Hombres sí, pero «otros hombres»

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Hombres sí, pero «otros hombres»

Exhortación pastoral, febrero 1987: en Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, febrero, 1987, 136-140.

A los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles de la Archidiócesis de Toledo

Os invitamos de nuevo a la celebración del Día del Seminario, cuando resuenan todavía en nuestras conciencias las palabras del Santo Padre a los Obispos de esta provincia Eclesiástica, con motivo de nuestra reciente visita Ad Limina, el 19 de diciembre pasado:

«Antes de concluir este encuentro, no quiero dejar de mencionar con gozo el progreso alcanzado en la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas en vuestras Diócesis. El aumento del número de vuestros seminaristas mayores y menores es muy esperanzador. A este propósito el documento “La formación para el ministerio presbiteral. Plan de formación sacerdotal para los Seminarios Mayores”, aprobado por la Santa Sede a propuesta de la Conferencia Episcopal Española, os ofrece un cauce espléndido para armonizar debidamente sus dimensiones espiritual, humana, doctrinal y pastoral según el modelo de Cristo Pastor, vivido en la aceptación gozosa de la comunidad jerárquica de la Iglesia»1.

Podéis comprender, amados sacerdotes, religiosos, seminaristas y fieles toledanos, la gozosa satisfacción de vuestro Prelado mientras el Santo Padre iba pausadamente subrayando sus propias palabras en esta paternal observación, de tanta trascendencia para la situación actual de nuestras comunidades eclesiales en España.

Tanto más, cuanto todavía resonaban en nuestro corazón otras palabras con que el mismo Juan Pablo II, apenas dos meses antes, había reiterado su preocupación en este punto ante otro grupo de obispos españoles de distintas provincias Eclesiásticas.

«Gracias a Dios parece haber tocado fondo la “crisis de vocaciones», estrechamente vinculada a la “crisis de identidad sacerdotal»; pero aún falta mucho para llegar a una recuperación satisfactoria. Esta sólo se conseguirá, cuando el modelo sacerdotal se ajuste plenamente al diseñado por el Magisterio de la Iglesia, y se apliquen fielmente en los seminarios las normas establecidas por la Santa Sede. Procurad a toda costa que los formadores y profesores de vuestros seminarios mayores y menores sean ejemplarmente fieles a estas normas»2.

El día del corazón de la Diócesis #

A poco que conozcáis a vuestro Prelado, sabéis todos los diocesanos que, desde que inicié el ministerio pastoral en esta Archidiócesis, mis primeras preocupaciones y mis más íntimos desvelos se centraron en el Seminario. O, por mejor decir, en nuestros Seminarios.

Y debéis estar convencidos de que en este punto nunca cederemos ni en el amor, ni en el trabajo, ni siquiera en la ilusión con que servimos a la Iglesia, a la Archidiócesis toledana, a vuestras comunidades y a todos vosotros. Es, sin duda alguna, lo primero y lo mejor que un Obispo puede hacer por sus comunidades diocesanas en el presente y para el futuro. Especialmente para el futuro. El cual en cada momento de la historia de la Iglesia normalmente se fragua en el seminario que cada diócesis es capaz de forjar, sostener y mimar en las décadas que preceden a cada etapa histórica del Pueblo de Dios.

Los sacerdotes que Toledo precisará mañana, de ley ordinaria ni se repentizarán mañana, ni se pueden improvisar irresponsablemente hoy. Los hemos de forjar nosotros, secundando con fidelidad responsable la acción de la Providencia divina; pero conscientes de que en su semblanza eclesial y en sus «dimensiones espiritual, humana, doctrinal y pastoral», como decía Su Santidad, serán hechura nuestra.

Y hechura nuestra en el más amplio alcance diocesano de la palabra «nuestro»; nacidos de nuestras familias cristianas; descubierta su vocación inicial en nuestras comunidades parroquiales y diocesanas; iniciadas sus conciencias para Cristo y su Iglesia en nuestras catequesis y colegios; forjadas inicialmente sus vidas disponibles para el don del llamamiento y la gracia al pie de nuestros sagrarios; respaldado su desarrollo humano y sobrenatural por nuestra solicitud generosa y nuestra comunión eclesial cristiana. Y, sobre todo, mimada su formación integral precisamente en nuestros Seminarios, que vienen a ser, por ello, el verdadero corazón palpitante de la Diócesis hoy y para el mañana.

En nuestros Seminarios de hoy se está configurando ya el rostro de nuestra Iglesia diocesana en nuestros pueblos y en nuestras parroquias para un porvenir, que todos podemos tocar con las manos y no pocos habrán de experimentar en su propia experiencia cristiana los años venideros. Nada se opone a esto el que atendamos también a seminaristas de otras diócesis y de otras naciones como lo está pidiendo la Iglesia de modo apremiante.

«Fermento del mundo» #

Bajo el lema de contenido evangélico «Fermento del mundo», la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades promueve y anima en España el Día del Seminario en el presente año. Pretende resumir evangélica y teológicamente los que orientaron las campañas vocacionales y Días del Seminario en los años precedentes, cuales fueron:

  • «Hermanos de los hombres y testigos de la esperanza» (1982: año de la visita pastoral de Juan Pablo II a España);
  • (Cristo) «arriesgó su vida por todos. Y tú ¿por qué no?» (1983);
  • «Servidores de la fe» (1984);
  • «Libres para seguir a Jesús» (1985);
  • «Amigos que lo anuncian» (1986).

Las ricas perspectivas con que, bajo estos lemas, se presentaban la vocación sacerdotal, el quehacer en los seminarios como forja de elegidos, y el dinamismo evangelizador que en ellos se trata de infundir en sus vidas, condicionantes de su formación integral humana y cristiana para el ministerio, quedan ahora compendiadas en la misión intraeclesial, que el auténtico sacerdote ha de realizar desde la Iglesia en el horizonte del mundo a la luz del Evangelio: actuar como poderoso fermento del Reino de Dios que, con Cristo y mediante su ministerio de amor pastoral cotidiano, está llamado a ser en las comunidades humanas (cf. Mt 13, 33).

Hombres sí, pero «otros hombres» #

La teología bíblico-sacramental más exacta caracteriza al sacerdote como el hombre de Dios entre los hombres, capacitado por un sacerdocio indeleble para actuar in persona Christi –un «doblaje» ministerial– en y desde el marco revelador y salvífico de su Iglesia. Así, el sacerdocio ministerial es como una «encarnación existencial» permanente de Cristo-Sacerdote-Mediador en hombres llamados y elegidos de entre los hombres (cf. Hb 5, 1ss), y capaces de «hacer puente» con Cristo entre Dios y los hombres (cf. Hb 4, 14ss).

Hombres misteriosamente «alienados» para Cristo; pero marcados para poder ofrecerlo personal y ministerialmente ante las indigencias que de Cristo Salvador tienen permanentemente todos los hombres.

Tal es la grandeza y, al mismo tiempo, la servidumbre del don del sacerdocio del Hijo de Dios, hecho hombre para hacer a los hombres hijos de Dios3; prolongado ahora y actuando, tras los acontecimientos de la redención pascual, en el ser y quehacer cotidianos de hombres con experiencia de Cristo, con sentido y conciencia de Cristo, y hasta con poderes de gracia y salvación de Cristo entre los demás hombres, sus hermanos.

Por ello, una vez consagrados indeleblemente por el sacerdocio, han de ser hombres capaces de transparentar en cualquier entorno humano su cristocentrismo visceral: alentador, al par que dimanante, de su vida y ministerio desde la Persona de Cristo. Hombres, cuya coherencia existencial ya no puede consistir sino en ser Evangelios vivientes de la Persona de Cristo en la Iglesia ante el mundo.

Por decirlo gráficamente hoy, hombres con el profundo cristocentrismo interno y el realismo evangelizador con que, casi instintivamente, aparece y está actuando en la Iglesia entera el primer sacerdote-ministro de Cristo ante el mundo actual, que es Juan Pablo II.

Hombres, en fin, en quienes el Evangelio y Cristo vivo no sean una ideología abstracta o eticista; ni un mensaje idealista o pragmático; ni un apoyo o pretexto profesional intrahumano; ni un mero aval socio-religioso de presencia cualificada en una civilización históricamente cristiana. Sino hombres íntegramente configurados y condicionados por una experiencia arraigada de Cristo y su Evangelio. Y que, además, una vez consagrados por y para el sacerdocio en la Iglesia, sean suficientemente responsables y conscientes de hacer a Cristo presente en medio de los hombres.

Seminarios para «elegidos… consagrados… enviados» #

Con suma precisión proclamaba Juan Pablo II esta visión integral del sacerdote ministerial en nuestra Patria durante su viaje apostólico de 1982. Lo hacía desde su profunda experiencia personal, mientras consagraba en Valencia a nuevos sacerdotes para toda España.

Como en un grito de presentación para toda la Iglesia, subrayaba su condición de elegidos… consagrados… enviados4. El mismo día dejaba firmado su mensaje a todos los seminaristas de España, delineando casi obsesivamente la identidad y la fidelidad de los sacerdotes que hoy la Iglesia necesita.

Elegidos… consagrados… enviados: todo un proceso de transformación misteriosa en unas vidas, en el que se entrecruzan las iniciativas gratuitas divinas, los avales de garantía de la Iglesia de Cristo, los entornos e influencias humanas. Y, por supuesto, las propias actitudes, indigencias, debilidades y generosidad o disponibilidad naturales y sobrenaturales de los llamados por una elección, consagrados por una unción, enviados para una misión. Hasta madurar para ser puestos aparte, segregados, pero no separados, mediante una consagración que absorbe totalmente… haciéndolos instrumentos vivos de la acción de Cristo en el mundo, prolongación de su misión para gloria del Padre5.

Mas, hasta culminar este misterioso proceso, que va desde los primeros indicios –tal vez infantiles– de vocación, hasta la decisiva unción consecratoria del Espíritu y del sacramento en y para la Iglesia de manos del pontífice sobre el elegido y enviado, ¡es la hora del Seminario!

Una hora decisiva, que lleva consigo el lento quehacer de muchos años bajo la permanente responsabilidad de muchas conciencias; condicionada por las urgencias de muchas necesidades materiales, vitales, pedagógicas y formativas. Insoslayables todas ellas en una visión realista del misterio de la Iglesia sin espiritualismos descarnados ni romanticismos utópicos. Y frente a los cuales, toda conciencia medianamente coherente en la Iglesia tiene su peculiar responsabilidad espiritual y temporal y deberá afrontarla en su actitud interior y en su signo revelador externo.

Nuestra obligada atención #

Semejantes necesidades son las que reclaman equilibradamente la comunión eclesial en la oración por las vocaciones: Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies (Mt 9, 38). Como también requieren la generosidad responsable y solidaria de cuantos habrán de ser los destinatarios y usufructuarios del «don» del sacerdocio y de la identidad y fidelidad ministerial, de los propios «elegidos… consagrados… enviados».

Sería infantil ignorar o negar que se trata de necesidades ¡también materiales! Las que imponen la existencia de seminarios suficientes y adecuados para la forja cabal de hombres nuevos y formados íntegramente para el futuro ministerio. Las que reclama el sostenimiento de unas vidas en desarrollo espiritual, intelectual, humano y aún biológico, destinadas existencialmente para los demás. En fin, las que condicionan los medios de todo orden –también financieros– que una formación integral de los futuros sacerdotes comporta y exige.

Todo ello forma parte de la responsabilidad y la conciencia eclesial de nuestros fieles, de nuestras familias cristianas, de nuestras comunidades religiosas, de la Diócesis entera.

Y también en este punto tiene vigencia el principio de autenticidad en las conductas humanas: los índices constatables de las actitudes internas de fe y generosidad son, de ordinario, la propia generosidad y desprendimiento efectivo con que el amor se evidencia en la vida. Cada cual obre según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado; que Dios ama al que da con alegría (2Cor 9, 7).

Pido, pues, que el próximo día 19 de marzo, festividad de San José, en todas las iglesias de nuestra Diócesis se haga la colecta pro Seminario según las normas ya conocidas y se envíe con la mayor diligencia al Seminario Mayor o a la Administración Diocesana.

Muchas gracias. Con mi cordial bendición.

Febrero, 1987.

1 Juan Pablo II, alocución a los obispos españoles de la provincia eclesiástica de Toledo, 19 de diciembre de 1986, 7: apud Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1X-2, 1986, 1996.

2 Juan Pablo II. alocución a los obispos españoles de las provincias eclesiásticas de Burgos. Zaragoza y Pamplona, 24 de octubre de 1986: apud Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IX -2, 1986, 1164-1165.

3 Cf. San Ireneo, Adeversus haereses, 3.19,1; San Agustín, sermón 194, 3-4: BAC 447. 47; San León Magno, sermón 6 en la Navidad del Señor, 2-3: PL 54. 213.

4 Juan Pablo II, alocución del 8 de noviembre de 1982, en Valencia, n.3: BAC popular 53, 216.

5 Cf. ibíd.