- Un acontecimiento singular: el retorno de la Virgen del Sagrario a su trono en la catedral de Toledo
- La Fiesta de Pentecostés: con nosotros, aquí, la porción joven del Pueblo de Dios que va a recibir el Sacramento de la Confirmación
- Tenemos que vivir una fe actual y coherente; y defenderla eficazmente en los actuales momentos trascendentales de la vida española
homilía pronunciada en la Fiesta de Pentecostés, 29 de mayo de 1977. Texto publicados en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, junio 1977.
Un acontecimiento singular: el retorno de la Virgen del Sagrario a su trono en la catedral de Toledo #
Un acontecimiento singular, aunque local, mueve hoy nuestra devoción: es el retorno de esta imagen venerada de la Virgen del Sagrario a su trono, a ese trono en el que se ofrece habitualmente a la veneración de los fieles.
La hemos recibido con una explosión de amor. La hemos acompañado hasta esa Capilla del Sagrario para poder hacerle compañía, de ahora en adelante, con un fervor renovado, más intenso que el que hasta aquí hemos tenido en tantas ocasiones, cuando hemos venido, individual o colectivamente, a visitar a nuestra Madre, la Virgen del Sagrario.
Tengo que dar las gracias, en primer lugar, al Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte. Aquí están algunos técnicos y directivos de esa institución, los cuales han estado trabajando con su inigualable competencia y, lo que es más notable, también con fervor religioso, poniendo no solamente su técnica, sino también su arte sobre esta obra de arte que es nuestra imagen de la Virgen del Sagrario. Vuestros nombres deberán constar en el acta minuciosa que se levante de toda esta acción realizada, para perpetua memoria, en los archivos de esta Catedral Primada.
Ojalá pudiéramos conocer también el anónimo escultor de esta talla singularísima; tendríais merecimientos suficientes para que su nombre se uniera a los vuestros. Pero aun cuando no podamos conocerlo, nos basta hacer un esfuerzo con la imaginación y empalmar estos ángulos del tiempo; doce siglos de historia llegan hoy hasta nosotros y nos permiten saborear dentro de nuestra alma lo que significa el tesoro de las tradiciones de un pueblo.
Anoche conmemorábamos también el VIII Centenario del Monasterio de San Clemente, en Toledo, y allí os decía: «¡Ay de la Iglesia que no sepa vivir del recuerdo de esa tradición, que no es mera arqueología ni anacronismo histórico, sino recuerdo vivo!». Porque todo el esfuerzo de esa Iglesia, a lo largo del tiempo, en torno a una imagen venerada, con tales o cuales fórmulas de piedad, siempre arrancando todo del Sacrificio de la Eucaristía, y en obediencia a las mociones del Espíritu Santo, conduce al pueblo, siglo tras siglo, en virtud de una acción interna que Dios mismo realiza, hacia una más auténtica madurez espiritual.
Por eso sabemos estimar y agradecemos profundamente esta colaboración que nos habéis prestado; como agradecemos a la Caja de Ahorros de Toledo la aportación económica que ha hecho para que pueda garantizarse la permanencia de esta imagen; y a un anónimo donante toledano, su generosidad, gracias a la cual ha sido posible la reproducción de esa corona que la Virgen lleva. De este modo todo estará más seguro, más garantizado. Lo que es auténtico se mantiene en su autenticidad, y a la vez se preserva de un uso excesivo que pudiera dañarlo, como acaso había dañado ya a la imagen el paso del tiempo y esos agentes invisibles que venían deteriorándola.
Gracias también, y más que a nadie, al Excelentísimo Cabildo y a la Esclavitud de la Virgen del Sagrario, que se han ocupado de hacer posible esta obra. Ello demuestra el celo que tienen y la piedad que les mueve. He aquí un ejemplo de cómo habría que tratar todo lo relativo a la reforma y la renovación en las cosas de la Iglesia, tanto las que son expresión externa de la fe como esos núcleos dogmáticos y morales, sobre los cuales se sustenta el Mensaje de Cristo. Se renueva, pero no para destruir, sino para conservar mejor. Se perfeccionan los detalles, pero para que sean mejor contemplados y susciten más el amor y la comprensión de los fieles. La Iglesia es actualidad porque es eterna; y porque es eterna, es también tradición. Lo mismo que se hace con una imagen como ésta, hay que estar haciendo incesantemente en todo cuanto es manifestación del espíritu cristiano y una exigencia del Evangelio eterno de Cristo.
Nos alegramos mucho de que esta conmemoración de la Virgen del Sagrario, motivada por el hecho de que viene de nuevo su imagen, coincida con la Fiesta de Pentecostés. Esta fiesta extraordinaria de la Iglesia, que puede ponerse junto a la de Pascua de Resurrección, como los dos pilares en los que se fundamenta la acción expansiva y dinámica de la Iglesia de Cristo a través de los tiempos.
La Fiesta de Pentecostés: con nosotros, aquí, la porción joven del Pueblo de Dios que va a recibir el Sacramento de la Confirmación #
Cuando el Espíritu Santo vino sobre la Iglesia el día de Pentecostés, estaban los Apóstoles, y en seguida estuvo el pueblo; y con los Apóstoles, tal como podemos deducir fundadamente de la Sagrada Escritura, estaba la Virgen María.
Pues he aquí lo mismo: la imagen de la Virgen, el obispo y sacerdotes, que continúan la misión de los Apóstoles, y el Pueblo de Dios. Y dentro de este pueblo, una porción escogida: estos muchachos y muchachas, alumnos de la Universidad Laboral de Toledo, de los Colegios de Infantes, de Hermanos Maristas y de Terciarias de la Divina Pastora. Muchachos y muchachas de las parroquias de Santo Tomé, de los Santos Justo y Pastor y de San Juan de los Reyes. Porción escogida del Pueblo de Dios, que vais a recibir de nuestras manos, hoy, el Sacramento de la Confirmación.
En este día, junto a la Virgen Santísima, en unión con nosotros, y de nosotros, obispos y sacerdotes, puesto que voy a delegar en algunos de los que me acompañan para que el acto de la Confirmación no sea tan prolongado; así podremos realizarlo en breve espacio de tiempo y no os cansaréis. Pero dejadme, hijos, que llame a vuestra conciencia de jóvenes: ya comienza a sonreíros la vida; ya tenéis ante vuestros ojos ese camino incierto, pero en el que vosotros no toleráis incertidumbres, por el que vais a caminar para afirmar vuestra condición humana y cristiana.
¿Qué os pediría yo? Sólo una cosa, en la cual lo resumo todo: Sed buenos hijos de Dios, sed buenos testigos de Cristo, sed buenos amigos de los hombres. Llevad a la sociedad que os espera no solamente el ímpetu de vuestro ardor juvenil; llevad algo más: llevad las serenas convicciones de una fe que, para que exista y se alimente, necesita de la oración y de los Sacramentos.
Educadores, religiosos, religiosas, párrocos, maestros, ¿enseñáis a estos niños a orar? ¿Les movéis a que se acojan a esa acción del Espíritu Santo, sin el cual no habrá nunca evangelización auténtica? Sed buenos ciudadanos de la tierra, sed buenos discípulos del Evangelio; y defended, con vuestras palabras y vuestro comportamiento, las exigencias cristianas, el honor y la dignidad de esos muchachos que creen en Cristo y en el Evangelio; que nadie les arrebate la limpia y pura alegría que invade sus almas cuando las llena la gracia santificante. No hay evangelización sin Cristo, no hay Cristo en la vida sin gracia santificante y sin dones del Espíritu Santo. Cuando no existen, podrá haber Cristo en el recuerdo, pero no en la vida, y entonces el alma no puede tener ni alegría, ni paz interior, ni la seguridad que nace de esa robusta convicción de la fe cristiana diariamente alimentada con los Sacramentos. Adelante, a vivir vuestra fe.
Y vosotros, sus padres, ayudadles; educadlos bien, contribuid con vuestro ejemplo y con la coherencia entre vuestra conducta y vuestra fe a que ellos hereden de vosotros algo más que una tradición. La tradición vale; pero que no quede reducida a un recuerdo; que se viva con una fe actual y coherente. En este sentido, permitidme simplemente un aviso, una exhortación muy breve que creo podrá ser más amplia en un escrito que os dirigiré muy pronto.
Tenemos que vivir una fe actual y coherente; y defenderla eficazmente en los actuales momentos trascendentales de la vida española #
En efecto: llegan momentos muy importantes para la vida española. Es necesario que los católicos, consecuentes con su fe, la defiendan en su vida individual, en su familia, en la calle, en las urnas con sus votos.
Yo no hago política. He vivido siempre muy alejado de ella; he rehuido tratar temas, aun dentro de ciertas actitudes ministeriales, que siempre me parecieron que daban lugar a una excesiva confusión entre la misión del Obispo y los problemas temporales del hombre. Pero yo ahora no hablo en nombre de ninguna política; hablo en nombre de la fe, y os digo, precisamente por eso: No se puede dar el voto a ningún partido que se declare marxista. ¿Por qué? Por una sola razón: porque el marxismo es ateo; me basta ésta. Por consiguiente, el cristiano, hijo de la Iglesia, tiene que darse cuenta de que, si se comporta alegremente en una decisión de este tipo, pone en juego todo lo que su fe le da y le exige. No entro en política; entro en mi terreno, el de la fe. Una cosa es que desde el Pontificado de Pablo VI, ya en la Encíclica Ecclesiam Suam, el Papa haya querido insistir en la necesidad del diálogo, y otra someternos a la tiranía de las confusiones. El diálogo se realiza a nivel de hombres que pueden dialogar; y hay diálogo con otras religiones, con los protestantes, con los ortodoxos e incluso con religiones no cristianas. La Iglesia lo fomenta hoy más que nunca, y eso es bueno. Y hay diálogo de hombres cultos, en nombre del cristianismo, con grupos que se han prestado a ese diálogo, que pertenecen a las filosofías marxistas. Ese diálogo, entre hombres capaces de tenerlo, puede ser provechoso. Pero una cosa es la mesa para el diálogo y otra la plataforma para el engaño. Y aunque haya curas y religiosos que aparecen en mítines de partidos marxistas, y levanten también el puño cerrado, aun cuando sea así, en nombre de la fe, yo os digo: defendedla, nada más; sed consecuentes con ella, y dejad que los confundidos quieran seguir engendrando confusión. Seguid a la Iglesia, seguid al Espíritu, seguid la voz de quien os habla en nombre del Magisterio oficial de esa Iglesia Santa, dentro del cual Magisterio no podréis encontrar ni un solo texto en el que pueda ampararse nadie para decir que un cristiano o un católico puede votar a los partidos marxistas.
He creído una obligación mía decirlo hoy aquí, precisamente en presencia de todos, en un día en que las luces del Espíritu Santo pueden venir a vuestras almas. No nos oponemos, no, a ningún movimiento político-social que reclame cada vez más justicia social, más distribución de los bienes, más socialización. Eso es distinto; eso pertenece también a la doctrina social de la Iglesia; ahí precisamente radica uno de los motivos para la confusión. Ojalá los que nos llamamos católicos fuéramos también consecuentes con las exigencias de nuestra fe en la vida social, en el uso de los bienes, en la lucha contra un capitalismo egoísta, cuando se sitúa fuera por completo de los límites que marca la justicia y la caridad fraterna. Acaso entonces no tendrían tanto pretexto los que se aprovechan de estos fallos para engañar a las gentes, porque después los fallos de ellos son mayores, ya que no logran el bienestar social y destruyen la libertad de la persona.
Nada más. Vamos a proceder al Sacramento de la Confirmación. Os ruego, adultos, que lo toleréis con un poco de paciencia humilde. ¿Sabéis lo que podéis hacer en estos veinte o treinta minutos que va a durar escasamente la ceremonia? Participad en algún canto, orad y encomendad a Dios a estos hijos vuestros, a los que están aquí, y a los que tenéis en vuestra casa. Orad por ellos, y solicitad de Dios su protección para que no se interrumpa nunca sobre sus vidas, hoy jóvenes, que empiezan a caminar hacia ese destino a que me he referido. Que la Virgen Santísima del Sagrario logre con su intercesión, de la mano abundante y generosa de Dios, esa protección que invocamos.