Prólogo para la obra colectiva dirigida por los PP. Sebastián García y Felipe Trenado, O.F.M., titulada «Guadalupe: Historia, devoción y arte», 1978.
Amo a la Virgen de Guadalupe. La he amado siempre, precisamente bajo esta advocación. He visitado todo los Santuarios Marianos de España, que, por justos motivos, reciben continuamente el obsequio de la piedad cristiana del pueblo español. Es siempre la Virgen María la que en cualquiera de ellos se ofrece a la contemplación y al amor. María, la Madre de la Iglesia, la Madre del Pueblo de Dios. No hago comparaciones, no debo hacerlas. No debe hacerlas nadie, tratándose de tema tan delicado.
Pero… lo repito: amo y amaré toda mi vida a la Virgen bajo la advocación de Guadalupe.
Desde 1972, en que fui nombrado Arzobispo de Toledo, he acudido a Guadalupe todos los años en las fiestas de septiembre y en otras ocasiones. He ido allí a rezar, a predicar, a fomentar el culto y la devoción a la Santísima Virgen, a bendecir y alentar a los peregrinos, y a recibir fuerzas también, para seguir cumpliendo con mis deberes propios de sacerdote y Obispo.
Es digna de veneración la pequeña imagen, es elegante el templo, es grandioso el monasterio, es muy bello el paisaje, es acogedora la Comunidad de PP. Franciscanos, es riquísimo el testimonio de las artes; pero hay algo que yo aprecio mucho más: es el aire, el espíritu de España, católica, pobre, creadora, evangelizadora, misionera.
En Guadalupe se percibe ese aire y ese espíritu. ¡Cuántos caminos de la inmensa Extremadura, de Andalucía, de Castilla, caminos anchos de la llanura y caminos estrechos de sierras y montañas, han conducido a los españoles a Guadalupe! ¡Y como si fueran pocos los que en tierra se trazaron, surgieron después los del mar, los del Atlántico, que iban a América y de América volvían, teniendo también como punto de partida o de llegada el Santuario de Guadalupe!
Así, con esa espontaneidad que es fruto de los grandes y sentidos amores, Guadalupe empezó a resonar en tierras americanas, casi sin que nadie se lo propusiera, como un eco de ternura mariana, de paz y de esperanza religiosas, junto a la cruz y el Evangelio de Cristo, en medio de todas las asperezas de la conquista. Desde entonces, ya no es sólo el aire de España el que en Guadalupe se respira, sino también el de una América, que proclama a María “bienaventurada por todas las generaciones”.
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En el año 1928 la imagen de Santa María de Guadalupe fue coronada canónicamente por el Cardenal Segura, Arzobispo de Toledo y Primado de España, con asistencia del Rey Alfonso XIII. El acto tuvo gran resonancia nacional y sirvió para que muchos españoles, a partir de entonces, volvieran los ojos de la devoción y del recuerdo hacia el Santuario un tanto olvidado.
Al llegar ahora la fecha del cincuentenario de la Coronación, la Comunidad de Padres Franciscanos, a cuya custodia amorosa está encomendado el Santuario, se dispone a celebrar la efemérides con muy diversos actos, que no serán sólo conmemorativos, sino promotores de una nueva etapa de evangelización bajo el signo de Santa María de Guadalupe.
Para conocer bien lo que Guadalupe representa y contiene ha sido escrito este libro, obra de varios especialistas, bajo la dirección y coordinación de los PP. Sebastián García y Felipe Trenado, O.F.M.
Guadalupe: Historia, devoción y arte es una obra rigurosamente documentada y seria, que resume con indiscutible acierto el fruto de innumerables trabajos de investigación, que a lo largo del tiempo han venido haciéndose, no todos publicados. La conciben los autores como un homenaje de devoción, que la Comunidad Franciscana rinde a Nuestra Señora de Guadalupe con motivo del cincuenta aniversario de la Coronación Canónica de la Imagen, y de los setenta años que los hijos de san Francisco llevan de permanencia en el histórico Monasterio y Santuario, siglos atrás vinculado a la Orden Jerónima.
En el Arzobispado de Toledo se conoce muy bien la labor ingente, que durante estos setenta años han realizado los Franciscanos en Guadalupe, que, apenas si era otra cosa que ruinas y escombros, con excepción del Templo, cuando en 1908 vinieron a hacerse cargo del Santuario.
Desde entonces, sin que hayan faltado vicisitudes dolorosas y paralizantes, las piedras y las almas han sido removidas de nuevo. Los claustros del Monasterio ofrecen otra vez toda su belleza; la piedad y la devoción a la Virgen se manifiestan con renovado vigor; las obras de caridad y promoción social se han multiplicado; y de toda España y América, y aún de países europeos, para los que antes el nombre de Guadalupe apenas significaba nada, vienen sin cesar incontables peregrinos deseosos de conocer la historia y de rezar ante Santa María, la Reina de las Villuercas.
Este libro permite conocer en profundidad los hechos históricos, las raíces y manifestaciones de la actual devoción, y las obras de arte tan extraordinarias y valiosas del Santuario Guadalupense. Quiere prestar un servicio –y lo logra eficazmente– a los estudiosos de Extremadura y de España, que desean saber algo del Santuario y la proyección devocional de Santa María de Guadalupe en nuestra Patria española y en el mundo.
Guadalupe se presenta en este libro como signo de fe mariana y testimonio de siete siglos de presencia ininterrumpida de María, manifestada aquí, en la vida de los hombres, especialmente los de España y América.
Los valores acumulados en Guadalupe por la espontánea devoción de los fieles son muchos y dignos de estimación. Los más ricos, sin duda, como sucede en todos los santuarios marianos del mundo, son los de la religiosidad popular o religión del pueblo, a los que se ha referido con tanto amor Su Santidad Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi.
Felicito a los autores de cada uno de los trabajos, que en el libro aparecen, y aún más a los que con su dirección los han hecho posibles. Es otro modo de honrar a Santa María de Guadalupe, pero en el fondo coincidente con tantas acciones pastorales llenas de amor al pueblo y a Santa María, de las que he sido testigo. El P. Sebastián, por ejemplo, que me habló hace meses de esta obra, que ahora sale a la luz pública, lo mismo trabaja silenciosamente en los archivos, que da clases a los novicios de la Orden, o se derrama ante los peregrinos que el día de la fiesta vienen a Guadalupe en una incontenible explosión de exhortaciones, ruegos y llamadas a las conciencias de los hombres, para que vivan su cristianismo centrado en torno a Cristo y a María.
No es sólo historia, ni sólo devoción, ni sólo arte. Es Iglesia, Evangelio, purificación, consuelo, paz. Todo eso es Guadalupe.
Toledo, 16 de julio de 1978