Exhortación pastoral al clero de la Diócesis de Astorga, con motivo de la Campaña Pro Seminario 1966. febrero de 1966. Texto en Boletín Oficial del Obispado de Astorga, febrero 1966, 159-162.
Mis queridos sacerdotes:
No pretendo haceros una detallada exposición de las motivaciones que pueden suscitar vuestro interés por el Seminario y por el sacerdocio. En anteriores exhortaciones, por escrito y de palabra, lo hemos hecho ya con suficiente amplitud, y lo habéis sabido comprender con ejemplar entusiasmo.
Pero tampoco me atrevo a dejar pasar esta oportunidad que nos brinda la festividad de San José, culminación de la «Campaña pro Seminario», sin dirigirme a vosotros, con la firme confianza de que vuestro celo sacerdotal sabrá aceptar con el mismo afán estas sugerencias y esta insistencia sobre el tema siempre actual del Seminario.
El Concilio nos ha dicho, con impresionante solemnidad, que «la anhelada renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes, animado por el espíritu de Cristo»1.; y estableció, como consecuencia de esta convicción, la necesidad urgente de prestar especial atención a la tarea de la formación de los sacerdotes proclamando su «grandísima importancia»2.
Sobre todos los hijos de la Iglesia pesa el sagrado deber de renovar, con una vida nueva impregnada de Jesucristo, la existencia de la Iglesia, y ninguno puede sustraerse a esta apremiante obligación. Pero ella pesa de modo particular sobre nosotros, sacerdotes de Jesucristo. Y por lo mismo estamos también especialmente obligados a prestar esmerada atención a todas las actividades que tienden a fomentar el nacimiento y el culto delicado de las nuevas generaciones sacerdotales. Si «el problema de las vocaciones eclesiásticas es la diaria preocupación del Papa, el suspiro de su oración y la aspiración ardiente de su alma» –en la feliz expresión del inolvidable Juan XXII3—, parece justo que deba serlo también de todos los sacerdotes, que llevamos grabado en nuestra existencia sacerdotal el clamor de Jesucristo: la mies es mucha y son pocos los obreros (Lc 10, 2).
La necesidad de la Iglesia es la regla y la medida de las vocaciones que el Señor siembra entre sus hijos. Nunca faltará en la Iglesia la semilla de la vocación sagrada. Pero es necesario que la semilla caiga en tierra cultivada para que dé fruto. Y este cultivo nos lo encomienda a nosotros el Señor: a nosotros, que hemos puesto la mano en la mancera para labrar su heredad, y que no podemos volver atrás nuestra mirada, a nosotros que somos los obreros enviados a su viña en todas las horas del día, para merecer el salario con nuestro trabajo; a nosotros, que hemos recibido la comprometedora misión de «predicar el Evangelio a todos los hombres» y de anunciar la paz de los tiempos nuevos. Cultivad, todos, el campo encomendado con esmero santo. En la tierra buena nacen como flores humildes las vocaciones mejores. Y es nuestro testimonio sacerdotal el mejor clima para su crecimiento. «Muestren todos los sacerdotes –nos dice el Concilio– un grandísimo celo apostólico por el fomento de las vocaciones y atraigan el ánimo de los jóvenes hacia el sacerdocio con su vida humilde, laboriosa, amable, y con la mutua caridad sacerdotal y la unión fraterna en el trabajo»4.
Y al hacerlo así, recordad con apremiante insistencia a vuestros fieles que «el deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo ante todo con una vida totalmente cristiana»; que «ayudan sobre todo a esto las familias que. llenas del espíritu de fe, de caridad y de piedad, son como el primer seminario; y las parroquias, de cuya vida profunda participan los mismos adolescentes»5.
Si nuestros fieles llegan a comprender la urgencia de este problema como algo propio, sentirán también sobre su conciencia la obligación de trabajar con celo por la formación de sus sacerdotes, de los que necesitan. Sentirán la necesidad de ayudarles con su oración ferviente, con sus sacrificios vivos, con la participación cristiana de sus bienes. Porque son más cada día los jóvenes llamados por el Señor que tropiezan sólo con la dificultad de falta de medios económicos. Y esto no sucedería, si nuestras parroquias tuvieran conciencia clara del problema y de la responsabilidad que también pesa sobre ellas.
Ayudad a comprender a vuestros fieles con vuestra predicación, pero sobre todo con vuestro ejemplo, que el sacerdocio no es una profesión, ni una carrera que cada uno puede o debe hacer según sus posibilidades o sus preferencias; sino que el sacerdocio es un servicio a la comunidad cristiana y una entrega a la defensa de los derechos de Dios y de los hombres. Y como es un servicio hecho en nombre de Jesucristo, es Él quien llama a los que necesita y a los que quiere. No llama a los más pudientes, ni siempre a los mejores. Llama a los predestinados por su misericordia, para que sean también testigos de la misericordia. Y a estos llamados debe ayudar la comunidad de los fieles, cuando la ayuda sea necesaria. Y a estos llamados debemos ayudar todos con santo entusiasmo y ardiente celo sacerdotal. Sé que algunos de vosotros lo hacéis muy generosamente, desprendiéndoos incluso de vuestros ingresos, en favor de alumnos necesitados de vuestra parroquia o de otras. Sé también que hay almas generosas entre los seglares que regularmente ofrecen ayudas al Seminario de forma anónima, para seminaristas necesitados. A unos y a otros felicito muy cordialmente por esta generosidad.
Pero nunca podemos contentarnos con el camino recorrido, mientras nos falte más camino para llegar a la meta. Y nuestra meta es muy alta. Porque la Iglesia necesita hoy muchos sacerdotes y nuestra Diócesis puede ser muy fecunda en vocaciones, fruto del campo selecto de nuestras familias con profundo sentido cristiano. Pero necesitamos ser conscientes y responsables de nuestras posibilidades. Invitad, pues, a los padres y a los educadores a que piensen seriamente en la posibilidad de que el Señor llame a sus puertas, buscando servidores entre sus hijos, entre sus alumnos. Sería pena que no respondiesen por no estar prevenidos, esperando la llamada. Invitad a las familias económicamente desahogadas a que piensen si el Señor llama también a su puerta, buscando quizá ayuda económica para uno de sus llamados, necesitados de ella. Invitad a los jóvenes valerosos y audaces –los cobardes no nos sirven– a que piensen si también ellos están siendo señalados por el dedo de Dios. E invitad a vuestras comunidades a que se sientan responsables, delante de Dios, de los sacerdotes que necesitan.
Todos necesitamos y esperamos mucho del Seminario. Pero el Seminario necesita y espera mucho de todos.
Trabajad con el entusiasmo de siempre y proponeos metas dignas de este entusiasmo. Os lo agradezco mucho, y confío serenamente en vosotros.
Con especial afecto os bendice.
MARCELO, Obispo de Astorga.
1 OT, proemio
2 Ibíd.
3 Juan XXIII, Alocución al I Congreso Internacional de las Vocaciones para los estados de perfección, 16 diciembre 1961: L’Osservatore Romano, 17 diciembre 1961.
4 OT 2.
5 Ibíd.