- Tres consideraciones previas
- No puede seguir todo igual que antes
- Cuatro datos que hay que tener en cuenta
- El hombre de hoy y el mundo de hoy
- Presupuestos necesarios para la formación sacerdotal
- Renovemos cuanto haya que renovar;conservemos lo que tiene valor inalterable
- La vida académica, íntegramente estructurada
- Una palabra y una reflexión
Se reúnen en este documento las palabras que el entonces Arzobispo Coadjutor de Barcelona pronunció en las sesiones de apertura y de clausura de las Jornadas de estudio sobre el Seminario, celebradas en la Ciudad Condal en noviembre de 1966. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Barcelona, 1966, 697-703.
Nos disponemos, queridos sacerdotes, a comenzar estas reuniones de estudio y reflexión sobre los problemas relativos a la vida del Seminario y quisiera desde el primer momento expresar algunos pensamientos que quizá puedan sernos provechosos.
Tres consideraciones previas #
Reconozcamos, en primer lugar, que en la realización de este trabajo no nos acompaña la indiferencia de nadie, sino más bien un interés casi apasionado de unos y de otros. Esto es algo positivo y alentador, y lo que pudiera tener de defectuoso, por lo que tenga de pasión, puede ser corregido con la serenidad de aquellos que, por su condición y circunstancia personales, están más capacitados que otros para ofrecerla. Sois vosotros, precisamente, los que estáis más dotados y tenéis más altos motivos que los demás para dar ese testimonio de paz y de serenidad con vuestra palabra y con vuestra actitud. Que no se aumente la pasión que nos rodea, con nada que pudiera significar ausencia de cordura, impropia de vuestra categoría y de la misión que se os ha confiado,
Hago apelación, en segundo término, a algo que es esencial y, por lo mismo, condiciona todas nuestras reflexiones. Estamos aquí como sacerdotes de Jesucristo y de la Iglesia, hacemos este trabajo por amor al sacerdocio, y tenemos la vista puesta en aquellos que han de ser los sacerdotes de nuestra Archidiócesis y de la Iglesia universal. Si esto es así. ¿quién podrá dudar de que, aunque aparezcan diversos criterios en determinados puntos, nos une a todos el mismo amor, la misma conciencia y la misma sagrada obligación? Hablemos, pues, con confianza, con libertad, con respeto y con claro sentido de cómo pueden afectar nuestras palabras, gestos y actitudes a esa realidad delicadísima que es el sacerdocio de Jesús Salvador, encarnado en los hombres llamados a recibirlo No nos detenga, más de lo justo, la consideración del pasado, ni nos arrastre, más de lo conveniente, la estimación del futuro. Es nuestro deber armonizar lo que una tradición llena de sabiduría nos enseña, con lo que nos sugiere un conjunto de circunstancias que pesan sobre el presente y marcan ya el inmediato porvenir.
Por último, séame permitido afirmar que el trabajo que ahora hacemos no es más que el comienzo. A estas reflexiones y consultas seguirán otras. Ahora deliberaremos aquí, y yo busco sinceramente vuestras luces y consejos. No se trata de adoptar decisiones por votación. En las cosas de Dios y de la Iglesia, la suma de voluntades no es la regla última y definitiva. Por encima de esa concordia, siempre deseable sin duda alguna, está la aceptación que hace la inteligencia de lo que nos piden la fe y la prudente custodia de la misma.
Pero, ¿quién no deseará vehementemente lograr a la vez el acatamiento dócil a normas superiores que la Iglesia nos da y la alegre unanimidad de voluntades, si es posible alcanzarla? Acaso para conseguirla, todos tengamos que rectificar algo, después de oírnos con caridad y con respeto.
Afirmo con absoluta seriedad que por mi parte esto no es más que un primer paso. El problema del Seminario es muy grave y muy delicado y exige un tratamiento rebosante de humildad y de paciencia por parte de todos, no excluidos los alumnos, con los cuales quiero también conversar. A lo largo de todo este curso, que para nosotros aún no ha comenzado –y ello es ya un motivo de dolor–, vamos a esforzarnos todos por ponernos en el camino que nos lleve a las renovaciones necesarias. Precipitarse en la adopción de las mismas sería funesto, si un juicio prudente no nos dice que, además de renovaciones, son provechosas y de acuerdo con el espíritu y las normas del Decreto conciliar correspondiente. Nadie se extrañe, pues, de que, además de la voz del propio Obispo y sus colaboradores, tengamos que escuchar también la de la Conferencia Episcopal y la de la Santa Sede.
* * *
Terminan ahora, en su primera fase, estas reuniones de estudio y de consulta que comenzaron hace días con el propósito de reflexionar honda y sinceramente sobre un problema vivo de nuestra Archidiócesis, el del Seminario, que, en forma más o menos acusada, está planteado en muchos otros lugares.
Debo dar las gracias a cuantos han colaborado en la preparación de estas reuniones, en la redacción y estudio de las ponencias, en el envío de datos y sugerencias a las mismas, en el análisis y discusión de los trabajos presentados. Aún más a los que han orado, y siguen orando, para que todo se hiciera y se siga haciendo con este espíritu de auténtico servicio a la Iglesia que a todos nos pide humildad, sereno realismo y noble deseo de perfeccionar nuestras instituciones. Queda abierto un camino por el cual hemos de continuar. Este diálogo que aquí hemos tenido es de signo conciliar y corresponde a la nueva psicología de la Iglesia.
Quizá esperéis que yo manifieste ahora algún pensamiento en relación con los trabajos efectuados, y esto es precisamente lo que quiero hacer dentro de este mismo espíritu de realismo y serenidad que nos ha guiado y presidido estos días.
No puede seguir todo igual que antes #
El Concilio Vaticano II supone y exige, porque así lo ha pedido expresamente, un cambio serio y profundo en la exposición de la doctrina de la Iglesia y en la modelación y reestructuración de sus instituciones. No puede seguir todo igual que antes. Si tal pretendiéramos, haríamos resistencia al Espíritu Santo y causaríamos sufrimientos innecesarios y perturbaciones a todo el organismo vivo de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo.
¿A qué otra cosa conduciría tal actitud, por otra parte condenada de antemano a la esterilidad y la inoperancia? Porque el Concilio es un movimiento de ideas, no sólo de deseos y actitudes, que ya no habrá quien pueda detenerlo, precisamente porque nace de la conjunción de dos fuerzas arrolladoras: la propia naturaleza individual y social de los miembros de la Iglesia hoy, y la fe clarificada y explicitada por el Espíritu de Dios hoy en un determinado sentido. Este cambio en la vida de la Iglesia no significa preterición ni olvido y mucho menos anulación de los constitutivos esenciales de la misma, ni siquiera de los condicionamientos humanos evidente y normalmente necesarios para que aquéllos puedan mantenerse. Por ejemplo, es esencial para la Iglesia la Palabra de Dios, de la cual vive, y su consiguiente predicación; y es condicionamiento ineludible para entender esa Palabra la reflexión teológica. Una y otra, la Palabra y la reflexión, son necesarias y no puede haber cambios en cuanto al reconocimiento de esta necesidad.
Pero sí que puede haberlos en la presentación de esta Palabra y en la búsqueda de los medios e instrumentos eficaces para que la reflexión sea más provechosa e iluminadora.
Cuatro datos que hay que tener en cuenta #
Concretamente, por lo que se refiere al Seminario, el Concilio ha pedido que esta institución se acomode a las necesidades de los tiempos. Se trata de la formación del futuro sacerdote. Para lograrla, acomodada a lo que nuestro tiempo demanda, hay que tener en cuenta cuatro datos:
- primero, el sacerdocio que se ha de recibir, que, por ser el de Jesucristo, es único e inmutable;
- segundo, el sujeto que lo recibe, que es el hombre de hoy;
- tercero, los destinatarios del ministerio sacerdotal, que son los hombres de nuestra época;
- cuarto, la Iglesia jerárquica que lo confiere para poder hacer viable su triple munus: Docendi, sanctificandi et regendi.
De estos cuatro datos hay que arrancar como de un punto de partida insoslayable para toda labor de reforma y adaptación.
El primero, el sacerdocio de Jesús Salvador será siempre el horizonte al que hay que mirar. La formación del alumno debe preparar para eso, no para otra cosa. Ser sacerdote de Cristo, con el sacerdocio suyo, significa ser mediador entre Dios y los hombres, buen pastor de las almas, portador de dones divinos, ungido con la gracia de un sacramento distinto del bautismo y la confirmación, en continuo servicio mediante la donación de sí a los hombres de su pueblo y de su tiempo y a todos los hombres, a los que amará con un amor universal. Todo lo cual comporta una aspiración y un esfuerzo constante hacia una mayor santidad de vida.
«Por lo cual, este Sagrado Concilio, para conseguir sus propósitos pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del Evangelio en todo el mundo y de diálogo con el mundo actual, exhorta y vehementemente a todos los sacerdotes a que, usando los medios oportunos recomendados por la Iglesia, se esfuercen siempre hacia una mayor santidad, con la que de día en día se conviertan en ministros más aptos para el servicio de todo el Pueblo de Dios» (PO 12).
El último dato tampoco puede ser discutido, corresponde a la Jerarquía de la Iglesia determinar las líneas fundamentales de lo que ha de ser la formación del futuro sacerdote. De hecho, es la Jerarquía la que acaba de hablar en el Concilio al promulgar el Decreto Optatam totius. Ese documento, como otros anteriores no abolidos, al igual que las normas concretas de aplicación ya dadas por el Magisterio o que puedan darse y por sus órganos autorizados, deben ser aceptados en toda su integridad, sin que las preferencias particulares de cada uno hagan estimación de unos, silenciando otros. El obispo de cada diócesis, asistido desde luego por su presbiterio, aconsejado e ilustrado por él, debe decidir en último término lo más conveniente, salva siempre la autoridad de la Conferencia Episcopal en la forma y límites en que esté establecido.
El hombre de hoy y el mundo de hoy #
Los otros dos presupuestos, el hombre de hoy como candidato al sacerdocio y el mundo de hoy como destinatario del ministerio sacerdotal, son los más difíciles de precisar.
En efecto, ¿cómo es ese joven o ese adulto que aspiran a ser ministros del Evangelio? ¿Qué rasgos aparecen en la psicología que necesariamente hay que tener en cuenta, para que la labor educativa sea certera y segura? ¿Cuáles de esos rasgos son auténticos valores y qué otros necesitan corrección? ¿Cómo se logrará una maduración humana cabal y al mismo tiempo una asimilación profunda y seria de lo que el sacerdocio exige en todo el que aspira a recibirlo? Y, ¿cómo habrá de ejercitarse el ministerio sacerdotal en nuestro tiempo para que de verdad sea luz del mundo y sal de la tierra? Porque el sacerdote es el modelador del Pueblo de Dios y tiene verdadera autoridad sobre él. Luego no ha de consentir en todo lo que los demás hombres pidan y deseen, aunque lo hagan en nombre de su condición de hijos de la Iglesia.
La tarea del sacerdote es siempre difícil y complicada. Lo es hoy más que en otras ocasiones. Lo es aquí, en Barcelona, mas que en otras diócesis de España. No podemos caer en la tentación de hacerla fácil ni refugiándonos en un autoritarismo solitario y esterilizador, ni permitiendo que el diálogo se convierta en claudicación sembradora de confusiones y de sombras. Este mundo nuestro necesita de la verdad de Dios, tal como ha sido revelada: necesita de la fe, tal como la Iglesia la presenta y la educa; de la santidad de nuestras vidas, tal como el Evangelio la propone. Y en esto radica la misión principal del sacerdote hoy y siempre. A esta luz y sobre estas bases, es necesario ver y edificar todo lo demás: su encarnación en el mundo y su predicación del Evangelio aplicada a las situaciones concretas de la vida.
Presupuestos necesarios para la formación sacerdotal #
El trabajo hecho aquí estos días tiende precisamente a esto, a esclarecer los presupuestos necesarios en que ha de descansar la formación del futuro sacerdote para asegurar con mayores garantías de éxito que somos fieles a lo que el Espíritu de Dios nos pide a través de esas cuatro voces que llegan hasta nosotros: sacerdocio de Jesús, Iglesia jerárquica, psicología de los hombres de hoy y condición concreta de los hombres de nuestro tiempo. ¿Estaremos dispensados de nuevas reflexiones y seguros de que todo cuanto aquí se ha dicho es perfecto e inmodificable? Vosotros sabéis que no. El que tal afirmase, tendría un concepto muy pobre de lo que exige la atenta escucha de esas voces.
Sigamos adelante con esperanza y con optimismo. Al oírnos aquí estos días, sacerdotes de la Archidiócesis de Barcelona, me he preguntado a mí mismo cómo no ha de ser posible que se disipen las sombras cuando son tan altas las luces. Tenemos el deber de aspirar a que el Seminario de Barcelona sea uno de los primeros de España y del mundo. Vamos a tratar de lograrlo con humilde perseverancia en el esfuerzo.
Procedamos ahora a una reelaboración de las ponencias para volver a examinarlas después. Se hará una amplia consulta a todo el clero de la Archidiócesis. Oiremos también a los seminaristas.
Yo pongo mi confianza en vosotros y en el equipo de Superiores que ha de regir los destinos del Seminario. No busco por sistema términos medios, no. Busco y buscamos todos un tipo de Seminario orientado en una dirección clara y definida, la de la Iglesia de hoy. Mas esta dirección la tiene que marcar la misma Iglesia y, con singulares atribuciones, la Jerarquía de la misma. Huir de los términos medios no significa dejar de reconocer las imperiosas exigencias de una ley biológica común a todos los organismos vivos, tanto del orden natural como del sobrenatural: la integración y la complementariedad. En la formación de un aspirante al sacerdocio han de integrarse el hombre y el sacerdote; lo pastoral y lo científico; el uso de la libertad y el renunciamiento que la aceptación de la cruz impone.
Renovemos cuanto haya que renovar;
conservemos lo que tiene valor inalterable #
¿Cómo lograr todo esto? La Iglesia siempre ha tratado de conseguirlo y quiere lograrlo hoy también, y es seguro que lo logrará ayudada por todos sus miembros e iluminada por el Espíritu que la guía y la anima. San Agustín, recibido por San Ambrosio, era y siguió siendo un hombre de su tiempo, modelo de integración y de fuerza; también lo fueron los clérigos y monjes de la Edad Media, formados en las escuelas catedralicias y en los monasterios; más tarde, San Carlos Borromeo y San Juan de Ribera, en España, supieron hacer lo mismo. Y en épocas posteriores ha habido en la Iglesia tantas instituciones y tan logradas, y esfuerzos tan insignes y meritorios para la formación del sacerdote que cometeríamos grave injusticia si, por lamentarnos de fallos y deficiencias, dejáramos de reconocer gloriosos aciertos.
Vamos, pues, a hacer lo mismo hoy, sin miedo y con digna prudencia. Renovemos cuanto haya que renovar y conservemos lo que tiene valor inalterable. Hemos de atender a la vez a tres frentes: fomento de las vocaciones, formación y cuidado de las mismas, e incorporación definitiva al sacerdocio de Cristo. Lo que hagamos y establezcamos tiene que servir con eficacia a esta triple tarea. Fomentar las vocaciones y no cuidar después su conveniente formación, seria infantilismo: consentir en métodos de formación que impidieran el nacimiento de otras nuevas, gravísima torpeza; hacerlas nacer y cuidarlas de manera que lleguen al sacerdocio de Cristo con visión equivocada, sería para todos nosotros, y aún más para el Obispo, responsabilidad tremenda.
Reflexionemos, pues. Se constituirán comisiones de trabajo más reducidas, que, a lo largo del año, hagan descender a concreciones prácticas el fruto de todos nuestros estudios.
No podemos obrar de otro modo en materia tan seria y tan delicada. Trataremos de lograr comunidades más reducidas que la actual y en este sentido debo decir que durante el verano estuvimos trabajando para conseguirlo, sin que ello fuera posible por falta de edificios adecuados. Lo que el Concilio permita y lo que la experiencia dicte se hará, paso a paso, con la debida sumisión a las normas de la Santa Sede y de la Conferencia Episcopal española, y con la necesaria atención a las particulares circunstancias de la Archidiócesis de Barcelona.
La vida académica, íntegramente estructurada #
El régimen de vida académica será íntegramente estructurado hasta lograr un alto nivel intelectual que nos permita llegar rápidamente a la creación de ese Centro de Estudios Superiores que Barcelona y Cataluña necesitan y merecen.
El sacerdote es pastor, sí. Pero de nada serviría el pastoreo, si a la grey no se le ofrece el pasto que necesita para vivir.
El uso continuo que el sacerdote tiene que hacer de las ideas que dan sentido a su misión, hace que esas ideas «se le gasten» –por el propio cansancio, por el roce continuo con la incomprensión de muchos– enormemente.
Quien posea esas ideas sólo en forma de tópicos, inculcados por un entusiasmo colectivo en un cierto ambiente, no podrá mantenerlas mucho tiempo. Las elevará primero a un fanatismo, incapaz de encajar con la realidad exterior; luego sentirá un bajón de entusiasmo y aun en la convicción de que esas ideas valen auténticamente.
Quien, en cambio, las posea en un amplio contexto de conexiones con las fuentes del saber y de la fe (es decir, de un modo científico), podrá defenderlas frente a la oposición de la realidad, sabiendo hasta que punto puede utilizarlas o hacerlas evolucionar cuando sea necesario; podrá librarlas del sonido de vacío que toma toda ideología repetida mecánicamente, a base de remozarlas en contacto con las fuentes; podrá mantenerlas aunque falte el entusiasmo, como se mantienen las convicciones en cuya sedimentación ha intervenido la racionalidad.
Una palabra y una reflexión #
Por último, una palabra a los seminaristas. Adviertan todos la seriedad y la sinceridad con que hemos empezado a caminar. Confío en ellos también, como confío en vosotros. Durante el primer mes de este curso que empezará enseguida, el Rector del Seminario se reunirá con ellos para señalar los cauces de una acción inmediata en determinados puntos más urgentes. Esto no es táctica dilatoria. El respeto y la atención que nos merecen, tanto ellos personalmente, como la institución, nos obligan a actuar con suprema dignidad: ni negación de los derechos que les correspondan, ni benévolas concesiones que parecerían contentamientos engañosos para niños pequeños. Ellos y nosotros tenemos que esperar, acaso sufrir, y desde luego trabajar todo el año para que el próximo podamos volar con alas más desplegadas. Espero de su juventud la calma necesaria y la generosidad también, para que las decisiones se vayan tomando con paz y sentido de responsabilidad.
Por fin, una reflexión que a todos nos urge hacer: levantemos nuestra mirada a Dios Padre y a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Cada ponencia ha tratado de cumplir con el deber que se le señaló. Y así, la de formación humana, por ejemplo, no tenía que ocuparse de vida sobrenatural, ni al revés. Hemos de evitar caer en angelismos evasivos y alienantes. Pero no olvidemos ni un instante que somos sacerdotes de Cristo, que es el misterio de la Redención lo que llevamos en nuestras manos, y que lo traicionaríamos si no estuviéramos siempre vigilantes para evitar toda suerte de naturalismo. En la Sagrada Eucaristía nos encontramos todos los días. Que ese encuentro elevador y sosegante nos haga permanecer unidos en cuanto hagamos en favor del Seminario. Saludémonos con gratas palabras. Saludémonos con espíritu de hermanos. Somos todos lo mismo: sacerdotes del Señor.