La renovación de la Iglesia

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La renovación de la Iglesia

Prólogo a la publicación en 1964 por Ediciones Sígueme, Salamanca, de la Carta Pastoral de don Marcelo, Obispo de Astorga, el 23 de mayo de 1963, titulada «El porvenir espiritual de la Diócesis»1

Sólo una vez, en esta Carta Pastoral, hago referencia explícita al concilio ecuménico Vaticano II, que estamos viviendo. Pero, en realidad, toda ella está escrita teniendo a la vista las perspectivas, que el concilio nos está abriendo. Aun en la hipótesis realmente extraña de que, por cualquier azar imprevisible, éste se interrumpiera y no se promulgara decreto ni constitución alguna, algo ha sido puesto en evidencia de manera irreversible, a saber, que la Iglesia quiere renovarse. Así dijeron los padres conciliares en su primer mensaje al mundo, al comienzo de la primera sesión. Y así se ha ido repitiendo infinidad de veces, dentro y fuera del aula conciliar, de palabra y por escrito, en continuas proclamaciones, que son un eco gozoso de las que en el mismo sentido han hecho Juan XXIII y Pablo VI, héroes auténticos de esta grandiosa empresa.

Séame permitido señalar de paso la singular belleza de una Institución, que no teme situarse de cara al mundo y proclamar a los cuatro vientos que necesita renovarse. Esta ausencia de temor se explica, si se tiene en cuenta que la Iglesia encuentra en sí misma la fuerza necesaria para la renovación que busca. Si tuviera que ir a pedirla prestada a alguien o a algo extraño a sí misma, la renovación buscada supondría debilidad en el organismo propio. No es este el caso. La Iglesia no está enferma ni envejecida.

En este esfuerzo que hace para renovarse, la Iglesia trabaja sobre dos bases previamente establecidas: sinceridad en el examen de sí misma, y unidad de propósitos en sus hombres responsables, ¡De qué manera tan conmovedora lo está cumpliendo! En cuanto a la sinceridad, incluso ha permitido a la prensa del mundo recoger intimidades, que parecían estar destinadas a permanecer bajo un perpetuo secreto. Y en cuanto a la unidad de propósitos tan grande es que, aun las divergencias que aparecen entre los hombres que hablan, no obedecen a fines diversos, sino a una misma intención, que cree poder lograr su objetivo por diversos caminos.

Una diócesis es en pequeño una representación de la Iglesia universal. Astorga es una cristiandad vieja y venerable, que quiere también renovarse. No está envejecida ni enferma. Se mira a sí misma y encuentra dentro de su alma la fuerza necesaria para la renovación pretendida.

Las encuentra, porque no es una lógica aparte, sino un miembro de la Iglesia universal viva, y lógicamente la corriente de renovación que circula por todo el organismo, tiene que llegar a sus diversos miembros. Las páginas que siguen las ha escrito, sí, su Obispo; pero le han sido dictadas por la propia diócesis que rige.

Nuestra Diócesis quiere moverse también sobre líneas de sinceridad y unidad de propósitos. Sinceridad en el examen, para no contentarnos con el recuerdo de las glorias pasadas, tantas y tan abundantes como fueron; unidad en todo y en todos, entre las instituciones y las personas, los planes de hoy y de mañana, la cultura y la piedad, la sociología y la gracia, el seminario y la parroquia, el apostolado activo y la fe, para que todo y todos tratemos de conseguir el mismo propósito: hacer a la Iglesia diocesana más hermosa.

Mas como todo será inútil, si no logramos una profunda renovación en el interior de nosotros mismos, los sacerdotes de Cristo, de ahí que la primera llamada de esta Carta Pastoral se dirija a nuestra propia conciencia, para señalar la necesidad de vivir las grandes e inalterables virtudes sacerdotales de siempre.

Porque de esto sí que podemos estar convencidos: ni en Astorga, ni en ninguna diócesis de España o de otros países, ni en la Iglesia universal se conseguirá renovación alguna, tal como la desea Jesucristo, si no se logra una mayor santidad en todos los niveles. El Concilio no es una fórmula mágica, que resuelva por sí misma los problemas. A través de él, el Espíritu Santo nos llama. Tenemos que responder nosotros.

Roma, noviembre 1963.

1 El texto íntegro de la Carta está disponible en el siguiente enlace: El porvenir espiritual de nuestra diócesis