Alberto José González Chaves, Seminario Metropolitano de San Ildefonso Toledo, 10 de marzo de 2010
Introducción
En Don Marcelo, la idea del sacerdocio no es otra que la de la Iglesia: esa realidad que, cuajada por el amor y nacida del Corazón de Cristo en el Cenáculo, inflama la predicación apostólica, atraviesa como una saeta de luz la epístola a los Hebreos, se robustece en la sinaxis de las catacumbas, se empurpura con sangre martirial y se acrecienta con veneración en los primeros cristianos ye n los cristianos. El sacerdocio católico que, los siglos andando, produce mártires y atrae pléyades de jóvenes limpios y esforzados. El que, frente a la herética presentación luterana, cuaja en Trento con doctrina solemne su identidad inmutable. El sacerdocio que, personificada su potencia sobrenatural por hombres como Juan de Ávila o el Cura de Ars, entre otros mil, y recogida su hermosura siempre antigua y siempre nueva en encíclicas de los Papas del siglo XX, ofrece nuevamente su naturaleza en los decretos del último Concilio Ecuménico, en continuidad insoslayable con la enseñanza bimilenaria de la Iglesia. Naturalmente, las preguntas… sobre el significado y el ejercicio del sacerdocio hoy exigen ser hechas tomando como punto de referencia el misterio del sacrifico de Cristo Sacerdote tal como nos lo ofrecen la Sagrada Escritura y la tradición apostólica de la Iglesia1.
Tal era el concepto sacerdotal de Don Marcelo. Pero en él cabían enfoques originales, novedosos sin ser noveleros, valoraciones pastorales que, por brotar de una experiencia acumulada en años turbulentos, unían el sabor de lo personal al rancio aroma del arca eclesial del paterfamilias. Es muy legítimo aportar, cuando éstas se insieren en la Tradición, intuiciones expositivas no extrañas a la doctrina universal. ¿Quién no siente conmovida su fibra espiritual escuchando al Papa Benedicto XVI explanar año tras año en la Misa Crismal, sobre este o aquel simbolismo de la Liturgia de la Ordenación, versiones hermenéuticas que, si habían merodeado los umbrales de nuestra inteligencia, nunca habíamos sabido formular? Así hacía también Don Marcelo: al hablar del sacerdocio, empleaba una suerte de mayéutica: con su verbo ayudaba a dar a luz nuestra incipiente, rudimentaria idea, haciéndonos exclamar, con el poeta: “¡Esto lo hubiera yo escrito, si yo supiera escribir!”
Don Marcelo, Sacerdote
A sus 23 años, tras doce de preparación, primero en Valladolid y a continuación en Comillas, el joven Marcelo González Martín es ordenado presbítero por el Arzobispo Antonio García y García, en el Santuario de la Gran Promesa de Valladolid. Además de encargarse durante dos años de una parroquia rural, comienza a trabajar en la capital castellana: profesor de Religión y Teología en las Facultades de Medicina y Derecho, capellán del convento de Santa Catalina y después de las Teresianas, consiliario de Acción Católica y de Caritas Diocesana, y canónigo. Alguien que por entonces le conoció fugazmente escribió de aquel cura: “Es un niño de 27 años, monísimo de fervoroso, simpático y listo”. Así de breve y atinadamente le conceptuaba Santa Maravillas de Jesús2.
Por aquellos años, a requerimiento de las Teresianas, y sacando tiempo no sabemos de dónde, Don Marcelo escribiría la biografía del entonces venerable Enrique de Ossó. Su título, “La fuerza del sacerdocio”, era un involuntario autorretrato3, porque el libro pretendía y conseguía reflejar la fecundidad del sacerdocio católico cuando el que lo encarna esta dispuesto a vivirlo en intima unión con Jesucristo. En los años 40 y 50, de sonoro resurgir religioso en una España que restauraba su paz malherida, trascendía los limites de la Vieja Castilla la figura del joven canónigo vallisoletano preocupado por lo social, que había construido, con más de 500 viviendas, templo parroquial, escuelas, talleres e instalaciones deportivas, el Barrio de San Pedro Regalado. Su nítida figura sacerdotal, su mezcla de gravedad y cercanía, su incansable celo apostólico, su honda formación de hombre renacentista, su inteligencia clarísima, su don de gentes, sus condiciones asombrosas como orador, sus dotes literarias, sus capacidades organizativas, todo ello se concitó para que, apenas estrenado el año 1961, el Papa Juan XXIII le preconizara Obispo de Astorga, diócesis entonces de casi medio millón de habitantes. Frisando los 43 años, era Don Marcelo el Obispo residencial más joven de España.
Don Marcelo, Obispo
Luna de miel
El 5 de marzo de manos del Nuncio Antoniutti, Don Marcelo fue consagrado Obispo en la Catedral vallisoletana. Además de los anagramas de Cáritas y de Acción Católica, puso en su escudo un mote evangélico: Pauperes evangelizantur. E hizo imprimir en el recordatorio este manuscrito: Ayudadme con vuestras oraciones para que con vivo amor a Dios y a la Iglesia pueda cumplir siempre lo que de mí piden estas santas palabras. Hace su entrada en Astorga el día de San José y enseguida, su inquietud ministerial hace cuajar realidades como el Instituto de Formación y Acción Pastoral, el Seminario Menor, la Casa de Ejercicios, la Casa Sacerdotal, el Centro de Apostolado Seglar, tres Colegios, la Radio Popular de Astorga, el Museo de los Caminos, la construcción de viviendas para familias obreras… Pero su primacía era elevar la formación del clero y de los seminaristas: acariciaba la cifra de mil, para enviar al menos la mitad por las rutas de la Iglesia universal4.
Padre conciliar
Como Obispo de Astorga asiste a las sesiones del Vaticano II, un Concilio que, como diría Don Marcelo en 1964, nacía del dolor de la Iglesia al comprobar cómo el mundo moderno se le ha ido lejos de casa, como un hijo pródigo5. Valientemente, aquel joven Prelado lamentó en el Aula Conciliar que se estaba hablando poco de la santidad de los Obispos. El mismo Pablo VI elogiará esta intervención del 25 de octubre de 1963 dirigiéndose el díasiguiente a un grupo de obispos hispanoamericanos.Tres semanas más tarde, tendrá gran resonancia otra intervención del Obispo de Astorga; hablando de la desigual distribución de los bienes, incluso dentro de una misma diócesis, no le temblaba la voz al afirmar: Hoc est scandalosum pro fidelibus, contradictorium cum iis quæ prædicamus6.
Tiempo de crisis
“Solamente fines apostólicos Nos han movido a tomar esta decisión, libremente”. Estas palabras de Pablo VI – mártir de la extraña paciencia, le llamó Don Marcelo7 – tuvo que repetirlas en la Catedral barcelonesa el Nuncio Riberi ante las turbulencias que se produjeron, ya en la toma de posesión del nuevo Arzobispo Coadjutor, Doctor González Martín, el 19 de mayo de 1966. Sufrió mucho Don Marcelo en Barcelona8. No es errado el diagnóstico que de los motivos da el hoy Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz: “El volem bisbes catalans de los graffiti callejeros eran la punta de iceberg de un antifranquismo soterrado y emergente, un nacionalismo herido y sojuzgado más los excesos de un progresismo ultra y el gregarismo mimético de no pocos”9. No obstante, el Arzobispo no se arredró. Y, aun sin contar con muchos colaboradores, emprendió un plan de renovación conciliar: reestructuró la inmensa archidiócesis, reorganizó los Seminarios, creó la Facultad de Teología San Paciano, nombró cuatro Obispos Auxiliares, puso en marcha cincuenta parroquias, y predicó, como siempre, opportune et importune. Basta leer su alocución a los sacerdotes y religiosos, el día siguiente a su llegada, empleando el lenguaje de las confidencias que, sin embargo, no fue correspondido10. Eran tiempos de crisis: la provocada por un revisionismo sistemático que con sus gritos y gestos desmesurados ha apagado las voces de la serenidad y el equilibrio…; por la petulancia de tantos nuevos doctores que abominan de toda enseñanza recibida, mientras quieren imponer dictatorialmente las suyas…; por una actitud de culpable desconocimiento de lo que la tradición de veinte siglos nos ha enseñado sobre el sacerdocio católico11. El citado Dr. Montero pone en boca de Don Marcelo Primado esta confesión amarga: Yo me esforcé cuanto pude en ser un Obispo de todos, ministro de la concordia y del dialogo, pero me vi engañado y traicionado por una insaciable progresía que cuanto mas le daba, mas me pedía, y así hasta los bordes mismos de mi conciencia episcopal 12. ¡Buen título para un estudio académico!: “Don Marcelo o la conciencia episcopal”…
Primado
Ha enarbolado siempre Toledo con eclesial y, por ende, humilde orgullo, el título de Iglesia Primada desde que se lo otorgara, en el año 1088, el Papa Urbano II. A raíz de la constitución de las Conferencias Episcopales, en los últimos tiempos, esta condición primacial ha perdido no pocas de sus prerrogativas. Para compensar la pérdida de peso jurídico hacía falta un aumento de autoridad moral en el Arzobispo que ocupase la Silla de los Ildefonsos y Eugenios, Mendozas y Cisneros, Lorenzanas y Gil de Albornoz. Y, más recientemente, sin olvidar a Sancha, Guisasola, Monescillo y Payá, los inmensos Gomá, cabeza indiscutida de un episcopado mártir, y Plá y Deniel, la prudencia hecha Obispo. Si no era fácil, con tales preliminares, mantener la altura de una Toledo Primada cuando emergía un Madrid presidencial, Don Marcelo lo logró con creces. No embarcándose en dialécticas de poder o en cabildeos electoralistas que nunca fueron con él13, sino siendo, sin pretenderlo, el referente eclesial para tantos católicos españoles perplejos que, en medio de las tinieblas de una confusión súbita, veían brillar una antorcha. Por eso mismo, pudo ser burdamente utilizado; pero él había venido a Toledo a ser – así lo dijo en su toma de posesión, el 23 de enero de 1972 – “Obispo de todos y para todos”14. Y supo no dejarse encorsetar en los estrechos márgenes de grupos que, apropiándoselo, hubieran neutralizado su innegable pondus, reconocido incluso por adalides de postulados opuestos a los del Primado y, por eso, casi siempre también a los del Concilio Vaticano II. Ya merecía, ya, el espaldarazo de Juan Pablo II en la carta que le dirigió con motivo de su 25° aniversario episcopal: “Bien sabemos que no has navegado por mares muy tranquilos, pero ¿a quien no alcanza el oleaje? Sigue, pues, por el camino emprendido”. Definitivamente, Don Marcelo fue, al decir de Santiago Martín, “un caudillo de esos que a veces produce España y que puso sus muchas cualidades al servicio de la causa más noble: la de Cristo”15.
Magisterio
Episcopi… oves suas in nomine Domini pascunt, munus docendi, sanctificandi et regendi in eas exercentes16. Tomando pie de esta enseñanza del último Concilio Ecuménico, veremos, en sumario muestreo, cómo ejerce el Obispo Marcelo esta su triple misión apostólica. Pareciera que, según el título de la presente disertación, deberíamos circunscribir nuestras reflexiones al oficio de enseñar. Pero, ¿acaso el magisterio episcopal no se ejerce también, y siempre, mostrando el ejemplo supremo de Cristo, mientras el Pastor guía y santifica a su grey? Por tanto, completaremos la visión del magisterio doctrinal de Don Marcelo con el cultual-sacramental, para concluir con el que podríamos llamar su magisterio gubernativo. Tal es la triple angulatura del officium amoris que se engloba en un magisterio único: el de la propia vida, configurada, ontológica y moralmente, con Cristo Sacerdote, Pastor y Maestro.
Munus docendi: Don Marcelo, predicador
Tocando todos los géneros de la oratoria sagrada y casi todos los de la profana, sin perder de vista que, según el Aquinate, explicar el Evangelio pertenece propiamente al Obispo, cuya labor peculiar es perfeccionar, que es lo mismo que enseñar17, Don Marcelo predicó incansablemente. Era la suya una predicación catequética, sencilla en su hondura abisal, subyugadora porque su belleza inteligible envolvía progresivamente al oyente, iluminando su fe mientras caldeaba sus afectos. Predicación que, sin dejar de ser elegante, escrupulosamente ceñida al marco litúrgico cuando era el caso, y sin concesiones al coloquialismo, tenía sin embargo patente para dar curso a anécdotas o introducir giros inesperados cuyo tono intencionadamente familiar interpelaba al auditorio, situándolo, por numeroso que fuera, en un ámbito de simpática intimidad. Ya sea que predicara un sermón, que explanara el Evangelio de la Misa, o que propusiera la meditación de un retiro espiritual, su palabra tomaba siempre forma de homilía en su auténtico sentido etimológico: una amistosa conversación, en la que el Pontífice enseñaba sin pontificar.
Variadísimos los escenarios: la cátedra universitaria, las mesas de conferencias de tantos lugares, la presidencia del Congreso, la Plaza de Oriente, los centenares de pueblos maragatos y ponferradinos, las industriales ciudades catalanas y las elegantes iglesias barcelonesas, las parroquias rurales de la Mancha, la Sagra, la Jara o la Siberia extremeña, el Santuario de Guadalupe (al que el Primado peregrinó más de 50 veces, como ha puesto de relieve Mons. Rubio Castro), sus “cuatro” Catedrales, empezando a contar desde la de Valladolid, abarrotada en la Misa que predicaba el joven canónigo de Villanubla, y terminando por la Primada, a donde afluían católicos de toda España por vivir el Triduo Pascual según Don Marcelo. ¿Cómo no recordar, en este Seminario, las homilías programáticas en las Misas de apertura de curso, o el broche de oro que la plática del Cardenal ponía a los Ejercicios Espirituales, o los actos académicos en que la docta exposición del ponente palidecía ante la improvisación final del Purpurado, que era, sin disputa, lo más esperado por el auditorio?
En una doliente exhortación a los sacerdotes barceloneses explicitaba así los temas fundamentales de la predicación: No ha de consistir en generalidades vagas y abstractas, no, pero tampoco ha de incurrir en el defecto contrario. Y siempre atender en primer termino al misterio de la vida de Dios, de la Eucaristía, de los sacramentos, de la gracia, de la cruz, del cielo, de la esperanza. Así predicó Cristo. Así predicaron los apóstoles. Así predica el Papa18. Y en una ceremonia de Ordenes en Toledo describía paladinamente la actitud del ministro de la Palabra: Habéis de predicar el Evangelio así: desenmascarando el error y el sectarismo, estén donde estén; siempre con dignidad, siempre humildes, siempre con respeto al hombre, que puede equivocarse, pero con valentía frente al error que les equivoca19.
Ya muy anciano, Don Marcelo fue invitado a predicar los Ejercicios a los ordenandos del año 2001. En una instrucción sobre la predicación sagrada les dio las siguientes recetas: oración larga y serena sobre lo que se ha de predicar; elaboración de un sucinto guión, al menos; brevedad y agilidad; benignidad y mansedumbre al censurar los vicios; uso de la Biblia y del Catecismo; alusión al Papa y, oportunamente, al Obispo diocesano; y, por fin, decir algo de la Virgen – cuatro palabras, con cariño – produce mucho fruto20.
Afirma el Dr. Palmero, por tantos años estrecho colaborador de Don Marcelo, que en él confluían los tres requisitos indispensables del orador sagrado: dotes naturales eminentes, formación bien asimilada y sentido exacto de la época y del auditorio. Sobre esto ultimo escribía el hoy Obispo de Orihuela-Alicante al presentar el noveno volumen de la obra selecta del Cardenal: “En horas de confusión ha iluminado con foco potente sectores de pensamiento y de vida, sobre los que se espesaba un silencio connivente, o de lazaban voces de perturbación alarmante”21. Y es que Don Marcelo “rendía un culto casi doloroso a la verdad”22.
Identidad del sacerdote
El sacerdote es aquel a quien Dios Padre ha predestinado en Cristo, de manera especial: además de darle la filiación divina y la redención en la Sangre del Hijo, le ha hecho ministro de la recapitulación de todas las cosas en Cristo. Por ello, junto con el indeleble carácter sacramental, el sacerdote ha de llevar grabada en el alma la dulce certeza de esta predilección divina; perderla sería tristísimo; olvidarse de ello sería convertirse en la pieza mecánica de una Iglesia puramente institucional y reducir la hermosura del sacerdocio a la condición de un tecnócrata para el progreso y la paz social23. Para ser tales funcionarios – llegó a decir a una tanda de ordenandos – mejor que no existierais24. En tiempos de secularismo agresivo, ante lo que dice el mundo de Cristo y de sus ministros, éstos deben ser fuertes para mirar a ese mundo con una sonrisa benévola y… para esperar compasivamente a que ese mundo se deje acercar por vosotros para que le digáis bien lo que sois… El secreto es la unión con Jesucristo: No aceptéis tareas que invadan vuestra vida hasta el punto de impediros el trato con Dios. Dondequiera que estéis… siempre hay tiempo para orar, mirando y ofreciendo al mundo el crucifijo25. Porque, si las crisis internas de la Iglesia se han dado siempre, la solución ha estado siempre en vivir la unión con Cristo, humildemente26. Si el sacerdote es, por encima de todo, el hombre enamorado de Jesucristo, experimentará la belleza de su amistad. Lo cual, por desgracia, no siempre acontece: ¿Por qué no cultivamos esto los sacerdotes y obispos? Y todos los días Le ofrecemos las cosas como obsequios, tratamos con El en conversación, en ratos de oración… ¿Por qué no cultivamos un trato de amigo, con confianza plena? ¡Que El lo admite! … Un Amigo que me llena de gozo con su sabiduría y su atención. Todo lo demás no lo rechazo, no; pero en cuanto tiene relación con El. Que no El estorben a El, que no Le eclipsen a El, que Le respeten a El, para que El ocupe el primer lugar en mi amistad y en mi corazón27.
Además de ser, por Voluntad del Padre, emisario y lugarteniente de Cristo, el sacerdote es el hombre de Iglesia, de una Iglesia que (dice gráficamente Don Marcelo) “ha entrado en él” por el sacramento del Orden y que él tiene que devolver, no manchada ni adulterada, sino limpia y bella, sin cometer la torpeza de descargar sus frustraciones en el rostro de la Esposa purísima del Cordero28.
Unidad del presbiterio.
Preocupado por el peligro de un sacerdote personalista que trata de elaborar su propia iglesia, Don Marcelo luchó siempre por lograr un clero unido. Porque el presbiterio, aunque haya matices y colores distintos, es una unidad. Los presbíteros con sus obispos forman un núcleo vital en el conjunto de la Iglesia, y en cada diócesis aparece esa fuerza de unidad cooperante de unos con otros hacia los mismos fines. Nada más lejos de este espíritu de unidad que la autosuficiencia que sólo busca sobreponerse a los demás29. En la homilía de la última ordenación que presidió en Toledo, glosaba así la epístola de San Pablo a los Gálatas: Ya no hay griegos ni judíos; ya no hay esclavos ni libres; ya no hay ricos ni pobres. Todos somos uno en Cristo Jesús. ¡Vaya un lema que podría ponerse en la puerta de los Seminarios, en la Sala de los Presbiterios y de los Consejos presbiterales! Y en los salones de las Conferencias episcopales. “Todos somos uno en Cristo Jesús”. No hay nada que pueda superar el significado de la fuerza de esa frase, si se la ser coherente con lo que la fe nos hace sentir y profesar… ¿Quiénes sois vosotros, jóvenes sacerdotes y diáconos? ¿Quiénes sois? Ni lo sé ni me importa. ¡Sois uno en Cristo Jesús!30Tres años después, insistía a aquellos que había ordenado: Más unión de los sacerdotes, la ‘communio presbyteralis’, esto que habéis hecho: celebrad el aniversario de la ordenación y reuníos, por ejemplo, cada dos meses: un rato de espiritualidad y otro de coloquio sobre algún tema, y charla amistosa… Llenos de cariño y atención para poder seguir haciendo una labor y rectificándonos también… Y cuando no hay por qué rectificar, alabar… Los sacerdotes somos muy mezquinos muchas veces. No nos alabamos nada por hechos que merecen aplauso y alabanza… Hay que trazar muchos lazos de unión, y de alabanza, y de cariño, y de reconocimiento de unos a otros. Ser hombres limpios de corazón es no tener envidias, no tener reparos unos con otros; ayudarnos31.
Munus sanctificandi: Don Marcelo, Liturgo32
Santo y Santificador
En la sesión conciliar del 25 de octubre de 1963, de la que ya hemos hablado, se pronunció así el reciente Obispo de Astorga: Si el Concilio se propone realmente dar al mundo una figura más clara de la misión del Obispo en la Iglesia, no puede contentarse con presentarle sólo como catedrático y rector, olvidándose de su faceta de santificador, que es la fundamental… La idea de la Iglesia sólo aparecerá clara al hombre de la calle cuando le demostremos en la práctica su poder santificador en la santidad concreta y real de los que ‘rigen’ la Iglesia. Si apenas hablamos de la santidad de los Obispos dará la impresión de que preferimos aparecer como ‘doctores’ y ‘rectores’, aparte de que estas mismas funciones de enseñanza y de gobierno están en servicio de su misión santificadora… ¿Cómo queremos renovar la Iglesia si nos renovamos nosotros mismos con una vida más santa? Y termina con esta consideración maximi momenti: misión gravísima del Obispo es velar para que sus sacerdotes sean santos y puedan santificar así a las almas que se les encomiendan, pero para ello es necesario que nosotros seamos ejemplo vivo de santidad. Parece que estas palabras suyas hubieran hallado eco en la Constitución dogmática del Concilio sobre la Iglesia: “Episcopi, orando pro populo et laborando, de plenitudine sanctitatis Christi, multiformiter et abundanter effundunt”33.
Trazando una semblanza de San José María Escrivá, poco después de la muerte de éste, señalaba Don Marcelo como la triple fuerza que le lanzó a la gran tarea de “santificar a los hombres tal como son, tal como viven, tal como trabajan”, la Misa, la intimidad con Jesucristo y un amor vivísimo a la Virgen María. Su sacerdocio lo entendió así, y toda su vida fue como la prolongación de una Misa que glorificaba al Padre34. En efecto, hacia este sacrificio continuamente renovado convergen o de él brotan todos los demás ministerios que el sacerdote realiza35. Tal era, para Don Marcelo, el secreto de un sacerdote santo y santificador. Si Cristo vino al mundo a santificarnos con la gracia de su Redención, de su Palabra y de su Vida, el munus sanctificandi es el primero y por eso la Iglesia ordena a sus sacerdotes principalmente para santificar a sus fieles36. La clave honda de vuestras vidas – decía Don Marcelo a los que llamó sacerdotes del Año Mariano – está en alcanzar la santidad sacerdotal, porque lo que tenéis que hacer es santificar al Pueblo cristiano. Todo lo demás, pastorear, amar, regir, conducir, dar testimonio… tiende a la santificación del pueblo. Eso debe ser la raíz de vuestra alegría37.
Celebrante
Si, como recuerda el Concilio Vaticano II38, la Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, el Obispo, presencia de Cristo en la Iglesia es el hombre del culto, el sacrificador, el santificador. Es sobre todo presidiendo en nombre de Cristo la oración de la Iglesia y la acción sacramental como el Obispo realiza su oficio de santificar, su munus sanctificandi. Don Marcelo no fungió de liturgo, sino que, en cuanto sacerdote, concibió su existencia litúrgicamente. Más que ser amante de la estética celebrativa o, lo que es más, celoso del decoro del culto divino, él entendió y vivió su sacerdocio como una permanente glorificación del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Cuando él ‘presidía’ (por usar la nomenclatura al uso, que en absoluto me satisface personalmente) una función litúrgica, nada más lejos de su actitud que atraer hacia sí el protagonismo que sólo corresponde a Jesucristo, verdadero Præsidens de la asamblea eclesial.
En este sentido, en pocos celebrantes como en él hemos podido captar, no sólo desde la fe sino también de modo evidente para los sentidos, que actuaba in Persona Christi Capitis. En el altar, Don Marcelo aparecíaevidentemente como Pontifex. Su misterioso recogimiento al orar, su unción suave y viril al consagrar, su delicadeza exquisita al incensar, como sólo a él hemos visto hacerlo, la elegancia majestuosa y desafectada de su porte al bendecir, eran otras tantas muestras de un hieratismo no impostado que imposibilitaba escapar de la atmósfera del sacrum, despojada del cual la Liturgia puede llegar a convertirse – podríamos aducir tristísimos ejemplos – en una mascarada grotesca. Celebrando, Don Marcelo enseñaba la primacía absoluta de Dios, la necesidad de adoración por parte del hombre, la juventud inmarcesible de la Iglesia.
No pocos fueron sus logros en pro de la liturgia durante sus nueve años como Presidente de la Comisión Episcopal respectiva, implementando la reforma litúrgica en España e Hispanoamérica desde la letra y el espíritu de la Sacrosanctum Concilium y no desde las originales innovaciones que en nombre de un Concilio fantasma se proponían por doquier. Cómo no aludir, aunque sea de pasada, a la reforma y revitalización del Misal mozárabe conseguida por un Don Marcelo siempre seguidor de los caminos de formación abiertos por el Concilio, entre ellos, la recuperación de las venerables formas de expresión litúrgica que han enriquecido el acervo teológico. En este sentido, no sería aventurado conjeturar que, junto al Rito Hispano, tras el Motu Proprio Summorum Pontificum, hubiera él deseado también hoy para sus sacerdotes y para sus diocesanos el conocimiento y la participación en la Forma extraordinaria del Rito Romano, vivido con toda naturalidad como un cauce más de enriquecimiento a nivel histórico, teológico y oracional.
Munus regendi: Don Marcelo, Pastor
Tras alabar los muchos méritos de Don Marcelo como “Pastor bueno, amigo constante y maestro fiel”, el Papa Juan Pablo II le escribió expresivamente, con motivo de su 50° Jubileo Sacerdotal: “Al considerar tu acción pastoral, Nos agrada destacar el solicito cuidado que has puesto en la atención a los sacerdotes… y a fe que con extraordinario acierto, como lo atestiguan los florecientes Seminarios… de tu Diócesis. Sabemos además que vas a celebrar el fausto Jubileo de tu sacerdocio rodeado de una floreciente corona de presbíteros nuevos; esto llena en verdad de gozo Nuestro corazón”.
Conducción de su clero
Dos años después de ser nombrado Obispo de Astorga, en 1963, publicó su Pastoral “El porvenir espiritual de nuestra diócesis. Horas de crisis y esperanza” en la que, sobre una taracea de textos del venerable Pío XII, enumera como actitudes sacerdotales de valor permanente el amor y la gratitud a Jesucristo y a su Eterno Sacerdocio, la humildad ante la propia dignidad y la obediencia concreta y práctica a las disposiciones de la Iglesia, el celo y la abnegación, la caridad fraterna para con los hermanos en el presbiterio, la pobreza y el desprendimiento. Pero, ante todo y sobre todo, en medio del empeño sublime de cristianizar las realidades temporales, Don Marcelo insiste a sus clérigos en que cultiven el espíritu de sobrenaturalidad, faltando el cual nos encontramos con el sacerdote que concede más atención a la lectura de un periódico que a la oración bien hecha; a la tertulia, mas que al silencio; a un viaje, más que al sacrificio; a una película, más que a una hora de estudio; a las noticias políticas, más que a la disminución del pecado; al deporte, más que a los sacramentos; a la ciencia, más que a la teología; al templo material, más que a la enseñanza profunda del catecismo; al bullicio exterior, más que a la meditación; a la asamblea y a la discusión de problemas ajenos o colectivos, más que al examen de sí mismo; a la crítica de lo que dicen otros, más que a la maduración rigurosa de lo que tiene que decir él; a lo nuevo por lo nuevo, más que a lo antiguo por serlo; a lo mundano, más que a lo eclesiástico; a lo fugaz y cambiante, más que a lo permanente y eterno; a lo confortable y grato, más que a lo difícil y abnegado; a la cultura, más que a la gracia; a lo profano, más que a lo sagrado; al hombre, más que a Dios; a los filósofos, más que a los santos; a los amigos, más que a Jesucristo. Es decir, nos encontramos con el sacerdote que va destrozando poco a poco su propio sacerdocio39. Al sacerdote le llama Cristo a participar en la rica intimidad de un misterio reservado y exclusivo y en el sacerdocio no es lícito hacer distingos entre ‘lo que es’ y ‘para lo que es’, porque el sacerdocio de Cristo en sí mismo es sacerdocio de Dios y para los hombres, todo a la vez40, con todo lo que tiene de misterio, de humanidad, de gozo y de paradoja41. Así hablaba Don Marcelo a sus sacerdotes en Astorga y después en Barcelona. En Toledo, confiriendo una de tantas ordenaciones, exhortaba a los neopresbíteros a revestirse de un armadura espiritual: De lo contrario, seréis pronto víctimas del secularismo de los criterios y de las costumbres, que todo lo invade; y pronto llegará a pareceros lo más natural del mundo el contemporizar con todo, el aceptar todo con una sonrisa de aprobación, el decir que no queréis ser retrógrados, sin daros cuenta de que al decir eso estáis retrocediendo a la oscuridad del pecado o a lo que lleva al pecado42.
El Seminario. Un Seminario nuevo y libre
A su llegada a Toledo, en 1972, Don Marcelo encuentra que las consecuencias de la crisis sacerdotal del postconcilio han hecho mella en la archidiócesis: para compensar las tristes secularizaciones de sacerdotes, no había más que un exiguo puñado de seminaristas. Tras rezar, reflexionar y consultar, el año siguiente, en una magnífica Pastoral, el Primado afronta el problema y propone soluciones operativas. Se conoce sólo la primera parte del título, que es como un guiño al lenguaje en boga: “Un Seminario nuevo y libre”. Pero la segunda es sintomática, porque contrapone implícitamente, a la visión eclesial protestante, la católica, de Trento y del Vaticano II. “¿Más sacerdotes o más seglares?”, es el subtítulo, que señala que la promoción del laicado, antes que sustituir la función del sacerdote, la reclama con mayor urgencia. Clarividente, lucidísimo y profético, es un documento histórico por lo que tiene de certero análisis de la situación (en muchas diócesis, aun vigente hoy) y de atinado programa de acción pastoral, como demostrarían, no tardando mucho, los resultados obtenidos.
Pero, aunque la difundió L’Osservatore Romano, aquella Carta fue entonces – ha escrito el hoy Obispo electo de Córdoba – “una voz solitaria en un desierto de dudas e incertidumbres”, no exenta de incomprensiones, incluso en ambientes eclesiásticos43. Poco le importaba a Don Marcelo el aplauso del mundo y, casi menos, si éste era el clerical. El siguió adelante, sin temblarle el pulso. Y cuando, a la vuelta de 23 años, se despidió de Toledo, había ordenado para la Iglesia universal 414 presbíteros, de los que me cabe la honra de ser el número 405. Pocos casos, si es que hay alguno, se habrán dado en el mundo occidental en unos años en los que la crisis vocacional tocaba fondo, en parte debido a factores sociológicos y en parte, a los “reformismos atrozmente devastadores”44 que denunciaba Don Marcelo. Si quisiéramos extraer algunas citas de la Pastoral en cuestión, caeríamos irremisiblemente en la tentación de no dejar sin aludir a uno solo de sus párrafos, y ya vamos siendo muy prolijos. Sirva esta breve referencia para suscitar el deseo de su lectura en los jóvenes levitas que rezan, estudian y ríen entre estos muros, merced a que un día Don Marcelo deseó y logró “un Seminario nuevo y libre”.
* * *
Yo pediría ahora la indulgencia de este amable auditorio por la duración de esta conferencia, si no fuese porque he tenido presente el criterio de quien la ha ocupado. Hablando de los criterios a seguir en la oratoria, Don Marcelo sentenciaba: Brevedad. Y no subir, a no ser que se trate de algo que se anuncie como tal: ‘Conferencias que va a dar sobre el tema del matrimonio – por ejemplo – el muy ilustre Señor Don Fulano de Tal’. Eso se anuncia. Son conferencias; está perfectamente justificado que el orador se entretenga aproximadamente una hora, el tiempo que suele durar una intervención45.
Y, como otro de los consejos de Don Marcelo al orador, si es clérigo, es no concluir sin nombrar a la Santísima Virgen, quisiera yo hacerlo con una cálida exclamación que él dirigió a la Señora en la homilía de una ordenación sacerdotal. Hoy la renuevo, por los presbíteros que estamos aquí y por los de la Iglesia Universal, para que este Año sacerdotal dé los frutos que, al convocarlo, ha soñado el Santo Padre: Tú, ¡oh Virgen María!, eres la renovación, la seguridad, la fuerza, el amor y la piedad, todo junto. Tú sabes mirar a los sacerdotes y a la Iglesia con la experiencia de las madres, con el sosiego de Quien es Mediadora y Corredentora. Tu Nombre es capaz de suscitar las esperanzas de la Iglesia entera. Facilita en nosotros, oh Madre, los caminos del Espíritu Santo46.
L.D.V.M.
1 Conferencia pronunciada en la Catedral de Madrid dentro del ciclo “La figura del sacerdote hoy”, Cuaresma de 1971, en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, pp. 334-335.
2 Una Carmelita Descalza de La Aldehuela, “Don Marcelo González Martín, un gran regalo de Dios”, en Boletín “Madre Maravillas de Jesús”,…………………………….
3 M. González Martín, Don Enrique de Ossó o la fuerza del sacerdocio, Madrid, 1953.
4 Carta Pastoral “Astorga, diócesis misionera”; Boletín Oficial del Obispado de Astorga, 1 de junio de 1964, pp. 275-276, en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, p. 323.
5 M. González Martín, “Vocación de la Iglesia, Pueblo de Dios”, Conferencia en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, Madrid, 27 mayo 1964.
6 A.J. González Chaves, Don Marcelo amigo fuerte de Dios, Madrid, 2005, p.108.
7 Conferencia pronunciada en la Catedral de Madrid dentro del ciclo “La figura del sacerdote hoy”, Cuaresma de 1971, en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, p. 333.
8 C. Seco Serrano, “Mi amigo Don Marcelo”, en ABC, ed. Toledo, 7 de septiembre de 2004.
9 A. Montero Moreno, “Don Marcelo, en la encrucijada”, en ABC, 25 de septiembre de 2004.
10 Boletín Oficial del Arzobispado de Barcelona, Junio 1966, pp. 350-358.
11 Conferencia pronunciada en la Catedral de Madrid dentro del ciclo “La figura del sacerdote hoy”, Cuaresma de 1971, en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, pp. 332-334.
12 A. Montero Moreno, l.c.
13 Ya en 1956 había dicho a Don Antonio Montero, entonces subdirector de la joven revista “Ecclesia”, cuando llevó a Don Marcelo la propuesta del Cardenal Pla y Deniel, de ser Director del órgano oficioso del episcopado español: “No me veo en la Villa y Corte ni me movería con gusto en los entramados políticos e incluso eclesiales de Madrid” (A. Montero Moreno, l.c.)
14 A.J. González Chaves, o.c., pp. 159 ss.
15 S. Martín, “Castellano cabal”, en ABC, 16 de enero de 1993.
16 Concilio Ec. Vaticano II, Decreto Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los Obispos, n.11.
17 Santo Tomás de Aquino, S.Th., III, q. 67, a. 2 ad 1
18 Exhortación Pastoral “La acción pastoral del sacerdote en Barcelona”; Boletín Oficial del Arzobispado de Barcelona, 15 de junio de 1967, (cf. pp. 342-357), en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, p. 331.
19 Homilía en la Misa de ordenaciones sacerdotales en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, 4 de octubre de 1986, en M. González Martín, Gozo y esperanza, Toledo, 1991, p. 160-161. Cf. ibid., p. 179.
20 A.J. González Chaves, o.c., pp. 230-237.
21 R. Palmero Ramos, “Don Marcelo, predicador”, en Padre Nuestro, 22.1.1995.
22 A. Montero Moreno, l.c.
23 Cf. Homilía en la Misa de ordenaciones sacerdotales en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, 10 de julio de 1988, en M. González Martín, Gozo y esperanza…, pp. 185-186.
24 Cf. Homilía en la Misa de ordenaciones sacerdotales en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, 17 de diciembre de 1989, en M. González Martín, Gozo y esperanza…, p. 214.
25 Homilía en la Ordenación de su última promoción de sacerdotes, en la Santa Iglesia Catedral Primada, 25 de junio de 1995, en A.J. González Chaves, o.c., pp. 59-61.
26 Homilía en la Misa de ordenaciones sacerdotales en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, 18 de diciembre de 1984, en M. González Martín, Gozo y esperanza…, p. 168.
27 Homilía en el aniversario de Ordenación de su última promoción de sacerdotes, 25 de junio de 1998, en A.J. González Chaves, o.c., pp. 239-242.
28 Cf. M. González Martín, Gozo y esperanza…, pp. 200. 190
29 Ibid., p. 197. cf. Ibid., p. 201.
30 Homilía en la Ordenación de su última promoción de sacerdotes, en la Santa Iglesia Catedral Primada, 25 de junio de 1995, en A.J. González Chaves, o.c., p. 55.
31 Transcripción de la homilía grabada en la Residencia de las RR. Angelicas de Toledo, 25 junio 1998.
32 Cf. J.M. Ferrer Grenesche, “Sacerdote y Liturgo”, en Padre Nuestro, 29.6.1991
33 Concilio Ec. Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, n. 26.
34 M. González Martín, ¿Cuál sería su secreto?, en ABC, 2 de agosto de 1975.
35 Conferencia pronunciada en la Catedral de Madrid dentro del ciclo “La figura del sacerdote hoy”, Cuaresma de 1971, en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, p. 336.
36 Homilía en la Misa de ordenaciones sacerdotales en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, 9 de julio de 1989, en M. González Martín, Gozo y esperanza…, p. 196.
37 Homilía en la Misa de ordenaciones sacerdotales en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, 2 de julio de 1987, en M. González Martín, Gozo y esperanza…, p. 177.
38 Concilio Ec. Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia, n.7.
39 Carta Pastoral “El porvenir espiritual de nuestra diócesis. Horas de crisis y esperanza”; Boletín Oficial del Obispado de Astorga, 1 de julio de 1963, (cf. pp. 270-290), en M. González Martín, Creo en la Iglesia. Renovación y fidelidad, Madrid, 1973, pp. 276-294.
40 En la ordenación de 29 sacerdotes del Opus Dei en la Basílica Pontificia de San Miguel, en Madrid, 15 de agosto de 1971, en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, pp. 295-296.
41 En la ordenación sacerdotal de siete jesuitas en Santa Maria del Mar, en Barcelona, 15 de septiembre de 1971, en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, p. 300.
42 Homilía en la Misa de ordenaciones sacerdotales en la Iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo, 6 de julio de 1980, en M. González Martín, Gozo y esperanza…, p. 150.
43 D. Fernández González, “La fuerza del sacerdocio”, en Padre Nuestro, 29 de junio de 1991.
44 Homilía en la Misa de la fiesta de San Juan de Avila, en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, 10 de mayo de 1975, en M. González Martín, Gozo y esperanza…, p. 64
45 A.J. González Chaves, o.c., pp. 233-234.
46 Homilía en la Ordenación de 29 sacerdotes del Opus Dei, en Basílica Pontificia de San Miguel, en Madrid, 15 de agosto de 1971, en M. González Martín, Creo en la Iglesia…, p. 299.
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