Exhortación pastoral, 28 de febrero de 1973: apud Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, marzo, 1973, 136-142.
Queridos diocesanos: la próxima festividad de San José me invita a escribir estas líneas para pediros a todos, sacerdotes y fieles, que dediquéis vuestra atención en esa fecha al Seminario diocesano con el fervor y la simpatía con que lo hacíais años atrás.
Estamos empeñados en que nuestro Seminario de Toledo vuelva a ser lo que fue y alcance incluso metas más altas en todos los órdenes. La ordenación definitiva del mismo se producirá a final de este curso. Hoy, mi propósito es brindaros algunas reflexiones para esta jornada que se avecina.
Llamamiento y vocación #
El diálogo entre Yahvé y el joven Jeremías hace presente a Dios en su majestad y en su ministerio y al hombre en su temor y generosidad, en su poder de resistencia y de acogida (Jr 1).
Las vocaciones en el Antiguo Testamento son elección para misiones diversas. Sin embargo, la vocación añade algo a la elección y a la misión: una llamada personal a la conciencia que modifica radicalmente su existencia.
Jesús multiplica los llamamientos a seguirle. La vocación especial es el medio para agrupar en torno suyo a los Doce (Mt 4, 18-22). También dirige a otros llamamientos análogos (Mc 10, 27-31). Y el gesto del Señor provoca actitudes que comportan: atender a su palabra, dejarlo todo, e ir en pos de su persona. Las dificultades y los riesgos son compensados con creces a quienes le siguen.
Las comunidades de la Iglesia naciente percibieron también la condición cristiana como la vocación básica. La predicación de Pedro en Jerusalén es una convocatoria semejante a la de los profetas, tratando de suscitar respuestas personales con repercusiones comunitarias (Hch 2 y 4). Pablo hace reflexionar a los fieles sobre su vocación (1Cor 1, 26).
Modernamente el Padre Rahner escribe sobre la vocación en diversos significados: «Se entiende, en sentido descriptivo, por vocación, el conocimiento que un individuo tiene de que una profesión o forma de vida está de acuerdo con la voluntad permisiva o preceptiva de Dios y de que es la realización de la tarea vital en que se puede conseguir la salvación eterna, En este aspecto cualquier forma de vida puede ser vocación, incluso la que menos me atrae, puesto que lo más difícil puede ser en realidad lo que hay que hacer.
Se habla sobre todo de vocación al sacerdocio o a la vida religiosa, aunque no exclusivamente. Hay que admitir la existencia de semejante vocación, cuando se cumplen los presupuestos o condiciones espirituales y morales requeridos por tales formas de vida y se eligen éstas por motivos justos que siempre han de ser desinteresadamente religiosos.
Además de esto se requiere también que la Iglesia esté dispuesta a admitir los servicios que en los diversos estados se realizan en beneficio de ella y dentro de su ámbito.
La problemática ulterior de la vocación desemboca en el conocimiento del deber particular, no determinado con exactitud por el conocimiento del deber general. No es sino un problema de ética individual.» (K. Rahner. Diccionario teológico, Barcelona 1966, 779).
El Día del Seminario invita a reflexionar primordialmente sobre la vocación al ministerio sacerdotal, que supone las dotes humanas necesarias, competencia doctrinal e idoneidad moral, y lleva a entregarse a Dios y al servicio religioso de los demás. Y este año el lema nos convida a resaltar el aspecto comunitario en el nacimiento de la vocación.
Es constitutivo de la individualidad personal el «ser con», vivir su inserción en la comunidad a diversos niveles. La comunidad no es nada sin la persona y la persona no subsiste ni se desarrolla sin la comunidad.
Por comunidad entendemos aquí primordialmente aquella realidad que la Revelación tiene ante los ojos cuando habla de comunión de Dios y su Cristo en el Espíritu, y la misteriosa sociedad fundada y sostenida por Él en orden a la salvación, que se realiza en comunidades más reducidas, entre las que sobresalen la familia, la parroquia y la diócesis.
La vocación y la familia #
La familia, célula de la sociedad, fuente de vida por el amor santificado en el sacramento, tiene por su misma constitución una misión socio-religiosa trascendental, Es raíz de vida cristiana, lugar natural de encuentro con Dios y de comunión religiosa entre los miembros, arada de ideales de entrega y servicio. Aún tienen vigencia aquellas palabras: «En los ojos, en los labios y en las rodillas, especialmente de las madres, está el porvenir de los hijos, y a ella se debe en buena parte la vocación al heroísmo y al sacerdocio».
Es, pues, de trascendental importancia conservar y perfeccionar las esencias de nuestra tradición familiar, enriqueciéndola con los nuevos elementos de una fe más consciente y una piedad más actualizada.
La pluralidad de miembros entraña naturalmente pluralidad de aspiraciones y carismas; pero una intensa participación religiosa exige el planteamiento de vocaciones especiales, incluida la sacerdotal. A este respecto complace recordar cómo las familias españolas deseaban con vehemencia dar a la Iglesia hijos sacerdotes o religiosos, y cabe estimar que este rescoldo, cubierto de cenizas, aguarda el soplo de la reflexión serena y de la gracia, para arder de nuevo.
«En esta como iglesia doméstica –la familia cristiana– los padres han de ser para con sus hijos los primeros mensajeros de la fe, tanto por su palabra como por su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno, mas con mimo especial la vocación sagrada.» (LG 11)
Una pedagogía adecuada conseguirá la conciencia de comunidad eclesial estrecha, rica y expansiva, que es real cuando los miembros se interpelan sobre su comportamiento cristiano, sobre la presencia de Iglesia que ellos representan y sobre lo que les exige su condición de bautizados en orden a la implantación del Reino. No les será así difícil descubrir su puesto y su tarea como cristianos y, con la gracia de Dios, seguir en su caso la vocación sacerdotal.
Nuestro tiempo ha visto decrecer el número y calidad de las vocaciones, contribuyendo a eso en gran escala la descristianización de la familia, amén del materialismo ambiental, los halagüeños horizontes profesionales, etc. Pero todo es superable si la familia se fortalece, reza unida y es consecuente con su obligación de fomentar en sí misma y en sus áreas de influencia, los verdaderos valores humanos y religiosos, y entre ellos, la idea de consagración a Dios y a su Iglesia.
La vocación y la parroquia #
La parroquia, creación de la Iglesia para la evangelización, comunidad misionera de culto y caridad, es siembra, estímulo y sostén de la fe por la proclamación de la palabra, torrente de vida y alimento del espíritu por la acción sacramental, ambiente natural para la colaboración y los servicios fraternos. Alguien la ha llamado, y con fortuna, cátedra de la verdad y de la vida que nos abre la esperanza de la gloria.
Entre las numerosas concausas de la disminución de ingresos en el Seminario, desconciertos de la hora presente, crisis clericales, facilidad de acceso a la cultura, etc., una buena parte es debida también al hecho de que los fieles se mueven fuera de la órbita de influencia de la parroquia, que ha bajado en estimación por las corrientes excesivamente secularizadoras, a veces impulsadas por los mismos sacerdotes, con daño cierto para la vida cristiana del pueblo y especialmente para la posibilidad vocacional. Mas, a pesar de esta mentalización acusada, la parroquia puede ser marco adecuado para una eficiente pastoral vocacional.
Un culto esmerado y digno impresiona favorablemente a padres e hijos, un cristianismo recio y consecuente, la caridad generosa y amplia, la vitalidad de las asociaciones, el apostolado con el mundo infantil y juvenil sembrando ideales nobles y exigentes, la ejemplaridad inmediata del sacerdote desprendido y enamorado de su deber y de su sacerdocio, etc., son estímulos poderosos. Utilicen las comunidades parroquiales estos medios para suscitar el espíritu de la vocación en la seguridad de que la gracia del Señor hará germinar la sementera. La entrega de los sacerdotes a su comunidad, su testimonio de hombres de Dios, de la Iglesia y de los hombres pueden hacer el milagro, si es preciso, de una nueva fecundidad vocacional. Se puede comprobar que donde hay un sacerdote configurado a Cristo, dócil a la Iglesia, que cree firmemente en la oración y en el trato íntimo con el sagrario, las vocaciones florecen tarde o temprano.
Os encarezco, hermanos, pongáis toda diligencia en promover la obra de las vocaciones tan vital para la diócesis y la Iglesia.
«Este deber –de atender a las vocaciones sacerdotales– pertenece a la misión misma sacerdotal, por la que el presbítero se hace ciertamente partícipe de la solicitud de toda la Iglesia, para que aquí en la tierra nunca falten operarios en el Pueblo de Dios. Pero ya que hay una causa común entre el piloto de la nave y el navío… enséñese a todo el pueblo cristiano que tiene obligación de cooperar de diversas maneras… para que la Iglesia siempre tenga los sacerdotes necesarios.» (PO 11)
La vocación en la comunidad diocesana #
La diócesis, porción del Pueblo de Dios que camina hacia la tierra prometida bajo la guía del prelado, es una organización eclesial en función de la comunión entre sus miembros y con la Iglesia universal.
Servicio y comunidad son conceptos y valores muy cotizados hoy. La Iglesia, atenta a las corrientes sanas y constructivas, realza en nuestros días estos elementos constitutivos de su ser. Integrada por todos los bautizados, todos van recibiendo, por su unión a la Cabeza, la savia vivificante del Espíritu. Salud y prosperidad del Cuerpo dependen de la perfección existencial y funcional y de la armoniosa inserción de los miembros: crecimiento hasta la madurez plena de su ser y aportación al conjunto.
Una mirada universalista, y por ende católica, generando preocupación por el Cristo total, nos llevará de la mano a conocer cuáles son los elementos imprescindibles, descubriéndonos fallos y remedios, y pondrá de relieve la urgencia del servicio ministerial a escala diocesana y universal, como medio indispensable para actualizar el mensaje evangélico, y motor de toda animación espiritual, sin que disminuyamos lo más mínimo la acción directa de Dios ni el muy necesario y querido apostolado seglar.
En estos tiempos ahítos de hedonismo, llenos de confusiones ideológicas, y escindidos en grupos que amenazan la catolicidad, nada es tan necesario como el sacerdote consciente de su entronque con Cristo, dócil a la Iglesia, entregado a su quehacer espiritual, comprometido con la doble dimensión de su ministerio: glorificación y alabanza de Dios y servicio misionero.
Esto sólo puede alcanzarse, si toda la comunidad diocesana –fieles, asociaciones, religiosos, sacerdotes y obispo– pone pleno empeño en preparar el campo y descubrir las semillas vocacionales que Dios distribuye en su seno, en fomentarlas, en suministrar los medios para promover y educar a los llamados, y en pedir colectiva y privadamente, con fe y perseverancia, al Dueño de la mies que envíe obreros a sus campos.
Recomendaciones #
Como consecuencia de las anteriores reflexiones, recomiendo encarecidamente, con motivo del Día del Seminario, meditación serena, oración y actitud decidida y práctica sobre los puntos siguientes:
- Que en nuestras familias siga siendo válido el tradicional criterio de valorar como un timbre de gloria muy agradable a Dios la elección de algunos de sus miembros para consagrarse a Él en el sacerdocio o la vida religiosa.
Foméntese un clima de auténtica, renovada y sólida piedad en el hogar, fértil tempero para la rica personalidad cristiana de cada miembro: así, en un respeto máximo a la misma, se facilitará el posible nacimiento y maduración de la vocación sagrada. Un ambiente paganizante ahogaría los gérmenes de bien y asfixiaría en su propia cuna los arranques generosos en la línea de la consagración a Dios. - Consideren las parroquias como especial bendición, y los sacerdotes como el fruto más sazonado de su pastoral, la floración de vocaciones sacerdotales y religiosas. Ella es índice claro de vitalidad cristiana y de acertada orientación creadora de los pastores y directores de conciencia. Por el contrario, no es buen indicio el poco aprecio de las vocaciones y del Seminario, y mucho peor la indiferencia ante los requerimientos que se hacen en favor del mismo y el criticismo agrio y estéril.
Deseo que la Archidiócesis entera tome conciencia de la necesidad de apoyar al Seminario y secundar los proyectos que sobre él acariciamos, se responsabilice del problema vocacional y ayude, con medios espirituales y materiales, al remozamiento del centro de formación más vital de sí misma, en lo humano, lo científico y lo religioso, conforme a las exigencias del Concilio y de la Iglesia en la hora presente. Y, que todos, sacerdotes, religiosos y seglares, grupos, asociaciones y comunidades eclesiales promuevan y favorezcan –en la línea marcada por el Santo Padre de manera clara y permanente– campañas de mentalización vocacional y colectas en favor del Seminario, particularmente la del día de San José.
Recurramos a la Virgen del Sagrario, Madre del sumo y eterno Sacerdote, y al glorioso patriarca San José, bajo cuyos auspicios está la obra de vocaciones, para que este año el Día del Seminario avance en el ritmo de generosidad y entusiasmo proverbiales entre vosotros.
Dios os pague la grata acogida a mis palabras dictadas por el amor a nuestro Seminario, a todos vosotros y a su Iglesia santa.
Toledo, 28 de febrero de 1973.