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Las piedras de Santiago de Compostela

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Las piedras de Santiago de Compostela

Prólogo para la publicación del mapa «Sant Yago en el mundo», 1977.

Este mapa Sant Yago en el mundo despertará una emoción incontenible en todo aquel que lo contemple.

Las piedras de Santiago de Compostela no pueden morir, porque tiene dentro de sí el aliento de los siglos, que se encarga de mantenerlas vivas. En Compostela el pasado no se hunde en el silencio del olvido: está pasando siempre para enlazar con el futuro. Los millones de peregrinos de los Años Santos, y aun los de cualquiera de los años del calendario, recogen ese aliento y lo unen con el suyo propio, que se transforma en soplo de vida.

Pocas piedras hay tan amadas en el mundo y pocas torres son contempladas desde tan lejos con tanta admiración y esperanza.

Los peregrinos de antaño, como los de ahora también, llegaban desde todos los caminos de Europa. Lloraban, gemían, cantaban y rezaban. Y pedían perdón a Dios en todas las lenguas, que se hablaban en el continente. Pienso que algún día vendrán también a Compostela desde las lejanas tierras de África y de Asia, como vienen los de la remota y cercana América, donde tantas ciudades llevan el mismo nombre del Apóstol. El paganismo moderno no será capaz, como no lo fue el antiguo, de imponer silencio a un sepulcro glorioso.

Será un obispo, un soldado, un poeta, un hombre cualquiera…el que mueva a peregrinar, y despierte el deseo de la renovación del espíritu junto a esas piedras, que hablan el lenguaje eterno de la esperanza.

Sabemos que el primer peregrino extranjero, que vino a visitar el sepulcro del Apóstol en el año 950 fue el francés Gotescalco, obispo de Puy. Y para quien esto escribe es muy grato recordar que el obispo quiso poseer una copia del libro De virginitate, compuesto por san Ildefonso de Toledo. El monje que le facilitó la copia lo hace constar así en el prólogo. Sin duda, seguirá habiendo obispos y santos y cristianos, que vendrán a Santiago y volverán a sus países, no con la copia de ningún manuscrito, sino con el perfume de la fe y la piedad que brota de sus piedras seculares.

Abril 1977.