Comentario a las lecturas del XI domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 15 de junio de 1997.
Dos expresiones del salmo 91 nos ayudan a formular el comentario a las lecturas del día. “El justo crecerá como la palmera y en la vejez seguirá dando frutos”. Son dos imágenes muy significativas y oportunas, descritas con el lenguaje de las cosas sencillas y simples, como es el de la primera lectura, del libro de Ezequiel. “Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré para que eche brotes y dé frutos. Anidarán aves de toda pluma y se verá claro quién es el Señor que humilla y enaltece, que seca el orgullo y hace florecer la sencillez”. Por eso, al hombre justo el Señor le hará crecer de tal manera que su vida dará fruto con tal fuerza y vitalidad, que su vejez será fecunda. De los pequeños y sencillos el poder de Dios hará brotar árboles frondosos.
La idea del Reino de Dios como una pequeña semilla, que ha de florecer aparece ya en el Antiguo Testamento, y Jesucristo recurre a ella con frecuencia. La encontramos en este fragmento de Ezequiel y en las dos parábolas del evangelio de san Marcos, la del labrador, que hecha simiente en su tierra, y la del grano de mostaza, la semilla más pequeña, que después se hace más alta que las demás hortalizas, echa grandes ramas y los pájaros se cobijan en ellas.
La fuerza de la semilla que así crece, sólo puede estar en la vida de los hombres, que con su dedicación y su sacrificio hacen avanzar la cultura y la civilización de los pueblos. Pero desde el punto de vista cristiano, no es el poder y la fuerza lo que hacen crecer el árbol, sino la fidelidad al Evangelio, la modestia, la sencillez, la confianza en Dios, la constancia, la entrega diaria.
La Iglesia será cada día más joven y vigorosa en el corazón de cada hombre y cada mujer, que sirvan mejor a los demás, que amen a todos, que sean más desprendidos, generosos y magnánimos, que favorezcan a los más necesitados, que no intenten en su orgullo ser protagonistas salvadores de la humanidad, sino cauces llenos de confianza en el poder del Señor, por los que pase el mensaje de Cristo. Hombres y mujeres, que trabajan y se afanan por mejorar las condiciones de vida de los demás pero conscientes de que lo importante llega sin que ellos lo sepan, y caminan sin verlo, pero guiados por la fe, como dice san Pablo. Viven junto al Señor, aunque a veces parezca que les falta apoyo bajo los pies y que no tienen respuesta para tantos porqués, que atormentan a los demás. Ellos no se atormentan, en destierro o en patria se esfuerzan por agradar a Dios y cumplir la ley.
La Iglesia no puede renunciar nunca a su misión. El Señor nos juzgará por lo que hagamos en pro o contra de la verdad del Evangelio. Él nos invita a actitudes de perseverancia y humildad. Hemos de ser como los agricultores que siembran con esmero y sacrificio, y como ellos esperamos pacientes los frutos que se alzarán “como cedros del Líbano”.
Medios pequeños y pobres pueden facilitar resultados maravillosos; las apariencias ostentosas y las fatuidades no cuentan. Deberíamos preguntarnos constantemente cómo prestamos nuestra ayuda personal a la Iglesia, para que en las ramas de los árboles se cobijen cada vez más las aves del cielo que vuelan sobre la tierra.