Un recuerdo en la fiesta de san Marcelo

Rafael Palmero Ramos, Obispo de Orihuela-Alicante

Si viviera, don Marcelo cumpliría hoy, 16 de enero, 93 años. Y honraría, como lo hizo siempre, a su Santo Patrono, san Marcelo, para y mártir, en el siglo IV de nuestra era. Pero él ya no está entre nosotros. Voló al cielo el 25 de agosto de 2004, y, por lo mismo, ahora es también él, intercesor y abogado. Los que seguimos queriéndole somos muchos y muchos los que, de vez en cuando, levantamos nuestra mirada al cielo, repitiendo e identificándonos con él, palabras que don Marcelo escribió para su oración vespertina.

Yo las digo frecuentemente, con una variante de horario. Las digo por la mañana, después del ofrecimiento de obras al Sagrado Corazón de Jesús, y tras haber renovado mi consagración personal a la Virgen y haber encomendado a san José con esta petición rítmica, a los vivos y a los difuntos…
“¡Oh Jesús, amado Jesús, Hijo de Dios, hermano de los hombres, Redentor de la humanidad! Estoy contento de haberte ofrecido mi vida porque Tú me llamaste. Ahora que llega a su fin, recíbela en tus manos como un fruto de la humilde tierra, como si fuera un poco del pan y del vino de la Misa; y preséntala al Padre, para que Él la bendiga y l haga digna de habitar junto a tu infinita belleza, perdonando mis faltas y pecados, cantando eternamente tu alabanza, lleno mi ser del gozo inefable de tu Espíritu”.

Ordenando papeles de su archivo personal –su memoria sigue viva entre muchos- don Santiago Calvo, su fiel secretario, se sorprendió un día, tanto como yo, con este recuerdo de otra fecha memorable:

“Hoy, 26 de octubre de 1985, en mi despacho del Arzobispado de Toledo, en vísperas de sufrir una operación quirúrgica… a que voy a ser sometido, escribo estas notas para que quede constancia de mi voluntad en caso de fallecimiento, ahora o en cualquier momento posterior.
Primero. Mi gran amor en el mundo ha sido la Iglesia de Cristo. No hay nada tan hermoso al servicio de los hombres y para gloria de Dios Padre. A ella me encomiendo como un pobre hijo humilde y pecador que la ama de todo corazón. Confío en las oraciones que Ella, la Iglesia, ofrece en estos casos por un hijo suyo, obispo, y en las oraciones y sufragios de muchas personas muy amigas y de los sacerdotes, comunidades religiosas, seminaristas, etc. Y las de mi hermana Angelita y familias más cercanas y en las de mis colaboradores inmediatos, don Santiago y don Rafael…

A mis fieles colaboradores, don Santiago y don Rafael, que tantos años llevan conmigo, les pido me perdonen lo que les haya hecho sufrir. Hacia ellos no tengo más que agradecimiento, porque han sido valiosísimos auxiliares míos en mis ministerios y en las horas difíciles que hube de pasar en Barcelona. Aumentará mi alegría el día que vuelva a verles en la presencia del Señor. Les agradezco mucho, mucho, todo lo que han hecho por mí en tantas y tantas ocasiones. Para ellos mi bendición”.

Una prueba más –sin que sea la única, ni quizá la más evidenciadora- de que la memoria, siempre agradecida, de tan buen Pastor de la Iglesia sigue viva, en España y más allá del Atlántico. Memoria que se conoce y evidencia por sus frutos. Lo recordamos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles seglares. Sí, lo recordamos, que es tanto como decir, lo tenemos frecuentemente en el corazón. Rezamos por él y le rezamos a él. “Hermosa es la amistad de los hombres, precisa san Agustín, por la unión que hace de muchas almas con el dulce nudo del amor”.

Que la fraterna solicitud de los bienaventurados contribuya de veras a remediar nuestra debilidad.

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