Me has seducido, Señor, comentario a las lecturas del XXII domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

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Me has seducido, Señor, comentario a las lecturas del XXII domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

Comentario a las lecturas del XXII domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 1 de septiembre de 1996.

Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos. Jesús nos lo dice hoy en el Evangelio, cuando reconviene a Pedro: tú piensas como los hombres, no como Dios. ¿Qué es y qué significa pensar como Dios? Entender su palabra: el que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Dos hombres, Jeremías y Pedro, nos dan ejemplo y nos ilustran sobre cuál ha de ser nuestra conducta.

El profeta Jeremías se halla en unos momentos de honda crisis espiritual, porque quiere ser fiel a su vocación. Y siente la dificultad de seguir adelante, porque la palabra de Dios se hace dura y exigente. Pero Dios le ha seducido, a pesar de todo, y no puede resistirse a su exigencia. Él es ya su vocación y su destino. Aunque de parte de los hombres no reciba más que oposición y desprecio, porque se ha convertido en oprobio de las gentes. ¡Cuántos héroes anónimos en los caminos de la fidelidad a Dios hasta la muerte!

Y Pedro, que se dejó inspirar por el Padre y proclamó abiertamente, como veíamos el domingo pasado, quién es para él Jesús, se olvida de lo que afirmó con tanta decisión y termina pensando igual que los demás. Su lógica es la humana, la nuestra, rechazar la cruz, el dolor, la muerte. Todavía Pedro no ha caído en la cuenta de que nuestros programas personales, nuestros cálculos, nuestras previsiones humanas no son las de Jesús. ¿Cómo van a entrar en los planes del pescador de Galilea la muerte y la ignominia?

El perder o ganar la vida, el tomar la cruz y seguirle empieza en nuestro quehacer diario, en nuestras relaciones con los demás. Tanto en la vida de trabajo como en la vida familiar, Jesús nos enseña cómo hemos de vivir, cuál ha de ser nuestro horizonte y nuestra aspiración, y nos prepara para la lucha y la dificultad, que hemos de aceptar sin escamoteos. Pero supo seguir a Jesús y no continuar pensando a su estilo. Nuestro peligro es creer que seguimos a Jesús, porque conservamos ciertas prácticas cristianas, y permanecer anclados en nuestras ideas y nuestros gustos.

En la vida cristiana de España no ha faltado el respeto a la cruz y la decisión de tomarla y llevarla con amor en las horas de la aflicción y la desgracia. Todos hemos conocido un estilo de vida en muchísimas familias, en que el santo temor de Dios ayudaba a apartarse del pecado y a fomentar una educación de los hijos, en que los diez mandamientos eran luz y guía. Ha sido en estos últimos años, cuando se ha producido un derrumbamiento de orden moral, sobre todo en dos aspectos de la moralidad pública y privada: la lujuria (fornicación, divorcio, adulterio, aborto, promiscuidad sexual) y la codicia (robo en sus diversas formas, ansia desmedida de poseer, tráfico de influencias, corrupción por parte de gobernantes y gobernados).

Querer desconocer esta tenebrosa realidad, o lo que es peor, no conceder importancia a la gravedad social, que tiene, es además de un delito, una estupidez colectiva, que traerá las peores consecuencias: familias deshechas, enfermedades nuevas, cárceles en lugar de hoteles de lujo, quiebras espantosas, burlas y desprecios de los que terminan vengándose unos de otros.