Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia

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Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia

Carla pastoral, febrero de 1988: en Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, febrero, 1988, 178-181.

Queridos diocesanos: Nos disponemos una vez más a celebrar el Día del Seminario en la fiesta, ya próxima, de San José, y ello me ofrece la oportunidad de dirigiros esta Carta Pastoral, a vosotros, sacerdotes y comunidades religiosas de la Diócesis, seminaristas, fieles diocesano, y a cuantos de una manera o de otra se interesan por el Seminario de Toledo aun residiendo en lugares diversos de España y de otras naciones.

Un trabajo incesante y silencioso #

Lo primero a que deseo referirme es a esa admirable conjunción de esfuerzos que es la vida del Seminario. Día tras día y de la mañana a la noche, los jóvenes alumnos, con sus educadores y profesores, lo mismo en el Seminario Menor que en el Mayor, se entregan a una tarea nunca interrumpida de progresivo perfeccionamiento en el orden académico, en su espiritualidad cristiana, y en el desarrollo de sus cualidades humanas. En el Seminario hay una comunidad o varias comunidades, un reglamento que ayuda a cada uno en el uso de su libertad y en el dominio de sí mismo, un horario ordenado que permite aprovechar el tiempo y, sobre todo, hay un ideal.

Se aspira constantemente a crear un ambiente que permita, sin coaccionar a nadie, discernir la posible llamada de Dios, a través de la Iglesia y, si es que existe, seguirla con una respuesta noble y generosa hasta llegar al sacerdocio. Para eso está el Seminario, y para eso el trabajo diario y continuado de todos cuantos en él desarrollan y cumplen la misión que se les ha confiado. Así es como los alumnos, en el retiro silencioso que favorece el crecimiento armónico de todas sus facultades. y en la relación normal y sencilla con la sociedad a la que pertenecen, pues no se separan de ella artificiosamente ni desconocen lo que es y lo que ofrece, van madurando sus decisiones y reciben las luces suficientes para tomar una determinación que les comprometa para toda su vida en el servicio a Dios y a la Iglesia dentro del sacerdocio católico.

En unión con Jesucristo, con su palabra y con su vida #

Esos años de Seminario, en que se alternan las horas de silencio y recogimiento con las de la relación y el diálogo con los demás, tienden, ante todo y sobre todo, a fomentar una espiritualidad de profundo amor a Jesucristo, de conocimiento de su Palabra y de su vida, de fidelidad al Evangelio en el robustecimiento y defensa de su vocación. Un seminarista consciente y responsable no puede limitarse a tratar de conocer qué piensa y qué siente el hombre de hoy, aunque ello sea necesario. Sabe que no realizará jamás una pastoral de encarnación auténticamente evangelizadora, si, en los años de su formación y después durante toda su vida, no cultiva con ardiente fe el deseo de vivir íntimamente unido a Jesucristo. El Concilio Vaticano II nos dice a este propósito:

«Puesto que han de configurarse por la sagrada ordenación a Cristo Sacerdote, acostúmbrense a unirse a Él, como amigos, en íntimo consorcio de vida. Vivan el misterio pascual de Cristo de forma que sepan iniciar en el mismo al pueblo que se les ha de confiar. Enséñeseles a buscar a Cristo en la meditación fiel de la palabra de Dios, en la íntima comunicación con los sacrosantos misterios de la vida de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía y en el Oficio divino, en el Obispo que los envía y en los hombres a los que son enviados, especialmente en los pobres, en los niños y en los enfermos, en los pecadores y en los incrédulos. Amen y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, a la que Cristo, muriendo en la cruz, entregó como madre al discípulo» (OT 8).

Así es como ese joven alumno que conoce en qué consiste ser cristiano, va haciéndose cada día más cristiano, es decir, más desprendido de sí mismo, más fiel discípulo de Cristo, más dispuesto a ofrecerse al Señor con todas las consecuencias, cuando la Iglesia le pregunte si quiere seguirle por el camino del sacerdocio.

Ayuda de toda la comunidad #

Tengo sumo interés en exponer estas ideas una y otra vez, de mil maneras distintas, porque creo que es el mejor servicio que yo, como Obispo, puedo prestar a la comunidad diocesana de Toledo: a los sacerdotes que están entregando su vida en el ministerio pastoral, a las comunidades religiosas, a los hombres y mujeres de nuestras parroquias, de nuestros pueblos, villas y ciudades.

De sacerdotes así formados, nacerán después múltiples iniciativas apostólicas, mediante las cuales se harán presentes en tantos y tantos campos y sectores de la vida, en que se necesitan su testimonio, su palabra y su aliento pastoral.

Y porque a eso aspiramos siempre, y eso es lo que vienen haciendo tantos y tantos sacerdotes abnegados y celosos, que están al servicio de todos los fieles en todos los campos, ruego encarecidamente a toda la comunidad diocesana que mire y ayude al Seminario como algo muy suyo, que debe recibir la atención de todos.

Que todos los fieles se interesen por las vocaciones, por el número de seminaristas que hay, por los que se van a ordenar próximamente, por los que vienen de una u otra procedencia, por la institución del Seminario en cuanto tal, sus edificios, biblioteca, salas de estudio, por todo lo que es necesario para ayudar a los jóvenes alumnos en las etapas de su formación, tal como lo dispone la Iglesia. Que todos recen por el Seminario y por las vocaciones. Que todos ofrezcan su aportación económica.

De la mano de María, nuestra Madre #

Confiamos estos pensamientos e intenciones a la intercesión de la Santísima Virgen María, con la esperanza de que Ella alcance las bendiciones de Dios, en el Año Mariano en que nos encontramos para su Seminario de San Ildefonso de Toledo, precisamente de San Ildefonso, y para los demás Seminarios que tenemos en la Diócesis.

Nuestros alumnos deben ser educados en un amor cada vez más vivo a la Santa Madre de nuestro Redentor, de manera que vean en Ella el modelo de su fe, de su entrega, de su disponibilidad, de su fortaleza, de su servicio a la Iglesia.

La Virgen María estuvo con los Apóstoles desde el principio, y estará siempre con todos los que quieran participar del sacerdocio de su Hijo, Jesucristo, el Señor. Siendo Madre de la Iglesia, lo será también de los que, mediante el sacramento del Orden, edifican y alimentan sin cesar ese Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Léase esta Carta al pueblo fiel en las Misas del día de San José. Y los párrocos y rectores de iglesias envíen, por favor, al Sr. Administrador del Seminario Mayor de San Ildefonso, el resultado de la Colecta. Gracias a todos.

Con mi afectuosa bendición.

Toledo, febrero de 1988.