El Corazón de Jesús y la evangelización

View Categories

El Corazón de Jesús y la evangelización

Prólogo para la obra del mismo titulo del presbítero Francisco Cerro Chaves, 2004.

El primer evangelizador, naturalmente, fue Jesucristo. Él es el Evangelio vivo, ofrecido, comunicado, inmolado, muerto y resucitado.

El evangelista San Marcos dice en el primer capítulo de su Evangelio: “Después que Juan fue preso vino Jesús a Galilea predicando el evangelio de Dios y diciendo: ‘cumplido es el tiempo y el Reino de Dios está cerca; arrepentíos y creed en el Evangelio’” (Mc 1, 14-15).

Los Apóstoles recibieron como misión propia el encargo o mandato del Señor Jesús: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Id por todo el mundo y predicad el Evangelio” (Mc 16, 15). Y más explícitamente podemos leer en el Evangelio de San Mateo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mt 28, 18-20).

Ese arrepentimiento o penitencia, que se nos pide, exige un cambio de vida, una entrega al Señor Jesús, a meditar en su palabra y en sus obras, un cambio en las actitudes interiores, en la caridad fraterna, en la esperanza, en el dar testimonio de Jesús y confiar en su amor.

Desde el principio fueron apareciendo comunidades cristianas, en las que se vivía o procuraba vivirse ese contenido de la misión encomendada a los Apóstoles y a los que sucedieron a éstos, según fueron multiplicándose. Nunca han faltado evangelizadores, es más han ido surgiendo en los diversos pueblos y edades obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados a Dios, padres y madres de familia, misioneros, profesionales de la política, de la actividad social, hombres y mujeres de toda condición y de las más diferentes culturas, que aceptaron el credo que se les ofrecía, se bautizaron, creyeron y amaron a Jesucristo y a la Virgen María, y consintieron gozosos en formar parte de esa vida de comunión, que es la Iglesia, en la que todos recibían la beneficiosa influencia de todos para fortalecer su riqueza interior y para extender por el mundo el conocimiento y amor a Jesucristo. Eran evangelizadores, porque así habían sido educados. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”. Así lo expresó Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, n.14.

¿En qué situación nos encontramos hoy en España respecto al deber de evangelizar? Ha disminuido el número de los consagrados a Dios por los votos o por el sacramento del Orden. Se difunden ideas y aspiraciones tendentes a modificar el status de los sacerdotes y religiosos, buscando siempre mayores satisfacciones personales y prescindiendo de las exigencias de las virtudes fundamentales, que siempre fueron practicadas por los grandes evangelizadores de todos los tiempos: inmolación, obediencia, apartamiento del mundo, trato intenso con Dios. De prestar atención a nuestro tiempo y al mundo de hoy, para estimar sus valores y reconocerlos, hemos pasado frecuentemente a dejarnos arrastrar por todo lo que agrada a nuestra condición humana.

Es necesario reaccionar firmemente y proclamar nuestra fe y sus exigencias, tomando como modelo de evangelizadores hoy al Papa Juan Pablo II. Hay unos mandamientos de la Ley de Dios; hay unos sacramentos que nos dan la vida sobrenatural; hay un Cristo Redentor, que es el camino, la verdad y la vida.

En este libro se habla con detenimiento y con profundidad sobre la devoción al Corazón de Jesús como fuente de evangelización. Precisamente hoy. Sí, es Jesús mismo el que dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. El corazón es el símbolo del amor. Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido al mundo para amarnos. Todo cuanto hizo durante su vida obedece a un propósito: el de liberarnos del pecado y abrirnos el camino para alcanzar la vida eterna. Necesitamos un Dios, que esté cerca de nosotros, que nos dé ejemplo en todo. Que sea infinitamente santo, pero a la vez pobre, humilde, con generosidad sin límites para llamarnos, guiarnos, perdonarnos. Los hombres y mujeres que viven hoy al margen de toda relación con Dios, sufren ineludiblemente el fracaso y la amargura de esa ausencia, cuando llega la hora triste del final de su vida. ¿Qué pasa entonces? ¿A quién recurrir, si todo se hace oscuridad y desamparo?

En cambio, cuando se ha vivido del amor de Cristo, tal como brota de su Corazón santísimo, no hay fracaso, no se ve la vida ni la muerte como un horizonte oscuro y entristecedor, sino como un tesoro, cuyo valor aumenta sin cesar como premio que se nos da por la fidelidad observada.

“Éste es el tesoro de la amistad con Cristo”, escribe el P. Mendizábal, insigne jesuita, apóstol incansable del Corazón de Jesús. “No una amistad a la manera humana solamente. Por el don del Espíritu Santo, por esa agua que brota de su Corazón, que es el torrente del Don de su Espíritu, se nos une y funde con Él en una fusión incomparable con cualquier amistad humana. ¡Nos une con Él una amistad sobrenatural de “comunión!” Y con esa comunión nos da también todos los tesoros de la sabiduría y del amor. Nos los pone a nuestra disposición. Por eso es una ganancia”.

“Cristo, si fuera simplemente hombre para los hombres, nos hubiera ayudado muy poco. Pero es un “Hombre de Dios” para nosotros, y nosotros por esa sintonía con Él nos entregamos a Él. Es esa espiritualidad de entrega, de amor, de consagración –la donación que el Amor lleva consigo–, en la que, al entregarnos, sintonizamos con Él. Y eso que se llama “espiritualidad de reparación” no es en el fondo otra cosa que vivir la realidad desde la amistad con Cristo, nada más.” (Cf. Iglesia y evangelización, CETE, pág. 347-349)

Cuando meditamos detenidamente en el Evangelio y nos fijamos en Él, en Jesús, predicando, curando enfermos, exhortando a vivir del misterio de Dios Padre, retirándose a la soledad para orar mejor, hablando con los Apóstoles, lo que percibimos es esto: amor, cercanía, deseo de unión en el Espíritu, esperanza de poder lograr lo que el Padre nos ha prometido. Es una espiritualidad muy íntima, pero no evasiva, muy tendente a la compenetración con Él, muy encarnada, realista, atenta a la situación personal de aquellos a quienes Él va tratando y llamando. Por ejemplo, en su diálogo con la samaritana, en su elogio de María Magdalena arrepentida, en su comprensión de la debilidad de Pedro, en su atención a Zaqueo, en su dejarse llevar por el entusiasmo del pueblo a su entrada en Jerusalén, y en su silencio en relación con la cobardía y abandono de ese mismo pueblo después, en sus palabras desde la cruz, tan breves pero tan ricas, en su paciencia sin límites, en su ofrecimiento de todo lo que es y tiene para ofrecer remedio a los hombres… ¿quién puede decir que esta espiritualidad suya, es una espiritualidad que no sirve hoy, lo mismo que sirvió ayer?

En el Corazón de Jesús se aprende a amar la cruz y a vivir la verdadera alegría cristiana, a perseverar en la oración, a confiar en la misericordia de Dios perdonador, a amar al prójimo, y a buscar fuerza interior que nos hace buscarle a Él en los momentos de desamparo que nos llegan en la vida, y en el gozo al estar adorando a la Eucaristía, o alabando a la Virgen María, Madre suya y Madre espiritual nuestra.

No afirmaré nunca que esta espiritualidad sea la única fuente de energía para la evangelización hoy, pero sí considero una equivocación y desorientación muy graves prescindir sistemáticamente de cultivar esa espiritualidad y ayudar a vivirla, cuando tanto puede enriquecernos para evangelizar hoy. Nuestros hombres y mujeres necesitan a alguien que, siendo el Hijo de Dios, parezca uno más entre nosotros, alquilen que nos espera para mostrarnos el camino que nos lleva a la vida eterna.

En este libro se puede encontrar, gracias al conocimiento y equilibrio del autor sobre el tema, la doctrina y prudencia que pueden ofrecernos sus páginas, llenas de amor a Cristo y al hombre de hoy, fruto de muchas horas de meditación y de estudio y de incesante trabajo apostólico en muy diversos ambientes.

Virgen María