Comentario a las lecturas del XV domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 14 de julio de 1996.
Las parábolas del Reino de los cielos van a centrar nuestra atención durante tres domingos. En la predicación del Señor el Reino de los cielos informaba por completo su actividad. Era el centro de su pensar, de su obrar y de su destino. Se servía de parábolas propias de la vida cotidiana, que le rodeaba. ¡Pero qué terrible y conmovedora es la lección, que se encierra en cada una de esas sencillas narraciones!
Este domingo, el Evangelio según san Mateo nos ofrece la parábola del sembrador y al mismo tiempo su interpretación. Nosotros somos el terreno, y la semilla siempre es la misma: el mensaje del Reino. Ante esas semillas, que son lanzadas a nuestro campo por el divino sembrador, podemos ser terreno pedregoso, zarza apretada y asfixiante, borde del camino, o tierra buena, que dará fruto abundante.
La palabra es enviada por Dios, nos dice Isaías, y baja del cielo como la lluvia y la nieve, que empapan la tierra y la hacen germinar. Los profetas en el Antiguo Testamento habían anunciado ya el Reino de Dios, pero ni ellos mismos podían comprender toda la realidad que significa este Reino.
La vida pública de Jesús empieza con la predicación de que está cerca el Reino de Dios. Este Reino no es un orden establecido, es algo vital, que tiene que acontecer, germinar, crecer en cada uno de nosotros, en nuestra familia, en nuestra sociedad. A través de la predicación de Jesús se ve lo que es el Reino, que no es otra cosa que su misma vida.
Es la misma semilla la que se reparte y se siembra en todos. ¡Pero qué distinto es el fruto! Jesús sabe que a los sembradores de su palabra en todas las épocas les sucederá lo mismo. Sabe, como ocurría entonces, que hay muchos que no quieren oír ni entender. Y por eso, sus palabras son de paz y de riqueza celestial para los que quieren conocer los secretos del Reino de Dios; y de inquietud e intranquilidad para los que miran sin ver y oyen sin escuchar.
Jesús recurre a todo para animarnos, para enseñarnos lo importante que es nuestra actitud ante las semillas, que primero Él y después todos los demás sembradores han ido dejando en el seno fecundo de la tierra, que es la vida. El poder de Dios actúa y siempre la semilla puede dar fruto.
Pero hemos creado una civilización sin capacidad receptiva. Las ambiciones nos aplastan. Son pocos los que quieren escuchar. No ha habido nunca un predicador tan infatigable como el Papa actual. Nadie ha recorrido tantos campos por la mañana y por la tarde. Nadie ha arrojado la semilla tan abundante y tan madura. No puede ser que no den fruto.
Creo que podemos esperar con confianza, con tal de seguir trabajando. Las fatigas de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. La creación entera espera la plena manifestación de los hijos de Dios, dice san Pablo. Dios es la gran realidad, que el hombre desconoce, pero que está siempre presente para que cada uno lo descubra. En la medida en que nos manifestemos como seres superficiales, descreídos, arrogantes, ensoberbecidos, materializados, la creación entera paga las consecuencias.