Juan Velarde Fuentes; publicado en ALFA Y OMEGA 9-9-2004
Había ingresado el cardenal González Martín en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el 11 de julio de 1974. Aunque era un Príncipe de la Iglesia, siempre se movió entre nosotros con sin igual sencillez, y jamás sostuvo de modo rotundo postura científica alguna. Daba la impresión de tener muy presente aquello que yo creí era de Francisco Giner de los Ríos y que, de pronto, me encontré en Las Moradas, de santa Teresa: «Siempre en cosas dificultosas, aunque me parece que lo entiendo y que digo verdad, voy con este lenguaje de que me parece, porque si me engañase, estoy muy aparejada».
En sus intervenciones, puntuales, magníficamente escritas, era muy audaz, me atrevo a decir que muy valiente. Recuerdo una sobre el ecumenismo, que señalaba caminos que entonces comenzaban a darse y que eran, realmente, de una extraordinaria novedad. Otra, sobre la que volveré, acerca de la pérdida de valores cristianos en la España rural. A todos nos habían llegado los ecos de sus planteamientos muy serios, nada acomodaticios, como sacerdote y profesor universitario en Valladolid, como obispo de Astorga, en la dura experiencia como arzobispo de Barcelona, en la reorganización de la archidiócesis primada de Toledo, y como miembro importante del Concilio Vaticano II.
Sus oraciones sagradas eran magníficas. Nunca se me olvidará que le escuché el Sermón de las Siete Palabras, en esa Semana Santa impar que es la de Valladolid. En la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en el mencionado debate en el que había expuesto, con claridad casi escalofriante la progresiva descristianización de muchas zonas rurales españolas, Enrique Fuentes Quintana, que presidía, le expuso, como contra-argumento, que no observaba eso en su natal Carrión de los Condes. Aún siento cómo todos quedamos sobrecogidos por el excelente castellano que palpitaba en lo que adujo el cardenal González Martín frente a lo sostenido por Fuentes Quintana: «Pero, Enrique. Es que a los de Carrión de los Condes aún les rugen las espuelas».
Por eso, realmente muchos académicos pasamos a pensar desde hace tiempo, del cardenal González Martín, aquello que a Jovellanos le envió Meléndez Valdés en su Epístola II:
«A sentir, a pensar de ti enseñado,
obra soy tuya y de tu noble ejemplo».
Comments are closed