La trastada de un niño que luego fue cardenal de Toledo

D. Marcelo de niño

D. Santiago Calvo. Publicado en Padre Nuestro, pg. 22, (2012).

El pequeño segador y el anciano Simeón.

En Castilla, hasta pasada la mitad del siglo XX, en que se generalizó el uso de las cosechadoras, no era raro ver en muchos pueblos a mujeres, en pequeños grupos o en parejas, recogiendo las espigas, después de que los carros habían llevado la mies a las eras y antes de que las ovejas entraran en las tierras. Tampoco era raro ver a niños espigadores, que iban por los caminos después de la salida del sol y sin horario fijo, a recoger lo que caía de los carros. Iban sin la pretensión de llenar un costal de cabezas de trigo, como hacían las mujeres en los rastrojos. Sencillamente se conformaban con hacer lo que llamaban «un gallo de espigas» y volvían contentos a casa, llevando la comida para unas pocas gallinas que la familia criaba en el corral.

Salían en pequeños grupos de amigos o vecinos y, algunas veces, muy pocas, salía algún niño solo. Así le ocurrió un día a Marcelo, por no encontrar a ningún otro compañero por el camino. En su recorrido pasó junto a la era del señor Mariano Sarabia, amigo de su abuelo. Confiando en esa amistad y viendo la gran parva de trigo que allí había, entró en la era y cuando estaba haciendo el gallo se presentó el señor Mariano, que le dijo: «Niño, ¿pero no sabes que lo que estás haciendo no se puede hacer? Estás robando y eso no se debe hacer». Marcelo le contestó con naturalidad: «Como Usted es amigo de mi abuelo y tiene tanto trigo, pues creí que me dejaba coger unas pocas espigas». «Sí, niño –le dijo– te dejo terminar de hacer el gallo y hazlo bien grande. Pero no vuelvas a coger nada de la era sin permiso. Cuando llegues a casa se lo cuentas a tu madre y a tu abuelo y verás cómo te dicen lo mismo que te estoy diciendo yo».

Terminó de hacer el gallo, que fue mucho más grande que el de otros días y, al llegar a casa, su madre le dijo: «Pero muy pronto vienes hoy y ¡qué gallo tan grande traes!» El contó lo que le había pasado y la conversación que había tenido con el señor Mariano. La madre le reprendió y le dijo lo mismo que le había dicho el dueño de la era. Marcelo, muy compungido porque su madre le había insistido en que había robado y eso no se debía hacer, respondió con humildad: «Pues ahora voy y se lo dejo en la era».

En estas llegó el abuelo, el señor Eugenio, que venía de la calle. Se enteró de lo que había pasado. No pudo aguantar ver a su querido nieto tan triste y le dijo, muy cariñoso: «No te preocupes, que Mariano y yo somos muy buenos amigos. No lo devuelvas. Ahora almuerza y quédate tranquilo». Se sentaron abuelo y nieto, tomaron un buen tazón de leche con pan migado y el señor Eugenio salió como de costumbre a dar una vuelta hasta la plaza, esta vez con doble motivo: seguir la costumbre de cada día y con la idea de tropezarse con su amigo Mariano Sarabia. Y no se equivocó, al llegar a la plaza lo encontró paseando tranquilamente, sin preocupación alguna, y empezaron una conversación muy animada a costa de la aventura del pequeño espigador. «¿Qué Eugenio –le dijo el señor Mariano– ya sabes que he tenido hoy un ayudante en la era?» «Pues sí, –contestó Eugenio– ya me ha contado el niño lo que ha pasado. Ya ves… cosas de niños y exceso de confianza con los amigos del abuelo…» «Ya le dije –repuso Mariano– que cogiera un gallo bien grande, pero que no debía entrar en las eras sin permiso del dueño». «Lo mismo le ha repetido Constanza, su madre –contestó el Sr. Eugenio– y, al insistirle que eso era robar, el niño ha cogido una llorera que no te puedes imaginar. Quería ir a devolverte las espigas». «Hombre, Eugenio, ¡eso no! –añadió Mariano– una vez es una vez y un niño es un niño. No es para tanto la cosa». Pero te voy a decir algo que te va a gustar, continuó el señor Mariano: «Se ve que el niño es muy listo y que, además, es un bendito. Si vieras con que humildad me hablaba. Y cómo afina, afina mucho, para ser tan pequeño. ¡Qué manera de hablar un niño tan pequeño y qué bien se expresa! Dejemos la cosa en paz… Cosas de niños… Y te felicito por tener un nieto tan buenazo y tan listo. El chico tiene madera». Al señor Eugenio le llegaron al alma los elogios que acababa de oír y asintió muy orgulloso: «Ah, eso desde luego, y si Dios nos da vida a ti y a mí, veremos cómo el niño llega muy lejos, y, como irá por el camino recto, sin rodeos, y cuando hable de lo que sea, en el oficio que tenga, a unos les gustará y a otros a lo mejor les va escocer, como te ha hecho cosquillas a ti, cuando te ha dicho que, como tienes mucho, tienes que dar a los demás».

Interesante conversación la de estos dos sabios de pueblo, dotados de mucho sentido común, que rivalizaban en elogios al pequeño espigador. Y una cuestión que el señor Eugenio dejó planteada: Sin saber lo que iba a ser su nieto ya anunció que, cuando fuera mayor y hablara, iba llamar la atención, a unos les iban a gustar y a otras les iban a revolver por dentro. Al fin y al cabo con sus palabras, que parecían las de un sabio de Grecia, casi reprodujo en el siglo XX lo que dijo el profeta Simeón cuando el Niño Jesús fue presentado en el Templo: «Será piedra de escándalo para muchos». El señor Eugenio no lo conoció, pues murió poco antes de que Marcelo fuera sacerdote, Pero el señor Mariano sí y, cuando aquel niño llegó a cura y su nombre se hizo famoso, contó la escena vivida por él años atrás.

Tags:

Comments are closed