Comentario a las lecturas del XXI domingo del Tiempo ordinario. ABC, 24 de agosto de 1997.
La opción personal y la fidelidad son los núcleos centrales de las lecturas de hoy. Al final del discurso eucarístico se trata de tomar una decisión. Como algunos murmuraban contra el lenguaje tan inaudito, que había empleado, y empezaron a alejarse en señal de distanciamiento, Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, les preguntó: “¿También vosotros queréis iros?”. Y Josué –leemos en la primera lectura– exigió una determinación clara a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, a los jueces y algunos alguaciles: “si no os parece bien escoger al Señor, escoged a quién queréis servir”. Había que optar, elegir, manifestar un compromiso.
En el evangelio se oye la palabra firme y decisiva de san Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna. Tú eres el Santo consagrado por Dios”. Y en respuesta a Josué, el pueblo manifestó con gozo y confianza: Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros. El señor es nuestro Dios. A él serviremos.
Siempre ha sido, es y será un riesgo creer. Creer –y bien que lo sabemos– no es un sí a un sistema de ideas abstractas, sino un seguimiento, por encima de todo y de todos, a Aquél que puede y quiere salvarnos. Si le seguimos, nos salvaremos; si no le seguimos, nos perderemos. Dios no es un ser más o menos lejano, y más o menos acomodado a nuestras previsiones. Creer en Jesucristo exige concreciones en la vida. Exige el sí o el no. Hoy, por ejemplo, las lecturas nos iluminan sobre la fe en la Eucaristía y las exigencias del matrimonio cristiano, este gran misterio, que el Apóstol compara a la entrega de Cristo a su Iglesia. Va muy unida la vivencia de la familia cristiana y la celebración del banquete eucarístico. La familia ha de compartir la vida, el amor y la fe.
Las exigencias de la fe son tan difíciles ahora como lo fueron para los judíos. “Esta manera de hablar es inaceptable. ¿Quién puede hacerle caso?”. No dieron crédito a lo que oían: ¡Comer su carne y beber su sangre…! Se rebelaron contra aquellas locas expresiones. Y algunos fariseos, en el fondo, sentían una malsana alegría, al oír lo que les sonaba a disparatadas expresiones de un pobre anormal.
Pero incluso entre algunos discípulos de Jesús se entabló alguna molesta discusión, porque les parecían muy duras aquellas palabras. Las críticas de los fariseos habían hecho mella en sus espíritus. Jesús sabía lo que se traían entre ellos y les preguntó directamente: “¿Esto os escandaliza? Las palabras que os he dicho, son espíritu y vida”. ¿Sois mis discípulos o no? ¿Queréis aprender de mí o juzgarme con vuestro pobre entendimiento?
Desde entonces muchos se echaron atrás. Quizá a algunos pueda parecerles lógico. O, por el contrario, nos puede resultar evidente que después de todo lo que habían visto y oído, deberían haber creído en Él, haberse dejado convencer por Él, haber presentido y vislumbrado en Él una grandeza inefable, y haberle suplicado al Señor: No te comprendemos, pero confiamos en que abras nuestro corazón y que en él entre tu luz para que podamos ver.
Jesús se dirigió a los Doce y les preguntó: “¿Queréis iros también vosotros?” Ya hemos comentado la respuesta de Pedro, la que debe ser la nuestra. Como fue también la del Pueblo de Dios, pueblo nómada, en aquel momento, al que une su fe común en el Dios del desierto y el sí dado a la Alianza. Él les había sacado a ellos y a sus padres de la esclavitud de Egipto, hizo grandes signos, les protegió en el camino del desierto. Por eso, serviremos al Señor, es nuestro Dios.