La Cuaresma y la práctica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio

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La Cuaresma y la práctica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio

Exhortación pastoral, del 19 de febrero de 1969, publicada en el Boletín oficial del Arzobispado de Barcelona, 15 de marzo de 1969, p.146-152. Esta exhortación prolonga y completa la reproducida anteriormente, de fecha 28 de febrero de 1968.

Queridos diocesanos:

Insistentemente os he exhortado, en homilías, conferencias y otros contactos de diversa índole, que a lo largo de estos años he mantenido con vosotros, a destinar algún tiempo, e incluso algunos días, a la reflexión y al recogimiento. Contribuye esta resolución, debidamente practicada, a lograr ese equilibrio interior, tan necesario a los hombres de todos los tiempos y particularmente amenazado en el nuestro. Equilibrio humano, cósmico y religioso, cuya síntesis se llama santidad, del que ya os hablé el año pasado en mi carta pastoral Cuaresma, primavera de las almas.

Con su sabia y maternal pedagogía la Iglesia conduce siempre a la salvación a todos sus hijos, pero de manera particular en el tiempo cuaresmal nos lleva por el camino de la interioridad y de la penitencia a la luz y a la vida. San Pablo escribía a los fieles de Galacia: “Estoy crucificado con Cristo” (Gal 2, 19), y él mismo amonestaba a los de Corinto con estas palabras, que se recogen en la epístola del Domingo de Resurrección: “Barred la levadura vieja, para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y de la verdad” (1Cor 5, 7-8).

“La penitencia del tiempo cuaresmal –ha querido recordarnos recientemente el Concilio– no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencial de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos países y condiciones de fieles, y recomiéndese por parte de las autoridades de que se habla en el número 22”1. Están tomadas estas palabras de la constitución sobre la Sagrada Liturgia y no necesitan explicación profunda para que a todos nos resulten claros los siguientes puntos:

  1. Aparecen intrínsecamente relacionados, dentro del capítulo dedicado al año litúrgico, cuaresma y penitencia. “Puesto que el tiempo cuaresmal –se ha precisado más arriba– prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dese particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo”2.
  2. En el orden de la eficacia ascética y perfectiva se concede la primacía a la penitencia interna e individual, si bien se valora y recomienda igualmente la externa y social, ya que “la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación”3.
  3. La práctica penitencial se ha de fomentar “de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos países y condiciones de los fieles”. “En los diversos tiempos del año –también se asegura más arriba–, de acuerdo con las instituciones tradicionales, la Iglesia completa la formación de los fieles por medio de ejercicios de piedad espirituales y corporales, de la instrucción, de la plegaria y las obras de penitencia y misericordia”4.
  4. A las autoridades eclesiásticas, la Santa Sede, y en la medida que determine la ley, el Obispo diocesano, se les recuerda la facultad y el deber que tienen de ordenar la liturgia y la práctica penitencial, como “verdaderos padres, que se distinguen por el espíritu de amor y de preocupación para con todos y a cuya autoridad, confiada por Dios, todos se someten gustosamente”5.

He aquí por qué, deseoso de cumplir con mi deber, quiero exhortaros a todos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares de la Diócesis, al comenzar la santa Cuaresma de este año, a una vida de mayor oración y penitencia interior, consciente de que, si no reforzamos los fundamentos esenciales de nuestra religiosidad, todos los demás intentos de renovación se desvanecerán irremisiblemente.

Concretamente, deseo hablaros de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, forma tradicional de educación espiritual que «es, en frase de Pablo VI, siempre moderna, siempre viva y no necesita más que ser practicada, para encontrar en su eficiencia originaria la respuesta a todas las necesidades modernas”6.

Sin desestimar ni olvidar otras prácticas de oración y purificación interior, quiero invitaros de manera expresa y deliberada a ésta de los Ejercicios según el método ignaciano, porque pienso que la Cuaresma es una ocasión propicia para practicarlos, y porque estimo que deben corregirse actitudes equivocadas sobre los mismos que están en el ambiente. No han pasado de moda los Ejercicios de San Ignacio. Su actualidad y su valor son perennes. El silencio, la soledad interior, el diálogo familiar con Dios, frecuente y prolongado en estos días, hablan por sí mismos de la genuina excelencia de este medio de santificación que nunca aparecerá como superado en la vida cristiana. Prestigiosos especialistas se han preocupado, por otra parte, de poner de relieve la relación existente entre las enseñanzas del Vaticano II y los Ejercicios en orden a la perfección cristiana. A la publicación de los resultados obtenidos en el Congreso Internacional de Ejercicios, celebrado en Loyola en 1966, os remito, para que veáis confirmado cuanto os estoy diciendo7.

Los Ejercicios en Barcelona #

Por lo que se refiere a nuestra Diócesis, hemos de reconocer que los Ejercicios han encontrado siempre muy favorable acogida. Podríamos decir que el desarrollo de la vida católica en nuestra época en Barcelona ha estado ligado en gran parte a la estimación y práctica de los Santos Ejercicios. Muchos de los que más han trabajado en los últimos años por la Iglesia en Barcelona han sido fervientes ejercitantes y apóstoles de los Ejercicios. Y a ello ha contribuido en gran parte la benemérita Obra de Ejercicios Parroquiales, la cual, como dijimos recientemente, “tiene un largo y extraordinario historial, sobradamente conocido por nuestros párrocos y movimientos apostólicos, ya que de los Ejercicios han brotado espléndidos colaboradores, vivos militantes y no pocas vocaciones sacerdotales y religiosas”8.

Pues bien, pienso que, por lo que se refiere al presente y al futuro inmediato de la vida espiritual de Barcelona, el retorno a la práctica frecuente de los Ejercicios, que ya se ha iniciado, volverá a ser fuente frecuente de las mejores energías apostólicas. Trataré de razonarlo.

El hombre de hoy #

Es evidente que el mundo de hoy evoluciona hacia una mayor autonomía en todos los órdenes. El hombre va emancipándose de un estado secular de tutela familiar, social, política y religiosa, para colocarse delante de Dios, de la sociedad y de sí mismo con un sentido nuevo de responsabilidad.

Ha sido tan rápido el cambio de estructuras y de ambiente, que la humanidad se siente impreparada para esta nueva forma de vida. Cunde por todas partes una desorientación extraordinaria. El hombre siente vértigo al contemplar el abismo al que se asoma. Sin fuerzas para caminar por sí mismo, cae muchas veces víctima de los que le dirigen, los cuales se transforman, o los transforma él, en ídolos a los que se somete, porque saben expresar lo que él siente en su interior y denunciar los errores que provocan en él una espontánea reacción. Pero a menudo no saben indicar la solución.

El hombre de hoy, muy sensible a su responsabilidad, contempla la sociedad en que vive y clama contra los abusos intolerables que le rodean, percibe claramente el artificio de tantos sistemas carcomidos por el egoísmo de un ambiente dominado por el bienestar individual, que habla de paz y fomenta la guerra, que defiende la libertad y es esclavo de innumerables intereses creados, que propone como ideal la justicia y es incapaz de frenar las apetencias desorbitadas de los prepotentes.

Desorientado ante esta nueva realidad, busca angustioso la solución. No puede seguir siendo juguete de una sociedad fascinadora que le hipnotiza y le obliga a malgastar sus mejores energías en una lucha estéril que provoca en lo más íntimo de su ser una aguda sensación de desengaño.

Quiere librarse de esta esclavitud, dominar en vez de ser dominado, llevar una dirección justa en la vida en vez de verse obligado a cambiar continuamente al compás de las modas, siempre nuevas y efímeras, poseer una independencia sana para realizar las exigencias íntimas de su ser.

En una situación así, fácil es de ver la necesidad que un hombre tiene de luz segura, el riesgo que corre de considerar como criterios objetivos sus propios puntos de vista, la dificultad de alcanzar la serenidad y calma necesarias para la discriminación auténtica de los valores y la libertad interior para el recto empleo de ellos.

Aquí surge el interrogante: ¿Puede este hombre de hoy, en estas circunstancias, esperar algo de los Ejercicios? Basta tener un conocimiento superficial de lo que son para comprender que de ellos se deriva precisamente lo que la sociedad de hoy echa de menos y busca con tanta ansia: luz en el camino, libertad interior ante las decisiones, fuerza para desarrollar las energías necesarias. En los Ejercicios se encuentra el hombre consigo mismo, en absoluta independencia de factores que puedan dominarle, y allí puede iniciar el diálogo sereno y vital con Dios y consigo mismo que le irá descubriendo el valor de todas las realidades existentes. Allí va clarificando, a la luz de la realidad objetiva, que puede contemplar sin nube alguna de pasión y en su perspectiva justa, qué es Dios, el mundo, la Iglesia, la sociedad, qué son todos para él y qué es él para todos.

En este encuentro vital, ayudado por el silencio y la plegaria, el ejercitante penetra en su interior y descubre “el hombre nuevo”. Sólo un “hombre nuevo” puede vivir en este mundo nuevo, comprender las exigencias nuevas de la sociedad y alcanzar la personalidad y la madurez natural y sobrenatural necesarias para moverse en el difícil clima actual. Sólo un hombre nuevo volverá a sentir esperanza e ilusión al ver las fuerzas con que cuenta para realizar su misión, contemplando su vida a la luz del plan eterno de Dios, encaminado al perfeccionamiento de la humanidad. Nada más moderno ni urgente en el momento actual que este descubrimiento a la luz de Dios de la razón de ser de cada uno y de su puesto en la sociedad y en la Iglesia.

Los Ejercicios son, por consiguiente, el remedio a esta prisa vertiginosa que impide planificar nuestra vida, la liberación de la esclavitud ambiental que nos sofoca sin dejar espacio para el desarrollo de nuestra personalidad, el hallazgo del Dios vivo y vivificador –hecho hombre por nosotros– que nos llama a contemplar y perfeccionar su obra. Este descubrimiento lo llevamos a cabo al meditar la palabra divina encarnada en la Escritura y reencarnada en cada uno en el contacto personal con Dios.

Sólo esa experiencia y percepción de la realidad va eliminando imágenes parciales y deficientes, que engendran en el alma la idea, más que del Dios de la verdad, de un ídolo falsificado incapaz de saciar las apetencias de autenticidad.

Los Ejercicios después del Concilio #

Para que los Ejercicios puedan dar al hombre de hoy lo que necesita, deben ser aplicados del modo más apto posible a su psicología y su situación. Y, aunque el método ignaciano debe permanecer idéntico y fiel a sí mismo, puede, sin embargo, lograrse una mejor presentación de las doctrinas que se han de meditar; en el Congreso de Loyola, ya citado, especialistas de todo el mundo trabajaron juntos para trazar las bases de reelaboración necesaria y abrir cauces de una mayor acomodación al momento presente.

Los Ejercicios, por ser vida, han necesitado siempre esta renovación vital. En otro momento similar al actual cambio de estructuras y evolución de formas, el que sucedió a la Segunda Guerra Europea, se tuvo en 1941 un Congreso Nacional que marcó el comienzo del florecimiento extraordinario que han tenido los Ejercicios en los últimos veinte años. Esperamos y deseamos que en este momento crucial puedan los directores de nuestra Archidiócesis examinar la marcha actual y las dificultades que experimentan, y que sabrán encontrar los medios de superarlas.

Se ha hecho mucho. Hoy se consideran los Ejercicios a la luz del Vaticano II. Se les encuadra, según la tradición más sana, dentro del marco de la historia de la salvación, es decir, de la acción de Dios en el hombre y de la respuesta del hombre a la acción de Dios; se descubre la línea divina que se repite en todas las manifestaciones; se busca el mayor contacto con la Sagrada Escritura, portadora de la Palabra de Dios; se da al ejercitante un espacio mucho más amplio para su reflexión y actividad personal de modo que pueda, a la luz de Dios, examinar su vida y realizar la acción que le centre en el punto exacto marcado por Dios para él y en el que conseguirá perfeccionarse a sí mismo y a la sociedad.

Todos estos esfuerzos nos llenan de esperanza y nos hacen pensar que los Ejercicios van a adquirir en nuestra Archidiócesis un nuevo vigor, y van a seguir siendo lo que siempre han sido en ella: el impulso motor, el alma de muchas actividades apostólicas. Contamos con numerosísimos ejercitantes y con muchos y cualificados directores. Les pido muy encarecidamente que redoblen sus esfuerzos en favor de la generación actual.

Colaboración de los seglares #

Los Ejercicios no son un coto cerrado para sacerdotes y religiosos. Encierran también una riqueza para el seglar. Y si en Barcelona la Obra de los Ejercicios adquirió tanta fuerza, ello se debe en buena parte a lo seglares propagandistas y apóstoles con que ha contado siempre. No dudamos que, en este momento de revalorización de la espiritualidad seglar, el laico podrá, por un lado, encontrar en los Ejercicios el alimento apto para su espíritu, los resortes que le vayan sosteniendo, los principios que nutran su vida espiritual conforme a la elevada misión que tiene en la Iglesia; y por otro, sabrá ofrecer la colaboración necesaria para que puedan difundirse y extenderse por todas partes. Ante todo, con la propaganda oral y escrita, las visitas y conversaciones en el radio de sus posibilidades, junto con el testimonio que ellos tienen a través de la propia vida; después, con el uso de los medios modernos de comunicación social, las campañas publicitarias y exposiciones públicas, como las realizadas en los últimos años, e incluso con su asistencia y su ayuda en la dirección de las tandas.

Estamos ciertos de que nuestros diocesanos de hoy serán dignos de los que les han precedido, y de que su responsabilidad por la rica herencia que han recibido será estímulo para que sigan practicando, viviendo y difundiendo los Ejercicios conforme a las posibilidades y necesidades actuales. De una manera especial recomendamos la querida Obra Diocesana de Ejercicios Parroquiales, que ha sabido mantener hasta ahora los Ejercicios en un estado de eficiencia tan admirable en favor de las parroquias de Barcelona.

Fidelidad siempre #

No obstante lo que he dicho más arriba sobre las acomodaciones necesarias, estimo que sería un error funestísimo ir más allá de los límites debidos y desvirtuar la práctica de los Ejercicios conservando de ellos sólo el nombre, pero cambiando a capricho su carácter específico y lo esencial de su metodología. Y esto es lo que está sucediendo hoy, por desgracia. Sacerdotes, religiosos, seminaristas, seglares, se reúnen para practicar ejercicios, según dicen, y ceden a la tentación de convertir sus reuniones en meros coloquios y análisis verbales con los que ingenuamente creen poder sustituir a los Ejercicios auténticos y tradicionales. Tengan presente los que obran así lo que ha escrito Pablo VI: “Sería un error diluir los Ejercicios con innovaciones que, buenas en sí mismas, podrían reducir la eficacia del retiro. Tales iniciativas, como la de los grupos dinámicos, las discusiones sobre materias religiosas y las mesas redondas sobre sociología religiosa, tienen su puesto en la Iglesia, pero este puesto no está en el retiro cerrado, en el cual el alma, a solas con Dios, se dispone generosamente al encuentro con Él y a ser maravillosamente iluminada y fortificada por Él”9.

Cuando yo hablo en esta carta pastoral de los Ejercicios, me refiero a los propiamente dichos, y más concretamente, por ser los que mayores alabanzas han merecido siempre de la Iglesia, a los de San Ignacio de Loyola. Los coloquios y las revisiones de vida pertenecen a otros momentos. Pueden ser muy provechosos, pero no son los Ejercicios para el indispensable encuentro del alma con Dios. Os pido sinceridad y valentía. Sinceridad, para reconocer el sacrificio abnegado que los Ejercicios ignacianos reclaman, y valentía, para ofrecer a Dios uno de nuestros mayores dones: el de la voluntad libre. “Debemos difundir –os repito con palabras de Pablo VI– esta fuente de salvación y de energía espiritual, debemos hacerla posible a todas las categorías: a los adolescentes, a la juventud, a los obreros, estudiantes, estudiosos, personas cultas, enfermos, etc. Este momento de intensidad y de reflexión sobre temas religiosos, que es precisamente lo que caracteriza a los Ejercicios Espirituales, debe llegar a ser una costumbre del pueblo cristiano, mucho más difundida y mucho más fomentada de cuanto ha sido hasta ahora”10.

La práctica de los Ejercicios en retiro sería un modo aptísimo de vivir la Cuaresma como preparación para celebrar el misterio de Cristo resucitado. San Pablo parece centrar todo este misterio en la obediencia del segundo Adán al Padre: “Como por la desobediencia de un solo hombre fueron constituidos pecadores los que eran muchos, así también por la obediencia de uno solo serán constituidos justos los que eran muchos” (Rm 5, 19). Incluso el mismo Salvador, la mayor parte de las veces en que se refiere explícita o implícitamente a su Pasión, la presenta a sus Apóstoles como el mandato que ha recibido del Padre y como obediencia a este mandato paterno. Al dibujar la disposición de ánimo que en orden a la humildad recomienda a los cristianos, San Pablo pone como ejemplo la humildad y la obediencia de Cristo: “Tened en vosotros –dice– estos sentimientos, los mismos que Cristo Jesús; el cual, subsistiendo en la forma de Dios, no consideró como presa arrebatada el ser igual a Dios, antes se anonadó a sí mismo tomando forma de esclavo, hecho a semejanza de los hombres; y presentándose como hombre en su condición exterior, se abatió a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz” (Flp 2, 58).

No hay otro camino para la verdadera renovación interior de la conciencia. Si en Barcelona y en las demás diócesis de España y del mundo se reanudase la práctica frecuente de los Santos Ejercicios, prestaríamos todos uno de los mejores servicios a la Iglesia postconciliar de esta hora. Sobran muchos escritos y muchas reflexiones improvisadas. Falta, en cambio, profundidad, paz en los espíritus y obediencia sobrenatural, a imitación de Jesucristo.

Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

1 SC 110.

2 Ibíd., 109.

3 LG 8, 4.

4 SC 105.

5 CD 16, 1.

6 Alocución a los sacerdotes de la Federación Italiana para los Ejercicios Espirituales, 28 de diciembre 1968: apud Insegnamenti di Paolo VI, VI (1968) 1064-1065.

7 Véase el volumen Los Ejercicios de S. Ignacio a la luz del Vaticano II, BAC 280, Madrid 1968.

8 Véase Día de los Ejercicios Espirituales, en Boletín Oficial del Arzobispado de Barcelona, 15 de noviembre de 1968, p. 719.

9 Pablo VI, Carta al Card. Cushing, 25 de julio de 1966.

10 Pablo VI, Alocución a la Federación Italiana de Ejercicios Espirituales, 29 diciembre de 1965.