- La Iglesia y el cine:evolución histórica en tres actitudes
- Importancia y ambivalencia del cine hoy. Estadísticas
- Los valores del cine y su jerarquía
- Dos cometidos de la Iglesia en este campo
- «Cara y cruz del mundo moderno»,según Pablo VI y el Concilio
- El arte, medio de expresión de la belleza interior
- Cine y evangelización
- El compromiso temporal de los cristianosen la creación y en la industria del cine
- El «bautismo» y la «consagración» del mundo del cine
Discurso de clausura, en las VII Conversaciones Internacionales de Cine y en la XI Semana Internacional de Cine Religioso y de Valores Humanos, Valladolid, 24 de abril de 1966.
Saludo a los organizadores y asistentes a la XI Semana Internacional de Cine Religioso y de Valores Humanos y a los participantes en las VII Conversaciones Internacionales de Cine, en Valladolid.
Estoy en esta solemne clausura por la insistente y empeñada amabilidad vuestra y por la condición mía de vallisoletano, cordialmente interesado en los nobilísimos quehaceres vuestros, desde el principio, en esta ya larga y meritísima tarea de nuestras Semanas y Conversaciones.
Habéis querido, sin duda, escuchar la palabra de un testigo y participante como obispo en los debates conciliares del Vaticano II y que intervino en la XXVI Congregación General brindando su granito de arena en la discusión del esquema sobre los instrumentos de comunicación social, al que habéis tenido el acierto de dedicar la Semana y Conversaciones que hoy concluyen, proyectando «la luz de Dios en el mundo del cine».
Acierto digo, pues como afirma paladinamente S.S. Pablo VI en la carta institucional de la Comisión Pontificia de los Medios de Comunicación Social: «Entre los muchos beneficios que, no sin una especial benevolencia divina, ha aportado el Concilio Vaticano II a la Iglesia de Cristo, creemos que ha de enumerarse el Decreto sobre los medios de comunicación social, que fue solemnemente aprobado por el mismo Concilio y por Nos promulgado en la sesión pública de 4 de diciembre de 1963».
«Pues estos medios –entre los cuales revisten particular importancia la prensa, la televisión, la radio y el cine– por sus estrechas relaciones plantean en nuestro tiempo problemas tan graves, que llegan a influir no sólo en la cultura, en la civilización y en la moralidad pública, sino también en la religión; requieren, por tanto, hoy no sólo una particular solicitud por parte de los sagrados pastores, y una eficaz presencia de los fieles, sino también la efectiva colaboración de todos los hombres de buena voluntad».
«La importancia que atribuimos a estos medios para la causa católica se puede fácilmente deducir de las palabras por Nos pronunciadas en aquella solemne circunstancia: ‘Otro de los frutos, y no de poco valor, de nuestro Concilio, es el Decreto sobre los medios de comunicación social, índice éste de la capacidad que la Iglesia posee de unir la vida interior a la exterior, la contemplación a la acción, la oración al apostolado’. También este resultado conciliar esperamos, podrá ser guía y aliento para muchísimas formas de actividad, insertas ya, como instrumento y como documento, en el ejercicio del ministerio pastoral y de la misión católica en el mundo»1.
Copiando respetuosamente otras palabras de su Santidad en ocasión solemne: «Agradecemos la invitación para participar en esta sesión plenaria; agradecemos las corteses palabras que se nos han dirigido; damos gracias por sus grandes méritos a cuantos lleváis la dirección y promoción de estas actividades que se presentan llenas de interés y méritos como también de dificultades y trabajos. Os damos las gracias a todos vosotros aquí presentes, y a todos vuestros ayudantes y colaboradores»2.
Y no queremos entrar ahora en lo vivo de vuestros temas. Basten unas sencillas palabras espirituales. Las justificaría el Crisóstomo glosando a San Pablo: «Cristo nos ha dejado sobre la tierra, para que nos convirtamos en faros que iluminan, doctores que enseñan; para que cumplamos nuestra tarea como ángeles, como heraldos entre los hombres; para que seamos adultos entre los pequeños; hombres espirituales entre los carnales, para ganarles; para que seamos semilla y demos frutos abundantes. No sería siquiera necesario exponer la doctrina, si nuestra vida irradiase tal fulgor; no sería necesario recurrir a la palabra, si nuestras obras dieran auténtico testimonio. No habría ningún pagano, si nos portáramos como verdaderos cristianos»3.
Y estas sencillas palabras espirituales tienen que ser las primeras de gratitud, felicitación y estímulo, porque habéis hecho lo que quiere la Iglesia: habéis encendido una luz en vez de contentaros con maldecir las tinieblas.
La Iglesia y el cine:
evolución histórica en tres actitudes #
1ª. Se ha dicho que todo progreso material, como todo ser humano, nace pagano: hay que bautizarlo. También el cine: nació fuera y nos resistíamos a cristianizarlo: reservas, miedo, condenaciones, censuras. Cuando dejó de ser juguete y ensayo de física recreativa, para convertirse en instrumento técnico, con las primeras manifestaciones de un nuevo lenguaje y sus sorprendentes posibilidades, las personas cultas y socialmente responsables, tras la común curiosidad inicial, adoptaron en general una postura de indiferencia e inhibición, cuando no de prevención desconfiada ante sus primeras audacias escandalosas, indiferencia y prevención que se convirtieron enseguida en una abierta oposición y condena.
A lo más se le aplicaron los exorcismos como si fuera «arte del demonio», bajo el influjo de la vieja teoría de lo «intrínsecamente malo». Y a la verdad, iba y ha ido tantas veces por veredas peligrosas alimentando bajas pasiones, con el señuelo de los nuevos usos, que se explica –aunque no se justifique– la postura negativa de oposición cerrada contra el nuevo espectáculo.
2ª. Pero el cine siguió adelante. Se vio que era una fuerza. Tenía un gran valor humano y se captaba las masas. Sería inútil y tonto cerrar los ojos a la realidad. Y de la postura negativa se pasó a la defensiva: empezaron las censuras morales, los primeros ensayos para influir en el cine. La Iglesia comenzó a tratarle «paternalmente».
3ª. Y el cine siguió avanzando: adquirió un inmenso poder sobre el pueblo. Pío XI, sabio y genial, publicó la encíclica Vigilanti cura con las conocidas consignas, que no se detienen en la mera orientación de los fieles y educación de los espectadores. Actuar, influir en el cine, coordinar esfuerzos, organizar la explotación de las salas católicas, para que su importancia económica estimule la producción de buenas películas. Así este gran Pontífice regaló al mundo la aún hoy llamada Carta Magna de la cinematografía, con la que se abrió la tercera postura de la Iglesia: positiva y activa. Y en ella estamos. Y en ella estáis vosotros desde el primer momento con estas vuestras Semanas y Conversaciones, cuyo sólo título es un foco luminoso, coincidente con las expresiones mismas de los textos pontificios especialmente de Pío XII, el Papa del film ideal (1955), en cuyo pontificado empezasteis y debido a cuyas directrices optimistas y estimulantes, con las de Juan XXIII y Pablo VI, seguimos avanzando hasta este momento postconciliar.
No podemos, no podéis tolerar que el cine, criatura de Dios, gran don de la munificencia de Dios a la humanidad y gran don del arte, sea incentivo de pecados o escuela de vicios. Las leyes en que se basa todo el despliegue mágico de su técnica, son leyes puestas por el Creador para su gloria. Como la lluvia y los vientos, canten a Dios también esas fuerzas naturales que actúan en la luz, en el sonido y en el movimiento. También el cine nos muestra la grandeza, el poder y el saber del Creador. La Iglesia ve que es un elemento de influencia poderosa en el hombre: lo retrata, lo condiciona, lo mueve –en lo individual y en lo social–. Por eso ha hecho del cine nada menos que un tema conciliar. Vosotros lo habéis entendido así y no olvidéis «que el sentido visivo, por ser más noble que los otros sentidos, conduce más fácilmente al conocimiento de la realidad espiritual». Tenéis presente que «el cine –y con él la radio y la televisión– no son simples medios de recreación y entretenimiento (aunque gran parte de los auditores y de los espectadores lo consideren preferentemente bajo este aspecto), sino de verdadera y propia transmisión de valores humanos y sobre todo espirituales»4.
Importancia y ambivalencia del cine hoy. Estadísticas #
He aquí un arte y una cultura, espejo y síntesis de culturas y de artes, que ya es clásico a los setenta años. Su valor más profundo está ahí: en la capacidad de influencia, aumentada cada día con un poder de sugestión mayor, por una estética más depurada y una técnica más perfecta. La cultura y civilización actuales son, en gran parte, cinematográficas. En setenta años el cine se ha construido una estética y un lenguaje que puede elevar o hundir al hombre.
- Estadísticas
Recordemos unas cifras globales para vislumbrar la influencia capital y masiva que ejerce el cine en el mundo de hoy.
Duplicando la producción de 1956, 3.000 películas de largo metraje salen cada año al comercio mundial, para las 220.000 salas, a las que acuden veintitrés mil millones de espectadores en sesiones que suman cuarenta y cinco mil millones de horas.
En España existen 9.034 locales de exhibición (además de los 100.000 receptores de televisión). Corresponde un local por cada 5.100 habitantes, con más de cuatro millones de asientos (nueve habitantes por asiento) y casi seis millones con los de verano al aire libre. Sabido es que España ocupa el segundo lugar del mundo (después de Italia) en los índices de habitantes por sala y en los ingresos por este espectáculo, el más importante de los pagados y la distracción más popular entre los españoles, casi una necesidad. Los cines no comerciales y cineclubes, escuela de espectadores, ascienden a 752 locales con el límite de una proyección semanal.
En el análisis de audiencias, realizado en Madrid por el Instituto de la Opinión Pública en 1964 y publicado en 1965, de las 1.408 personas entrevistadas por personal especializado en esa muestra, de las 160 secciones electorales de la capital de España, el 64% va al cine por lo menos una vez al mes y el 13% varias veces por semana. Sólo una parte mínima, casi insignificante: el 14% de los entrevistados (y lo fueron sólo el 21% del total) ha asistido a alguna sesión de cineclub, que el 42% ni sabe lo que es. El 53% no ha modificado su asistencia al cine por la televisión; y el ir al cine figura en cabeza –como leer el periódico– entre las actividades más frecuentes de las personas en su tiempo libre, después de escuchar la radio, por encima de la lectura de libros, de ver la televisión y de asistir a espectáculos deportivos.
Vivimos en la época de la imagen, en plena inundación de imágenes. El cine es hoy el alimento de las masas, merienda o cena del espíritu en todo el orbe, si el periódico ha sido llamado su desayuno de papel. Pertenece ya a la existencia misma del hombre moderno.
La barrera del analfabetismo aísla de la palabra escrita a casi el 45% de la humanidad mayor de quince años. Pero el cine, la radio y la televisión han circundado rápidamente todo el planeta en crecimiento vertiginoso y pueden ser usados en gran escala para el bien y para el mal, modificando notablemente la conducta humana.
Mundo maravilloso y tentador, instrumento prodigioso y peligroso, cuya fuerza puede ser tan grande que los hombres, sobre todo si no están formados, difícilmente serán capaces de advertir, dominar, y, si llega el caso, rechazar5.
- Ambivalencia práctica
No se os oculta la ambivalencia práctica de este «maravilloso invento de la técnica» en el orden moral: como un cuchillo o como el fuego; para el bien o para el mal. Como la libertad que nos hace acreedores al premio o reos del castigo. Porque «estos medios técnicos ejercitan un extraordinario poder sobre el hombre, conduciéndolo así al reino de la luz, de lo noble, de lo bello, como al dominio de las tinieblas»6.
Rectamente utilizado, hecho por el hombre al servicio del hombre, presta ayuda valiosa, pues contribuye eficazmente a unir y cultivar los espíritus y afirmar y propagar el Reino de Dios. A través de lo visto en el cine un hombre corriente de nuestros días ha multiplicado por mil el número de personas que antes podía conocer de vista, con quien podía sintonizar y comunicarse. El África entera –todavía sin escuelas, ni industrias– enlaza con el mundo a través de los medios de comunicación social que le regalan toda una abundancia de manjares, sin pedir –en apariencia– nada a cambio.
A través de las imágenes pueden y deben viajar por todo el mundo la bondad y la alegría, el arte y la amistad, la esperanza y la fe. Pueden servir de enlace a los hombres de todos los continentes para conocerse y unirse en la familia de Dios.
Pero los hombres podemos convertirlos en instrumentos de nuestro propio daño, utilizándolos contra la ley de Dios, cuando en lugar de servir al hombre, se sirven de él, con torpes fines lucrativos, sometiendo y esclavizando esta criatura de Dios que es el cine y su mensaje, a la tiranía taquillera del dinero de los pobres. Es cosa pública que en algunas producciones cinematográficas franco-italianas se ruedan escenas inmorales y, al proyectarse estos filmes en Europa, se suprimen dichos pasajes. En cambio, se exportan en visión completa, exclusiva y original, para los países sudamericanos. Nadie diga que quien paga en taquilla es el único responsable, pues vender pornografía a un público poco culto es como propagar el alcohol en las escuelas, o las armas en los países subdesarrollados.
La Iglesia no puede menos de sentir una maternal angustia por los daños que con demasiada frecuencia han causado al género humano esas imágenes embrutecedoras, angustiosas, terroríficas o descoyuntadas, que a base de descripciones de crímenes y violencias, monocultivo de la sensiblería, explotación de las pasiones, propaganda política injusta, sensualidad sutil o abierta pornografía, emborrachan y drogan al pueblo, degradando al hombre.
Un balance detallado de la Comisión del Centro Católico Cinematográfico sobre 540 filmes atestigua que la producción en 1965 no registra sensibles mejoras: el porcentaje de filmes excluidos o desaconsejados es altísimo: el 31,11% frente al 45,74% positivo y al 23,15% con reservas. Estamos lejos de encontrar en la realidad del cine actual un positivo y eficaz instrumento de elevación y formación, sobre todo si nos damos cuenta de que los filmes considerados positivos se limitan las más de las veces a no destruir, pero no son tampoco constructivos y valiosos. Pocas veces los autores usan este extraordinario medio de expresión respetando su intrínseca naturaleza de don de Dios al servicio del hombre7.
Los valores del cine y su jerarquía #
Que la dimensión negativa no proviene «ni puede provenir de Dios –perfección absoluta–, ni de la técnica misma, que es don suyo precioso, sino solamente del abuso que de ella hace el hombre, dotado de libertad, el cual, perpetrando y difundiendo a sabiendas tal abuso, se pone de parte del príncipe de las tinieblas y se hace enemigo de Dios»8, está fuera de duda. Es el hombre malo quien hace malo el cine, ya empujado por un desordenado apetito de lucro, halagando la bestia para llenar arcas; ya víctima de ideas erróneas sobre la realidad de la naturaleza humana que está caída, que no es ideal o aséptica, sino corruptible; ya desorientado en lo que toca a la libertad de expresión que tiene por límites la verdad y el bien; ya equivocado sobre la verdadera concepción del arte, que, si es autónomo en sus leyes técnicas, no lo es en cuanto practicado por y dirigido a hombres, sujetos de moralidad y responsabilidad.
Me consta que en vuestras apreciaciones y premios tenéis en cuenta la prevalencia de los valores morales sobre los técnicos y artísticos, por ser aquéllos de orden superior y trascendente: «Así se ha de condenar a cuantos piensan y afirman que una determinada forma de difusión puede ser usada, fomentada y exaltada, aunque falte gravemente al orden moral, con tal que tenga mérito artístico y técnico. Es verdad que, al arte, para ser tal, no se le exige una explícita misión ética o religiosa. Pero si el lenguaje artístico se adaptase, con sus palabras, sonidos e imágenes, a modos falsos, vacíos y turbios, es decir, no conformes al designio del Creador; si en vez de elevar la mente y el corazón hacia nobles sentimientos excitase las pasiones más bajas, podría hallar resonancia y acogida, aun sólo en virtud de la novedad, que no es siempre un valor, y de la parte exigua de realidad que contiene todo lenguaje. Sin embargo, tal arte se degradaría a sí mismo haciendo traición a su aspecto primordial y esencial, y no sería universal y perenne, como el espíritu a quien se dirige»9.
Así pensáis y actuáis y estáis todos conformes en que son vigilantes propios de esta prevalencia el Estado con su censura, la Iglesia con su calificación, y los grupos profesionales con toda su múltiple y variada actividad.
Y como si hubierais seguido el plan de la Miranda prorsus habéis ido exponiendo con máxima competencia y oportunidad el campo que se abre a productores y usuarios y sus deberes para un cine bueno, para un cine mejor.
Dos cometidos de la Iglesia en este campo #
Mérito especial de esta Semana y de estas Conversaciones es haber iluminado con la luz nueva de Dios, matizada por las vidrieras del Vaticano II, este mundo fabuloso del séptimo arte.
El Decreto sobre los medios de comunicación social participa del estilo y características conciliares, aprendidos de los labios del Papa Juan y tan maravillosamente formulados por Pablo VI:
«Que lo sepa el mundo [también el mundo del cine, apostillaríamos nosotros]: la Iglesia lo mira con profunda comprensión, con sincera admiración y con sincero propósito, no de conquistarlo, sino de valorizarlo; no de condenarlo, sino de confortarlo y de salvarlo»10.
«Nuestro testimonio es una prueba de la postura de la Iglesia con relación al mundo moderno: actitud de comprensión, de atención, de admiración y de amistad»11.
Como magistralmente habéis explicado «en el decreto conciliar se aprecian dos cometidos esenciales de la Iglesia en el ámbito de la comunicación social. Le incumbe, antes que nada, como a madre y maestra, suministrar a los productores y a los usuarios de tan abundante elemento social una orientación clara sobre los márgenes éticos, en los que han de moverse, y descubrirles los horizontes de elevación humana y servicio al Creador que tienen ante sí tan providenciales instrumentos. No menor acento ha de ponerse en la utilización directa, por parte de la Iglesia y de los católicos, de estos mismos instrumentos como vehículos del mensaje evangélico. Estudiadas ambas vertientes de la misión de la Iglesia, es patente que puede derivarse un eficacísimo código de acción que renueve y potencie este sector decisivo de la educación y del apostolado»12.
«Se ha reprochado, primero al proyecto y luego al decreto, una excesiva insistencia en los problemas morales, profesionales y de organización, y no haber profundizado más en los presupuestos teológicos y sociales del problema. La objeción es, sin duda alguna, interesante, pues los medios de comunicación social son un elemento constitutivo importante de la nueva civilización, que estamos viendo nacer ante nuestros mismos ojos y que la Iglesia está llamada a cristianizar y hacer más humana».
«Es cierto –al menos muchos especialistas así lo dicen– que los medios de comunicación social dan un carácter particular a la nueva civilización que va a nacer, pero no hay que olvidar que ellos no son únicamente una causa, sino más bien un resultado de la cultura moderna. Además, estos no son realidades sustanciales humanas, sino instrumentos modernos, universales, cuyo buen uso debe enseñar la Iglesia con toda urgencia y dando ella misma el primer ejemplo. La Iglesia no puede, pues, sin fragmentar gravemente el problema, profundizar teológica y científicamente en la cuestión de la comunicación social aislándola de su contexto, es decir, el marco completo de la civilización moderna y de sus tendencias, en que los medios de comunicación social no son sino vectores eficaces y sugestivos».
«Esta profundización, ciertamente indispensable, está de derecho en otro documento consagrado a todo el conjunto de los problemas del mundo moderno; el decreto de los medios de comunicación social debía conservar, por tanto, su aspecto práctico y pastoral»13.
Este documento a que nos referimos es la gozosa y esperanzadora constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, que tal vez pudiéramos calificar de constitución pastoral de encarnación en añadidura más que en contraposición a la pastoral de transcendencia, tal vez más claramente plasmada en la constitución sobre la Iglesia en sí misma, Lumen gentium.
«Cara y cruz del mundo moderno»,
según Pablo VI y el Concilio #
En la audiencia general del miércoles, 30 de marzo último, tuvo un discurso Pablo VI que es como síntesis del pensamiento conciliar: «Cara y cruz del mundo contemporáneo», se titula. Después de un saludo en que dice: la ciencia del hombre, la filosofía, la historia, la ética, la sociología, la cultura en general, la economía, las realidades terrenas, como ahora se dice, han sido sometidas por el Concilio al cono de luz de la teología católica con un nuevo y audaz juicio, con un esfuerzo de comprensión y clasificación, con un acto de estudio y descubrimiento que nunca antes de ahora el magisterio de la Iglesia había llevado a cabo de forma tan directa, tan sistemática y autorizada. Pablo VI habla de la complejidad de la expresión «mundo contemporáneo» para terminar trazando este magnífico cuadro de luces y sombras: «No podemos olvidar el optimismo –deberíamos decir el amor– con que la Iglesia del Concilio mira al mundo, en el que ella misma se encuentra, y que la rodea, la supera, la oprime con sus gigantescos y perturbadores fenómenos. Este es uno de los aspectos sobresalientes del Concilio, que considera al mundo en todas sus realidades con la atención amorosa que sabe descubrir en todas partes las huellas de Dios, y por ello la bondad, la belleza, la verdad. No es solamente ésta su filosofía: es su teología. He aquí para qué sirve la Revelación. La luz del Evangelio aclara el panorama del mundo; las sombras están ahí terribles y fuertes: el pecado y la muerte, sobre todo. Pero en todas partes donde se posa esa luz, el reflejo de Dios resalta. La Iglesia lo busca, lo toma, lo goza. Lo encuentra en el cosmos; nadie como un verdadero cristiano puede quedar atraído por la fascinación del universo; su mirada se cruza con la luminosa de Dios Creador, que, dice la Escritura: ‘Vio todas sus obras y eran buenas’ (Gn 1, 31)».
«Su mirada se detiene en el rostro del hombre y en él descubre, en él especialmente, el reflejo divino; se detiene en la historia de la humanidad y en ella encuentra un hilo conductor, un sentido que llega hasta Cristo y en Él se centra, y así sucesivamente. Y se posa, sí, sobre este mundo moderno, y no teme ni rehúye, sino que contempla y bendice la obra humana: la ciencia, el trabajo, la sociedad. Ve, como siempre, la miseria y la grandeza; pero hay, además, otra cosa. La Iglesia ve su vocación, su misión, la necesidad de su presencia; los hombres tienen necesidad de su verdad, de su caridad, de su servicio y de su oración. ¡Cuántas cosas habría que decir! Pero sean éstas suficientes. Comprended con qué genio, con qué corazón, la Iglesia del Concilio se acerca al mundo moderno; se abre a él no para contaminarse con sus costumbres, sino para infundirles el fermento de su salvación, y comprended cómo en esta concepción de la Iglesia y del mundo debemos educarnos»14.
Y cinco días antes, el día de la Anunciación, había dicho a los consultores de la Comisión Pontificia para las comunicaciones sociales, en orden a la elaboración de la instrucción pastoral a que alude el nº 23 del Decreto Inter mirifica: «La orientación general (del Decreto) exige ahora ser estudiada, concretizada y completada con competencia y amplitud de miras, y con el espíritu del Concilio, manifestado particularmente por las dos grandes constituciones sobre la Iglesia en sí misma y la Iglesia en el mundo de nuestro tiempo: espíritu –lo sabéis– hecho de fervor religioso, de sentido comunitario de la mayor caridad, de diálogo, de apertura, de comprensión para toda la actividad humana». Termina apuntando esta teología clara vertida en ardiente deseo: «Quiera Dios que estas jornadas de intercambio y de labor fraternal, en fecundo diálogo a la luz del Concilio, aporten su preciosa contribución al trabajo posconciliar, que los medios de comunicación sean cada vez más buenos mensajeros, preocupados por la verdad, cuyo primer nombre es el amor, cuya buena nueva nos ha traído el Evangelio para ser transmitida de generación en generación»15.
El arte, medio de expresión de la belleza interior #
Mensajeros, los medios de comunicación. Aquí está la gran finalidad de este que el Papa denomina «verdadero fenómeno de civilización».
«Instrumentos al servicio de las expresiones del espíritu humano: maravillosos y poderosos, pero siempre instrumentos. Lo que más vale es el espíritu, el pensamiento, la cultura, la palabra que ellos expresan»16.
De aquí deriva su bien y su mal. Por eso, más que hablar de cine bueno o malo o de que el cine hace buenos o malos a los hombres, habría que decir que son los hombres los que hacen al cine y le ponen su rostro y le imprimen su sello. Y que será cine bueno el que sea expresión de la verdad, de la justicia y de la caridad, el célebre trinomio del Papa Juan, que recoge al pie de la letra el número cinco del Decreto y que se ha de tener en cuenta tanto en el uso del cine como en su enjuiciamiento.
El gran Sócrates rogaba a la divinidad con estas preciosas palabras: «Otórgame la belleza interior y haz que mi exterior trabe amistad con ella». ¡Bella oración para el cine, brotando del anima naturaliter christiana! El arte –bello cuerpo– que hace visible el alma todavía si cabe más bella: el contenido, el mensaje.
El Verbo Eterno «imagen del Dios invisible» (Col 1, 15) y «figura de su substancia» nos reveló los misterios de su Padre y del Espíritu, encarnándose y haciéndose Palabra tangible, santa, con esas tres características de Verdad, Justicia y Caridad. La Palabra encarnada da forma y plasticidad humana a la imagen del Padre. Todas las cosas han de recapitularse en Cristo y sanarse en Él, que es sacramento del Padre, del encuentro con Dios. La Iglesia ha de ser sacramento de Cristo, y cada uno de los cristianos sacramento pequeño de la Iglesia. A esta misión está llamado todo hombre, que ha de vivir una vida regida por la recta razón, iluminada por la fe. Esta vida la ha de plasmar en todas sus obras y todas las realidades de este mundo han de estar ungidas por este contacto de la gracia, de lo divino a través del Hombre-Dios y del hombre divinizado17.
Cine y evangelización #
Vivimos en el siglo del cine y la civilización de la imagen. Nuestro mundo se está perdiendo o ganando en el cine. Es una cosa seria, muy digna de la atención de la Iglesia; mucho más que un amontonamiento de tentaciones demoníacas, puede ser uno de los más anchos caminos del arte, una escuela de la vida, realzada por el costado poético en que se la sorprende.
Pero el cristiano ha de ver en el cine un precioso y providencial medio de evangelización universal a la medida de las dimensiones actuales del planeta. El cine es altavoz que permite gritar el Evangelio «por encima de los tejados» (cf. Mt 10, 27) y anunciar el mensaje de salvación y responder a las preguntas más hondas de los hombres en su lenguaje universal –«católico»–, que se expresa según la psicología de las muchedumbres y habla a los ojos del corazón. Es preciso que el Evangelio se encarne en la psicología audiovisual del hombre de hoy para que le hable en su lengua (Hch 2, 6-11). Y, sin duda, lleva algunos elementos psicológicos apropiados para hacer penetrar en la masa y comprender mejor el mensaje cristiano. Por él puede comunicar la Iglesia lo que posee y convertir en vivencia lo que comunica.
En la historia de la Iglesia pesará, más que la misma universidad, la catequesis amplia de base, aunque de las cumbres nevadas bajan las aguas y fecundan los valles y llanuras.
Y el cine puede contribuir a la superficialización de los espíritus, pero también a superar la que ha sido llamada herejía de nuestro siglo: el abstraccionismo en la predicación del evangelio. No hay idea por abstracta que sea que no pueda ser expresada por medio de la imagen. Ésta aporta sus elementos de alegría, de fuerza y de comunión en perfecta armonía con nuestra naturaleza sensible y se dirige al hombre total con su mensaje de bondad, verdad y belleza, por las ocultas veredas de nuestra psicología –de ahí su poder de seducción–. Y envuelve a todo el hombre –cuerpo y espíritu– con una riqueza mayor que la misma realidad, como obra del arte y fábrica de sueños.
No más llantos inútiles por el daño que el cine hace, y sí más acción para que no lo haga, y cambiando de signo haga el bien que está llamado a hacer. No basta excluir, es necesario construir y redimir, como decía en la apertura el Ilmo. Sr. Director General.
La Iglesia llama a todos los constructores responsables de un cine mejor en el proceso de la creación, de la realización y de la exhibición de las películas. En el nº 11 del Decreto se hace a este propósito una enumeración rica y explícita.
He aquí sus palabras y sus metas: «Que la producción y exhibición de cintas destinadas al honesto descanso del espíritu, provechosas para la cultura y el arte humano, sobre todo aquellas que se destinan a la juventud, sean promovidas por todos los medios eficaces y aseguradas a toda costa; lo cual se logra sobre todo apoyando y coordinando las realizaciones y las iniciativas honestas, tanto de producción como de distribución, recomendando las películas que merecen elogio por el juicio concorde y por los premios de los críticos, fomentando y asociando entre sí las salas pertenecientes a empresarios católicos y a hombres honrados»18.
El compromiso temporal de los cristianos
en la creación y en la industria del cine #
Sería un error funesto y el más grande fallo pastoral de los católicos en este campo del cine el seguir ignorándolo como industria y seguir tratándolo sin entenderlo así, tal como se hace, industrialmente. No sería eficaz la acción de la Iglesia sin el compromiso temporal de sus hijos en la industria del cine, auxiliando las iniciativas cinematográficas, adelantándose a las malas, formando a los guionistas y actores y sosteniendo con largueza y de buen grado con sus bienes económicos y su pericia esos instrumentos, en cuanto sirven al apostolado y a la verdadera cultura. No se olvida la Iglesia de llamar a la responsabilidad a economistas y técnicos y directores de la industria cinematográfica que ya a los cincuenta años del cine era la tercera del mundo en potencia económica19.
Refiriéndose a los productores de cine decía Pío XII: «Acérquense los autores a las fuentes de la gracia; asimilen la doctrina del Evangelio, adquieran conocimiento de cuanto la Iglesia enseña sobre la realidad de la vida, sobre la felicidad y la virtud, sobre el dolor y el pecado, sobre el cuerpo y el alma, sobre los problemas sociales y las aspiraciones humanas, y entonces podrán ver cómo se abren ante sus ojos caminos nuevos y luminosos e inspiraciones fecundas para realizar obras que tengan atractivo y valor perdurable»20.
A los empresarios, que con los maestros y los médicos son en apreciación del Papa los principales transformadores de la sociedad, los que más influyen en las condiciones de la vida humana y la abren a nuevos progresos, les recuerda Pablo VI su responsabilidad: «Procurad saber bien el pensamiento de la Iglesia sobre todo lo que atañe a vuestra actividad: no os desagrade anteponer a las teorías de los maestros profanos, a las ideas de moda de los artistas, de los críticos, de la opinión pública, las enseñanzas tan meditadas, tan autorizadas, tan humanas del Magisterio eclesiástico. Nuestra doctrina… no es cadena molesta que frena nuestro paso, sino que es sostén seguro para no sumergirnos, y criterio de juicio que nos ayuda a comprenderlo todo, a juzgarlo todo y calificarlo rectamente»21.
Ya antes, el 25 de junio, les decía: «Los empresarios forman la categoría profesional más numerosa del mundo cinematográfico y no se puede negar que se encuentran hoy ante una serie de problemas económicos y morales difíciles de resolver. Siempre ha de sostener y alentar al empresario, en medio de estas dificultades, la convicción de que nunca será un simple comerciante. Pío XII lo subrayaba con fuerza en su encíclica Miranda prorsus: el film no es una simple mercancía, sino un alimento intelectual y una escuela de formación espiritual y moral»22.
«Sed hombres de ideas dinámicas –les dice el Papa–, de iniciativas geniales, de riesgos saludables, de sacrificios benéficos, de expresiones animosas; con la fuerza del amor cristiano podréis grandes cosas»23.
Con respecto a los artistas escribió Pío XII: «Respetando su dignidad de hombre y de artista, el actor no puede prestarse a interpretar escenas licenciosas, ni cooperar a una película inmoral»24.
Pero Pablo VI da un paso más y les dice cariñosamente en la homilía a la Unión Nacional Italiana «Misa del Artista» (preciosa homilía, en la que hace las paces, a veces rotas, entre la Iglesia y el arte y se declara amigo de los artistas): «Tenemos necesidad de vosotros… Nuestro ministerio es el de predicar y hacer accesible y comprensible, más aún emotivo, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación que traduce el mundo invisible en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros… Vuestro arte consiste precisamente en recoger del cielo del espíritu sus tesoros y revestirlos de palabras, de colores, de formas, de accesibilidad»25.
Tal vez, a quien más hay que formar es a los espectadores, como habéis subrayado vosotros: educar la mirada, más allá de la curiosidad superficial o de la pasividad receptiva, para que aprenda a ver una película con intención reflexiva, con enjuiciamiento progresivo y sintético por encima de las vicisitudes del asunto, con comprensión de la estética cinematográfica que se rige por una gramática con signos propios, que hemos de entender: una sugerencia, un movimiento de la cámara, el valor de la luz, de las sombras y sonidos, la ambientación, el color, la mímica de los actores, los diversos planos.
Educación de la mirada: saber ver. No dejarse llevar sólo de lo fácil y agradable, olvidando por difícil lo profundo.
Ante la pantalla se suele estar más bien en estado pasivo y amorfo. Corren las imágenes y arrastran con su hechizo subyugante que arrolla al espectador y le hace olvidarse de sí mismo para vivir la actitud del protagonista, de una sombra. Saber ver, comprender y juzgar, con más personalidad e independencia, con los ojos activos del operador o director, abiertos a las virtualidades amplias que posee como beneficio de Dios. Aprender a conocer el mensaje del filme y adaptarlo o rechazarlo como hombre. Apreciar y gozar esa meditación orquestada que es la película artística. Rechazar lo vulgar o mediocre, lo puramente comercial y de explotación, y lo que deforma y despersonaliza, raíz de mayores desviaciones.
Educación de la mirada, para que no se quede en apatía ni en mera curiosidad, sino que penetre en humilde sumisión a lo real, en descubrimiento profundo y sereno de la imagen mensajera del espíritu. Una mirada así formada se dirigirá hacia el mundo y lo iluminará descubriendo en él reflejos y huellas de Dios que lo ha dejado revestido de belleza.
Educación de la mirada, delicada tarea formativa, a la que contribuyen notablemente conocidas y excelentes revistas católicas. Vosotros lo habéis dicho hermosamente: detrás de las imágenes está el hombre y el cristiano, y, detrás del cristiano, está la figura de Cristo, Hijo de Dios, para gloria del Padre.
Pío XII, después de recordar que la formación buscada no puede ser pretexto para ver espectáculos moralmente ruinosos, añadía: «Dichas iniciativas –de formación de espectadores–, si siguen las normas de la educación cristiana y son conducidas con competencia didáctica y cultural, merecen no solamente nuestra aprobación, sino también nuestro más entusiasta aliento para que sean introducidas y fomentadas en las escuelas y en las universidades, en las asociaciones católicas y en las parroquias»26.
El «bautismo» y la «consagración» del mundo del cine #
Hace unos días bendecía en mi catedral de Astorga el agua del bautismo en el transcurso de la vigilia de Pascua. Para que el agua sirva para lavar y hacer nacer los hijos de Dios con el bautismo, hay que separarla y hacerla santa y llenarla de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se invoca esta presencia de Dios a lo largo de un prefacio todo él trenzado de alusiones bíblicas a la historia del agua en los orígenes del mundo, en el diluvio purificador y destructor, etc. Se pide que el Espíritu Santo fecunde esa agua preparada para dar nueva vida a los hombres; para que la gracia dé a luz a nuevos hijos de ella. «No se mezcle a estas aguas el poder enemigo, no las rodee su insidia, no se insinúe su astucia, no las corrompa su contagio». «Que esta criatura santa e inocente se vea libre de toda invasión del enemigo y limpia con la retirada de toda maldad». Y se toca el agua con la mano y se hacen tres cruces sobre ella y se derrama hacia los cuatro puntos cardinales, y se introduce en ella el cirio bendito, símbolo de la persona de Cristo que ungió el mundo por el misterio de su encamación, muerte y resurrección. Y soplando tres veces se pide: «Descienda la fuerza del Espíritu Santo a la plenitud de esta fuente y fecunde estas aguas para que produzcan la nueva vida».
El Concilio pide a los seglares su insustituible participación en esta bendición y bautismo del cine. En caso de necesidad cualquier hombre o mujer puede bautizar. Podéis y debéis. Poco haríamos bautizando esa pantalla en la que han de unirse las cuatro esquinas del mundo, si no confirmamos a la vez a los espectadores, para que puedan ver con ojos nuevos al hombre y el mundo hecho por Dios, y descubrir el rostro vivo de la Iglesia. Así, como sal y como luz, lejos de padecer daño, darán sabor a la tierra e iluminarán el mundo.
Yo pido para vuestra acción esta eficacia cuasi-sacramental, para que también en el cine sea glorificado el nombre del Señor Jesucristo, ayer y hoy y el mismo por los siglos (Cf. Hb 13, 8).
Termino con las palabras de Pablo VI a la TV italiana: «Vosotros comprendéis vuestra fuerza arrolladora en el mundo de la cultura, de la educación, de la opinión pública, del pensamiento, de la moral, de la orientación de las almas. Surgís como maestros de la vida… Además, sois expertos, competentes, y conocéis muy bien vuestra fuerza potencial y real. Pues bien, comprenderéis el máximo interés que tributamos a la función decisiva que, por fuerza de las cosas, estáis desarrollando. Comprenderéis nuestra admiración, que es grandísima, y también nuestro miedo que es paternal, y a la vez nuestra desilusión y –no quisiéramos llegar nunca hasta allí– nuestra lamentación. Se trata de las almas, decíamos, del reino espiritual, que es principalmente nuestro y que compromete, ante Dios y ante los hombres, nuestra responsabilidad…»
«¡Oh! No os pediremos que estéis siempre y solamente ligados a nuestro mundo religioso, aunque os agradecemos que en determinados momentos lo estéis; o que quitéis de vuestros programas cuanto puede servir para reflejar dignamente en ellos todos los aspectos de la vida y cuanto pretende llevar distracción y descanso a vuestros clientes, que tan ávidos y quizá necesitados están de ellos; pero os deseamos que estéis siempre al servicio noble y consciente del hombre moderno, que quiere ser el hombre verdadero, el hombre digno de sagrado respeto y siempre necesitado de toda consideración y cuidado, del hombre que, precisamente por lo que tiene de grande y de débil, tiene siempre necesidad de ser ayudado e instruido, para pensar bien ante todo, para sentir bien, para bien amar, para bien creer, para bien esperar, para bien vivir… Pensemos en el caso extremo, imaginando lo que vuestros niños, lo que vuestros hijos van a escuchar y a mirar»27.
Galería de retratos
1 Pablo VI, Alocución a los padres conciliares, 4 diciembre 1963: IP I, 1963, 376-377.
2 Pablo VI, Discurso a la Comisión Pontificia para las comunicaciones sociales, 28 septiembre 1964: IP II, 1964, 562.
3 San Juan Crisóstomo, Sobre la primera Carta a Timoteo, homilía X, 2: PG 62, 551.
4 Pío XII, Miranda prorsus: DER XIX, 841-842.
5 Cf. IM 4.
6 Pío XII, Miranda prorsus: DER XIX, 840.
7 Cf. el artículo de Giacinto Caccio, Cinema e morale nel 1965, publicado en L’Osservatore Romano, 17-18 enero de 1966.
8 Pío XII, Miranda prorsus: DER XIX, 843.
9 Ibíd. 844-845. Cf. IM 6.
10 Pablo VI, Discurso de apertura de la segunda sesión del Vaticano II, 29 septiembre 1963: IPI, 1963, 182.
11 Pablo VI, Discurso a la Unión de empresarios y dirigentes católicos, 8 de junio de 1964: IP II, 1964, 379.
12 Véase el artículo editorial de Ecclesia, 18 de abril de 1964.
13 André-Marie Deskur, en Studi cattolici.
14 Pablo VI, homilía del miércoles, 30 de marzo de 1966: IP IV, 1966, 737-738.
15 Pablo VI, Alocución a la Comisión Pontificia para las comunicaciones sociales, 25 de marzo de 1966: IP IV, 1966, 143-144.
16 Pablo VI, Alocución a la Comisión Pontificia para las comunicaciones sociales, 28 de septiembre de 1964: IP II, 1964, 564.
17 Cf. AA 5.
18 IM 14.
19 Ibíd., 13, 15, 17.
20 Miranda prorsus: DER XIX, 859.
21 Pablo VI, Discurso a la Asociación Católica de empresarios de cine, el 7 de julio de 1964: IP II, 1964,452.
22 Pablo VI, Discurso a la Unión de empresarios y dirigentes católicos, 8 de junio de 1964, IP II, 1964, 375.
23 Ver nota 21.
24 DER XIX, 857.
25 Discurso del 7 de marzo de 1964: IP II, 1964, 313.
26 Miranda prorsus: DER XIX, 850.
27 Pablo VI, Discurso a los dirigentes, funcionarios y técnicos de la RAI, 25 de febrero de 1964: IP II, 1964, 140.