La Custodia de Toledo: la fe plasmada en el arte

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La Custodia de Toledo: la fe plasmada en el arte

Artículo publicado en la edición del diario ABC, el 9 de junio de 1993, que ha servido de prólogo al libro de don Luis Moreno Nieto, La custodia de Toledo. Reproducido en BOAT, junio-julio 1993.

Cualquier iniciativa que pretenda dar a conocer el acervo religioso y cultural que se encierra en nuestra Catedral, es digna de toda alabanza y merece el apoyo generoso. Cuando lo que se intenta es facilitar el conocimiento y, por lo tanto, la contemplación y la lógica admiración de la custodia de la Catedral de Toledo, resulta especialmente obligado el apoyo más entusiasta. Esto es lo que D. Luis Moreno Nieto persigue con la publicación de este libro: ofrecer al gran público una descripción detallada de la custodia, generalmente conocida como de Enrique de Arfe, obra cumbre de la orfebrería universal.

Es tal su riqueza y grandiosidad, que no necesita ninguna presentación, no se requiere ningún esfuerzo publicitario, pues la fama de esta joya, única en su género, llega a cualquier rincón del mundo, y cualquier persona, por sencilla que sea su formación, y aunque goce de escasa sensibilidad artística, tiene una referencia y un conocimiento más o menos preciso de esta pieza inigualable de la orfebrería. No hay turista o visitante de esta ciudad que no llegue a la Catedral con el ansia de ver de cerca y contemplar con asombro incontenible esta filigrana de arte. Está tan vinculada a la ciudad y a su fiesta del Corpus Christi, que el más sencillo recuerdo de la misma o la reproducción fotográfica más elemental e insignificante se convierte en el mayor reclamo para visitar Toledo y acercarse a admirar el Tesoro de la Catedral.

Dentro de esta inmensa concentración de arte en el templo primado, no resulta fácil seleccionar la pieza más representativa del patrimonio que nos han legado nuestros antepasados. Indudablemente, la custodia ocupa un lugar prioritario. Ante tanta fe plasmada en arte, considero oportuno tributar desde aquí un cordial reconocimiento y una sincera gratitud a la iniciativa del Cardenal Fray Francisco Jiménez de Cisneros para realizar este prodigio de fe y filigrana artística; al esfuerzo de aquel Cabildo que secundó la iniciativa de su cardenal y no ahorró sacrificio alguno para hacer realidad aquel proyecto; y al acierto de los orfebres, especialmente a Enrique de Arfe, que se inmortalizó con esta obra y enriqueció a nuestra Catedral con esta joya inigualable.

Al contemplar esta pieza de orfebrería del siglo XVI, no es suficiente resaltar los medios económicos de que disponían en aquella época, y que hicieron posibles obras de la envergadura tan colosal como es la custodia de la Catedral de Toledo. La realización de este proyecto no fue obra exclusiva de un artista y de un genio como lo fue Enrique de Arfe. Ni tampoco es fruto de la generosidad de unas gentes, cuyas riquezas y posesiones resultan proverbiales. Es, sobre todo, la plasmación de una fe y de una evolución intensamente arraigada y profundamente vivida en torno a la Santísima Eucaristía. Aquellas generaciones, con sus aciertos, que no fueron pocos, y con sus fallos, que no superan los del momento presente, al dejarnos en herencia esta joya, nos han ofrecido el testimonio perenne de una fe ardiente y de una religiosidad que se traducía en obras de belleza insuperable.

Las gentes de este mundo nuestro, como las de todos los tiempos, necesitan materializar su fe, y manifestar abiertamente su creencia y su religiosidad. Por eso surge la necesidad de sacar a las calles y a las plazas al Autor de todo lo creado. El hombre, limpio y noble, siente una necesidad incontenible de vivir esta fe con la mayor dignidad y esmero posibles. Por eso, porque era la suya una fe muy viva y apasionada, hicieron que lo mejor se destinara al culto divino, como ofrenda al Señor y como donación a quien todo le pertenece. Así nació este trono majestuoso del Señor, esta carroza de la Eucaristía, con la que el Señor del Universo cada año se pasea por las calles de nuestra ciudad.

Aquel pueblo del siglo XVI, al realizar esta custodia, no tenía complejo de hacer una obra demasiado lujosa en abierto contraste con las no pocas ni pequeñas necesidades económicas, que nunca han faltado en la sociedad de cualquier tiempo y lugar. También en aquella situación concreta la riqueza de la custodia podría llegar a ser motivo de escándalo para los especialmente sensibles ante los problemas y miserias de la sociedad. Por encima de estas consideraciones eran conscientes de que, de esa forma, brindaban al Señor el trato que requiere y la dignidad suma con que el hombre ha de aprender a relacionarse con un Dios tan cercano, que está realmente presente y vivo en la Eucaristía, bajo las apariencias de pan y vino. Entonces, como ahora, quien sabe ser espléndido con Dios no es tacaño con sus hermanos, los hombres más necesitados. Está por ver que sea capaz de desprenderse para atender las necesidades ajenas quien no ha aprendido el arte difícil de saber entregarse y hacer entrega de sus cosas por Dios y por los motivos más sublimes.

Es explicable que quien no tenga la riqueza de la fe, adopte ante esta custodia una postura de admiración incontenible y de embelesamiento espontáneo por lo que tiene de obra de arte única e irrepetible; mas a los que vivimos el don de la fe, la grandiosidad y riqueza de esta joya tienen que llevarnos a la contemplación de Aquel para quien está hecha. ¡Qué grande es el Señor que todavía resulta pequeño un trono como éste, de belleza y riqueza difícilmente igualables! Todo es poco para el Señor a quien todo pertenece. Tenemos la impresión de que los hombres, al preparar este trono de la Eucaristía, a pesar de todo, aún se quedaron cortos, porque sabemos para quién se hizo y a quién porta. Todo es accidental y secundario. Todo menos Jesús. El Señor, a quien no vemos, es el gran protagonista de la custodia.

No me parece justo que el visitante, con más o menos fe, interesado por el patrimonio de Toledo, se limite únicamente a contemplar el arte y escuchar los pormenores históricos y los clásicos detalles y datos que, a veces con cierta rutina, se transmiten en casi todas las visitas turísticas. Si se pudiera decir que la custodia es el centro de la riqueza artística de la Catedral y de la procesión del Corpus Christi de esta ciudad de Toledo, es porque Cristo está en el centro de todo ello. Él es el centro de la historia, y el centro y la raíz de toda la vida cristiana. Por esto nos resistimos a presentar la custodia como si se tratara únicamente de un objeto de arte. Aunque también lo sea, la teología y la fe nos dicen que es mucho más.

La noble satisfacción con que nuestros hombres y mujeres de Toledo contemplan, admiran y hablan de su custodia debe ser la manifestación externa y la muestra inequívoca de esa fe que está por encima de esas otras visiones puramente humanas con que a veces se comentan las cosas más sublimes, como son, entre otras, la Eucaristía y el Corpus Christi. Si hay motivos sobrados para sentirse honrados por esta joya admirada y envidiada por todos, de lo que verdaderamente hemos de estar orgullosos es de la presencia en ella de un Dios tan cercano como es la Eucaristía.

A la vez que alabo el acierto de D. Luis Moreno Nieto al publicar este libro, fruto de una minuciosa investigación y de un paciente trabajo, le aliento a que siga escribiendo muchas páginas cargadas de belleza literaria y de riqueza cultural, que den a conocer la maravilla de nuestra fe y la necesidad de nuestra religiosidad. Y le deseo que, al facilitar el conocimiento de tantos pormenores de la custodia, ayude a todos sus lectores a descubrir la riqueza insondable que es el Señor de la custodia.

La lectura pausada y paciente de cuanto nos ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el Sacramento de la Eucaristía contribuirá poderosamente a una visión más serena y a una valoración equilibrada y profunda de esta riqueza teológica. En los momentos que vive la Iglesia, es especialmente necesaria y urgente una catequesis muy bien cuidada, que permita adquirir una adecuada y conveniente formación teológica que fundamente todo comentario y cohesione cualquier actividad en torno al Señor de la custodia. Como acabo de escribir en la Carta Pastoral “Eucaristía y Evangelización” ante la celebración del XLV Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla (7-11 junio 1993), “el Misterio Eucarístico transmite y expresa con. elocuencia el don del amor de Dios manifestado en Cristo, algo que ha de ser el alma y la meta de la tarea evangelizadora. Cuando en nuestro último Sínodo diocesano tratábamos de ofrecer una respuesta al hombre de hoy sobre su destino y la razón de su vivir, la Eucaristía aparece como la semilla sacramental de un cielo y una tierra nuevos, donde habitará la justicia”. Deseo y espero que el autor de este libro contribuya a esa nueva evangelización tan necesaria para cuantos se recreen con la lectura de estas páginas, escritas con tanto amor a la Eucaristía y con tanta devoción al Señor de la misma.