Revisión de la figura del Cardenal Gomá

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Revisión de la figura del Cardenal Gomá

Disertación leída en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, el 5 de junio de 1984, publicada en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 61, 1984,470-481.

Si me preguntan ustedes por qué he elegido este tema para mi disertación aquí en nuestra Academia, la respuesta es fácil: desde hace unos años estamos asistiendo a una vergonzosa manipulación de la historia de la Iglesia en España.

Los hechos de que ha sido protagonista o partícipe, su labor pastoral en los diversos sectores del pueblo español, sus figuras insignes y sobresalientes, por su apostolado, su ciencia teológica, o su espiritualidad, son presentados frecuentemente con sectarismo, con hostilidad, o con una superficialidad y ligereza que causan auténtico dolor intelectual, si es lícito hablar así.

Se comprende que el hecho religioso cristiano levante siempre contradicciones. Es un signo de Cristo y así está profetizado por Él mismo, no sólo por el anciano Simeón. Contradicciones que nacen, por ejemplo, de la moral de las bienaventuranzas, de la teología cristiana del cuerpo, de la dialéctica entre el dolor y el progreso, entre el egoísmo y el amor, entre las afirmaciones dogmáticas del misterio y las ineludibles exigencias de la razón. Son dos conceptos del hombre que luchan entre sí, y surge inevitablemente la tendencia a eliminar uno u otro. De esto nadie debe escandalizarse. Sucede y sucederá siempre dentro del cristianismo y en relación con el contenido religioso que encierra. No se da en cambio entre los adeptos de las religiones orientales, como el budismo, los cuales no polemizan entre sí, sino que, o abandonan silenciosamente sus creencias, o son capaces de mantenerlas siglos y siglos con la misma quietud con que la naturaleza mantiene sus ciclos.

Se comprende también, dado lo que nos enseña la realidad histórica, que surja igualmente la contradicción, cuando se trata de emitir juicios sobre empresas sociales y políticas inspiradas en ideales cristianos, porque «nunca es oro todo lo que reluce». En los empeños más nobles aparecen, tarde o temprano, las ambiciones humanas, y es cierto que en todas las «cruzadas» de todos los tiempos ha habido siempre excesos reprobables. Por lo cual, la cautela y la moderación deben acompañar siempre, no sólo a los impugnadores de una causa histórica determinada, sino también a los defensores y apologistas de la misma.

Lo que molesta y duele, en relación con este tema tan profundo y difícilmente abarcable de la Iglesia, es la ligereza tan atrevida, el desparpajo insolente, con que hombres cultos en otras disciplinas y cuestiones se lanzan a dar juicios y criticar personas, doctrinas religiosas y actitudes de espíritu, sin datos, con terribles omisiones, o con intencionadas ocultaciones de lo que realmente se ha dicho o se ha hecho por parte de los criticados y juzgados.

Con el Cardenal Gomá, figura eminente de la Iglesia europea, no solamente española, en nuestro siglo, sucede precisamente eso.

No se conocen bien su biografía ni sus méritos; se le juzga por una etapa de su vida, en que le correspondió actuar en cumplimiento de su misión altísima, la etapa de nuestra guerra civil, muy corta en su largo ministerio, puesto que solamente abarca los tres años del conflicto, y el que siguió hasta agosto de 1940 en que muere; y se transmite de él una imagen distorsionada, incompleta y obstinadamente parcial, puesto que ni siquiera se estudia con seriedad y con rigor lo que hizo y dijo en ese corto y dramático período de tiempo. Afortunadamente contamos con un libro de la Dra. María Luisa Rodríguez Aisa, El Cardenal Gomá y la guerra de España, editado en 1981 por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en que se ha hecho un trabajo de investigación muy lograda sobre esta parte de su vida. Pero ¿cómo vamos a pedir que lo lean y reflexionen los que escriben en periódicos y revistas y hablan en determinadas cátedras bajo el impulso de sus prejuicios ideológicos?

Otros libros, indispensables para conocer su figura, son el de don Anastasio Granados, El Cardenal Gomá, Primado de España, editado por Espasa-Calpe en 1969; y el más completo, El Cardenal Gomá, Pastor y Maestro, de Casañas-Sobrino, publicado en 1982, y preparado bajo los auspicios del Estudio Teológico de San Ildefonso de Toledo, en dos volúmenes, donde se hace un detalladísimo estudio de sus escritos. Alguna otra publicación, como la del jesuita Ramón Comas, Gomá-Vidal y Barraquer escrito en catalán, es más polémica y tiende a contraponer las figuras de los dos cardenales, en su visión de la Iglesia en ese período de la guerra.

En este apunte, que no otro nombre merece mi exposición de hoy, prescindo por completo del capítulo más conocido de su vida, el de su actuación durante la guerra de España; primero, porque está estudiado, y segundo, porque prefiero referirme a aspectos menos ponderados de aquella gran personalidad sobre la que ha caído un espeso y doloroso silencio.

Permítanme ofrecer este esquema, cuya elocuencia y significación ustedes sabrán medir mejor que nadie. Sirva asimismo como homenaje a quien fue también miembro electo de nuestra Academia, sucesor de Ramiro de Maeztu, aunque la muerte le impidió tomar posesión de su medalla.

El Cardenal Gomá nació en 1869 y murió en 1940. Fueron setenta y un años los de una vida plena, como estudiante en el Seminario, coadjutor y párroco, canónigo, rector del seminario de Tarragona, provisor del arzobispado y obispo.

Viajó mucho por Europa, África, América. Fue entusiasta aficionado a la música, la pintura e incluso la fotografía. Le gustaba la caza y el montañismo. Fue un humanista auténtico. En su formación eclesiástica alcanzó los tres doctorados en filosofía, teología y derecho canónico.

Cuando llegó al episcopado, en 1927 –en Tarazona– es ya muy conocido por sus libros y escritos diversos, por sus conferencias en congresos múltiples, nacionales y extranjeros.

Ya obispo, en medio de una actividad pastoral incansable, tanto en Tarazona como después en Toledo, y más tarde durante nuestra guerra hasta el año 1940, en que muere, siguió escribiendo.

He aquí una relación esquemática de su producción literaria, siempre de carácter teológico.

Pertenecen a su etapa sacerdotal:

  1. Tradición y crítica en exégesis.
  2. El Nuevo Salterio del Breviario Romano.
  3. El valor educativo de la liturgia católica.
  4. María, Madre y Señora.
  5. Las modas y el lujo.
  6. La Eucaristía y la vida cristiana.
  7. Santo Tomás de Aquino.
  8. La familia según el derecho natural y cristiano.
  9. La Biblia y la predicación.

(Escribe la dedicatoria de este último en septiembre de 1927, ya preconizado obispo de Tarazona.)

Corresponden a la etapa episcopal de Tarazona:

  1. El Evangelio explicado.
  2. El matrimonio.
  3. Jesucristo Redentor.

Ya Arzobispo de Toledo y Cardenal de la Santa Iglesia publicó:

  1. Anti laicismo.
  2. Los Santos Evangelios.
  3. Por Dios y por España.
  4. María Santísima (es obra póstuma).

Escritos Pastorales:

Los escritos pastorales durante sus trece años de episcopado llegaron al total de 405, que se distribuyen así:

  1. Cartas Pastorales, 27.
  2. Instrucciones Pastorales, 20.
  3. Exhortaciones Pastorales, 51.
  4. Alocuciones, 8.
  5. Circulares, 176
  6. Escritos Pastorales varios, 123.

Las Cartas Pastorales:

  1. La edificación de la Iglesia (Boeta1, tomo 63, año 1927, 675-728).
  2. La Cuaresma y la edificación de la Iglesia (Boeta-Tud, tomo 64, 55-91).
  3. La iconografía mariana y la mediación universal de la Virgen (Boeta-Tud, tomo 64, año 1928, 525-579).
  4. Transcendencia actual del papado (Boeta-Tud, tomo 65, año 1929, 75-121).
  5. Los deberes cristianos de patria (Boeta-Tud, tomo 66, año 1930, 153-203).
  6. La familia y la educación cristiana (Boeta-Tud, tomo 66, año 1930, 811-907).
  7. El XV Centenario de Éfeso: Santa Madre de Dios, ruega por nosotros (Boeta-Tud, tomo 67, año 1931, 283-338).
  8. Los deberes de la hora presente (Boeta-Tud, tomo 67, año 1931, 857-954).
  9. Por la justicia: los bienes de la Iglesia (Boeta-Tud, tomo 67, año 1931,857-954).
  10. Matrimonio civil y divorcio (Boeta-Tud, tomo 68, año 1932, 89-142).
  11. Laicismo y catequesis (Boeta-Tud, tomo 68, año 1932, 623-676).
  12. El XIX Centenario de la muerte de Jesucristo (Boeta-Tud tomo 69, año 1933, 81-119).
  13. Horas graves (Boat, vol. 89, año 1933, 161-199; Boeta-Tud tomo 69, año 1933, 463-519).
  14. La perennidad de nuestra fuerza (Boat, vol. 90, año 1934, 133; Boeta-Tud, tomo 70, año 1934, 36-83).
  15. Nuestra peregrinación a Roma (Boat, vol. 90, año 1934, 8997; Boeta-Tud, tomo 70, año 1934, 247-260).
  16. El Congreso Eucarístico de Buenos Aires (Boat, vol. 90, año 1934; Boeta-Tud, tomo 70, año 1934, 707-761).
  17. Sobre nuestros seminarios diocesanos (Boat, vol. 91, año 1935, 33-43).
  18. Nuestro adiós (Boeta-Tud, tomo 71, año 1935, 379-427).
  19. Nuestra vuelta de Roma (Boat, vol. 92, año 1936, 33-47).
  20. En el 80 aniversario de Pío XI (Boat, vol. 92, año 1936, 169-201).
  21. La Cuaresma de España (Boat, vol. 93, año 1937, 61-86).
  22. Carta colectiva de los obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la guerra de España (Boat, vol. 93, año 1937, 193-211).
  23. Lo que debemos al Papa. En el XVI aniversario de la coronación de Pío XI (Boat, vol. 94, año 1938, 33-48).
  24. El Congreso Eucarístico de Budapest (Boat, vol. 94, año 1938, 193-216).
  25. “Catolicismo y patria (Boat, vol. 95, 193-216).
  26. Lecciones de la guerra y deberes de la paz (Boat, vol. 95, año 1939, 257-304).
  27. La Santa Cuaresma (Boat, vol. 96, año 1940, 21-48).

Conferencias:

  1. En el Congreso de Apologética, en Vich, 1910, con motivo del Centenario de Balmes: Tradición y crítica en exégesis (publicada después como libro).
  2. En el Congreso litúrgico de Montserrat, en 1915.
  3. En el Congreso Montfortiano, de Barcelona, en 1918.
  4. En la Semana Catequística de Reus, en 1923.
  5. En el Congreso Eucarístico Internacional de Ámsterdam, en 1924: María Santísima, modelo ideal de reparación asociada a la de Jesucristo en la Anunciación, en el Calvario, en la Conmemoración Eucarística de la muerte de su Hijo, durante la prolongación de su destierro en la tierra (María Santísima, vol. 1, 19-70).
  6. En el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo, en 1926.
  7. En la Asamblea Mariana de Covadonga, en 1926: María Santísima, Reina del Universo (María Santísima, vol. 1, 71-129).
  8. En el Congreso Mariano de Sevilla, en 1929: La Mediación de la Virgen y la misión del sacerdocio católico en la Iglesia de Cristo (Boeta-Tud, tomo 65, año 1929, 373-410).
  9. En el Primer Congreso de Acción Católica en Madrid, en 1929: La autoridad de la Iglesia en las cuestiones todas de orden social (Boeta-Tud, tomo 65, año 1929, 943-986).
  10. En el Congreso Eucarístico Internacional de Cartago, en 1930: Los Doctores de Cartago y la Comunión Eucarística (BoetaTud, año 1930, 411-441).
  11. En la Asamblea Catequística de Zaragoza, en 1930: La familia y la educación cristiana (publicada posteriormente con carácter de Carta Pastoral) (Boeta-Tud, tomo 66, año 1930, 871-907).
  12. En el Congreso Eucarístico de Buenos Aires, en 1934, sobre la Hispanidad: Discurso de la fiesta del Día de la Raza.
  13. En el Congreso Eucarístico Internacional de Budapest, en 1938: El tema doctrinal del Congreso y el actual momento de España (Boat, vol. 94, año 1938, 217-233).

Esta enumeración de sus escritos da idea de lo que fue su producción literaria como sacerdote y su magisterio como obispo. Son libros muy densos y profundos, de comentario y divulgación de los grandes temas teológicos, no de investigación. Él no fue un precursor de la teología moderna, entendiendo por tal la elaborada posteriormente por hombres como Lubac, Congar, Rahner, Von Balthasar, Daniélou, etc. Se ciñó estrechamente en sus reflexiones a la doctrina de Santo Tomás y a las grandes encíclicas pontificias, y trató de proyectar su luz, de modo magistral, a los problemas que eran ya actuales en su momento: la familia, el Papado, la Eucaristía, la Iglesia y la sociedad civil, la liturgia, etc. Son libros, los suyos, de 500 a 900 páginas los más. Se vendieron muchos. De algunos de ellos hasta 120.000 ejemplares, en aquellos tiempos. Con lo cual podemos decir que ejerció una influencia doctrinal sobre el clero de España muy notable. Creo no incurrir en exageración alguna si digo que en el Episcopado español del siglo XX no ha habido ninguna figura de tanto relieve intelectual y de tanta influencia doctrinal orientadora como el Cardenal Gomá.

Para encontrar otro de talla semejante o quizá superior tendríamos que señalar el nombre de Torras y Bages, catalán insigne también, el célebre obispo de Vich, muerto en 1916 (había nacido en 1846).

El pontificado de Gomá fue breve, pero intensísimo. De octubre de 1927 a julio de 1933, obispo de Tarazona: seis años. En Toledo, desde junio de 1933 hasta agosto de 1940: siete años.

Cuando llegó a Toledo no podía sospechar la dolorosa cruz que se le venía encima. La Diócesis Primada estaba vacante desde el 1 de octubre de 1932, en que el Deán del Cabildo, don José Polo Benito, mártir también en nuestra guerra, recibió una comunicación del Nuncio de Su Santidad que decía así:

«Nunciatura Apostólica en España.

Madrid, 30 de septiembre de 1931.

Ilustrísimo Señor: El Emmo. Sr. Cardenal Secretario de Estado de Su Santidad acaba de telegrafiarme, y yo me apresuro a poner en conocimiento de Su Señoría que el Emmo. Sr. Cardenal Segura, imitando el ejemplo de San Gregorio Nacianceno, con noble y generoso acto, del cual él solo tiene el mérito, ha renunciado a la Sede Arzobispal de Toledo. Ruego, por tanto, por conducto de Su Señoría, al Excmo. Cabildo Metropolitano de Toledo, para que, según las prescripciones del Derecho Canónico, proceda sin demora a la elección de Vicario Capitular. Con los sentimientos de mayor aprecio le saluda y bendice su afectísimo Federico, A. de Lepanto, N. A.

Ilustrísimo Sr. D. José Polo Benito, Deán de la Santa Iglesia Metropolitana de Toledo.»

Siguieron un año y seis meses y medio de orfandad hasta que llegó don Isidro Gomá. Se entregó enseguida al trabajo pastoral con todo rendimiento. En 1934 viaja a Buenos Aires para participar en el XXXII Congreso Eucarístico Internacional, donde pronunció el célebre discurso sobre la Hispanidad, en el teatro Colón. En 1935, celebra la «Semana pro Seminario», primer impulso motivador de la reforma de los seminarios de España en aquella época. Y en el 36 empezó para él la última etapa de su vida en que hubo de asumir tan graves responsabilidades. Su labor fue sencillamente titánica y cuando se la examina con atención, a través de un libro serio y documentado como el de la doctora Rodríguez Aisa, en que se transcriben importantes documentos del Archivo del Arzobispado de Toledo, que permanecían reservados, se siente conmovida admiración ante aquel hombre, patriota, clarividente, pacificador, no belicista, que amó a la Iglesia y a España hasta la extenuación.

Pero, añado una vez más, no es mi propósito ocuparme del tema de su actuación en la guerra. Sólo diré que sus gestiones con los papas Pío XI y Pío XII (Pío XI murió en febrero de 1939 y Pío XII fue elegido y consagrado en marzo del mismo año), lo mismo que con el Generalísimo Franco en España, estuvieron marcadas por la prudencia y la valentía para explicar lo que sucedía, oponerse con toda dignidad a intentos equivocados, y avisar a tiempo sobre los peligros que para la Iglesia y para España podían derivarse de ciertas presiones en el Vaticano o de determinadas orientaciones políticas en el naciente Estado español.

Independientemente de esta labor durante aquella época atormentada, Gomá fue el sacerdote y el obispo que por su formación, su cultura, su capacidad de organización y de trabajo, contribuyó más que nadie en algunos aspectos, y siempre con singular relevancia en otros, a la renovación de la predicación sagrada por parte de los sacerdotes españoles, al aprecio de los estudios bíblicos, a la estimación del valor educativo de la liturgia (así tituló uno de sus libros), a la reforma de los seminarios, y naturalmente a la defensa de la Iglesia y sus derechos en las relaciones con la sociedad civil en el contexto de la época y de acuerdo con el Magisterio pontificio de entonces.

Como prueba de su espíritu renovador, de su clarividencia, de su talante pastoral en la época en que vivió, de sus inquietudes muy anteriores a lo que después dijo en el Concilio Vaticano II, ofrezco a ustedes un precioso documento que el Cardenal envió al Papa Pío XI en diciembre de 1936. Se lo entregó en mano, y, a raíz de esta visita al Vaticano, es cuando fue designado representante «confidencial» y «oficioso» de la Santa Sede cerca del Gobierno de Burgos. Llama profundamente la atención lo que entonces dijo sobre los sacerdotes españoles y sobre las asociaciones de apostolado seglar, concretamente sobre la Acción Católica y sobre la Asociación de Propagandistas fundada por el jesuita P. Ángel Ayala y desarrollada por don Ángel Herrera.

«Acción ministerial y Acción Católica» #

«Los dos conceptos de este epígrafe requerirían un estudio a fondo de las necesidades más urgentes que habrían de atenderse en el doble aspecto de la acción sacerdotal y de la Acción Católica en orden a la reconstrucción espiritual de nuestra España. Me reduzco a notar algunos defectos de que han adolecido una y otra, y que les han restado gran parte de su eficacia.

Acción sacerdotal #

1º. Aun reconociendo todas las virtudes de nuestro venerable clero, su espíritu de obediencia, la pureza de sus costumbres en general, su buena formación teológica, etc., pero ha de confesarse que ha pecado de rutina y que ello le ha hecho quedar rezagado con respecto a las necesidades del momento. Ha predominado el tipo del sacerdote-beneficiado, que ha vivido al amparo de sus rentas, hoy escasas, como vivió siglos pasados al cobijo de sus pingües beneficios, pero sin el dinamismo que nace de la comprensión de los problemas del momento y del celo que lleva a su resolución. Todas las profesiones se han puesto a tono con las exigencias de los tiempos presentes, y nosotros hemos quedado como anquilosados, siguiendo los mismos procedimientos de apostolado que un siglo atrás. Falta lo que llamaríamos ‘presencia sacerdotal’ en muchos aspectos de la vida moderna.

2º. Este mismo concepto de la vida sacerdotal inmovilizada por el disfrute de un beneficio ha determinado una gran corriente de vidas sacerdotales en el sentido de un desplazamiento de la vida de ministerios. Cuéntense las actividades restadas a la vida de apostolado por nuestras catedrales, por la organización castrense, por los beneficios fundacionales, etc., considérese que esto ha sido como el anhelo hacia cuya realización ha confluido la vida de muchos miles de sacerdotes, y se podrá calcular el quebranto que por ello ha sufrido la acción propiamente ministerial.

3º. Ello ha determinado un movimiento general de las mejores capacidades hacia un campo ajeno a la vida de apostolado, y una como descotización de la vida y del ministerio parroquial, para el que han quedado solamente aquellos que no se han sentido capaces de puestos mejores en el sentido material, o a quienes la suerte ha sido adversa en las provisiones. Me refiero en ello principalmente al régimen concordatario que ha durado ochenta años y que tantas corruptelas había introducido en la vida eclesiástica en España.

4º. Nuestra clerecía ha sido demasiado aficionada a la política. País eminentemente religioso como había sido España, andaban mezcladas las cosas religiosas con las civiles, por el mismo predominio que de siglos había tenido la religión. Gran falta ha sido la de los políticos, que en España han tenido siempre tendencia a invadir el campo de la Iglesia; pero no ha sido menor la de los sacerdotes que, con detrimento de la caridad y de los mismos intereses de la Iglesia, han militado, a veces entre la explosión pública de las pasiones políticas, en alguno de los partidos. Las cuestiones antiguas entre carlistas e integristas, liberales y mestizos, y las modernas en favor de las tendencias regionalistas o de la simple adhesión a los partidos políticos turnantes en el régimen político del país, significan una resta enorme a las actividades pastorales y especialmente a la caridad y concordia en que debería haber trabajado siempre el sacerdote. El daño derivado a la Iglesia de este aspecto de la historia sacerdotal en nuestro país es cosa enorme. Hay que añadir que las tendencias más o menos separatizantes en cuestión política, han importado casi siempre una relajación del sentido de jerarquía y disciplina.

5º. Hemos faltado por escaso contacto con el pueblo. El principio pastoral cognosco oves meas et cognoscunt me meae, ha tenido entre nosotros gran quiebra, especialmente en determinadas regiones de España, donde el sacerdote apenas si es conocido por otra cosa que por las funciones administrativas, no tanto en el sentido sacramental de unas ceremonias que son el último residuo de la religión en muchos fieles, cuanto en el del ejercicio de unos derechos de orden económico que, si constituyen una forma de vivir, deberían serlo sólo en cuanto representan una retribución a una vida consagrada enteramente al bien espiritual de una feligresía.

6º. Nuestra predicación, en el sentido más amplio de la palabra, de contacto intelectual con el pueblo, ha sido escasa de ocasiones y de forma. La predicación propiamente pastoral, catecismos, homilías, de circunstancias, falta en gran número de parroquias o se da en forma totalmente rutinaria. La estadística en este punto nos daría resultados deplorables. Hay otra predicación que ha causado enorme estrago en España: es la de profesionales de la elocuencia, ensayistas de púlpito, hombres sin fondo cristiano y sin celo de las almas que, si han dado gran relieve a las grandes solemnidades, han contribuido a estragar el gusto de los oyentes y a sostener el estado de ignorancia religiosa deplorabilísima de nuestros ciudadanos.

7º. Tal vez deberíamos buscar la causa de estos defectos en la formación que se da a nuestros sacerdotes en los seminarios que, si están bien en general, en cuestión de disciplina, piedad y hasta muchos de ellos en formación literaria de los alumnos, pero no se da una formación práctica o de utilización de los recursos logrados en el seminario para la edificación de la Iglesia.

8º. Ha faltado coordinación entre ambas clerecías, secular y regular. Más que falta de coordinación ha habido muchas veces discrepancias y hostilidad, especialmente cuando se han congestionado, en ciudades de importancia, sacerdotes seculares y religiosos de varias clases. Ello ha redundado en desedificación del pueblo y en mengua de su aprovechamiento espiritual.

  1. Acción Católica

Me refiero en este punto a la información dada a esa Secretaría de Estado en escrito formulado en Roma, en el mes de abril último, no pudiendo concretar ni fecha ni contenido por haber perdido mi archivo personal en las actuales depredaciones. No hará más que indicar algunos aspectos que ofrecen novedad, debida a los actuales acontecimientos.

1º. Insisto en señalar uno de los defectos principales de que ha adolecido nuestra actual organización de Acción Católica, que es el exceso de burocratismo. Cierto que la Acción Católica ha de tener una organización, una división de trabajo y una utilización de procedimientos modernos que traduzcan en unas oficinas el estado de lo que llamaríamos el cuerpo social y externo de la Acción Católica, y que faciliten su conocimiento y régimen. Pero la organización nunca ha de exceder las exigencias del apostolado, sino que, formado el organismo para obrar, éste debe agrandarse paulatinamente a medida que crezca y avance la obra

2º. Porque no se hizo así, nuestra Acción Católica resulta excesivamente cara, casi mil pesetas diarias en junto. Se ha formado el organismo a base de sueldos, o, si se quiere, se ha formado una jerarquía de gratificaciones paralelas a la de cargos. Es cosa muy humana, y tal vez sería difícil encontrar quienes sacrificaran horas y trabajo en una obra de puro celo, sobre todo cuando ésta requiere asiduidad y constancia. Pero aun en esta hipótesis, debe procurarse que los gastos se atemperen a las posibilidades económicas de la organización.

3º. Aun teniendo la Acción Católica por fin inmediato la formación de selecciones, creemos que nuestra Acción Católica se ha mantenido en un plano superior al que exigían las circunstancias de nuestro país. Si la Acción Católica es participación de los seglares en el apostolado jerárquico, allí principalmente debía aplicarse su actuación donde se aplica la de la jerarquía, no tanto en su actuación circunstancial y más alta, como en el plano corriente de la formación del pueblo en la acepción general de la palabra. El enemigo ha sido más sabio que nosotros. Ha ido directamente a las masas, sin olvidar la preparación de los instrumentos que debían facilitar su conquista.

4º. A este principio de la conquista de las alturas habrá obedecido tal vez la celebración de los Cursos de Santander. Son copiosas las referencias que he recibido de su ineficacia, de la forma como se han dado y tal vez de los abusos que a su sombra se han cometido. Resultan, además, excesivamente costosos. Igual debe decirse de la celebración de Semanas pro Ecclesia et Patria. Excelente idea, a la que ha faltado ambiente popular y eficacia práctica. En un tono más acertado se ha movido la Editorial, aunque le ha faltado control y le han sobrado algunos desaciertos evidentes.

5º. Tampoco se ha encuadrado bien la Acción Católica en el marco de la Jerarquía. No puede ponerse una tilde a su sentido de sumsión a la Iglesia. Sí, que su funcionamiento ha estado demasiado destrabado en la práctica de lo que de más práctico tiene la Jerarquía, que es la dirección personal de obispos y párrocos, de cuya acción ha exorbitado la Acción Católica, si no es que alguna vez la Jerarquía ha encontrado en la Acción Católica algún obstáculo.

6º. Salvando siempre la rectitud de intenciones en todos, es innegable que algunos dirigentes de la Acción Católica han sido considerados como autores de la política de sector determinado. Ello ha ocasionado algunas polémicas de prensa en que se ha envuelto la Acción Católica, que debe estar por encima de toda querella de carácter político, restándola simpatías y eficacia. Este aspecto se ha acentuado excesivamente con motivo de la guerra actual. Ello ha importado en un gran sector profunda animadversión contra una tendencia política y algunas de las personas que la han representado. Podría ello ser un grave inconveniente para la actuación futura de la Acción Católica. Para que la Acción Católica quede siempre en un plano superior a los partidos políticos, ya que no puede exigirse que los militantes de Acción Católica dejen de cumplir sus deberes para con la nación o Estado, sería necesario se aplicaran escrupulosamente las normas pontificias que regulan este punto concreto de Acción Católica.

7º. Elegidos la mayoría de los dirigentes de Acción Católica en nuestro país entre el núcleo de ‘Propagandistas’ formados, antes de la actual organización, por el señor Herrera, aun reconociendo las cualidades que les adornan en general, de virtud y competencia, pero tal vez adolecen de falta de dinamismo, de espíritu de verdadero apostolado y de conocimiento de las diversas necesidades de las clases sociales en las que han de ejercer su actuación.

8º. Si la Acción Católica tiene por objeto formar la conciencia católica de los individuos y colectividades, extendiéndose la actuación de aquéllos y de éstas a todos los órdenes de la vida, es necesario que la influencia directora de la Acción Católica llegue hasta los mismos, de conformidad siempre con las normas pontificias. Así, en el orden económico y social, salvados los principios de religión y moral aplicables al caso, para conseguir la mayor eficacia la Acción Católica debería interesarse en que algunos de sus miembros se capacitaran en el sentido científico y técnico de la economía social, sin cuya preparación su influencia resultaría nula. Con igual o mayor interés se ha de procurar que la Acción Católica tenga hombres preparados en el orden pedagógico que puedan influir en las leyes o normas públicas para la formación de la juventud, siendo un punto de máxima importancia el que se formen centros que dependan solamente de la Iglesia, aunque el Estado establezca clases de religión en los centros oficiales. Igual podría decirse de los deportes. Poco o nada se ha atendido de todo ello en la actual organización de la Acción Católica.

No apunto más que los defectos más visibles de que adolece nuestra Acción Católica, subsanables todos ellos con el esfuerzo de todos, que deberá ser obligado, tenaz e inteligente, para salvar lo que se pueda de las ruinas acumuladas por la revolución, y reconstruyendo nuestra nación desgraciada, según las exigencias de su tradición y las que han creado los tiempos nuevos.

Tengo la seguridad de que para ello encontrará la Santa Sede totalmente dispuesta la Jerarquía y aquellos a quienes designe para las grandes empresas de la Acción Católica.»

1 La sigla Boeta-Tud designa el Boletín Oficial del Obispado de Tarazona y Tudela. La sigla Boat el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo.