D. Marcelo, periodista

Artículo de d. Luis Moreno Nieto, en Padre Nuestro, 29/Junio/1991.

Apóstol, publicista, escritor, académico y otros calificativos han subrayado la singular personalidad de don Marcelo a lo largo de los cincuenta años de su sacerdocio. A nadie se le ha ocurrido adjetivarle como periodista. El cronista lo hace hoy porque cree que desde su ordenación sacerdotal el Cardenal Arzobispo de Toledo ha hecho también, aunque no lo parezca, periodismo del bueno, del de veinticuatro quilates. Porque si la esencia y la sustancia del periodista es comunicar, ¿qué ha hecho don Marcelo en este medio siglo sino comunicar, comunicar siempre la gran noticia, difundir a los cuatro vientos el evangelio que es por definición la buena nueva, la gran noticia que nunca se hará vieja de la vida y la doctrina de Cristo?

Don Marcelo ha escrito millares y millares de guiones para las homilías que pronunció en las tres diócesis que ha regido desde 1961: Astorga, Barcelona y Toledo. Probablemente esos guiones, breves, escritos a vuelapluma, con una letra cada día más enrevesada, aunque afortunadamente para su secretario particular todavía legible, no serán publicados nunca, pero ellos demostrarían que nuestro Cardenal tiene madera de periodista. Ángel Herrera Oria, prelado insigne y maestro de periodistas, no escribía un artículo ni pronunciaba una conferencia sin el previo guión, primero escrito y luego fijo en su mente.

En la Escuela de Periodismo de “El Debate” el cronista aprendió que aunque el tiempo apremie –y en periodismo apremia siempre- jamás debería comenzar a escribir un artículo, una crónica, un reportaje, hasta una simple información sin pensar antes en el esquema correspondiente con las ideas madre puestas, como decía Azorín, unas detrás de las otras por su orden y bien jerarquizadas. Así es justamente como escribe y como predica don Marcelo. Su pluma se mueve y su voz se derrama impulsadas siempre pro el amor del buen pastor a su grey; vuelan sus palabras como los pájaros y ellas se buscan su rama, ramas de árboles quizás lejanos, incluso desconocidos para quien las lanza desde el ámbito sagrado del templo o desde la tribuna profana de una sala de conferencias. De modo semejante, el periodista escribe día a día, pero nunca está seguro de qué eco encontrará lo que escribe en el desconocido lector.

El afán de comunicación que en términos eclesiásticos solía llamarse antes celo apostólico, movió a don Marcelo a escribir centenares de cartas, exhortaciones y comunicaciones pastorales, artículos periodísticos y una docena de libros, y a pronunciar millares de sermones, homilías, discursos y conferencias; en todo se advierte un estilo ágil, firme, sereno, denso en el fondo, correcto y bello en la forma, justamente lo que constituye el pulso y el nervio del buen quehacer del periodista.

El cronista se atreve, en las líneas finales de este apresurado comentario, a ponerle un pero a don Marcelo como periodista: no es devoto de las entrevistas para la radio ni para la prensa ni para la televisión ni es partidario de las ruedas de prensa. Durante los diecinueve años largos que lleva entre nosotros concedió contadísimas entrevistas a los medios de comunicación social, casi siempre forzado pro las circunstancias y casi siempre también no muy seguro de que no se manipulase lo que decía. Su alergia a las ruedas de prensa es también explicable. Las ruedas de prensa son un invento de los políticos para darse pisto, para llegar hasta el público y brindar el toro de turno a la galería. Los periodistas no convocan nunca ruedas de prensa; son otros los que reclaman su presencia para que participen en el pim, pam, pum de las preguntas. Ciertamente no parece un espectáculo muy edificante que un obispo se preste al tiroteo, aparte de que cuando se habla en nombre de Cristo una rueda de prensa no es el lugar más adecuado.

Publicado en el Padrenuestro

29 de junio de 1991

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