran conventos como este, ni ella tampoco, pero ella buscaba otra cosa.
Teresa de Jesús buscaba una casita pequeña, humilde, pobre, con un número limitado de religiosas, que podrían vivir en Ávila, la ciudad querida. Santa Teresa estaría volviendo a ver el dardo cuando pensara en el ciudad querida de Ávila.

Capacidad de amar

Atravesando techos y paredes vino el dardo y entró en este edificio, en el lugar en que estuviera, y simplemente lo que hizo fue un movimiento, como una caricia; lo que correspondía a su alma tan delicada en la acción que realizaba para caminar en adelante, haciendo como el modelo del nuevo convento que podía asegurar. Y saldrían nuevas dificultades, ya lo creo, y resuelta una, se sucederían las otras. Y tendría que avanzar con una dificultad tan grande, que solo se podía vencer con un dardo de oro que pasara junto a ella dejándole el regalo de su capacidad de amor, de su entrega, de su rendición, de su entrega total, para ofrecerlo al Señor y seguir adelante el camino del dardo, equivalente a las gracias y gracias que seguía ofreciéndole el Señor.
¡Oh, hermanas!, yo no sé si vosotras habéis meditado seriamente en este pasaje colosal. Hace mucho que yo vengo por aquí  vengo encontrándome con vosotras, y doblando mi cabeza también en señal y de amor y de entrega generosa, al pensar en todo lo que Santa Teresa tuvo que hacer en su vida para lograr la Reforma. Con un santo como San Juan de la Cruz, con otros hombres dignísimos de la Orden de los Carmelitas, que la acompañaban y la querían y le mostraban la atención respetuosa que tenían a aquellos gestos y aquella consistencia en medio de todas las dificultades que iban apareciendo.

Como premio: el dardo

Teresa de Jesús recibió ese golpe de oro que hería su corazón, pero no lo hería. Recibió como premio el dardo, no para usar de ello en un alarde de potencialidad que para ella no existía. Ella no quería alardes, ella no quería más que humildad. Y seguía adelante, lloviendo cuando llovía, aguantando las heladas y el frío cuando hacía frío y había heladas. Poco a poco, Santa Teresa de Jesús, en diversos lugares de España, muy diversos, plantó su pie y entró a iniciar conversaciones teniendo que vencer las dificultades, en todo momento rindiéndose, como quien deja que brote de lo mejor de su corazón para que entre lo mejor del corazón de las otras religiosas que ahora esperaban a esta santa madre, que llegaba a dejar su alma y su espíritu en la forma en que lo hacía.
Nosotros, queridos hermanos, no fuimos dignos de encontrarnos en esa situación a la que me he referido; nosotros no somos más que herederos. Con nuestras manos torpes y pequeñas, hemos recibido esa herencia.

Las puertas abiertas de los Carmelos

Yo he sido veintitantos años arzobispo de Toledo, con siete conventos de Carmelitas. En todos he encontrado puertas abiertas y puertas cerradas. Cerradas para lo que tienen que estar cerradas; abiertas para lo que se deben abrir: para que entre con más fuerza el dardo del amor en el corazón y en la cabeza de las que están allí. No he tenido reparo nunca en entrar en un convento de estos, para iniciar una conversación en la que pudiéramos tratar de los aspectos de la casa que tenía esta dificultad, encerraba la otra y que, sin embargo, permitía que las hijas que vivían allí me mirasen sonrientes, sin insistir nada, exponiendo lo que necesitaban y confiando en que, como Santa Teresa recibió el procedimiento necesario para vencer la dificultad naciente, ellas lo recibirían también. Y lo comentaban conmigo, y tenían esperanzas y me ayudaban a mí a pensar como ellas. Y llegaba un instante en que la puerta cerrada se hacía puerta abierta, pero era ya para introducir los objetos que eran necesarios para poder tenerlos en la casa en que vivirían, superadas las dificultades que se habían presentado hasta entonces.

El dardo: preparación para grandes empresas

Esta es mi versión y, si no es exacta, dejo que otros más exactos que yo pongan dificultades a la misma y nos traigan aquí elementos de solución; y les digo: dadme otra interpretación, dadme otra. Yo no doy más que esta: es la gracia de Dios, la gracia que rompió el corazón de Teresa. ¿Para qué? Para vencer las dificultades que se iban a presentar, las que ponen los hombres. ¿Con qué valor contaba Santa Teresa? Con las ayudas que pone Dios. Frente a la ayuda de los hombres, la de Dios; y con la de Dios fue caminando esta heroína, mujer de inmensa valía, que ha despertado en todas las ramas religiosas del mundo, no solo en las que se refieren a las órdenes religiosas, tantos amores y tantos ímpetus y entregas generosas. En cualquier género de vida de tipo recogido podemos preguntar si conocen algo de la vida de Santa Teresa de Jesús y nos contestarían: sí, es nuestra madre; sí, tiene un corazón abierto; sí, abierto por un dardo; sí, un dardo que vino enviado desde el cielo. ¿Quién lo trajo? Un ángel pequeño, de los que llaman querubines, lo trajo; y le sirvió para poder abrir 14 fundaciones nuevas, en las cuales brilló muy decorosamente el amor con que ella obró; para rendirse, con toda su fuerza y todo su amor; para seguir obedeciendo a Dios y cumpliendo el mensaje que venía de los cielos.

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