El sentido pascual de la muerte cristiana

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El sentido pascual de la muerte cristiana

Presentación de la nueva edición oficial del «Ordo exequiarum», publicado por la Conferencia Episcopal Española, 1989.

La muerte continúa siendo una dolorosa realidad frente a la que no tienen respuesta ni los esfuerzos de la técnica, ni el progreso de la ciencia. Sólo la Iglesia –y no por sí misma, sino en virtud de la luz que le viene de la Revelación divina– es capaz de pronunciar una palabra de consuelo, anunciando la alegre noticia de la resurrección y de la restauración universal de la humanidad, iniciada ya en Cristo, el primogénito de los que han resucitado de entre los muertos (Ap 1, 5).

Se comprende, pues, la importancia que tiene para la auténtica “evangelización” del hombre el que las celebraciones exequiales sean expresión clara de la fe de la Iglesia. Cuando los ritos de exequias se celebran con la debida expresividad litúrgica, los cristianos practicantes encuentran consuelo en su dolor, e incluso aquellos otros bautizados, que posiblemente se han ido alejando de la asidua y habitual participación en la plegaria de la fe, hallarán en más de una ocasión motivos de reflexión y acicate para un saludable despertar espiritual.

La importancia que reviste la celebración de las exequias fue advertida por el Concilio Vaticano II. Por ello, y ante el hecho de que con el correr de los tiempos se habían introducido en los ritos exequiales elementos que no respondían bien a la visión cristiana de lo que es el fin terreno del hombre (cf. Sacrosanctum Concilium 21), el concilio decretó que en el futuro las exequias “debían expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana” (Ibíd., 81). Así, en conformidad con esta determinación conciliar, la Sagrada Congregación para el Culto Divino promulgó un nuevo Ordo exequiarum, que debía sustituir al rito de las exequias, que figuraba en el Ritual Romano de Paulo IV. La Conferencia Episcopal Española, por su parte, promulgó poco después la correspondiente versión de este Ritual, que ha permitido mejorar nuestras celebraciones.

Pero hay que reconocer que no todo discurre aún como sería deseable. La experiencia de estos últimos años, en efecto, nos hace ver que se dan aún no pocas deficiencias en la celebración de las exequias, algunas de las cuales deben atribuirse incluso al mismo Ritual, sobre todo por su estructuración algún tanto complicada. Por ello, la Conferencia Episcopal Española promulga esta nueva edición del Ordo exequiarum, con la que se hace más expresiva y sobre todo más fácil la celebración de las exequias.

Los diversos elementos del Ordo exequiarum se han organizado y distribuido en esquemas completos, a la vez que se indican diferentes modos de celebración, según las posibilidades de cada comunidad; con ello, el libro “resulta más apto para las celebraciones” (Praenot. 21,6), por cuanto el que las preside no debe ir buscando cada parte celebrativa en un lugar distinto del Ritual. Además, teniendo presente que en los últimos años, sobre todo en las grandes ciudades, han desaparecido las procesiones de entierro, las tres estaciones de que consta habitualmente el rito exequial en España, se han adaptado a las diversas posibilidades, que se dan entre nosotros, sea en los pueblos rurales, donde las procesiones conservan toda su vigencia y significado; sea en las ciudades, donde por lo general las tres estaciones deben celebrarse en la misma iglesia, en el pórtico la primera y la tercera, en el interior del edificio la segunda.

Es de notar también que, ante la dificultad para que el pueblo cante en la celebración de las exequias, se ofrece también en esquemas distintos la celebración del entierro sin cantos, con algunos textos que suplan, por lo menos en parte, el contenido fundamental de los cantos mayores de la celebración.

Por otra parte, de acuerdo con la directriz conciliar de que el rito exequial “exprese más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana”, en esta nueva edición se ha revalorizado especialmente la presencia de las exequias de los salmos 113 y 117, que son sin duda los textos sálmicos mayores de la celebración de la muerte cristiana y los que dan a esta celebración su más claro sentido pascual.

Estos dos salmos constituyeron ya desde los orígenes el núcleo de la celebración de exequias, pero dejaron de usarse en casi todas partes en los siglos XIII y XIV, aunque en España se conservaron como los cantos típicos del entierro por lo menos hasta el siglo XVI. Ahora, pues, con el relieve que el Ritual restituye a estos dos salmos, por una parte se cumplirá la recomendación de los “Praenotanda” del Ritual, que exhortan a los pastores a que “procuren que los fieles comprendan por lo menos algunos salmos de la celebración exequias” (n. 12); y por otra, el Ritual se sitúa en línea de continuidad con una de las más expresivas tradiciones de nuestra Iglesia particular, más fiel en este detalle que muchas otras, que perdieron antes que nosotros esta importante expresión del sentido pascual de la muerte. Como por otra parte esto dos salmos, en la mayoría de los entierros no resultará posible cantarlos, han sido como parafraseados en una letanía, para que no falte su contenido ni en las celebraciones más simples.

Con el deseo y la esperanza de que esta nueva edición mejor estructurada y enriquecida además con numerosos textos, que antes no existían, ayude a los sacerdotes y a los diáconos a ejercer mejor su ministerio de presidir las exequias, y ofrezca al conjunto de los fieles una visión más clara de la victoria de Cristo sobre la muerte, tal como la celebra la Iglesia al despedir a sus difuntos, ofrecemos a nuestras comunidades este nuevo e importante instrumento de pastoral litúrgica.

Madrid 29 de junio de 1989,
Solemnidad de los Apóstoles san Pedro y san Pablo.