Prólogo a la obra «Toledo, castillo interior», de Balbina Martínez Caviró, 1990.
Hacía falta. Muchas veces había yo pensado en la necesidad de sacar a la luz, para edificación de nuestra Iglesia toledana, la historia de esa reserva espiritual existente en los 35 conventos de clausura sembrados en el paisaje urbanístico, que configura nuestra ciudad.
Necesitábamos una persona experta y de pluma ágil, que se entregara a ese estudio e investigación.
Y surgió la profesora Martínez Caviró, quien con constancia benedictina, intuición certera y mano femenina a la vez, ha sabido tejer en el cañamazo de la historia, el abigarrado tapiz, donde se conjugan la religión, la espiritualidad, el arte y la vida de la sociedad toledana.
La autora de este libro nos cuenta el hacer cotidiano de las distintas órdenes religiosas, con sus rezos, horarios y reglas monacales, el “ora et labora”, generador de una espiritualidad fecunda. “La Tebaida en poblado”, donde el alma se retira para su total unión con Dios. Con arrobos y visiones místicas, que sacan al alma de esta tierra. A la vez el rastro que quedó de los turbulentos amoríos de reyes y príncipes, que darán origen a santos, místicos y fundadores. Es el dedo de Dios, que escribe derecho con renglones torcidos.
Aquí podemos estudiar la sociedad toledana en blasones, escudos heráldicos y laudas sepulcrales existentes en capillas funerarias. Los Mendoza, los Silva, los Ayala, los Manrique, etc. Árboles genealógicos de la nobleza ilustran la obra.
Ella nos muestra un Toledo oculto en el recatado hábitat del monasterio, donde los elementos mudéjares toledanos, con añadidos moriscos, se alternan en alfarjes y celosías, que compiten con nervaduras góticas y grutescos platerescos.
Los nombres de Juan Bautista Monegro, Alonso de Encinas o Miguel Urresti marcan sus piedras seculares. Diego de Aguilar, el Greco, Sánchez Cotán, Maino adornan los refectorios y templos. Las artes suntuarias enjoyan sus relicarios.
Estas mujeres, que un día entregaron su vida a Dios en el retiro del claustro, son la reserva espiritual y las guardianas de gran parte del patrimonio histórico y artístico de nuestra Iglesia toledana. A ellas y a la autora de este libro, –que quedará como testimonio de espiritualidad y de arte–, mi admiración, mi agradecimiento y mi bendición paternal.
Octubre de 1990