Cómo era la Iglesia primitiva

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Cómo era la Iglesia primitiva

Prólogo para la obra del P. José Antonio de Sobrino, S.I., titulada «Así era la Iglesia primitiva», 1986.

Está necesitado nuestro mundo, cada vez más, de escuchar la Palabra de Dios. De tal manera se multiplican y difunden las palabras humanas, frecuentemente parciales y aun a veces equivocadas, que se hace cada día más apremiante que los hombres, y en particular los cristianos, se acerquen a leer y escuchar la Palabra de Dios, que nos dijo, por boca de Jesús, que él mismo era el Camino, la Verdad y la Vida. Nos atreveríamos a decir que en la topografía humana hay una multitud tan confusa de direcciones, que cada vez se hace más difícil encontrar el camino de la paz y del amor.

El libro que hoy nos presenta el P. Sobrino es una aportación valiosa a la Verdad hecha Camino en la vida primitiva de la Iglesia. En medio de nuestro afán continuo de cambio y de novedades, se hace también necesario mirar al pasado de nuestros orígenes cristianos, porque en ellos se nos ofrecen verdades y experiencias muy valiosas. Porque nuestro mundo, que a veces paradójicamente se inmoviliza y avejenta, necesita el ejemplo de una Iglesia joven, que empezaba a caminar por el mundo, conducida por los Apóstoles, porque eran a la vez amigos de Jesús y portadores de su palabra.

Para los que hayan leído Así fue Jesús de este mismo autor, la presente obra es como una continuación de la primera, por tanto se mueve en la misma línea de invitar a la reflexión y proporcionar un rico material informativo, que nos acerca al mundo helenístico, donde se hallan algunas raíces de nuestra cultura. La lectura de sus páginas nos permite acompañar a una Iglesia que aprendía a dar sus primeros pasos por el mundo.

Los pastores nos alegramos de disponer de este libro, que no sólo será lectura provechosa para la familia, sino material homilético para la predicación. El libro, en una palabra, une “la fidelidad en el contenido con una expresión en el modo de pensar y de hablar de nuestro tiempo”, como decía el Santo Padre en su mensaje a los teólogos españoles en la Universidad Pontificia de Salamanca.

Noble empeño, al que todos debemos servir sin fatiga en el necesario diálogo con la cultura y los hombres de hoy, que tantas veces buscan a Dios aun sin saberlo.

Mayo de 1986.