Prólogo para la biografía «El Cardenal don Ciriaco María Sancha», redactada por Francisco Moreno, 1980.
“Al iniciador de los Congresos Católicos; propagador de los Centros Obreros e incansable apóstol de las doctrinas del Romano Pontífice”, dedicaba el pueblo toledano un arco triunfal con esa leyenda, a la entrada de la plaza de Zocodover, el 5 de junio de 1898, con motivo de la llegada de su nuevo Arzobispo, Cardenal don Ciriaco María Sancha y Hervás.
Era el comienzo de un pontificado de once años, cuyo estilo aparece resumido en la lauda sepulcral a la entrada de la sacristía de la Catedral Primada: “Haciéndose todo para todos y ardiendo en caridad y celo, vivió siempre pobre y paupérrimo. Murió en Toledo el día 25 de febrero del año del Señor 1909”.
He aceptado con sumo gusto la invitación del autor de este libro, Rvdo. D. Francisco Moreno, y escribo estas líneas a manera de prólogo, no sólo por tratarse de un antecesor mío en la silla de San Ildefonso, sino también por satisfacer el legítimo deseo de las “Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha”, quienes han recurrido a este Arzobispado para tratar de introducir la causa de Beatificación de su Padre Fundador.
Este libro, escrito con sobriedad y elegancia, después de un estudio de investigación rigurosa, ayuda a percibir el aroma de santidad de una vida consagrada principalmente al servicio de la Santa Madre Iglesia, con particular atención a los más necesitados: los pobres y los niños. El cuidado de estos indigentes, que el Cardenal Sancha sigue prodigando a través de sus “Hermanas de la Caridad”, brotó de su alma generosa, que, en alas de la fe, la esperanza y la caridad, conoció la necesidad del sacrificio personal, institucionalizándolo en una Congregación religiosa. Es una exigencia para hacer la obra de Dios: una fe firme, que se manifiesta en una fidelidad absoluta a la Iglesia de Cristo; una gran fortaleza en el empeño, por la seguridad de las promesas en la divina asistencia; y un amor ardiente a las criaturas del Señor, originado en la caridad, amor sobre todas las cosas, al Señor de las criaturas.
El ambiente social, en el que le tocó vivir al Cardenal Sancha no era especialmente favorable. Nace en el año de la muerte de Fernando VII, 1833, triste periodo para la Iglesia de España y sus colonias de ultramar. A pesar del Manifiesto de su viuda, Doña María Cristina de Borbón, de respeto y protección a la religión, el Gobierno maltrata al clero de hecho y de palabra. Son los años de la matanza de los frailes en Madrid y otras capitales, de la Revolución del 68, de la primera República, de la guerra civil… Mas todo es Providencia de Dios, que quería hacer pasar por el crisol del dolor a Ciriaco María, que con motivo del “Cisma de Cuba” es encarcelado durante diez meses por no reconocer al obispo cismático. Escribe a sus religiosas: “Ténganme envidia, porque estoy preso por la Religión… Sigo muy contento en la cárcel… Únicamente quiero que se cumpla en mí la voluntad de Dios”.
¡La voluntad de Dios! Su cumplimiento hace los santos. El Canónigo Penitenciario Sancha quiere cumplirla, y por lo mismo acepta la designación para Obispo Auxiliar de Toledo, con residencia en Madrid, y después, de Ávila, en donde tuvo que soportar muchas privaciones por amor de Dios; recorriendo muchas leguas en caballería, predicando constantemente en las visitas pastorales, administrando por millares las confirmaciones en agotadoras jornadas pastorales. A sus trapenses de Triñosillos les hace una petición, que es indicio de cómo se va acendrando su alma, al solicitar que rueguen para que “se fortifique mi espíritu, se despegue de la tierra, y viva en adelante para el cielo”.
Sobre sus enfermedades nos dejó escrito con un sentido claro del dolor y del sufrimiento: “Sea Dios bendito por la gracia señalada, que nos hace, de estar cerca de nosotros dándonos cruz y ayudándonos también a llevarla”.
Fue el Cardenal Sancha y Hervás pródigo en obras apostólicas y culturales, de carácter emprendedor, y gran organizador, porque lleva dentro un fuego de amor, como fuerza estimulante, que le hace buscar la promoción humana y social del hombre. Ya quedan nombradas la Congregación de Hermanas de la Caridad, del Cardenal Sancha, y la primera Trapa femenina en España, la de Triñosillos. Él organizó el Congreso Nacional Social, el primer Congreso Eucarístico Nacional, en Valencia, siendo Arzobispo de esta Sede, fundador del Monte Pío de Valencia, y de Toledo en favor de los sacerdotes. “Tengo más de cien sacerdotes sin colocación, que se mueren de hambre… y, además, he tenido que negar la licencia a doscientos estudiantes, para que se matriculasen en el Seminario, porque hay exceso de personal en los estudios eclesiásticos”. Así escribe a una de sus monjas trapenses el 9 de diciembre de 1898. Hay que atender a ambas necesidades. De aquí el Monte Pío y las reformas materiales y culturales en el Seminario.
Otra faceta muy destacable del Cardenal Sancha fue su preocupación por los problemas sociales, lo cual le mereció el título de Obispo de los obreros; y no sólo por la peregrinación obrera, que llevó a Roma, para testimoniar a León XIII su agradecimiento por la Encíclica Rerum novarum, sino porque su gran corazón le impulsaba a la ayuda material, y a prodigar con sus palabras las enseñanzas de la Iglesia en asambleas y círculos católicos de obreros, que proliferaron en sus tiempos y a los que él prestó toda la ayuda que le fue posible.
Junto a los obreros, como clase social, hay que poner, en la preocupación y atención del Cardenal, los pobres. En Toledo se conserva, en nuestros días, la memoria de la prodigalidad, con la que socorría a los necesitados; cargando su coche con mantas, vestidos y comestibles, recorría las casas de los humildes, entregando junto con la limosna el corazón de padre y, por ello, se puede decir que entregó la vida, pues socorriendo a los pobres encontró la causa de su muerte.
De su amor y obediencia al Papa son buena prueba estas palabras de su testamento: “Declara… estar hasta el último suspiro, unido de corazón y espíritu al Romano Pontífice, amándole como Vice-Dios en la tierra y recibiendo y creyendo todas sus enseñanzas”.
¡Que nuestro Venerable Cardenal ayude a conseguir que los católicos de hoy vivan este ideal; y su vida, revelada por esta biografía, sea, sancionada por el infalible juicio de la Iglesia, para mayor gloria de Dios, honor de la Sede toledana y provecho de las almas!
Toledo, 23 de enero de 1980,
Fiesta de san Ildefonso
El recuerdo que ha dejado el Cardenal Sancha de los años de su pontificado en Toledo –1898-1909– no se extingue con el paso del tiempo. Brilla hoy el fulgor de sus virtudes, que nos alientan e iluminan a la distancia de los sesenta y dos años, que han transcurrido desde la fecha de su muerte.
Las religiosas de la Congregación, que él fundó –Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha– trabajan ahora por dar a conocer, con el rigor de una investigación seria y consiguiente divulgación de los resultados de su estudio, la fisionomía eclesial y humana de aquel insigne hijo y pastor de la Iglesia. Fue un hombre de Dios y de su época, amó siempre a los más pobres, luchó intrépidamente por la fe católica, se distinguió por su celo apostólico, sufrió persecución, devolvió bien por mal, vivió y murió como un santo. Su ejemplo sigue teniendo hoy esa singular actualidad, que acompaña a los que han vivido inmersos en el tiempo y los problemas de los hombres, pero anclados en los eternos valores de la unión con Dios por encima de todo.
Como Arzobispo de Toledo hoy y sucesor suyo en esta Sede Primada de España, bendigo a la Congregación de Hermanas de la Caridad y agradezco cuanto están haciendo y se disponen a hacer para gloria de Dios en el conocimiento y estimación de la vida ejemplar del Cardenal Sancha.
Toledo, 24 de septiembre de 1981