Prólogo al libro «San José, del gremio de la madera», publicado por Esteban Carro Celada y Rafael Palmero Ramos, 1972.
Por todas partes lo oímos: el cristiano no puede desinteresarse del mundo que habita. Es totalmente cierto. Y también lo es que sólo podrá cristianizarlo en la medida en que él mismo sea “justo”, porque la sal da sabor y la luz ilumina. Ser o no ser justo: he ahí la gran realidad y el gran problema. Porque hay una manera única de ser justo: siéndolo a los ojos de Dios. ¿Cuál sería la visión que tendrían los sabios, los fariseos, los escribas, de la actuación de José, el carpintero de Nazaret, si hubieran tratado de preparar al pueblo ante la venida del Mesías? ¿Cuál la opinión acerca de su oficio, de su trabajo y de su vida, como participación en la historia de la salvación del reino de Israel? Seguramente le habrían despreciado, considerándolo víctima de su ignorancia y de sus alienaciones. José, un pobre israelita sumergido en el denso y opaco silencio de lo desconocido… Pero Dios no pensaba así.
San José, del gremio de la madera, un verdadero testimonio de vida al alcance de todos. Esto es lo que nos han querido poner de relieve los autores de este trabajo con su estilo tan vivo y personal, muy de nuestro tiempo y del medio ambiente, en que nos movemos. Han querido como “tirarnos” de las solapas de la chaqueta y hablar con nosotros, hacernos entender y reflexionar acerca de ese San José, que todos tenemos que ser en nuestro cada día –San José del día entero–, y de ese San José que podemos descubrir a nuestro alrededor, “en la taquilla del metro, pasado mañana picando su tarjeta en el reloj automático de una gran factoría, en octubre sembrando trigo, soportando en cualquier momento sobre sus hombros un armario que lleva a tu casa, o quizá en el fontanero que te arregla el grifo del agua o te revisa el del gas, y si no, en el tendero que no te engaña o en el honrado labrador con traje de fiesta, que te habló cuando viajabas en el tren de León a Zaragoza”. Lo hacen con gracia, con erudición, con profundidad.
El libro se sitúa en una perspectiva sencillamente humana y límpidamente religiosa. Parte de la definición espontánea, intuitiva, del hombre que ama a Dios, que le honra, que le adora, que hace su voluntad: el “hombre justo”, del que siempre se habla en el Antiguo Testamento, y que en el Nuevo vuelve a aparecer precisamente para describir a San José. Hombre justo. Esto es lo importante. Ser justo con Dios, consigo mismo, en familia, con la sociedad. Un cristiano no puede ser justo más que cuando es consecuente con las exigencias de su fe.
A través de los capítulos, vamos viendo el “ser justo de José”, un obrero, un artesano, que por saber “ser” a los ojos de Dios está tan cerca del núcleo de la Redención. De “la larga sombra de luz de San José” sabe a Iglesia de todas las épocas: su silencio es un “silencio de mil voces…”
Quiero destacar tres puntos:
1º. Es este un libro, en el que se pone de manifiesto la actuación permanente de San José. Ha sido premiado por el Centro Josefino Español, de Valladolid, en el concurso convocado para conmemorar el centenario del Patrocinio de San José sobre la Iglesia. Aplaudo la iniciativa de este concurso, porque creo firmemente en la protección de San José a la Iglesia de Cristo, y porque ¡estamos muy necesitados de “santos José” en estos tiempos nuestros!
2º. El hombre moderno –joven o adulto– puede verse reflejado en la manera de ser y de actuar del esposo de María, padre de Jesús, que lucha decididamente y sabe superar dificultades como pocos. Vida sencilla la suya, fiel, humilde, silenciosa, pero, por lo mismo, trascendente.
3º. Un valor a destacar. El que estos dos sacerdotes jóvenes, autores ya de otros libros y trabajos, antiguos diocesanos míos en Astorga, que ahora ejercen su ministerio en Madrid y Toledo, y que me invitan a escribir estas líneas de presentación, se hayan decidido a preparar en colaboración amistosa este trabajo sobre un santo, del que sólo se puede hablar orando y reflexionando en la vida oculta de Nazaret y en la cotidiana sencillez de nuestra propia vida. Alabo la conjunción de sus esfuerzos y este testimonio escrito de su pensamiento religioso.
Al escribir estas palabras hoy, festividad del Corpus Christi, y en mi diócesis de Toledo, pienso cómo adoraría a Jesús-Eucaristía San José en estos días de 1972, si estuviera entre nosotros. ¡Sabe él tanto de la presencia real de nuestro Señor!