El Cardenal don Marcelo González Martín y el horizonte universal de la Iglesia

Discurso del Emmo. Señor D. Antonio María Rouco Varela en la Academia de Ciencias Morales y Políticas

La biografía de Don Marcelo es por todos conocida; no así sus más íntimos afanes y preocupaciones, desde joven sacerdote en Valladolid hasta los últimos días como Cardenal-Arzobispo en la sede Primada de Toledo, cuya «esencia y significación» entendió honda y fielmente1. He tenido la fortuna de haberle conocido y bien sé de la grandeza de su ánimo y del alcance de sus obras. A ninguno de los presentes le es desconocido su entrega, sus intuiciones y aciertos en los difíciles años de su fecundísimo pontificado en la sede Primada. En esta ocasión quisiera traer a la memoria no su completo perfil biográfico -otros lo harían mejor- sino reconocer agradecidamente, en la Academia, el servicio prestado a la Iglesia universal, pero de un modo singular a la Iglesia que peregrina en España y a la sociedad, con la gran austeridad y la libertad de espíritu que alaba Cervantes:

«llaneza, … no te encumbre, que toda afectación es mala»2.

La Providencia dispuso que en la urbs toletana desde sus orígenes, según testimonian antiguos Chronicones3,y en el esplendor visigótico, los obispos presidieran los grandes concilios -referencia doctrinal para toda la Iglesia-; conservaran la más primigenia tradición hispana y se sintieran herederos del hondo sentir con la Católica. Don Marcelo ya pertenece para siempre a este grandioso acervo de la gloriosa tradición de la Iglesia Primada. Bien lo había advertido el Cardenal J. Hoffner, Arzobispo de Colonia, al decir que en Don Marcelo «se conjuga la fidelidad a la fe católica con su servicio sacrificado al hombre de hoy»4; y el Cardenal J. Ratzinger, al escribir que Don Marcelo ha querido ser un fiel sucesor de San Ildefonso no sólo en la sede, sino en su esfuerzo por explicar la doctrina católica5.

La biografía del que fue Obispo de Astorga, Arzobispo de Barcelona y Cardenal-Arzobispo de Toledo, sucesor de figuras que son inseparables de la historia de España y de Europa -entre otros: Jiménez de Rada, Gil de Albornoz, Tavera, Siliceo y Lorenzana- muestra muchas y ricas facetas que merecen ser resalta­ das, pero la que, a mi parecer, se impone cada día con más fuerza es la del Obispo esforzado y solícito, protagonista hondo y auténtico de la renovación de la Iglesia según la letra y el espíritu del Concilio Vaticano II y en fidelidad al sucesor de Pedro6, como muy bien han señalado los cardenales J. Hoffner, J. Hamer, J. Ratzinger, A. López Trujillo, A. Innocenti, P. A. Mayer, A. M. Javierre y B. Gantin, que escribieron los Prólogos a las Obras del Cardenal Marcelo González Martín7. Considerable es el número de escritos que Don Marcelo dedicó al acontecimiento conciliar; no podía ser de otro modo pues trató de alimentar su vida -son palabras suyas con la doctrina del Concilio8.

La denodada y permanente entrega a esta labor renovadora hizo posible el escrutar, discernir y acoger los signos de lo sagrado para el esplendor de la fe. Es ésta una característica que está siempre presente en sus obras y en su magisterio, caracterizado por la firme y fina mirada religiosa. El interés por lo sagrado le impulsaba a acercarse al mundo y a los problemas actuales porque sentía que la ausencia de la Iglesia y de su mensaje en las realidades históricas empobrecía al hombre y a la sociedad9.

«La Presencia del Misterio» -expresión muy querida por Don Marcelo y que es el título del Discurso de ingreso como miembro numerario de nuestra Academia10-, que se explicita en la persona de Jesucristo, es el definitivo camino que ilumina y esclarece el misterio del hombre. Desde su continua preocupación, y no menos con su acendrada y cervantina palabra, insistía y acentuaba que su misión era cuidar con esmero la Presencia del Misterio, la importancia insustituible de lo sagrado y la aportación única y singular del catolicismo a una sociedad que corría el peligro de abandonar su mejor tradición y con ella la antropología sustentadora de la dignidad trascendente e inviolable de la persona humana, sobre la que se había construido nuestra historia.

Don Marcelo desde sus primeros escritos estaba profundamente convencido de que la enseñanza conciliar, expresada en la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, constituía una referencia única para acertar con la clave antropológica con la que mejor y más lúcidamente se podía afrontar y responder a los interrogantes y problemas más lacerantes de la sociedad contemporánea. No deja de proponer, escribe de él el Cardenal J. Hamer, la cristología como centro de la antropología11, en íntima sintonía con las enseñanzas conciliares y con las Encíclicas de Juan Pablo II, de un manera especial con la primera de su Pontificado, la Redemptorhominis12.

Para Don Marcelo apreciar y cuidar la dimensión sagrada de toda la realidad significaba la garantía para que el hombre, adorando al que es fuente y origen de la dignidad de todo ser personal, pudiera liberarse de toda esclavitud y relacionarse con los demás en la verdad. Para D. Marcelo la vida contemplativa constituía no sólo el mejor reflejo de la santidad de la Iglesia sino también el aliento y fundamento de la civilización del futuro13. Don Marcelo no ahorró ni tiempo ni fatigas para alentar y prestar todo su apoyo a numerosas comunidades contemplativas en momentos de dura prueba. Su acentuación insistente de la dimensión religiosa del hombre nacía del profundo convencimiento de que una sociedad que olvidare el sentido de lo sagrado va a la deriva y está llamada a la zozobra en la vida personal, familiar y social-política.

Desde esta óptica se comprende su constante preocupación por la ausencia de interioridad clave de explicación del drama de la cultura actual y como el mayor peligro para la Iglesia, en la línea que más tarde recordaría Juan Pablo II en su Encuentro con los Jóvenes en el aeródromo de «Cuatro Vientos», con motivo de su último viaje a España. La falta de interioridad y la crisis de espiritualidad se encuentran en la raíz de los más graves problemas de la Iglesia actual. Entre las «luces y sombras en la Iglesia de hoy»14 hay que destacar la necesidad del gran servicio de descubrir y alimentar la interioridad15. El 26 de abril de 1977, en esta misma sede, decía que la obligación de la Iglesia era «ofrecer a los hombres esta vocación a la interioridad»16.

Don Marcelo urgía infatigablemente a que se diese respuesta a esta crisis. Sería iluso pensar seriamente en la realización de una renovación profunda de la Iglesia si no se enraizase en una auténtica y renovada espiritualidad. ¿No corría pareja precisamente la falta de interioridad con la crisis del ministerio ordenado en la Iglesia y en amplios sectores de la teología católica? En el cuestionamiento radical del sacerdocio ministerial se manifestaba el síntoma más grave de las más preocupantes rupturas intraeclesiales del momento. Don Marcelo tuvo la clarividencia de poner en marcha un amplio programa de auténtica renovación conciliar, que incluía la integridad de todos los aspectos de la vida de la Iglesia, sobre la base de la justa comprensión y ejercicio del sacerdocio ministerial17. De otro modo -estaba él convencido- no se lograría ni la fidelidad a la predicación del Evangelio, ni a las indicaciones del Concilio, y, por lo tanto, no se robustecería la Iglesia de cara a los desafíos de la cultura contemporánea y de lo que Juan Pablo II llamaría la nueva evangelización.

Las densas reflexiones de sus Pastorales sobre el Seminario18 al hilo teológico y pastoral de las directrices conciliares, nuevo y libre, cobraron cada vez mayor interés para la Iglesia universal. Su voz ha sido probablemente una de las más nítidas de la Iglesia del Postconcilio a la hora de expresar lo que implicaba una reforma de los seminarios y de la formación sacerdotal a la altura de las exigencias de los tiempos según el Concilio Vaticano II. En palabras del Cardenal B. Gantin, la enseñanza de Don Marcelo, a este propósito, «ha alcanzado cimas que le sitúan entre los grandes maestros no sólo de la Iglesia en España, sino además de toda la Iglesia que habla, reza y canta en la universal lengua de Castilla»19. El Cardenal A. M. Javierre escribe que Don Marcelo es el experto consumado que supo rezumar experiencia y transparencia, en uno de los momentos más difíciles, para los Seminarios y la vida sacerdotal en España y en Europa20. A nadie se le oculta que una de las grandes pasiones de Don Marcelo era la formación sacerdotal.

En nuestra Academia de Ciencias Morales y Políticas, se ocuparía además, en repetidas ocasiones, de la presencia y de la recta intelección de la vivencia religiosa y, más concretamente, de la experiencia católica en la vida pública. Desde la perspectiva conciliar, valora y discierne críticamente las corrientes liberacionistas y de movimientos similares que llegaron a tener una extensa influencia en las concepciones doctrinales y en la vida pastoral de amplios sectores eclesiales, especialmente en los católicos de lengua hispana, bajo la denominación de las distintas teologías de la liberación. A Don Marcelo le preocupaba que no se malversase la evangelización de Hispanoamérica y no decreciese el vigor de una Iglesia evangelizadora y servidora de los más pobres21. En los más variados foros, tribunas e instituciones literarias y eclesiásticas trató reiteradamente de iluminar, con el acendrado sentido católico de evangelización, los problemas que tenía que afrontar la Iglesia del inmediato Postconcilio en el campo de las relaciones Iglesia-mundo.

Don Marcelo, aunque se entregó de lleno a su más inmediata responsabilidad pastoral en la Iglesia particular a él confiada, no dejó de estar presente y siempre en los momentos recios por los que pasaba la Iglesia, el mundo y muy especialmente España, dispuesto a indicar nuevos horizontes. Para él España estaba en el corazón de América y ésta en el corazón de España. Es iluminadora a este propósito la larga Carta Pastoral que escribe sobre la Virgen de Guadalupe, España y América22.

«América a la vista», así reza el título de otra Pastoral23 en la que pedía disponibilidad eclesial para prestar ayuda a los pueblos evangelizados por España. La responsabilidad -pastoral, sobre todo de la Iglesia y de los católicos españoles por América viene subrayada vigorosamente por Don Marcelo con motivo de las celebraciones del V Centenario del descubrimiento y evangelización del nuevo continente, la más sorprendente de las gestas hispánicas y una de las más grandes de la historia de la Iglesia católica; «una labor prodigiosa gracias a la cual se predicó la fe cristiana y el misterio de Cristo fue conocido y amado… , y con la fe surgió una nueva cultura»24.

Atender a la «Presencia del Misterio» y a las orientaciones conciliares sobre el hombre favorecían el poder desvelar y proponer a la sociedad la importancia decisiva de lo sagrado en la circunstancia española de los años posteriores a las décadas de los setenta y siguientes. En la avanzada segunda mitad del siglo xx, advierte el Cardenal de Toledo, que la nación española comienza a vivir un nuevo clima y entorno cultural que camina hacia el «eclipse de Dios». De ahí su creciente preocupación por España25, sobre su evolución en el campo de las concepciones morales que van arraigando en la sociedad española26, y no menos sus desvelos por la situación y presencia de la «Iglesia en la España de hoy»27. Invertir el proceso de debilitación de la fe y de la moral cristiana en la sociedad española significaba para D. Marcelo recuperar la entraña misma del pueblo en un momento decisivo de su historia28.

Iglesia, la Iglesia Católica de Cristo que late y vive dentro de la sociedad española», son palabras suyas29, y España eran las dos grandes coordenadas en las que se enmarcan su trayectoria personal y su ministerio pastoral en la proporción que la doctrina social de la Iglesia, actualizada en el Concilio Vaticano II, marcaba.

Sus reflexiones sobre España dejan constancia de que «la perdida del sentido de lo sagrado es un drama con consecuencias gravísimas». En las Semanas Sociales, no dejará de recordar la urgente necesidad de la presencia de lo sagrado en la ciudad secular para salvar y vivificar el valor de la persona humana y de sus derechos fundamentales y el sentido genuino del bien común30. Ante las nuevas situaciones que parecían imponer la secularización, la civilización técnica y una cultura apoyada en el pluralismo relativista, llamará la atención sobre el valor excepcional e insustituible que adquirían de nuevo el matrimonio, la familia y la enseñanza31.

Don Marcelo, en sintonía con Juan Pablo II, no dejó de reclamar una mayor atención a las raíces católicas de Europa32 y, por supuesto, de España. Su redescubrimiento, como el elemento más esencial y permanente en la vida e historia de nuestra nación, supone para él mucho más que el intento de recuperar una herencia caduca o una vacía tradición: se trata antes bien de encontrar la auténtica razón de ser de su devenir histórico y la fuente de inspiración más valiosa para conformar su presente y orientar su futuro. Bien captó Don Marcelo la gracia de las Visitas Pastorales del Papa a España y sus huellas de una auténtica lectura del Concilio y de la manifestación pública de la vieja y creadora tradición católica, siempre capaz ele aportar nuevas energías espirituales al pueblo cristiano. Su permanente referencia al legado religioso ele España -tierra fecunda en santos- se deja traslucir en las ricas y abundantes meditaciones sobre la santidad33 y los santos españoles -Homilías, Cartas Pastorales, Conferencias y Estudios34-, y en el empeño con que Don Marcelo preparó las celebraciones del Centenario del III Concilio de Toledo con el fin de no dejar caer en el olvido el papel de la Hispania visigótica, en el primer milenio, en relación con la configuración de Europa y en la primera singladura de la unidad de la Europa antelitteram, tal como recordaría Juan Pablo II en su segunda visita a Santiago de Compostela en 1989. El recuerdo actualizado del III Concilio Toledano, con la celebración de su XIV Centenario -en palabras de J. Ratzinger: «un dato histórico, eclesiástico y europeo de primer orden»35-, representaba una clara y decidida invitación a la Iglesia de hoy en España, para que, ante la realidad de la nueva Europa y el reto de su unidad, haga valer y aporte la riqueza espiritual de las raíces católicas de España en la construcción nueva de nuestro continente36. Naturalmente la respuesta no podría ser la de un catolicismo fácil y superficial, sino el profundamente arraigado en la experiencia interior -¡mística!- de nuestros santos. D. Marcelo era un verdadero y devoto apasionado de Sta. Teresa de Jesús.

Finalmente, aunque no en último lugar, para Don Marcelo la «Presencia del Misterio» tiene un lugar propio: el espacio y celebración litúrgica. Siguió con exquisito cuidado la renovación litúrgica. Bajo su dirección se culmina la versión española y la publicación de todos los libros litúrgicos en lengua vernácula según las indicaciones conciliares del Concilio Vaticano II; y se recupera, siguiendo la tradición de los grandes arzobispos de Toledo, la liturgia mozárabe37.

«Antes y después del mediodía me atan los asuntos de los hombres»38, podría haber dicho de sí mismo, como San Agustín; pero siempre al ritmo de la vida y los latidos de la Iglesia, con los ojos puestos en el Maestro como un discípulo fiel, asiduo en la oración y acendradamente mariano39. Sólo así podría sentirse cercano a los hombres de nuestro tiempo, ofreciéndoles lo más valioso de su vida y ministerio episcopal: el Evangelio de la Salvación, la respuesta que únicamente la Iglesia puede dar. La Iglesia era su pasión. «La Iglesia de amor y obediencia»40. Sólo una Iglesia espiritualmente renovada estaría en condiciones de salir al encuentro del hombre y de la sociedad de hoy. Con este convencimiento se esforzó en responder a los retos de la España que le tocó vivir. Nunca dejó de llamar a todos a una renovada comunión con la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica porque sabía, como nos dejó escrito San Ildefonso41, que era preciso que «hubiese seno donde el hombre nacido para la muerte pudiera renacer a la Vida»42.

1 Cf. Discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas (Toledo, 12 de noviembre de 1978): Toledo: esencia y significación,en Obras del Cardenal MARCELO G0NZÁLEZ MARTÍN, El valorde lo sagrado, Toledo 1986, vol. 1, 353-359; Los Primados de Toledo,en Obras del Cardenal MARCEL0 GONZÁLEZ MARTÍN, Los valores de siempre, Toledo, 1994, vol. IX, 184-187.

2 MIGUEL DE CERVANTES, Don Quijote de la Mancha, II, cap. 26 (ed. F. Rico, pág. 849).

3 Cf. Patrología latina,31,351-352.

4 Cf. J. HÓFFNER en el prólogo a Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado, o.c., pág. X.

5 Cf. J. RATZINGER en el prólogo a Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, En el cora­zón de la Iglesia,Toledo 1987, vol. III, pág. XI.

6 Cf. El Papa, primer evangelizador,en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Evangelizar,Toledo 1988, vol. IV, págs. 131 y sigs.

7 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, IX volúmenes, Toledo 1986-1994.

8 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Santa Madre Iglesia, Toledo 1987, vol. 11, págs. 277 y sigs.

9 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado, o.c., vol. 1, pág. 5.

10 Cf. Presencia del Misterio, en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado,o.c., vol. I, págs. 39-89.

11 Cf. Prólogo Fr. Jerome, Cardenal HAMER, a Obras del Cardenal Marcelo González Martín,

Santa Madre Iglesia,Toledo 1987, vol. 11, págs. IX-XI.

12 Cf. Jesús, Redentor del hombre y Luz de las naciones,en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Santa Madre Iglesia, o.c., págs. 7 y sigs.

13 Cf. La contemplación, alma de la civilización del mañana, en Obras del Cardenal GONZÁLEZ MARTÍN, Santa Madre Iglesia,o.c., vol. 11, págs. 101-154, 155 y sigs.

14 Cf. Conferencia pronunciada en Barcelona en diciembre de 1968: Luces y sombras en la Iglesia de hoy. Necesidad de criterios claros y acertados, en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARlÍN, Santa Madre Iglesia, o.c., vol. II, págs. 349 y sigs.

15 La espiritualidad en los momentos de las grandes crisis de la Iglesia,en Obras del Cardenal MARCEL0 GONZÁLEZ MARTÍN, Santa Madre Iglesia,o.c., vol. II, págs. 61-85.

16 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado,o.c., vol. 1,125.

17 Cf. El sacerdote, ministro para la evangelización, en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Evangelizar, o.c., vol. IV, págs. 273 y sigs.

18 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Seminario nuevo y libre,Toledo, 1991.

19 Cf. B. GANTIN, Prólogo a Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Humanismo cristiano, Toledo, 1993, vol. VIII, pág. IX.

20 Cf. A. M. JAVIERRE, Prólogo a Obras del Cardenal MARCEL0 G0NZÁLEZ MARTÍN, Seminario

nuevoylibre,Toledo, 1991, vol. VII, pág. VII.

21 Cf. Discurso leído en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el 8 de junio de 1976: El movimiento de los «cristianos por el socialismo»,en, Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, 1, págs. 83-98.

22 Cf. Santa María de Guadalupe en el corazón de la historia católica de España,en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Humanismo cristiano, o.c., vol. VIII, págs. 53 y sigs.

23 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Seminario nuevo y libre, Toledo, 1991, vol. VII, págs. 44 y sigs.

24 Cf. Ponencia presentada en el Simposio internacional sobre la Historia de la Evangeliza­ ción de América, organizado por la Pontificia Comisión para la América Latina: El V Centenario visto desde Europa: el mandato de anunciar el Evangelio.en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Humanismo cristiano,o.c.. vol. VIII, págs. 92 y sigs.

25 Cf. El hombre sin Dios y la Cuaresma cristiana, en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado, o.c., vol.!, 99-110.

26 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado, o.c., vol.1, p. 307.

27 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado,o.c., vol. 1, p. 299 y sigs.

28 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado,o.c., vol. 1, págs. 307-336.

29 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, El valor de lo sagrado,o.c., 1, pág. 307.

30 Cf. La encíclica «Centesimus Annus• y la «ineficacia»de la DoctrinaSocial de la Iglesia, en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Humanismocristiano,o.c., vol. VIII, págs. 214 y sigs.

31 Cf. Familia y educación, en Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, Evangelizar,

o.c., vol. IV, págs. 417 y sigs.; La familia cristiana en la Iglesia de hoy, en: Vivir en Cristo, vol. V, Tole­ do, 1989, págs. 389 y sigs.

32 Cf. La Iglesia de hoy ante la idea de una Europa unida, en Obras del Cardenal MARCELO

G0NZÁLEZ MARTÍN, Elvalordelosagrado,o.c., vol. I, págs. 281 y sigs.

33 Cf. Obras del Cardenal MARCELO G0NZÁLEZ MARTÍN, SantaMadreIglesia,Toledo, 1987, vol. 11, págs. 101 y sigs.

34 Cf. Obras del Cardenal MARCELO G0NZÁLEZ MARTÍN, Testigos de la Fe,Toledo, 1990.

35 Cf. J. RATZINGER, «Perspectivas y tareas del catolicismo en la actualidad y de cara al futuro«, en XIV Centenario Concilio III de Toledo 589-1989, Toledo, 1991, pág. 107.

36 Cf. Ayer y hoy de la Iglesia de Toledo: El Concilio de Toledo y la unidad católicade Espa­ña; El Concilio de Toledo. Identidad católica de los pueblos de España y raíces cristianas de Europa, en: Obras del Cardenal MARCELO G0NZÁLEZ MARTÍN, Humanismo cristiano,Toledo, 1993, vol. VIII, págs. 3 y sigs.

37 Cf. La liturgia hispano-mozárabe hoy,en Obras del cardenal MARCELO G0NZÁLEZ MARTÍN, Humanismo cristiano, o.c., vol. VIII, págs. 37 y sigs.

38 Cf. SAN AGUSTÍN, Carta 213,6 (BAC, 99b, pág. 257).

39 Cf. Obras del Cardenal MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, En el corazón dela Iglesia, Toledo, 1987, vol. III, págs. 237 y sigs.

40 Cf. Obras del Cardenal MARCEL0 GONZÁLEZ MARTÍN, Santa Madre Iglesia,o.c., vol 11, págs. 257 y sigs.

41 Cf. SAN ILDEF0NSO, De cognitione baptismi, cap. 73 (BAC 320, pág. 303).

42 Cf. SAN ILDEFONSO, De itinere deserti, cap. 4 (B.A.C. 320, pág. 320).

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