Comentario a las lecturas del XXXII domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 9 de noviembre de 1997.
Coincide nuestra celebración semanal del día del Señor con la dedicación de la Basílica de Letrán. Es la catedral del Papa y simboliza la unidad de todas las comunidades cristianas con la Cátedra de Pedro. Fue construida en su fábrica primitiva por el emperador Constantino, cuando, gracias a su acercamiento a la Iglesia, comenzó ésta a vivir en paz.
El Papa es Obispo de Roma y Obispo de la Iglesia universal. Por eso, un día al año, el 9 de noviembre, se celebra esta fiesta en todas las iglesias del mundo para hacer sensible esta unidad de todos los cristianos con Pedro, elegido por Cristo, y con todos sus sucesores. Dios ha querido que su pueblo se llamara Iglesia, y en la oración de hoy pedimos que, reunidos en su nombre como Iglesia, le amemos y nos dejemos conducir por Él.
La lectura del profeta Ezequiel nos introduce en el tema. Da la espalda a los desastres del pasado y mira al futuro, que se le presenta exultante. Lo primero que ve es un templo nuevo, símbolo, como siempre, de la Alianza con Dios. Desde el capítulo 40 traza los planos de la radiante ciudad, con la que sueña. Precisamente el 47 es para nosotros el más interesante: el templo. El agua viva mana de su lado derecho y hará que brote viva dondequiera que llegue la corriente.
Es imagen de Cristo, el verdadero templo del que nos habla el evangelio. “Destruid este templo –dijo Jesús– y en tres días lo levantaré”. Él hablaba del templo de su cuerpo, del que manarán ríos de agua viva. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Del que crea en mí también manarán ríos de agua viva, como dice la Escritura”.
Mientras tanto había que esperar a que llegara el momento, en que Jesús resucitado se presentase como el verdadero Templo, que diera cobijo a todos los que le amarían. Ahora, por desgracia, el Templo era un lugar profanado por los cambistas y vendedores de animales para el sacrificio. Jesús entró con autoridad en el amplio patio lleno de mercancías y con un látigo hecho de varias cuerdas entretejidas echó de allí a los mercaderes y derribó las mesas, diciendo que su casa era casa de oración y no de comercio.
Cuando le preguntaron qué signos daba para obrar así, con palabras enigmáticas habló de su futura resurrección. Pero no podían entenderlo ahora. Más tarde lo entendieron y explicaron a las primeras comunidades cristianas el profundo sentido de aquellas palabras.
Somos todos Iglesia y la Iglesia es la plenitud de la gracia, dice Romano Guardini, que obra en la historia. El misterio de unión de Dios con su creación, realizada por Jesucristo. La Iglesia es el misterio de la creación nueva. La madre que engendra continuamente vida. Existe entre ella y Jesucristo una profundidad de amor, porque es el pueblo santo de los hombres, la familia de los hijos de Dios reunidos alrededor del Hermano por el que hemos sido constituidos hijos y herederos. ¡Dichosos los que saben esperar!
San Pablo insiste una y otra vez en la significación de la Iglesia. Sois edificio de Dios, nos dice hoy en la primera Carta a los corintios. Las piedras no son colocadas al azar, sino conforme al plan del arquitecto. Cada unidad es un elemento del todo. Los creyentes formamos una unidad fraterna y el Padre es uno solo. Y con acendrado fervor, continúa diciendo san Pablo que nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, Jesucristo. El sentido de nuestra responsabilidad debe hacemos pensar y analizar a cada uno de nosotros sobre cómo construimos o destruimos ese templo de Dios.
Hoy sentimos la Iglesia, realidad histórica, con todo lo que ella encierra de destino y de aspiración. Nos confiere una importancia decisiva, porque esta Iglesia, a través de cada uno de nosotros, debe ocupar su lugar en la historia, irradiar, atraer hacia sí, transformamos. Cada uno no puede hacerlo todo, pero lo que Dios pide a cada uno como obligación suya sólo lo puede hacer él. Por eso, nuestra súplica al Espíritu Santo es que multiplique sus dones y su pueblo crezca siempre para bien de todos.