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Un vaso de agua fresca, comentario a las lecturas del XIII domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

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Un vaso de agua fresca, comentario a las lecturas del XIII domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Comentario a las lecturas del XIII domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 30 de junio de 1996.

Creer, realmente creer, es tener la firmeza para obrar conforme a lo que creemos. En el segundo libro de los Reyes, la fe de la sunamita en el profeta, el hombre de Dios, la lleva a poner su casa y sus bienes a su servicio y Dios la bendice en lo que más desea: tener un hijo. “El que recibe a un profeta, porque es profeta, tendrá paga de profeta”.

En el Nuevo Testamento, la fe se nos presenta claramente como opción radical de vida por Cristo Jesús. La novedad de la vida cristiana exige que nos consideremos muertos al pecado y vivos para Dios. De ahí que hayamos de ser conscientes de cuál es nuestro pecado, nuestro fallo, nuestra debilidad. Cuanto más profundamente queramos ser cristianos, tanto más nos diferenciaremos de los que no quieren serlo. Esta diferencia, como dice Jesús en el evangelio de hoy, puede hacer surgir separación entre padres e hijos, entre amigos, entre compañeros de trabajo y profesión.

Si la exigencia de vivir nuestra fe en Jesucristo y en su palabra, por encima de nuestras conveniencias egoístas, orienta y rige nuestras vidas, perderemos a los ojos de muchos lo más placentero de nuestra existencia; nos criticarán sin piedad, nos ridiculizarán, pero nos acompañará la alegría más pura. Un cristianismo a bajo precio, una forma de vida que busca privilegios, aplausos, favoritismos, tiene muy poco que ver con Cristo.

“El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. El cristianismo y la cruz son inseparables. La cruz marca la vida de todo el que quiera ser cristiano. Pero nuestra civilización se ha alejado de Dios, y hablar de la cruz tal como lo hizo el Hijo enviado al mundo para salvarnos, es considerado como propio de débiles mentales, que viven en permanente agonía por su incapacidad para abrir sus labios a la sonrisa y el placer. Nos hemos quedado con vestigios cristianos, que aparecen en nuestras costumbres; o apelamos a ciertos principios morales, más o menos realizables para determinadas épocas y momentos.

Pero es necesario decir a estos conformistas de nuestro tiempo que nuestra vida no es cristiana porque hagamos algunas cosas aisladas y, por ejemplo, vayamos a misa los domingos. Jesús es el Redentor, que inaugura un mundo nuevo. Sus palabras hablan de renunciar a la vida para recuperarla. Hablan de fe y de seguirle a Él. Exigen tener la audacia de admitir que Él es la verdad y debemos imitarle. Se nos pide que renunciemos a nuestras falsas seguridades naturales, a nuestros criterios materialistas, a nuestro amor propio, a nuestra equivocada persuasión de que nuestro juicio es el que vale. Exige tomar nuestra cruz, el sacrificio diario de nuestros compromisos y fidelidades a costa de lo que sea, la aceptación de la enfermedad imprevista, la valentía de vivir según lo que es realmente la moral cristiana, procurando ayudar a quienes padecen más que nosotros y esperan un gesto de fraternidad, silencioso o público.

Todo lo cual no es cómodo, no es “novedoso”, aunque es permanentemente nuevo. No se trata, pues, de defender una actitud masoquista, ni de caminar en la vida como en un cementerio. La cruz no es equivalente a tristeza, ni se opone al legítimo progreso personal o social, económico o científico. Lo que Cristo nos pide es que con nuestro esfuerzo y nuestra rectitud moral hagamos lo posible por crear condiciones de vida, que nos permitan progresar y ayudar a progresar a los demás.

El empeño del cristiano, y más en nuestro tiempo, en que unos y otros vivimos ya tan cerca y con tanta capacidad de influir sobre los demás para bien o para mal, ha de ser evitar el dolor en cuanto podamos y hacer la vida amable, pero no hacer el mal que se nos prohíbe, para huir de la cruz. Ayudar, ayudar, amar siempre, aunque sea simplemente –dice Jesús– dando un vaso de agua fresca a un discípulo suyo. Y todos los hombres somos sus discípulos.