Como complemento a la Carta Pastoral precedente en que, por exigencias lógicas en el análisis del problema, era necesario hacer consideraciones de mayor amplitud promulgamos a continuación el siguiente ideario, en que se recogen las orientaciones fundamentales inspiradas en los documentos que se citan y referidas casi exclusivamente al tema del Seminario.
La renovación del Pueblo de Dios depende profunda y existencialmente del ministerio sacerdotal. Por tanto, es de trascendental importancia cuanto se refiere al Seminario.
El Concilio Vaticano II, fiel a la tradición viva de la Iglesia, ha actualizado los principios de formación sacerdotal, dictando orientaciones que, convenientemente aplicadas, hagan florecer la venerada institución del Seminario, felizmente creada por Trento y constantemente mimada por la Iglesia, adaptándola a las cambiantes circunstancias actuales.
Roma ha desplegado una actividad intensa, en conexión con los diversos episcopados, para poder ofrecer, después de abundantes experiencias, unas normas generales en que habrán de inspirarse las que se dicten para cada nación o diócesis. Las conferencias episcopales han tratado de cumplir su parte.
Corresponde al Obispo aplicar las directrices a su Seminario, atendidas la situación concreta del mismo y las circunstancias particulares de la iglesia local.
(Cf. OT 1-2. 4; RFIS 1-4; RIS, presentación, 1, 5-6.)
Introducción #
Sacerdocio común y sacerdocio ministerial #
1. En Cristo todos somos sacerdotes; no hay miembro sin parte en la misión de todo el cuerpo.
Pero Él instituye a algunos ministros para desempeñar su oficio de cabeza y pastor.
Así, el mismo Cristo pervive en la Iglesia por un doble sacerdocio esencialmente diverso; aunque ambos estrechamente interdependientes e inalienables.
El ministerio –proclamación, mediación de gracia y dirección– se ordena a que el pueblo sea perfecto glorificador de Dios, especialmente en la Eucaristía, cuyo ministro es el sacerdote, otro Cristo en el oficio y en la disposición al servicio hasta la muerte. (Cf. LG 10, 28; CHD 28; PO 1-2, 5-6, 13; RFIS intr., 1, 3: Sínodo 1971,I, 4)
Ministerio jerárquico #
2. Los apóstoles transmitieron el ministerio en diversos grados; episcopado, presbiterado y diaconado.
Los presbíteros son inmediatos y necesarios cooperadores del episcopado, que los elige, ordena y envía; el don que reciben reclama reverencia y obediencia a los obispos, intensa fraternidad con los demás presbíteros y generosa disponibilidad para servir a todos los fieles y aun a todos los hombres. (Cf. LG 28; PO 5-10; RFIS, intr., 3; Sínodo 1971. I, 4-5; II, II, 1).
Elegidos por el Obispo #
3. Corresponde a los obispos continuar la transmisión del ministerio sacerdotal, eligiendo las personas y señalando la preparación necesaria. Y lo hacen siguiendo normas comprobadas por la experiencia, que aplican a los diversos tiempos y lugares. (Cf. PO 14; OT 1; RFIS, intr., 1. 4; Sínodo 1971, intr., 1-7; RIS, intr., 4-6, 8. 13.)
El Seminario, cauce normal #
4. El Seminario ha sido y es el cauce normal para la formación y selección de los candidatos al sacerdocio. Creado con esperanza, ha sido defendido aun a costa de ingentes sacrificios. Su validez y necesidad, reafirmadas por el Vaticano II, son continuamente comprobadas por la experiencia y, por lo mismo, se ha de poner el máximo empeño en conservar la institución y perfeccionarla con las renovaciones necesarias. (Cf. OT, proemio, 1-2; RFIS. intr., 1-2; RIS 1-13.)
Seminario Menor #
5. Admitidos los gérmenes de vocación sacerdotal en niños y adolescentes, el Seminario Menor es el centro para acoger, discernir, proteger y cultivar esa vocabilidad.
Es medio excelente, en nuestro caso necesario, para la pastoral de vocaciones sacerdotales.
Los muchachos, defendidos frente a las fuertes presiones contrarias del mundo actual, pueden seguir más libremente la llamada divina. Y los que descubren que su camino no es el ministerio que habían deseado cosechan ricos frutos de formación humana, cristiana y apostólica. La Iglesia, que valora este fruto, aunque intenta lograr el primero, desea que la institución ejerza influencia sobre niños y jóvenes de la zona en orden al planteamiento de la vocación.
Conforme a las normas de la pedagogía cristiana, los muchachos llevan la vida que corresponde a los de su edad. Cumplen los planes normales de educación general básica y bachillerato, con validez civil. La formación humana y cristiana es especialmente cuidada; el desarrollo fomentado de las aptitudes y el cultivo intenso de las virtudes crean un clima de sinceridad, lealtad, responsabilidad y estimulo, amistad, confianza y respeto.
La amorosa atención de los educadores, la exigencia y selección permanente, la vivencia de una acrisolada piedad litúrgica y personal, y una dirección espiritual conveniente, general y personal, fomentan la evolución armoniosa de los valores de naturaleza y gracia, para seguir a Cristo con generosidad y pureza de corazón.
No todos los muchachos pueden ser admitidos ni retenidos. A las aptitudes y virtudes ha de acompañar una inclinación hacia el sacerdocio suficiente para que no decaiga el ambiente reclamado por la especificidad del centro.
La realidad diocesana pide una acción pastoral conjunta e intensa para suscitar el deseo en muchos.
Naturalmente, la especial atención al Seminario Menor no excluye el interés por otros medios de promoción vocacional para el sacerdocio.
Un reglamento determinará con más detalles los diversos aspectos de la vida y de la acción educativa del Seminario Menor. (Cf. OT 2-3; RFIS, II, 7; III, 10, 12-13, 17-18.)
Seminario Mayor #
6. El Seminario mayor, según el juicio del Vaticano II, reiterado después frecuentemente y con claridad y avalado por el resultado de muchas experiencias, es necesario para una formación sacerdotal conforme a las exigencias de fidelidad y renovación, y para la selección imprescindible de los candidatos a la imposición de las manos.
Las normas de la Santa Sede han determinado las condiciones mínimas de estructura y funcionamiento para poderse llamar Seminario –comunidad, caridad, apertura, estructura orgánica, autoridad del superior, colaboración, iniciativa, instrucciones, información sobre el sacerdocio, fe, conducta, signos positivos de vocación–, esperando que ninguno quedará satisfecho con el mínimo.
El Seminario Mayor está fuertemente ligado a la vida de la Diócesis, de la cual es pieza clave, como el corazón que recibe y reparte.
Si no existieran medios y personas para educar bien a los alumnos, habría que pensar en la creación de centros comunes o abiertos a varias diócesis y congregaciones, en la forma más oportuna en cada caso. (Cf. OT 4-7; RFIS IV, 20-21; RIS 1-4, 8-13.)
Principios fundamentales #
Renovación #
7. La renovación de las instituciones eclesiales consiste en purificarlas de adherencias maléficas o inútiles y en potenciar los valores perennes con elementos valiosos. No en destruir, experimentar alegremente y después institucionalizar los casuales éxitos. Así lo advirtió la Optatam totius, y así lo han intentado las directrices pontificias después; la experiencia ha demostrado la sabiduría de la norma, porque en los seminarios ¡era mucho lo que se jugaba!
La vigente Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, que ha de ser aplicada por cada conferencia episcopal y cada prelado, procede sobre ese principio. (Cf. OT. proemio, 1; RFIS, notas preliminares, 1-7; RIS. intr.)
Unidad de dirección y elección de educadores #
8. La unidad de formación en una institución educativa se considera fundamental. Las directrices de la Iglesia, sancionando las orientaciones pedagógicas y las exigencias de la experiencia, ordenan conjuntamente la distribución y coordinación de funciones en el Seminario.
Superiores y profesores secundarán lealmente los deseos del Prelado, bajo la guía del Rector, siendo y apareciendo corresponsables por su estrecha unión de acción y aspiraciones, en el grado que a cada uno le es propio.
Nombrados por el Obispo, atendidas sus dotes y su preparación, que ha de renovarse constantemente, contarán con su confianza y el aliento de toda la comunidad eclesial. (Cf. OT 4-5; RFIS. IV, 20-23. V, 27-38; RIS 6.)
Auténtica tarea pastoral #
9. La buena marcha y la eficacia del Seminario dependen, en gran parte, del entusiasmo de los educadores por su difícil misión, que es y se debe considerar claramente como genuina tarea pastoral de trascendental importancia. Una fe profunda y un amor fuerte a Cristo y a la Iglesia sostendrán su esperanza con la convicción de que su servicio eclesial está muy por encima de la satisfacción personal que ofrecen otros ministerios. Merecen, pues, el apoyo y el estimulo del Prelado y de la Diócesis. (Cf. OT 5: RFIS. V, 27-31. VI, 32-38; RIS 1.6.)
Aprecio y gratitud a los alumnos, pero también exigencia #
10. Un profundo aprecio y un delicado y afectuoso respeto a los seminaristas ha de impregnar toda la estructura, y las orientaciones, de la institución. A su dignidad humana y cristiana se añade su generosa disponibilidad vocacional. que les llama a ofrecer, en una dirección más alta y sacrificada, valores muy estimados por la sociedad y los jóvenes de hoy.
La Iglesia les recibe con gozo religioso, admira su sacrificio y agradece su ofrecimiento. Por eso no puede permitir que se desnaturalice la finalidad del Seminario, ni abdicar de su dirección.
De ellos se formarán pastores, mediante el desarrollo y la adquisición de unos valores perennes, exigentes, que son reclamados, quizá hoy más que nunca, al sacerdote, y que no se conseguirán sin una ascesis constante, trabada de sacrificios, renuncias y oración, por la que se prepara la incorporación vivencial al misterio de la cruz.
Esta exigencia, lejos de asustar a los llamados, les estimula a una mayor entrega. (Cf. OT 3,6,10; RFIS, intr., 2-4; Pablo VI, Mensaje 15-3-70.)
Libertad y selección #
11. El Seminario es una comunidad de voluntarios, decididos a recorrer con ánimo generoso y alegre el sendero que conduce, con más seguridad y garantía, a la adecuada formación para el ministerio apostólico tal como lo desea la Iglesia.
Ordenado a preparar para una misión y una forma de vida que requieren a la vez libre determinación personal y un conjunto de cualidades nativas desarrolladas por un empeño y una ayuda educativa intensos y prolongados, ha de apoyarse en dos quicios imprescindibles: voluntad decidida y exigente selección.
Aparte la reflexión permanente, a la que es invitado y estimulado, se le plantean al aspirante especiales y repetidos reestudios de su vocación.
La Iglesia, a pesar de la escasez de candidatos, reclama la selección y sigue marcando metas exigentes. Y está convencida, por principios y experiencias, de que esto será estimulante para las verdaderas vocaciones, que no faltarán, porque el Señor las concede en abundancia al pueblo que las pide. (Cf. OT 5-6. 12, 14; RFIS, VII, 39-43; RIS 14-15.)
Ordenada comunidad educativa #
12. Amor profundo, serena confianza, diálogo intenso y fácil, cooperación y sencilla comprensión son el ambiente apto para la relación educativa y la preparación a una conveniente vivencia de la futura fraternidad sacerdotal.
Desterrados igualitarismos impropios, se han de respetar, aun en las formas, las diversas responsabilidades y niveles. Más inadmisibles serían ciertas libertades, fomentadas a veces bajo capa de democracia y corresponsabilidad. Las normas de respeto y buena crianza engarzan genuinos valores humanos muy congruentes con el Evangelio y la Iglesia de Cristo. (Cf. RFIS, III. 13. IV. 20-22, 24.)
Directrices o reglamento #
13. Para que el proceso formativo se realice con mayor seguridad y suavidad, el Seminario necesita saber las metas, el sendero y el ritmo que se ha de recorrer. Esto lo ofrecen las directrices o reglamento aprobado por el Prelado y aceptado generosamente por cuantos forman la comunidad educativa, bien persuadidos de su necesidad, no sólo para la fluidez de la vida en común, sino también para el perfeccionamiento de las aptitudes personales que pueden ser paralizadas por la inercia o la irreflexión, y perturbadas por el experimentalismo o el continuo redescubrir, que tantas veces significan falta de respeto a los alumnos (Cf RFIS. IV, 25-26; RIS, intr.)
Vida religiosa #
La perfección #
14. La perfección de la vida sacerdotal por el permanente fervor de la caridad pastoral, no sólo es la aspiración del Seminario, sino que ha de percibirse en toda su vida como foco que ilumina toda su intencionalidad. Ésta se expresa en la ayuda para llegar a ser otros Cristos, no sólo por la consagración sacerdotal, sino también por la participación óntica y operante de su vida, sus sentimientos y convicciones, y sus actos, reproduciendo en sí mismos el misterio pascual y sirviendo por amor, hasta la muerte, a los hermanos.
A semejanza de los obispos, cuya ordenación y oficio participan, todos los sacerdotes son llamados a la perfección con mayor fuerza y por más fuertes motivos que los seglares y los mismos religiosos.
Los seminaristas han de persuadirse de estas realidades. Identificándose con Cristo, unidos al obispo y al presbiterio en las aspiraciones y purificados de cuanto sea menos evangélico, educarán su sensibilidad para advertir las necesidades, auscultar los acontecimientos, percibir las líneas de la voluntad divina e impregnar toda la pastoral de genuina savia salvífica.
La santidad personal se desplegará y se nutrirá realmente en el ejercicio de la triple función pastoral, y, aun entre la variedad de los negocios mundanos, el sacerdote vivirá en Cristo. (Cf. LG 28,41; PO 7-8, 12, 14; OT 4, 8-9; RFIS. VIII, 44; RIS, III, intr., 42.)
Cultivo de la piedad #
15. El fomento sistemático y perseverante de la vida espiritual, con la ayuda de los educadores, especialmente del director espiritual, favorecerá una perfección por la apertura a la fe, esperanza y caridad, y la aspiración a una vida evangélica con Cristo pobre y humilde, virgen y obediente, sin descuidar las virtudes humanas tan estimadas hoy, pero esmerándose aún más en las virtudes, con un cierto desprecio llamadas pasivas, de purificada disponibilidad, tan necesarias para las respuestas positivas.
El alma se abrirá a la luz y la fuerza del Espíritu, adquiriendo el hábito de la oración por medio de la liturgia, de la contemplación comunitaria y personal de la palabra y de la persona de Cristo, purificándose por la penitencia y el sacrificio, alimentándose con los sacramentos, frecuentando el sagrario, tratando tiernamente a la Madre del cielo, examinándose y sublimando, con sincera humildad, las motivaciones de sus actos.
Por la fidelidad a las prácticas de piedad, avaladas por la experiencia de la Iglesia, estimando su valor y empleándose de corazón, vitalizarán lo normal y lo ordinario, deificándose progresivamente, en su ser y en su obrar, por la comunión con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. (Cf. PO 18; OT 8-9; RFIS, VIII. 45, 54; RIS 43, 50.)
Espiritualidad comunitaria #
16. Ha de tener gran relieve la dimensión comunitaria de la espiritualidad, tan eclesial y tan cara a la sensibilidad moderna. Reálcese la solidaridad humana con la comunión sobrenatural; fortalézcase la renuncia al individualismo y sus escorias con el anhelo y búsqueda del bien común.
Una vez recibido el presbiterado, resultará en cierto modo más connatural la fraternidad sacramental del orden, si ha sido preparada por intensa oración en común, intercomunicación de ideas y bienes, cordial convivencia, cooperación apostólica, etc. (Cf. PO 8; PC 15; OT 9; RFIS 46-47; RIS 27, 29.)
Eucaristía y liturgia #
17. La Eucaristía ha de ser y aparecer como el centro de toda la vida del Seminario.
Todos sacarán de ella la inspiración, el estímulo y las energías para el camino a la perfección.
Se la debe reservar el lugar preeminente de la jornada.
Y ha de procurarse una esmerada preparación personal y comunitaria. Así como en la celebración ha de evitarse dar pábulo a sentimentalismos, novedades, excesiva variedad o cambios; es mejor que llegue suave y honda al espíritu.
Procúrese por todos los medios una eficiente inserción en lo cotidiano y una estimulante proyección al futuro.
Su celebración se enmarca en la Liturgia de las Horas –de las que alguna ha de hacerse en común– y en el culto a la presencia sacramental que hay que cultivar. La vida litúrgica no es conocimiento y cuidada ejecución de actos públicos; se nutre en la piedad personal y la fomenta. Promuévase la adoración y la reparación, la correspondencia a la presencia de Cristo en nuestros sagrarios, incluso con actos comunitarios engarzados en la trama normal de la vida y en ocasiones especiales. Estimúlese el aprecio a la oración del pueblo y por el pueblo, que se convertirá en una de las fuentes principales de oración. Venérense y cuídense los lugares sagrados y obsérvense cuidadosamente los tiempos litúrgicos, organizando actos que les den relieve para recibir la influencia santificados buscada por la Iglesia. (Cf. LG 11; SC 10, 17-19; OT 8; RFIS VIII, 52-53; RIS 45-48.)
Penitencia y dirección espiritual #
18. La necesidad insoslayable de la purificación, para seguir a Cristo, reclama la virtud de la penitencia y el ejercicio constante y pluriforme de la mortificación y el sacrificio, personal y comunitario.
Especialmente se ha de exhortar a la recepción frecuente del sacramento de la penitencia, de la que se derivarán, como frutos preciosos, una mayor conciencia de pecadores y experiencias más profundas de conversión.
La dirección espiritual comunitaria y privada, desde los primeros pasos y a lo largo del camino de la perfección, tan útil para todos, es necesaria para los aspirantes al sacerdocio. Y es sabio atenerse a los consejos de la Iglesia en cuanto a las modalidades para su práctica. (Cf. PC 18; OT 3; PO 18; RFIS, VIII. 55; RIS 46.)
Recogimiento #
19. El Maestro divino buscaba la soledad para sí mismo y para los discípulos. Procúrese en el Seminario un amplio silencio, necesario para el descanso, el trabajo y la oración, que se haga silencio interno o serenidad interior. Así se creará un ambiente para el trato con el Señor, donde se nutre el amor del que dimana el auténtico servicio fraternal.
Ayudan mucho a la formación ciertos tiempos periódicamente dedicados a un mayor silencio y reflexión: charlas o instrucciones, revisiones de vida, retiros, intensificación de la oración en tiempos litúrgicos, ejercicios, períodos de mayor dedicación en lo espiritual (principio de estudios eclesiásticos o de teología, preparación de diversos pasos hacia la ordenación). Han de ser preparados y aprovechados al máximo. (Cf. OT 8, 11, 13; PC 6; RFIS VIII, 56-57; RIS 50-51.)
Exigencias evangélicas #
20. El plan del Seminario ha de tener muy en cuenta las peculiares exigencias señaladas por el Concilio para los presbíteros: humildad y obediencia, castidad y celibato, y pobreza voluntaria.
a) Foméntese el auténtico amor a la pobreza, tan felizmente reclamada hoy, tan difícil siempre y tan precisa para la verdadera libertad de espíritu; aval de la actitud cristiana hacia el mundo y los bienes terrestres, ante los ricos y poderosos o los débiles, pobres, necesitados y marginados; disponibilidad para toda comunicación de bienes, austeridad. sencillez y desprendimiento no sólo de lo superfluo, sino también de lo necesario, si fuera pedido por las circunstancias.
Esto no disminuye, sino que coloca en su lugar la estima de los bienes del mundo en función del bienestar de los hombres y del desarrollo de los pueblos. (Cf. PO 17; OT 9; RFIS VIII, 50; RIS 65-67.)
b) Siempre sería necesaria, en un Seminario, una educación afectiva y sexual adecuada a los muchachos que han de vivir radiantemente la gracia santificante. Pero adquiere un peculiar relieve por la sabiamente reafirmada disciplina del celibato sacerdotal, tan connaturalmente enraizada en el Nuevo Testamento y tan genuinamente apoyada por la tradición eclesial, por su múltiple armonía para la vida y las tareas del ministro de Cristo.
Los seminaristas habrán de tener, además de la mejor educación, ayudas poderosas y fuertes estímulos de todo orden, para conocer profundamente. desear con fervor, pedir con humildad, recibir con gratitud y proteger con circunspección el don de la perpetua y perfecta castidad por Cristo y su reino, como disposiciones de garantía para guardarlo íntegra, alegre, humilde y agradecidamente.
Una vida especial pide una educación especial.
Es necesario que los seminaristas perciban gozosamente, a la luz de la fe, por la reflexión y la contemplación, ayudados por la dirección espiritual, el valor evangélico, eclesial y pastoral de este don, que han de desear, buscar y recibir con responsable libertad psicológica, social, moral y eclesial, asegurando el grado de madurez humana, ascética y mística, necesario para la personal elección y vivencia del celibato como sublimación de las mejores aspiraciones humanas y plenitud de entrega.
Se les educará positivamente para un amor intenso y casto a las personas, en orden a una vida futura de constante interrelación y oblación de servicio. Oriénteseles para que, en el trato de los compañeros, en la comunidad, en los grupos con que trabajen o vivan, en las actividades sociales o apostólicas estimulen conscientemente, experimenten y manifiesten, a ejemplo de Cristo, la Virgen y los santos, un amor humano sincero, concreto, intenso, abnegado y sobrenatural a todas las personas, aunque ha de ser especial para los más necesitados.
Evitarán, sin embargo, nítida y resueltamente las relaciones individuales que tiendan a implicarles con cualquier persona, especialmente de diverso sexo, sobro todo si se inclinasen a ser solitarias, intimistas, largas. Se forman con ánimo de ser para todos y sólo para el Señor. Su amor humano ha de ser fuerte y generoso, pero a la vez universalista y sublimado. Son perjudiciales y reprobables las experiencias o escarceos en otra línea. El sujeto y objeto de su amor pleno es Cristo. (Cf. PO 16; OT 10; RFIS VIII, 48: GE 1.)
c) La misión trasciende las luces y poder del individuo. Consciente de su personal insignificancia, el presbítero habrá de fomentar su decisión de colaborar. Humildad y obediencia son actitudes sumamente necesarias para el sacerdote; con ellas la caridad pastoral lleva a aceptar, por fe, cualquier menester, aun el más oscuro, persuadido de las limitaciones personales y de lo imprescindible de la complementariedad y la cooperación.
Es especialmente necesario cuidar y fortalecer la comunión, especialmente con los que ejercen el servicio de gobierno.
La actitud de obediencia no anula la responsabilidad ni impide integrar perfectamente la iniciativa, la sencilla exposición de necesidades, proyectos y deseos con la cordial aceptación de las decisiones del superior.
La preparación para la obediencia ha de ser, como en otros aspectos, activa: probada por el ejercicio en el mismo Seminario. Los superiores la pedirán, a ejemplo de Cristo, que la exigió a sus discípulos directos. Los jóvenes de hoy son también muy capaces de una obediencia inteligente, sincera y humilde, en espíritu de colaboración y generosidad, aunque son más inclinados a conocer los motivos y ver los ejemplos. (Cf. LG 28; PO 7,15,17; OT 9,11; RFIS VIII, 49; RIS 60-63.)
Formación humana y disciplina #
Formación integral humana #
21. La formación específica sacerdotal ha de incorporar lo cristiano y lo humano. El sacerdote ha de tender a ser cristiano en grado eminente, y las virtudes cristianas exigen y realzan a las llamadas humanas. Todas son reclamadas por el ministerio: se hace necesaria una rica simbiosis de todas para la eficacia y autenticidad de la misión.
Habrá que procurar, pues, la madurez humana, hoy tan traída y llevada, que se manifiesta en la estabilidad de espíritu, el dominio del temperamento, la reciedumbre de carácter, la aptitud para juzgar situaciones y acontecimientos, actitudes y personas, capacidad para prudentes decisiones, sinceridad, bondad de corazón, constancia, fidelidad a la palabra, preocupación por la justicia, urbanidad, moderación en juicios, palabras y gestos, sencillez, modestia, espíritu de servicio, laboriosidad, capacidad de adaptación, diálogo y colaboración, disposición a la simpatía, ayuda y amistad, espíritu de iniciativa, humor, etc. (Cf. PO 3: OT 11; RFIS VIII, 39, 51; RIS II. intr., 19-25.)
Equilibrio y flexibilidad social #
22. La vida de Seminario, cuando se mueve en el orden, silencio, estudio, esfuerzos personales de superación, interés de unos por otros y unión con Dios, programada según los principios y normas de la pedagogía cristiana, conduce a perfeccionar la personalidad, fomentando la madurez de criterios, aspiraciones y sentimientos, y estimulando la adquisición y fortalecimiento de los hábitos y actitudes necesarios para una vida de modesto servidor del pueblo, solidario con los copresbiteros, cooperador del obispo.
El intercambio, en grupo y comunitariamente, entre compañeros y con los superiores, ayuda a fortalecer la flexibilidad interna, desarrollar el arte de escuchar, de hablar con tino y bondad y de entablar relaciones de respeto con todos.
Quienes no manifiestan aptitudes claras para la intercomunicación y vida común presentan serias dudas para la ordenación. (Cf. LG 28; PO 6-9; OT 11, 29; RIS 27-32.)
Madurez afectiva #
23. Tema de particular importancia para la formación de jóvenes seminaristas es la educación afectiva, tan vinculada a la sexual, habida cuenta de las posibilidades e inconvenientes, obstáculos y ayudas de la comunidad y el internado: se han de corregir deformaciones criteriológicas, estimular la madurez de sentimientos, fomentar las rectas inclinaciones del corazón, para salir de sí, entregarse benéficamente a los otros y consagrarse gozosamente a Cristo.
Esto requiere prolongada, intensa y exigente preparación. Y tiene mucha importancia un ambiente activo, alegre, pleno de amor cristiano y de confianza, en cuanto sea posible conseguirlo. (Cf. GE 1; RFIS VIII, 48-49, 52.)
Actitudes juveniles actuales #
24. Los educadores habrán de estar alerta a las actitudes de la juventud actual, con las cuales los seminaristas son solidarios en mayor o menor grado: deseos y exigencias de sinceridad, propensión a lo nuevo, estima de este mundo con sus progresos y su técnica, ansias de inserción y solidaridad, aspiraciones de comunión en grupos, inseguridad o inconstancia en las decisiones, carencia de docilidad a los mayores, inadaptabilidad al medio real o idealismos, agresividad intensa, actitud crítica y difícil ante la autoridad y las instituciones.
Esto pide un esfuerzo para comprender, discernir y calibrar, a fin de poder orientar; sin insistir en inútiles convencionalismos, debe fomentarse el diálogo que, apoyado en lo bueno de la juventud, conduzca al equilibrio en las relaciones con el mundo actual, entre la historia y el futuro, la fidelidad y la renovación, la libertad y la obediencia, el entusiasmo por lo personal y el imprescindible apoyo de lo institucional, sin caer en utopías y sin que el superior fomente, acaso inconscientemente, ese mismo idealismo y critica excesiva, necesitados de corrección.
Es necesario distinguir entre fines, objetivos intermedios u operacionales, y procedimientos, pero también lo es la convicción de que hay que emplear ciertos medios, aun dolorosos, en función de la perfección querida por Dios.
Se ha de aspirar a que la disciplina sea observada de forma que, sin dejar de ser seria y constante, resulte, más y más, fruto de una actitud interna de los educandos, aceptando por convicción las directrices y cumpliéndolas por motivos de virtud, conscientes de que la autoridad de la Iglesia puede y debe decidir lo que es un Seminario. (Cf. GS 25- 27; OT 11; RFIS, intr. 2; GE. intr.)
Formación intelectual #
Plan de estudios #
25. El plan de estudios del Seminario señala las etapas, fases, contenidos y finalidades de los estudios y de su conjunto; la sistematización y organización, y la metodología renovada de las disciplinas.
La Jerarquía, desde el Vaticano II, ha dado directrices concretas en este aspecto, y se ha adquirido una experiencia rica en orden a una mayor y mejor formación exigida por el ministerio que se ha de ejercer en un mundo de creciente elevación cultural. (Cf. OT 13-18; RFIS IX, 59-93; RIS 98-128.)
Los estudios y el conjunto de la vida del Seminario #
26. Conviene recalcar la influencia de la formación intelectual en toda la formación, su peso decisivo en la marcha de la institución. Es como el deber profesional que absorbe la mayor parte del tiempo y las energías de los alumnos, modela su mentalidad, sus convicciones, sus decisiones y su vida de fe, de reflexión y oración.
El plan de estudios se orienta a que, además de una cultura general adecuada, se adquiera una amplia y sólida instrucción y penetración de las ciencias sagradas, de modo que el conjunto de las disciplinas armoniosamente articuladas, aptamente transmitidas y profundamente asimiladas, prepare las inteligencias y los corazones a la predicación del mensaje y el misterio de Cristo, culmen y venero de la historia de la salvación que realiza la Iglesia en el mundo, sobre todo por el ministerio apostólico sacerdotal. (Cf. LG 7,28; GS 58.62; PO 19; OT 14: RFIS IX, 59; RIS V, intr.)
Orientación #
27. Importa, pues, muchísimo que los estudios se organicen y realicen con exigencia, equilibrio y atención personal, conforme a un plan, con voluntad de firme adhesión a su contenido divino en servicio a los hombres de hoy y su cultura, con obediencia a la fe, respeto a la Tradición, comunión con el Magisterio histórico y actual, fidelidad en la renovación y los esfuerzos de investigación crítica, atendiendo conjuntamente a lo positivo y lo especulativo, lo espiritual y lo pastoral, procurando un humanismo rico, pero abierto y ansioso de lo divino, evitando el intelectualismo frío y el angelismo descarnado, con amplio campo para la actuación del Espíritu.
El estudio debe ser la mejor y más imprescindible preparación pastoral. (Cf. OT 4; RFIS XIV, 86-89. XV, 90-93. XVI, 94; RIS 101.)
La formación pastoral #
Teórica #
28. En el Seminario todo se encamina a la formación de pastores.
Pero además se ha de prestar una ayuda educativa expresamente pastoral, universalista y misionera enfocada hacia la Iglesia local y el ambiente socio-religioso en que los candidatos han de ejercer su ministerio.
En cuanto a instrucción se señalan: catequética y predicación; sacramentos, culto y devociones; gobierno y administración del pueblo; pedagogía de la fe, diálogo, dirección espiritual; conocimiento de los hombres, de los grupos, de la sociedad; promoción y cultivo de vocaciones especiales; apostolado asociado y movimientos seglares; ejercicio de la caridad y promoción de la justicia; trato con las mujeres atendida su especial psicología y según su estado y edad; sentido de comunión con los problemas generales de la Iglesia, misiones, ecumenismo, desarrollo, diálogo con el mundo…
Evidentemente el campo es amplio y no debe abarcarse sin una cierta profundidad. Se podrán integrar elementos de diversas asignaturas, que ya por sí mismas habrán de procurar la orientación pastoral.
La doctrina es base necesaria para la práctica. (Cf. LG 33; GS 62; ChD 16-18; OT 10-20; AA 25; PC 18; AG 16; GE 4; RFIS XVI, 94-96; RIS 79-83, 97.)
Práctica pastoral #
29. Además del dominio de los contenidos, la clarificación de objetivos, el conocimiento de las personas y el estudio de las técnicas de apostolado es necesario un entrenamiento programado y estimulante. La práctica es parte integrante de la preparación del pastor.
Aunque claramente no puede ser lo primero, habrá que procurar una dosificada, perseverante y progresiva experiencia personal y en grupo; condicionada a la edad y curso, las condiciones del lugar, el número de alumnos y, sobre todo, a las exigencias primarias de la disciplina, estudio y piedad.
Se seguirá el juicio del prelado, en quien convergen informaciones y planes, y a quien incumbe la orientación última.
Se regirá por una planificación y será oportunamente revisada a la luz de los principios estudiados; y, habrá de realizarse bajo la dirección de sacerdotes prudentes y experimentados que muestren campos y senderos, acompañando con su consejo, estimulo y control. Y ha de resultar patente la graduación de valores, con relieve de lo sobrenatural. (Cf. OT 21; RFIS XVI, 97-98; RIS 83.)
Plan concreto #
30. Un plan concreto y realista para los diversos ciclos, que evite tanto el aislacionismo vivencial de las realidades socio-pastorales como el ensayismo ligero, la evasión y el activismo, liberará de una marcha incierta.
Son fáciles la superficialidad, el esnobismo, el ansia de satisfacciones y gusto de la eficacia real o aparente, y las mismas experiencias negativas por sí, por las circunstancias o la orientación.
Las pruebas de los hechos son ya demasiado claras.
Normalmente las actividades más apropiadas serán: catequesis de niños y juvenil; participación en la liturgia; ayuda a grupos de niños, jóvenes, etc.; promoción vocacional e incluso alguna acción en el Seminario Menor; ejercicio de la caridad y la misericordia; visitas a enfermos, pobres, encarcelados: participación en asociaciones y grupos de oración; algún contacto dirigido con agnósticos, separados…
Deberán ir comprendiendo la eficacia real de la pastoral ordinaria, sencilla y perseverante, que no suele aportar satisfacciones fuertes ni entusiasmar, pero es siembra eficaz.
Una parte del aprendizaje práctico corresponderá a los cursos escolares, a cuya marcha puede ayudar discretamente.
Mayores posibilidades pueden ofrecer las diversas vacaciones y el verano; aunque esto pedirá sacrificio a los alumnos, sacerdotes y educadores.
Los viajes, en busca de experiencias y contactos, si son fuera de la nación y se juzgan muy provechosos, habrán de ser programados y realizados, como expresamente pide la Santa Sede, bajo control de los Prelados de origen y de lugar de la experiencia.
La anarquía e improvisación, y el trabajo, como suele decirse, a salto de mata, no pueden menos de ser negativos. Alguna excepción confirmaría la regla.
Una etapa más intensa puede programarse para después de los estudios filosófico-teológicos en un tiempo de ejercicio de los ministerios de lectorado, acolitado y diaconado, según directrices concretas. (Cf. RFIS XVI, 97-99; RIS 84-88, 93-97.)
La formación permanente #
Necesidad y condiciones #
31. Además de las normas de la jerarquía, la experiencia va clarificando la idea de la necesidad de la llamada formación continuada o permanente, después del Seminario. Este puede contribuir a ella de diversas maneras.
Es de capital importancia contar con personal directivo competente, experimentado y virtuoso. Y la presencia de sacerdotes de edad y experiencia favorecerá la evolución de los más jóvenes y enriquecerá la fraternidad del presbiterio.
Se están estudiando y ensayando métodos diversos.
- Año de ejercicio de los ministerios y el diaconado, siendo conjuntamente miembro del Seminario y del presbiterio diocesano. La permanencia en el Seminario puede organizarse de diversas maneras; por ejemplo, un mes cada trimestre.
- Tiempo de iniciación en que los neosacerdotes, viviendo cercanos, sigan teniendo clases formales de teología pastoral, además de responsabilidad ministerial.
- Años de reuniones periódicas en que se estudie un programa y se reflexione en grupo sobre planes pastorales y acontecimientos especiales.
- Cursillos periódicos durante varios años.
- Cursos de verano para estudio, reflexión y convivencia.
- Mes sacerdotal, a los cinco años, dedicado, por partes, a ejercicios espirituales, a diálogo y revisión y a estudio.
- Curso completo de renovación, con cese de actividades pastorales.
Pueden, como es lógico, elegirse varias de estas fórmulas y combinarlas de diversas maneras. Convendrá estar atentos a los planes que preparen las Conferencias Episcopales y ofrezcan diversos centros o instituciones.
El Seminario puede prestar grandes servicios en estos programas a nivel diocesano, así como en ciclos de conferencias, semanas de estudios, etcétera. Sus posibilidades son más asequibles y menos costosas.
Además, es prolongación lógica de su misión en favor del clero que, a su vez, lo ha de estimar y apoyar con todo su cariño y eficacia. (Cf. OT 22; RFIS XVII, 100-101.)
Toledo, septiembre de 1973.
Marcelo González Martín
Cardenal Arzobispo de Toledo – Primado de España
Sección Segunda
Exhortaciones pastorales con motivo
del día del Seminario