- Hacia América con la O.C.S.H.A. Un territorio en África. Misioneros de emigrantes en Europa
- Hacia América, el continente de la esperanza
- África, en los días más graves de su milenario destino (Pío XII)
- Hacia el resto del mundo, como misioneros de emigrantes. Otros campos
- La distribución del clero
- Conclusión
Carta pastoral, publicada el domingo de Pentecostés de 1964, sobre la ayuda de la diócesis de Astorga a Hispanoamérica, África y emigración española en Europa. Texto en el Boletín Oficial del Obispado de Astorga, 1 de junio de 1964, 271-305. No se reproducen aquí los cinco apéndices que la carta tenía en su edición original.
Hacia América con la O.C.S.H.A. Un territorio en África. Misioneros de emigrantes en Europa #
Pertenece a la esencia de la Iglesia ser misionera.
Sólo así se cumple el testamento del Señor: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15). Este precepto de ir por todo el mundo a predicar el Evangelio tendrá vigencia hasta el fin de los tiempos. Siempre. En todo momento.
La Iglesia, a lo largo de su historia, se ha esforzado por cumplir el testamento sagrado, unas veces con más fervor y fidelidad, otras con menos. Pero siempre ha marchado hacia adelante para llevar la luz a las tinieblas.
En nuestra época, la conciencia misionera de la Iglesia se ha robustecido notablemente, a lo cual han contribuido los últimos Papas, la organización de las Obras Misionales Pontificias, la mayor facilidad en las comunicaciones y en la propagación de las noticias, y el maravilloso esfuerzo de evangelización realizado por un país europeo, Francia, que en el siglo XIX sobre todo, y en lo que va del XX, ha hecho suyos los más brillantes capítulos de la historia de las misiones. Con Francia a la cabeza, otras naciones de Europa y América han combatido también y siguen combatiendo en este hermoso y pacífico campo de batalla.
Ampliación del concepto “misión” #
Pero el fenómeno más notable que se ha producido en nuestro tiempo es la amplificación del concepto de Iglesia Misionera. Es evidente que, si se quiere hablar del problema con exactitud teológica y jurídica, no es aplicable a cualquier zona el nombre de territorio de misión. Pertenece a los misionólogos hacer estas precisiones.
Lo que quiero decir aquí es que en nuestros días ya no se habla tanto, porque parecería excesivo simplismo, de países paganos y cristianos, como si solamente hubiera dos mundos: aquél en que la jerarquía de la Iglesia está consolidada y fructifica, y, por consiguiente, ya nada o casi nada hay que hacer en él, misionalmente hablando; y aquel otro, en el que por carecer de jerarquía propia y no tener el cristianismo suficientemente extendido, está todo o mucho por hacer. En las parroquias y colegios, en artículos de periódicos y revistas, en conferencias y círculos de estudios, ya no se habla solamente de misiones, sino de evangelización; ya no se centra la atención del que habla o del que escucha exclusivamente en tierras de África, de Asia o las islas de Oceanía, sino en las de Europa y América igualmente, en el mundo entero.
Ello se debe a muy diversas causas, entre las cuales cito las siguientes:
- Incorporación de muchos pueblos africanos y asiáticos a la vida política independiente propia de países civilizados, lo cual hace que ni a ellos ni a nosotros nos guste llamarles paganos.
- Descristianización de muchas zonas de Europa y América tradicionalmente cristianas, que nos obliga a pensar en la necesidad de una nueva evangelización de las mismas.
- Acentuación de las corrientes migratorias o de los movimientos de desplazados que, al separarse de su país de origen, quedan sumidos en una orfandad espiritual parecida a la de los habitantes de tierras de misión.
- Explosión demográfica que, al adquirir proporciones tan altas como las alcanzadas, por ejemplo, en América Latina, hace que sean insuficientes los esfuerzos evangelizadores de la jerarquía local.
- Carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas en países católicos, que hacen despertar más fácilmente, en las que aún se dan, el noble deseo de trabajar por el Reino de Dios sin limitaciones de lengua y geografía local, simplemente allí donde sea más necesario.
Todo esto está contribuyendo eficazmente a que en la Iglesia de hoy se extienda, cada vez más, una mentalidad misionera en el sentido amplio, aunque auténticamente evangélico, de la palabra. Con ello no perderán nada las misiones propiamente dichas. Seguirán existiendo como realidad específica y seguirán mereciendo privilegiada estimación, porque así tiene que ser. El mundo de las misiones, con su Congregación de Propaganda Fide, con sus territorios de misión, con sus institutos religiosos y sus organizaciones de retaguardia, con sus colectas de recursos económicos y su literatura propia, con su llamada incesante a los mejores y más heroicos apóstoles del Reino, con sus encíclicas y exhortaciones pontificias también, seguirá siendo dentro de la Iglesia algo propio y aparte en lo que tiene de dramático problema y en lo que merece de indispensable atención por parte de cuantos creemos en el Evangelio.
Expuestos a un peligro común #
Pero, a la vez, el otro mundo, que es cada día más el resto del mundo, aunque tenga jerarquía propia y el cristianismo suficientemente extendido y no dependa de Propaganda Fide, va a ser considerado y tratado también cada día más con mentalidad misionera. Está terminando definitivamente una época en que las antiguas naciones católicas, las diócesis, las parroquias, los seminarios y las curias diocesanas, el clero parroquial y los cabildos de las catedrales pensaban y sentían y vivían con actitudes mentales y psicológicas, determinadas por las circunstancias del área geográfica en que se desenvolvían, tranquilos en la posesión de lo que tenían, y, aún más, orgullosos de lo que en el pasado había sido su propia Iglesia.
El orgullo del pasado, como actitud apostólica actual, es algo disparatado y absurdo en el lenguaje del Evangelio. La tranquilidad por lo que se posee es tan precaria que sería insensato y suicida descansar en ella. ¿Cómo podemos estar tranquilos si, en menos de diez años, una entera región de nuestro suelo patrio puede perder el sentido cristiano de la vida como consecuencia de la emigración de sus habitantes, o una nación católica de América verse sumergida en una casi absoluta carencia de recursos espirituales ante la avalancha del crecimiento demográfico incontenible, o modificarse totalmente la estructura de la familia, la aldea y el poblado, con sus tradicionales formas de vivir, al ser éstas sustituidas por las que imponen la industrialización y el tecnicismo, de resultados casi siempre materialistas?
La abolición de las distancias, otro fenómeno de nuestro tiempo, hace que se crucen y entrecrucen cada vez más rápida y eficazmente las influencias, buenas o malas, de unos países sobre otros. Ya nadie puede ser indiferente a lo que sucede en cualquier punto del globo. La evolución política, económica o social de países como, por ejemplo, Indonesia, Nigeria o Pakistán, puede afectar gravemente a Londres o París; la conferencia de Bandung o El Cairo puede tener derivaciones religiosas en la patria de Juana de Arco o de Santa Teresa de Jesús; el asesinato de un jefe político de Asia o de América puede ser conocido inmediatamente a miles de kilómetros de distancia y levantar una corriente emocional de efectos imprevisibles en el resto de la tierra. En un mundo así, se comprende el anacronismo de toda actitud aldeana y localista, también en el orden religioso.
Si nos empeñamos en atender solamente a lo nuestro, lo nuestro puede desaparecer de la noche a la mañana, barrido por el huracán de cualquier fuerza desordenada, religiosa, cultural, política, que está ahí mismo, a la puerta de casa. Es cierto que la voz del Vicario de Cristo en Roma llega, a través de los océanos, hasta las más lejanas fronteras, y, generalmente, es escuchada con respeto. Pero también hay miles y miles de antenas al servicio de los líderes comunistas, o de los que predican y fomentan el libertinaje de las costumbres, la desintegración de la familia o la adoración de la sangre o del dinero. Y esta predicación, por desgracia, tiene éxito en la conciencia turbada de los hombres.
El tiempo no corre en nuestro favor (Pablo VI) #
La batalla está planteada en términos de urgencia. Todos podemos aplicarnos las palabras que Su Santidad Pablo VI decía recientemente al Episcopado italiano refiriéndose a la situación religiosa de Italia: “En el estado actual de las cosas, el tiempo no corre a nuestro favor; nuestros problemas no se resuelven solos; ni hay que creer que nuestra confianza en la Providencia, confianza siempre obligada y siempre inmensa, nos descarga a nosotros, los pastores responsables, de llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para ofrecer a la Providencia la ocasión de sus misericordiosas intervenciones. Como tampoco es de creer que cada obispo, ni tampoco cada región, pueda ofrecer de por sí una solución suficiente a estos problemas; si, por hipótesis, fuera posible en algún caso, surgiría la obligación de ayuda y solidaridad a los menos afortunados –la mayoría, ciertamente– que no pueden solos vencer dificultades, de ordinario muy graves y que, de suyo, tienen dimensiones nacionales”1.
Estoy profundamente convencido de que es así. O nos ponemos en línea con las aspiraciones universalistas de la Iglesia en esta hora dramática y llena de esperanzas, adoptando una actitud apostólica, generosa, valiente, abnegada, sobrenatural en todas las consecuencias, o vamos a tener que asistir, dentro de pocos años, al desmoronamiento y la ruina de muchas formas cristianas de vida que serán sometidas a jubilación forzosa por inadaptadas, decrépitas y rutinarias.
La hora de los seminaristas que, al acercarse a las sagradas órdenes, piensan todavía en destinos acomodados a su gusto personal o a conveniencias familiares, ha pasado para siempre; la hora de los sacerdotes que en el ministerio pastoral, en las catedrales, capellanías o consiliarías, se afanan por preguntar al Código de Derecho Canónico cuáles son sus atribuciones y sus deberes, como si a esto se redujeran las exigencias de su vida sacerdotal, ha pasado para siempre; la hora de los que dedicados a la enseñanza, el periodismo, el estudio o la investigación –tareas, por otra parte necesarias– consideran que de nada más tienen que preocuparse, como si a ellos solos les correspondiese decidir las aplicaciones prácticas de su sacerdocio, ha pasado igualmente para siempre. Ha pasado también la hora de los obispos atentos únicamente a los confines de sus diócesis, a sus problemas y necesidades propias, e incluso a sus propios criterios.
O nos unimos todos, en todo y para todo, siempre a salvo lo que las determinaciones de la Iglesia señalan como específicas obligaciones de cada uno para mejor cumplir las exigencias del orden apostólico, o todos juntos sufriremos sin remedio las consecuencias de nuestro egoísmo espiritual y nuestra torpeza.
Por mi parte, vengo haciendo cuanto me es posible, ayudado por vosotros, sacerdotes y seglares de la diócesis, para no merecer el reproche que un mañana cercano podría hacernos, si no nos decidimos a discurrir por ese camino. A eso obedeció la carta pastoral que os escribí el pasado año sobre El porvenir espiritual de la diócesis. En ella os anunciaba que oportunamente desarrollaría con más amplitud los proyectos y propósitos en ella reflejados. Trato ahora de cumplirlo en lo que respecta concretamente al impulso evangelizador y misionero que nuestra diócesis de Astorga debe cobrar.
Hacia América, el continente de la esperanza #
Llamada de los Papas #
Las llamadas que los Romanos Pontífices vienen haciendo para que acudamos en auxilio de la Iglesia en América son incesantes y dramáticas.
Primero fue Pío XII: “No debemos, sin embargo, ocultarle, Venerable Hermano –decía al Cardenal Piazza– que a Nuestra consideración se mezcla incesantemente una angustiosa congoja, al no ver todavía resueltos los graves y siempre crecientes problemas de la Iglesia de la América latina, sobre todo aquel que con angustia y voces de alarma ha sido justamente denunciado como el más grave y peligroso y que aún no ha recibido cumplida solución: la insuficiencia de clero…”
“Para lograr el cumplimiento de estos Nuestros deseos es, sin embargo, necesario actuar con prontitud, con generoso empeño, con vigor; no dispersando preciosas energías, sino coordinándolas, de suerte que lleguen a resultar como multiplicadas, recurriendo, llegado el caso, a nuevas formas y nuevos métodos de apostolado que, aunque dentro de la fidelidad a la tradición eclesiástica, respondan mejor a las exigencias de los tiempos y aprovechen los medios del progreso moderno, que si, desgraciadamente, sirven con frecuencia para el mal, pueden y deben también, en manos de los buenos, constituir un instrumento para el trabajo intrépido por el triunfo de la virtud y la difusión de la verdad…”
“Pero puesto que es preciso que sólo en un no breve espacio de tiempo las vocaciones puedan cubrir en los distintos países las respectivas necesidades, habrá de dedicarse un cuidado no menos atento al modo mejor de utilizar, al servicio de la Iglesia en la América latina, también la ayuda del clero proveniente de otras naciones; clero que no puede, realmente, ser considerado como extranjero, al sentirse todo sacerdote católico, que responda verdaderamente a su vocación, como si fuese hijo de aquella tierra en la que trabaja para que el Reino de Dios florezca y vaya creciendo…”
“Queremos, finalmente, añadir una palabra sobre las posibilidades y grandes ventajas que una más amplia colaboración cordial, a la que paternalmente invitamos, no sólo a la jerarquía y fieles de las diversas naciones latinoamericanas, sino también a todos los otros pueblos que, de uno u otro modo, pueden aportar ayuda y sostén; aquella ayuda y aquel sostén que, tenemos la seguridad, la América latina devolverá un día, grandemente multiplicados, a la Iglesia entera de Cristo, cuando, como deseamos, ella haya podido aprovechar felizmente un volumen de vastas y preciosas energías que parece como que esperan la mano del sacerdote para dedicarse con entusiasmo al servicio de Dios y de su Reino”2.
Más tarde, Juan XXIII insistió en su requerimiento con palabras que brotaban del fondo de su alma generosa: “Mas todo esto –unido a la aportación de otros esforzados sacerdotes de distintas nacionalidades–, a pesar de ser tanto y tan eficaz, no llega sino a remediar en parte la apremiante situación de aquellos pueblos. Así lo atestigua la ardiente llamada que estamos recogiendo en nuestros contactos con un elevado número de Pastores de almas venidos desde allá a la Ciudad Eterna para tomar parte en las tareas conciliares, y cuyas anhelantes preocupaciones queremos participaros”3.
Los obispos españoles no podemos olvidar la visita que un día del mes de noviembre de 1962, reunidos en Roma, nos hizo Monseñor Samoré, de la Secretaría de Estado, para leernos solemnemente la carta que el llorado Pontífice nos dirigía. Fue entonces cuando la O.C.S.H.A., dirigida por el hoy arzobispo de Madrid, doctor Morcillo, en respuesta inmediata a la llamada, trazó el plan del posible envío de 1.500 sacerdotes a Hispanoamérica en los tres años siguientes, 1963, 1964 y 1965.
Pablo VI, el actual Pontífice, dominado por la misma angustiosa solicitud, en la homilía que pronunció el día mismo de su coronación, en la Plaza de San Pedro, decía: “Nuestro pensamiento va también, con particular afecto, al vasto mundo de la hispanidad. A todos aquellos pueblos que comparten una misma tradición católica y poseen un rico patrimonio espiritual, en el que cifran sus glorias las tierras de San Isidoro y Santa Teresa, de Santa Rosa de Lima y la Azucena de Quito, tantas naciones que rezan en la misma lengua y atraen sobre sí la mirada complacida de Dios. Con sus realidades y sus promesas, y, en especial, con su firme adhesión a la cátedra de Pedro y el fervor mariano que las distingue, hacen vibrar nuestro corazón de Padre y de Pastor y son motivo de que la Iglesia deposite en ellas, con su predilección, su esperanza”4.
Y más tarde, en carta a la Comisión Episcopal para la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, añadía: “Y al examinar el noble concierto de instituciones establecidas a tal fin, nos fijamos con vivo consuelo de nuestra alma en la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, cuyos notables esfuerzos van dando tantos y tan consoladores resultados. Esta circunstancia inaugural nos brinda la oportunidad de expresar a nuestros hijos y hermanos del episcopado español la más profunda gratitud por la ayuda tan fiel y magnánima hasta el presente dada, a la vez que, con íntima ansia apostólica, deseamos acercarnos al corazón de ellos y de sus sacerdotes para reiterarles el llamamiento de Su Santidad Juan XXIII, de venerada memoria, a fin de ver terminado gloriosamente el orgánico y coordinado plan trienal, ya en vías de feliz ejecución. A este respecto esperamos confiadamente que la cristianísima España siga prestando, con la vitalidad y entusiasmo de cada diócesis, aquel apoyo colectivo que une y potencia, en orden a lograr las grandes metas que, con nuestra complacencia, se ha propuesto el episcopado de esa dilecta nación”5.
Situación religiosa de América #
Para comprender la urgencia de este llamamiento, bastará recordar algunos datos que con frecuencia se repiten en publicaciones sobre el tema. Así, por ejemplo, en un número reciente de la revista Mundo Hispánico, aparece un artículo firmado por Carlos Varó, al cual pertenecen los siguientes párrafos:
«Iberoamérica, país de misión.–La palabra “misión” ha tenido siempre un carácter que sellaba a la Iglesia así denominada con la etiqueta de “subdesarrollada”. Después que los Abates Godin y Daniel publicaron su Francia, país de misión, esta palabra ha perdido su lastre peyorativo para significar una situación dinámica de “Iglesia en estado de excepción”. Recientemente, en el Concilio Ecuménico, se ha reforzado esta tesis, insistiéndose en el carácter de “misión” que tiene hoy el catolicismo en todo el mundo.
Iberoamérica es un continente de misión. No una misión horizontal, que debe extender la fe y administrar el bautismo a pueblos paganos, sino una misión vertical, con la tarea de profundizar en el individuo y la sociedad la verdad del cristianismo en un continente bautizado.
La Iglesia iberoamericana, dividida en 89 archidiócesis y 320 diócesis, más otras 121 jurisdicciones eclesiásticas, goza de una sólida estructura canónica. Sus once cardenales y la gran mayoría del episcopado son nacionales. Pero para una población de doscientos millones son, a todas las luces, insuficientes las 14.007 parroquias, los 18.606 sacerdotes diocesanos, los 29.690 religiosos, de los que sólo son sacerdotes 19.714, y las 103.813 religiosas.
Cifras todas abultadas en una primera impresión, pero que, llevadas a una escala comparativa, resultan menguadas. España tiene 33.000 sacerdotes: uno por cada 913 almas. Iberoamérica, 38.000; con una proporción de un sacerdote por cada 5.000 fieles. Sin embargo, en ese continente hay 21.000 pastores para los cuatro millones de protestantes: un pastor para cada 190 fieles.
Este problema tampoco parece tener un arreglo inmediato. Actualmente hay unos 7.000 seminaristas mayores y 18.000 menores en los 350 seminarios de Iberoamérica, pero el ritmo de ordenaciones apenas llega a las 600 anuales. A las dificultades de la escasez hay que añadir el número de sacerdotes dedicados a tareas administrativas ineludibles, los ancianos, enfermos, etc., y los tremendos obstáculos que suponen las lenguas indígenas y los vastos territorios con una población muy dispersa.
Son diversas las causas de esta alarmante escasez de sacerdotes: la situación en que quedaron las repúblicas al independizarse, expulsiones de religiosos, secularización de las universidades, crisis, supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas, laicismo; inmigración de grandes contingentes europeos sin la adecuada complementación sacerdotal; la situación moral de la familia, que sólo en un 20 o en un 40 por 100, según los casos, está santificada por el sacramento del matrimonio, etc. El resumen de esta realidad lo hace el padre Alfonso Schmidt, del Secretariado Central del CELAM: “Vivimos en un círculo vicioso. La vida de familia desorganizada, la educación insuficiente, la propaganda anticlerical, la escasez de buenos seminarios y los escándalos hacen que sea muy difícil atraer buenos candidatos a la vida religiosa”.
Hay una auténtica fe, una viva conciencia en esos católicos que suponen el 80, el 85, el 95 por 100 de la población en las diversas naciones, pero se requiere una profunda formación aun en los niveles culturales más elevados.
El hecho de que estas cristiandades, no suficientemente robustas, estén presionadas por peligros, como el comunismo, el sentido laico de la vida y ese subproducto religioso que son los sincretismos, nacidos de la superstición sumada a una desviada inquietud espiritual, justifica el que denominemos al continente americano “país de misión”, en la más bella y apremiante de las significaciones».
«Iberoamérica, futuro de la Iglesia. – Enorme misión: un racimo de pueblos con más de 200 millones de habitantes, de los que 175 millones son católicos. Proporción importantísima, ya que de la población mundial –casi tres mil millones– los católicos apenas formamos una pequeña familia de 500 millones, tan sólo el 16,8 por 100 de la humanidad. Pero de cada 100 católicos, 30 son iberoamericanos.
La conclusión hay que deducirla con valentía. Si América se pierde para el cristianismo, es una tercera parte del mundo católico la que se pierde. Pero las proporciones se agigantan al considerar la llamada “explosión demográfica” que América está experimentando. El continente americano, que tardó varios siglos para alcanzar los 163 millones de habitantes en 1950, cuenta actualmente 200 millones, y en el año 2000 sumará 592 millones, o sea, un aumento de 430 millones. Los iberoamericanos constituían en 1900 el 4,1% de la población mundial; en 1950, el 6,5, y en el 2000 serán el 9,4 %.
Si América se vuelve indiferente, naufraga la mitad del catolicismo. La pérdida de un individuo, de un pueblo, de un continente en el orden espiritual, no se mide cuantitativamente, sino que tiene otra dimensión más profunda. Porque cada cristiano no es sólo un número en las estadísticas del Anuario Pontificio, sino un miembro dinámico en el seno de una sociedad combativa, con la urgente tarea de transformar todo el mundo.
Con los 600 millones del futuro se perderían las reservas más jóvenes y pujantes de una Iglesia que siempre se rejuvenece. El futuro de la Iglesia está, pues, en Hispanoamérica. Así lo ha afirmado Monseñor Larrain, recientemente nombrado Presidente del CELAM: “Me atrevo a decir que la supervivencia del mundo occidental depende de la plena integración de la América Latina”»6.
Los obispos americanos piden auxilio #
Sujetos activos de esta lucha que las circunstancias les han impuesto, los obispos americanos trabajan sin cesar y sufren al no disponer de brazos suficientes para la evangelización. Por eso acuden a nosotros, los obispos de España, más obligados que nadie a responder, por razones históricas evidentes.
Durante las dos etapas conciliares celebradas en Roma, las visitas y contactos han sido continuos. Por medio de la O.C.S.H.A., o al margen de ella, nos piden y nos apremian a que les enviemos sacerdotes. A mí, concretamente, porque sabían que nuestra diócesis de Astorga es abundante en vocaciones, acudieron varios prelados, sobre todo de Brasil, con la esperanza de no quedar defraudados. Ved los datos de algunas de esas diócesis, tal como se reflejan en la correspondencia posteriormente mantenida:
1. DIÓCESIS DE VIANA (BRASIL). Obispo: Monseñor Hamleto De Angelis. – «Fue creada por el Papa Juan XXIII el 30 de octubre de 1962. El primer obispo fue nombrado el 30 de mayo de 1963, consagrado el 14 de julio, y tomó posesión de la diócesis el 4 de agosto del mismo año.
La diócesis abarca 10 municipios, con una superficie total de 32.760 kilómetros cuadrados.
Los habitantes, según las últimas estadísticas, son aproximadamente 400.000, que viven en poblados diseminados, creando una gran dificultad para los sacerdotes, que deben visitarles y no pueden residir en ellos por ser pocos.
Los sacerdotes de esta vasta diócesis son solamente cuatro. Cada uno de ellos tiene a su cargo 100.000 personas, en su mayor parte católicos (85 por 100).
No hay casas religiosas ni masculinas ni femeninas. En Viana residen cuatro Auxiliares Internacionales (AFI), que trabajan mucho y bien y son un gran auxilio para el escaso número de sacerdotes. Tenemos necesidad de muchas almas generosas y misioneras, que estén bien preparadas espiritual y profesionalmente.
El pueblo está sediento de la palabra de Dios, y esto explica la afluencia de sectas protestantes. Si vinieran buenos sacerdotes tendrían mucho trabajo y mucha correspondencia. Enviar sacerdotes a esta inmensa diócesis significa salvar muchos católicos que están expuestos al peligro de la herejía. La situación de esta diócesis, como la de otras muchas en Brasil y en toda América Latina, está exigiendo el inmediato envío de sacerdotes. Aún estamos a tiempo de salvar a nuestros católicos de América del Sur. Será después un trabajo mucho más difícil el reconquistarlos, si ahora permitimos que nos los arrebate la herejía.
Aquí va una llamada de un Hermano en el episcopado en favor de tantos católicos que desean tener sacerdote». Hamleto De Angelis, Obispo de Viana.
2. ARCHIDIÓCESIS DE BELEM (BRASIL). Arzobispo: Monseñor Alberto Ramos. – «El Arzobispo de Belem de Pará, con 110.629 kilómetros cuadrados y 900.000 habitantes, tiene sólo 30 sacerdotes diocesanos y 65 religiosos. Hay campo más que suficiente para otros 50 sacerdotes. Muchas almas que esperan la predicación del Evangelio quedarían muy agradecidas a Vuestra Excelencia si permitiera que un sacerdote salga de la Diócesis de Astorga por cinco años.
Ahora ya puedo presentar un plan de trabajo para un equipo de cinco o seis sacerdotes. Tengo un párroco para tres parroquias inmensas, con 134 pueblos o capillas. Dentro de poco tiempo, a este sacerdote le faltarán las fuerzas para tanto trabajo. Estas tres parroquias podrían ser confiadas al equipo de sacerdotes de Astorga, residiendo tres en la ciudad principal (de unos 35.000 habitantes) y dos en cada una de las otras dos (de 32.000 y 18.000, respectivamente), bajo la dirección de un arcipreste, o primus inter pares». Alberto Ramos, Arzobispo de Belem.
3. DIÓCESIS DE TEÓFILO OTONI (BRASIL). Obispo: Monseñor Quirino Adolfo Schmit. – «Fundada el 4 de julio de 1961. Situada en el Estado de Minas Gerais (Nordeste). Superficie: 31.000 kilómetros cuadrados. Población: un millón aproximadamente. Parroquias: 14, de las cuales dos sin párroco. Sacerdotes: total, 40; 37 con cura de almas y tres sacerdotes seculares. Seminaristas menores: 36 (uno mayor, en 1º de Filosofía).
Necesito uno o dos sacerdotes para encargarse de las diez parroquias nuevas, que deberán ser creadas». Quirino Adolfo Schmit, Obispo de Teófilo Otoni.
4. DIÓCESIS DE RÍO GALLEGOS (ARGENTINA). Obispo: Monseñor Mauricio E. Magliano. – «Creación: 10 de abril de 1961. Posición geográfica: extremo austral de la Argentina y América del Sur. Comprende: Provincia de Santa Cruz (Patagonia Austral), Tierra de Fuego, Antártida Argentina e Islas del Atlántico Sur. Superficie: aproximadamente 300.000 kilómetros cuadrados, sin contar la Antártida Argentina e Islas del Atlántico Sur. Visitas a las parroquias: deben realizarse en avión; en algunas oportunidades, y en la zona norte de la diócesis, por vía terrestre (los caminos son muy malos). La diócesis no tiene ningún sacerdote del clero secular. Por la extensión de las parroquias (algunas abarcan 25.000 kilómetros cuadrados), y por las distancias que las separan, se requieren sacerdotes con espíritu misionero. A pesar de que la población es católica en un 95 %, los protestantes realizan una gran obra de conquista en las zonas que no podemos atender por falta de clero. Necesitaríamos levantar colegios parroquiales en todas las parroquias (ya algunas lo tienen) para llegar a las familias a través de los niños. A su tiempo tendremos que pensar en el Seminario Menor (el más próximo está actualmente en Viedma, a 1.800 kilómetros de distancia)». Mauricio E. Magliano, Obispo de Río Gallegos.
He aquí algunas muestras, entre tantas como podrían aducirse, de la dolorosa situación en que se encuentran las diócesis y comunidades cristianas de América. ¿Cómo no tratar de ofrecer humildemente la ayuda que nos sea posible?
La respuesta de Astorga #
Nuestra diócesis, en el año 1962, es decir, antes de la especial llamada del Papa Juan XXIII, estaba representada en América por nueve sacerdotes enviados los años anteriores por medio de la O.C.S.H.A., y por otros ocho, que, con permiso del Prelado, habían ido allá en época más remota. En total, diecisiete sacerdotes.
Como consecuencia de dicho llamamiento, la O.C.S.H.A. trazó rápidamente el plan de ayuda que habría de desarrollarse en los tres años siguientes, y, conforme a los estudios hechos teniendo en cuenta el número de habitantes de cada diócesis y el clero en ellas existente, señaló a la nuestra de Astorga el número de catorce sacerdotes para que fueran enviados en 1963 y se cumpliera así el propósito en lo que a este primer año se refería. Después se trataría de conseguir lo mismo, en la debida proporción, en los años 1964 y 1965.
Pues bien, de los catorce que se pedían, se ofrecieron diez y se han incorporado o están pendientes de incorporación, esperando el momento de salir, ocho, más otros dos que habían terminado sus estudios en el Seminario Hispano-Americano, de Madrid, y otro en el de San Vicente, de Salamanca. La indecisión de algunos, y ello es explicable, es la causa de que la respuesta no haya sido tan abundante y generosa.
Para este año de 1964 se nos piden otros catorce, más los cinco que llevamos de déficit –permítaseme este lenguaje matemático– con respecto al año anterior. Si se ofrecen, no pondré obstáculo alguno con tal de que reúnan las condiciones requeridas. Así os lo he dicho muchas veces y así lo repito ahora. Y si fuesen párrocos en propiedad, tampoco habría el menor inconveniente: pueden ir a América sin perder el derecho a la parroquia que aquí tienen.
Por medio de la O.C.S.H.A. #
La organización que canaliza estos esfuerzos de ayuda es la Obra de Cooperación Hispano Americana. Debemos seguir sus normas e instrucciones en todo momento para lograr el orden y la eficacia deseables. Tendría una gran complacencia en poder ofrecer algún sacerdote a los obispos cuyas cartas he transcrito –pensad en el de esa diócesis de Viana con cuatro sacerdotes para 400.000 habitantes– y, naturalmente, quisiera atender de manera especial las diócesis de Jataí y Petrópolis (ambas en Brasil), que son las que la O.C.S.H.A. ha asignado a Astorga. De esta manera podríamos lograr, al cabo de unos años, que en cada una de esas circunscripciones se reunieran unos equipos de clero astorgano, con las inmensas ventajas que supone la convivencia fraternal de los de la misma diócesis de origen en las lejanas tierras en que ahora iban a encontrarse.
La O.C.S.H.A. merece toda nuestra estimación y entre todos debemos aspirar a lograr que sea un potente organismo al servicio de la Iglesia española, para poder ayudar cada día con más eficacia a los países de la América Latina. Por muchísimas razones es conveniente que se obre así, de manera organizada y con orden.
La O.C.S.H.A. tiene ya un historial glorioso. Fundada en 1948, y dirigida desde 1953 por la Comisión Episcopal que se creó al efecto, ha sido la primera organización a escala nacional para ayudar a la Iglesia latinoamericana. Ha enviado ya alrededor de 800 sacerdotes, más que ninguna de las organizaciones similares que se han creado después en otros países de Europa y América del Norte con fines semejantes. Ha merecido repetidas alabanzas de la Santa Sede, como lo prueban las elogiosas frases que la han dedicado los Sumos Pontífices. El llorado Juan XXIII, en su carta del 17 de noviembre de 1962, decía a los obispos españoles: «Conocido por Nos es el edificante ejemplo que, en los casi tres lustros de su incansable y siempre creciente actividad, ofrece a todos la benemérita Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana. Ampliamente comprobados son los frutos de su eficiencia por cuantos se benefician de la seria y específica preparación que reciben los sacerdotes que han frecuentado los centros por ella dirigidos»7.
Y más expresiva es aún, si cabe, la alabanza que hace de esta institución el Sumo Pontífice Pablo VI en las palabras ya citadas en este documento, de la carta que dirigió a la Comisión Episcopal para la Obra de Cooperación Hispanoamericana.
Se comprenden estos elogios si pensamos en los frutos que ya ha dado. El Seminario Teológico Hispano Americano, de Madrid; el Colegio Sacerdotal Vasco de Quiroga; el Colegio Mayor de San Vicente, en Salamanca; la Obra de Cooperación Seglar Hispanoamericana y la Obra Católica de Asistencia a Estudiantes Hispanoamericanos, son espléndidas y consoladoras realidades demostrativas del buen espíritu con que la Iglesia de España está respondiendo a la llamada del Sumo Pontífice y de nuestros hermanos los obispos y sacerdotes de América.
Pero no es solamente España. Otros países acuden también a ofrecer su compromiso generoso en favor de la América necesitada: «Estados Unidos gasta cada año un millón de dólares para la formación de sacerdotes, y puede presentar movimientos tan potentes como los Voluntarios del Papa y los Misioneros de Santiago en Suramérica, fundación del Arzobispo de Boston, Cardenal Cushing, que solamente en Bolivia y Perú cuenta con un centenar de miembros sacerdotes y numerosos seglares. Alemania tiene montadas dos grandes ayudas económicas a través de la “Colecta Misereor” y la “Colecta Adveniat”. Bélgica forma actualmente casi un centenar de alumnos en el Seminario “Pro América Latina”, de Lovaina; de él han salido ya numerosos sacerdotes; otras organizaciones belgas ayudan a naciones u obras en concreto, como a Bolivia, por ejemplo. Irlanda envía regularmente sacerdotes. Italia ha puesto recientemente la primera piedra de un seminario para vocaciones americanas en Verona. AI servicio de la Iglesia en Iberoamérica se encuentran 1.377 canadienses; de ellos seis son obispos, 459 sacerdotes (74 diocesanos y 385 religiosos), 11 escolásticos, 194 hermanos, 580 religiosas, 50 miembros de institutos seculares y 77 misioneras seglares. Otros países –Francia, Suiza– aportan notables ayudas también»8. Todo es poco para tan inmensas necesidades.
África, en los días más graves de su milenario destino (Pío XII) #
Mas con ser tan urgente la llamada de América, no podemos desoír los gritos de auxilio que nos llegan de otros continentes. Concretamente de África, la tierra donde todo parece arder al calor de un fuego que devora estructuras colonialistas y engendra movimientos de independencia, llenos de promesas unas veces y de amenazas otras. Nuestra diócesis tiene también una misión que cumplir en territorio africano. Desde hace dos años viene visitando nuestros seminarios y algunas parroquias el padre Stasse, benedictino belga, de la abadía de Brujas, vicario del arzobispo de Elisabethville, en Katanga, la región principal del Congo ex-Belga.
Fruto de estas visitas ha sido la marcha de dos sacerdotes astorganos, los cuales han estado durante todo el curso pasado preparándose en Bélgica para incorporarse en el próximo mes de septiembre a aquella diócesis de África. Con el mayor gusto permitiría la marcha de otros tres sacerdotes en este mismo verano de 1964, en unión con tres seminaristas que han terminado la carrera y aún no tienen edad para ordenarse de presbíteros. Estos últimos van para ejercer una labor docente en el Seminario Menor de Elisabethville, ya desde ahora.
Un arciprestazgo en Katanga encomendado a la diócesis de Astorga #
El propósito, ya concretado en conversaciones mantenidas con el Excelentísimo y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Elisabethville, es que llegue a haber allí un grupo de quince o veinte sacerdotes astorganos, los cuales, bajo la dirección de un arcipreste, también de Astorga, se encarguen de un territorio de Katanga, cuya evangelización les será encomendada, con una extensión de 25.000 kilómetros cuadrados –más del doble de la totalidad de nuestra diócesis– y una población de 30.000 habitantes. Esto está perfectamente a nuestro alcance y lo único que se necesita es generosidad espiritual y un poco de coraje apostólico.
Katanga es la región más industrializada y de más porvenir en todo el Congo, y esta nación es la que mayor influencia ejerce en el África Central. Si la evangelización se estanca y paraliza, no tardaría en producirse la descristianización de lo ya evangelizado, con el peligro inmenso de que estas parcelas, en que la fe ya había arraigado merced al esfuerzo generoso de los misioneros belgas, sucumbieran ante ideologías adversas que, como el comunismo, pugnan tenazmente por abrirse camino. En tal hipótesis, la situación de toda el África Central se vería amenazada.
Se da, además, otra circunstancia que no hay por qué ocultar. Precisamente, por pertenecer a la nación de la que hasta ahora el Congo fue una colonia, el clero belga encuentra serias dificultades para continuar su labor evangelizadora. He ahí por qué llaman a los sacerdotes de España, los cuales son bien recibidos por el clero nativo de aquellas tierras, por las comunidades cristianas ya existentes y por las masas todavía no evangelizadas.
Tiene, pues, una importancia singular nuestra respuesta a la llamada de África. Ya hay en Elisabethville un pequeño número de sacerdotes y seglares españoles y nos consta que en dos o tres diócesis se están adoptando determinaciones semejantes a la que en la nuestra ha nacido. Espero que Astorga sea capaz de ofrecer un claro ejemplo de generosidad y decisión apostólica.
África, actualidad mundial #
Considero interesante, como ilustración elocuente de cuanto acabo de decir, ofrecer a vuestra reflexión las siguientes notas de un escrito divulgado recientemente por el Seminario Nacional de Misioneros de Burgos en relación con el tema:
«Este inmenso continente, con sus 257 millones de habitantes, se está transformando. Está pasando del primitivismo a la libertad política y al progreso. Y esto lleva consigo muchas dificultades y problemas. Los dirigentes políticos afroasiáticos, en la Declaración de Bandung (19 de abril de 1955), sintetizaban así, con amargura y esperanza, el momento africano: “Durante muchísimos años nuestros pueblos han sido mudos en el mundo. Hemos sido despreciados, los pueblos para quienes las decisiones eran tomadas por otros cuyos intereses eran muy poderosos; pueblos que vivían pobres y humillados. Cuando nuestras naciones pidieron y combatieron por la independencia, y cuando la consiguieron, cayó sobre nosotros la responsabilidad. Tenemos pesadas responsabilidades para con nosotros mismos y ante el mundo, así como también ante las generaciones que todavía no han nacido. Pero no lo lamentamos”.
La Iglesia africana se incorpora a este movimiento de legítima libertad de los pueblos africanos y desea darle contenido cristiano a este nacer a la libertad. El episcopado nativo de Nigeria, en una carta en vísperas de la independencia del país, decía: “Pedimos un nivel de vida conveniente para nuestro pueblo… Pedimos la libertad económica, porque sin ella la libertad política es ilusoria y vacía… Pedimos más: una mejor educación, para que nuestro pueblo goce de la libertad de pensar y de la posibilidad de cumplir sus aspiraciones culturales… Pedimos la libertad de practicar la virtud… Pedimos, sobre todo, la libertad de servir a Dios, porque su verdad es lo único que nos hace soberanamente libres”.
Al alborear la propia personalidad de África surge un problema fundamental: la educación. Monseñor Mongo, Obispo de Douala (Camerún), respondía así a una pregunta sobre el problema principal de su nación: “Todos los ciudadanos preocupados por la verdadera evolución del país se han dado cuenta de que la necesidad urgente de nuestro pueblo es la educación”.
TENDENCIAS RELIGIOSAS EN AFRICA
En la educación de los pueblos africanos juegan un papel decisivo las actuales tendencias religiosas del continente. El futuro religioso y cultural de África se está fraguando en nuestros días. Hagamos un somero examen sobre la actualidad y esperanzas de cada uno de los movimientos más importantes (religiosos) en el África de hoy:
Islamismo. – Es la religión de mayor número de adeptos en el continente negro y con un dinamismo actual arrollador. Noventa millones de musulmanes en tres núcleos geográficos principales: a) el Norte de África, desde el Atlántico hasta el Sudán, con unos 50 millones de árabes; b) la zona del Oeste (Ghana, Malí, etc.), con unos 25 millones de adeptos; c) la zona occidental, con unos 7 millones.
Con el slogan de “El cristianismo para los europeos y el islamismo para los africanos”, mezclando lo político con lo religioso, van presionando hacia el corazón de África. La influencia del islam es incalculable. De los 95 millones de “animistas” africanos, el 70% de los que se convierten lo hacen al islam; el otro 30% se reparte entre católicos y protestantes.
Protestantismo. –Arraigado principalmente en el Sur de África, su apostolado se extiende a todo el continente. Crea un gran confusionismo en las jóvenes cristiandades por el número de iglesias, sectas y por la falta de cohesión doctrinal en el seno del mismo protestantismo. Algunos datos:
En 1903 eran 576.530 fieles.
En 1961:
Misioneros extranjeros 18.000
Pastores nacionales 88.193
Capillas 110.000
Seminarios protestantes 66
Seminaristas mayores 1.674
ADEPTOS 20.000.000
Catolicismo. –En medio de ese mundo de inmensa mayoría pagana, la Iglesia Católica, depositaria de la Verdad y de la Redención, se va abriendo paso con seguridad. Se puede decir que África ha sido un verdadero Pentecostés para la Iglesia Católica. Pío XII lo reconocía así en la encíclica Fidei donum: “Razón tienen los cristianos para alegrarse y enorgullecerse del gran avance logrado por la Iglesia en África en estos últimos decenios… Prueba de esto son las circunscripciones eclesiásticas, en gran número allí ampliadas; el gran crecimiento de la población católica… y, principalmente, la jerarquía eclesiástica que hemos erigido con el mayor gozo del alma en no pocos territorios; igualmente los misioneros sacerdotes africanos, elevados a la dignidad episcopal…”.
Para glosar estas palabras tan claras, que llenaban de gozo el corazón del Papa y de todos los cristianos, damos algunos datos estadísticos, que, aunque no sean muy precisos, son bastante aproximados y están tomados de fuentes autorizadas:
Católicos:
En 1920 18.000
En 1960 88.193
Circunscripciones eclesiásticas:
En 1900 62
En 1960 300
Clero nativo:
En 1933 237
En 1961 2.277
Clero extranjero:
En 1925 2.624
En 1959 9.964
Jerarquía eclesiástica nativa:
En 1939 2
En 1962 66
Seminaristas 1.550
Seminarios Mayores 36
Hermanos (1000 nativos) 4.679
Religiosas 21.500
Porcentaje de católicos en África: 10,8%.
Porcentaje de gobernantes católicos en los países independientes africanos: 50%.
Estas cifras indican cuán eficazmente la Iglesia Católica ha influido en la educación de los pueblos africanos.
Pensemos, al calor de nuestra fe, que detrás de estos datos tan fríos, pero tan elocuentes, está el sacrificio de legiones de misioneros, unos dando su sangre en holocausto, todos entregando su vida. Ellos nos ofrecen estos motivos de gloria y orgullo. Oigamos lo que nos dice uno de estos valientes misioneros: “En una capilla, y no de las más importantes, he confesado más de dos mil personas en cinco días. Ayer tocaba a los hombres confesar, después de la instrucción para el precepto pascual, y estoy solo. En once meses de sacerdocio he oído 22.017 confesiones. Estoy en el confesonario hasta ocho y diez horas al día”.
Mucho se ha conseguido, pero se necesita un supremo esfuerzo para acercarse al objetivo: África para Cristo. La preocupación de la Iglesia se refleja en estas palabras: “En la actualidad, estas jóvenes cristiandades (de África) no están en disposición de hacer frente por sí solas a las gravísimas crisis de nuestros días… Si no se envían misioneros, los felices progresos de la fe corren grave peligro. Por este motivo, de todas partes, y cada día más, se pide personal a los institutos misioneros… África, en la hora en que se abre al mundo moderno, atraviesa los años tal vez más grave de su milenario destino (Fidei donum)”.
Hacia el resto del mundo, como misioneros de emigrantes. Otros campos #
Misioneros de emigrantes #
Pongo ahora la vista en otros horizontes lejanos, en los que la Iglesia, y por consiguiente nuestra diócesis de Astorga, tiene también una misión que cumplir. Por los caminos de la vieja Europa y, saltando por encima de los mares, en las tierras casi vírgenes todavía del continente australiano se mueven cada vez en mayor número grupos de emigrantes españoles, empujados por la necesidad, y en algún caso por su afición al riesgo y la aventura, que, aun logrando –y no siempre lo consiguen– la prosperidad material que buscan, casi siempre terminan empobrecidos en cuanto a los valores de la fe cristiana y del espíritu.
De nuestra diócesis de Astorga, en los últimos veinte años, han emigrado más de 30.000 personas. Por los campos siempre verdes de Suiza y en los florecientes núcleos urbanos de Francia y Alemania, en las naves de una fábrica o entre los andamios de una obra en construcción, podrán verse, por la mañana o a la caída de la tarde, entrar y salir hombres de rostro curtido y manos encallecidas por el sol y el viento del páramo leonés, de los valles húmedos de Galicia, de las montañas del Bierzo y de Sanabria. Quizá sepan pronunciar ya unas palabras en francés o en alemán, quizá el jornal de la semana sea notablemente más alto que el que ganaban en España, quizá los días festivos vistan ropas mejores que las que llevaban en sus pueblos y aldeas. Pero, ¿y la soledad de su alma?, ¿y el descenso progresivo de su fe religiosa y la amenaza constante a sus costumbres buenas de antaño? De su rostro es difícil que desaparezca la huella del sol que alumbró la tierra en que nacieron. Pero es tan fácil que se extinga la luz del espíritu cuando sé ve forzado a caminar envuelto entre sombras…
Terrible problema planteado a la solicitud pastoral de la Iglesia en los tiempos modernos.
Ella, la Iglesia, no se ha detenido ante el mismo en reflexiones melancólicas. Con su dinámica generosidad de siempre se ha puesto en movimiento y quiere acompañar a sus hijos emigrantes, como José y María acompañaron a Jesús camino del destierro. Porque destierro es la emigración, y Cristos desterrados son los hombres que sufren.
Primero fue el gran Pontífice Pío XII, con su inmortal documento Exul Familia, quien promovió la organización de la asistencia espiritual a los desplazados. El fenómeno, en aquellos años, se presentaba ante todo como una consecuencia del conflicto bélico que el mundo había padecido. Eran los grandes éxodos de nación a nación, o dentro de los territorios nacionales, en que ingentes masas humanas, con dramatismo casi bíblico, se movían de un lado a otro, acusando con su llanto y su silencio a una civilización fracasada.
Continuaron después las corrientes migratorias, ya sin el estigma de los desplazamientos forzados por la guerra, obedientes a las duras, pero inevitables leyes de los procesos económicos, y se oyó la voz de Juan XXIII analizando el problema de la emigración y fijando los derechos de la persona humana a satisfacer su necesidad de vivir donde quiera que sea, sin otros límites que los que la justicia y el recto orden de la convivencia social imponen. Los excedentes demográficos de las naciones económicamente no desarrolladas pueden y deben ser absorbidos, en su mente, por otros pueblos sobrados de recursos, con arreglo a leyes justas.
Por último, Pablo VI, atento a los aspectos pastorales del problema, pronunció el 24 de noviembre pasado un discurso conmovedor a través de los micrófonos de Radio Vaticana, en que, después de decir que “la emigración constituye hoy uno de los fenómenos más importantes y más graves de la vida del mundo”, añadía: “La mirada maternal de la Iglesia se ha fijado en otras ocasiones en las consecuencias que derivan de la emigración; consecuencias que en sus primeras manifestaciones están, con frecuencia, llenas de dificultades, sufrimientos, afanes y peligros para el que emigra; llenas de penalidades de todo género, y no menos de peligros para aquellos que permanecen en la residencia habitual, separados de sus allegados que partieron a lugares extraños y lejanos. Consecuencias también llenas de malestar e inconvenientes para aquéllos en cuyas regiones se da la emigración. Estos movimientos de poblaciones, facilitados por la rapidez de los medios modernos de comunicación, tienen influencias de toda clase en nuestra sociedad; y si es positiva la parte económica, otras muchas, por lo menos al comienzo del fenómeno emigratorio, son negativas, especialmente para el alma de los emigrantes, separados de su ambiente, y no absorbidos orgánica y espiritualmente todavía por el nuevo ambiente. Observamos de forma particular los sufrimientos que padecen los emigrantes en sus desplazamientos: sufren un trauma espiritual y moral que turba su interior, y, al paso que en su espíritu se insinúan aspiraciones de toda clase, de las cuales hay una buena y digna, la de una mejor condición de vida, se produce una fácil confusión de ideas, que hace despreciar los principios en que se fundaban la honestidad, la normalidad y la humanidad de su psicología. ¡Cuántos emigrantes pierden así sus costumbres religiosas, cuántos sienten aversión y rencor hacia la sociedad, en la cual aún no tienen un puesto ordenado y satisfactorio, y cuántos son los que quedan envueltos por la tristeza de las condiciones en que se encuentran y por el brote de pasiones desordenadas con relación a sus mismos afectos familiares!”.
“La emigración provoca crisis religiosas y morales tan graves y extensas, y acarrea tales sufrimientos y tan penosas consecuencias, que el ministerio pastoral de la Iglesia no puede despreocuparse de ella; y cuanto más se acentúa y se recrudece en estos años el fenómeno emigratorio, mayor ha de ser la solicitud del clero diocesano, de los religiosos, del laicado católico, en intervenir y demostrar una capacidad oportuna y variada para proporcionar consuelo y asistencia a los emigrantes, de acuerdo con la urgencia y proporción actual de las necesidades”.
“Por esta razón, Nos también elevamos nuestra voz implorando un nuevo desarrollo de la acción religiosa y asistencial en favor de los emigrantes. Esperamos que encontrará acogida –por amor a Nuestro Señor Jesucristo, que peregrina, está necesitado y sufre en los emigrantes– en los obispos nuestros hermanos, en los párrocos, en las muchas instituciones católicas de beneficencia y asistencia social, en la Acción Católica y en las asociaciones que actúan bajo la dirección de la Iglesia”9.
Lo que se ha hecho en España #
La jerarquía española se ha ocupado, desde el primer momento en que el problema se plantea con caracteres agudos, de llevar el calor de la asistencia religiosa a sus hijos emigrados. Existe una Comisión Episcopal presidida por el Emmo. Sr. Cardenal de Tarragona, que ha atendido con el mayor celo a estas necesidades, y, dentro de ella, como organismo propulsor y ejecutivo, ha surgido la Comisión Católica Española de Migración, presidida por el Rvdmo. Mons. Fernando Ferrís, que viene siendo un modelo de seriedad y de eficacia.
De seis misiones para emigrantes españoles que existían en 1955 en el extranjero, hoy se ha llegado ya al centenar, con 150 sacerdotes diocesanos y religiosos, distribuidos así: 45 en Alemania, 16 en Francia, 18 en Suiza, 5 en Bélgica, 4 en Australia y los restantes en Holanda, Inglaterra, Portugal, Suecia, Brasil, Venezuela, Perú y Méjico.
Ha sido un esfuerzo muy notable, pero, aun así, es del todo insuficiente. En la revista Ecclesia, número 1.168, correspondiente al 30 de noviembre de 1963, se nos ofrecen los siguientes datos:
«Mientras en la actualidad emigra a ultramar un promedio anual de algo más de 30.000 españoles (incluido el contingente anual de familiares reclamados por el programa de Reagrupación Familiar, que lleva a cabo la Comisión Católica Española de Migración: 9.000 familiares, en su mayoría esposas y niños), el año 1912 emigraron a ultramar 194.443 españoles, el año 1913 lo hicieron 151.000 y el año 1920 emigraron 150.000 en igual dirección.
En la actualidad, la emigración ha cambiado de rumbo por distintas razones y quizá no sea tan intensa como en épocas anteriores, al menos proporcionalmente, como cuando España tenía veinte millones de habitantes.
En el último cuatrienio se han instalado 150.000 españoles en Alemania, 60.000 en Suiza y con un ritmo parecido han llegado también a Francia. Estos tres países son los más destacados en este aspecto.
También durante este último cuatrienio 9.000 españoles se han instalado en Australia, 6.000 en Holanda, 15.000 en Escandinavia y 2.000 en Austria. La población española en Inglaterra se estima en 24.000 personas. Bélgica mantiene en estos últimos tiempos la cifra de 35.000 españoles, que ingresaron con anterioridad a este último cuatrienio. Y Francia, en sus estadísticas, nos habla de 600.000 españoles residentes en su territorio, además de los 70.000 temporeros que se dedican al cultivo del arroz, de la remolacha y a la vendimia.
Si tenemos en cuenta que el año 1955 existían solamente seis misiones, cuando se celebró por vez primera el “Día del Emigrante”, y que el número actual de las mismas llega al centenar, podemos afirmar que España estaba incluida en la gozosa alabanza del Papa Juan XXIII (agosto de 1962), cuando manifestaba que en los últimos tiempos la Iglesia Católica había realizado notables esfuerzos en todos los países, en relación con este problema.
Las metas conseguidas nos deben consolar y alentar. Pero también nos van descubriendo un trágico cúmulo de necesidades inmensas. Todavía existen muchos y notables contingentes de españoles emigrados que no cuentan con un solo sacerdote connacional. Y tiene que ser así, ya que lo conseguido es una gota en el océano, pues en la actualidad hay un millón de españoles diseminados por países europeos y dos millones y medio desparramados por ultramar»10.
A la luz de estos datos se comprende el motivo de la carta que, con fecha 12 de noviembre de 1963, nos dirigía a los obispos españoles el Excmo. y Rvdmo. Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad en España, Monseñor Antonio Riberi. Decía así:
«Excelencia Reverendísima:
He recibido el venerado encargo de hacer llegar a vuestra Excelencia copia de una carta del Excmo. Sr. Cardenal Confalonieri, Secretario de la Sagrada Congregación Consistorial, refiriéndose a la próxima celebración del “Día del Emigrante”.
Con este motivo me permito recordarle que, según datos fidedignos, se calcula en tres millones el número de españoles emigrados, dispersos por Europa y ultramar. Su asistencia espiritual es deficientísima, a pesar del notable esfuerzo realizado por la Comisión Episcopal competente, ayudada por todo el Venerable Episcopado Español.
La Santa Sede conoce bien y siente especial complacencia al constatar, cada día más, cuánto es el esfuerzo que, en España, está realizando la jerarquía eclesiástica para atender y colaborar eficazmente en la solución de los problemas que afectan a la Iglesia Universal: misiones, América Latina, emigración…
Pero la gravedad de la situación de esos millones de almas de nuestros emigrantes, que recibieron el don de la fe y vivieron la práctica de una vida cristiana, hoy abandonada o en peligro, preocupa muy intensamente al Santo Padre y nos obliga a intensificar más el esfuerzo para salvaguardar este espléndido tesoro con que el Señor enriqueció a España. Cuidado con preferencia, puede constituir una notabilísima aportación de vida católica a los países receptores de emigración española y defensa de los intereses espirituales del pueblo español.
Según estadísticas que figuran en aquel Sagrado Dicasterio, el número actual de misioneros de emigrantes españoles deberá ser triplicado con urgencia si queremos evitar que gran parte de esos emigrados connacionales dejen de ser católicos para caer en el paganismo o en las sectas anticatólicas. A nadie se le oculta la repercusión que ello puede tener en el propio país. Todo lo cual trae como consecuencia que los emigrantes deben ser motivo de atención preferente.
Lo cual es tanto más importante cuanto son muchos los prelados extranjeros que declaran con gozo que los emigrantes españoles que son atendidos adecuadamente constituyen un refuerzo notable para el catolicismo del lugar en donde residen.
Todas estas consideraciones inducen a rogar a Vuestra Excelencia que, si le es posible ofrecer a la Comisión Española de Migración algún sacerdote de su diócesis para el cumplimiento del importantísimo ministerio de que venimos hablando, se digne comunicarlo a esta Nunciatura Apostólica.
A efectos estadísticos, le agradeceré que en la misma contestación tenga la bondad de enviar relación nominal de los que trabajan a las órdenes de la referida Comisión Episcopal, pertenecientes a esa diócesis.
La experiencia vivida me permite abrigar las mejores esperanzas sobre la acogida que estoy seguro tendrá este llamamiento…» Antonio Riberi.
La respuesta de nuestra diócesis #
Tres sacerdotes astorganos están trabajando en Alemania como capellanes o misioneros de emigrantes, en Kassel, en Ludwigshafen y en Grevenbroich. No son suficientes. Es de desear que se ofrezcan algunos más. Por lo menos otros tres en este verano. A la obligación moral que tenemos de atender a los emigrantes simplemente porque nos lo pide la Iglesia, se une la circunstancia particular de que es nuestra diócesis una de las del Norte de España que más emigrantes tiene en los países de Europa. Justo es que nos preocupemos también, más que otros, de ayudar a la solución del problema. Y no debe inquietarnos el hecho de que algunas de nuestras feligresías, como ya sucede en bastantes casos, tengan que verse en lo sucesivo privadas de la presencia fija del sacerdote. Vosotros mismos me decíais que en muchos de vuestros pueblos ha desaparecido en estos años la juventud, y la población en general ha quedado reducida a la mitad, como consecuencia de la emigración constante. No sería una táctica pastoral adecuada tratar de mantener a todo trance un sacerdote en cada uno de estos pueblos, si los sujetos más activos e influyentes de los mismos que un día han de volver, o aunque no vuelvan, quedan desamparados o expuestos al riesgo gravísimo de la pérdida de la fe cristiana y su limpio concepto de la vida.
- Otros campos
Independientemente del apostolado directo con los emigrantes, se nos ofrecen hoy otras oportunidades de acción pastoral en algunos países de Europa, que también deben merecer nuestra atención. Concretamente en Alemania, adscrito a la diócesis de Colonia por un período de ocho años, está ya trabajando un sacerdote astorgano. Veo muchas ventajas en que estos casos se multipliquen si a la vez no dejamos de mirar con preferencia hacia los horizontes apuntados a lo largo de esta Carta Pastoral.
De esta presencia ministerial de sacerdotes españoles en diócesis de Alemania y de otros países brotará un enriquecimiento pastoral mutuo, un auxilio espiritual a esas naciones en momentos en que lo necesitan por la escasez de vocaciones que padecen, una progresiva consolidación del sentido cada vez más universalista que el sacerdote de hoy debe tener.
Tengamos presente que caminamos hacia estructuras muy nuevas en el campo social, económico, político y cultural en cuanto a la comunicación de unos países con otros. ¿Nos quedaremos retrasados en las de tipo apostólico y espiritual?
No debe ser así. Se habla ya de montar un seminario europeo en Maastricht (Holanda) y otro en Madrid. No olvidemos el ejemplo de la pequeña Irlanda. Con sus sacerdotes siempre dispuestos a salir a cualquier parte del mundo ha prestado a la Iglesia de Dios, en la época contemporánea, un servicio de tal magnitud que difícilmente otro país podrá alcanzar gloria tan alta.
Necesitamos estar dispuestos a obrar con la máxima generosidad. El día en que un eventual cambio de circunstancias políticas permita abrir las fronteras de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania, etc., ¿cómo se encontrarán los cuadros de la Iglesia Católica, tan azotados por el vendaval que no cesa?
Recuerdo una escena emocionante. Eran ya los últimos días de la segunda etapa conciliar en Roma. Al colegio en que residíamos los obispos de España llegaron unas cartas dirigidas a cada uno en particular por los obispos de Polonia. Abierto el sobre, aparecía una forma, apta para celebrar el Santo Sacrificio. Y una comunicación en que se decía: “Esta forma ha sido elaborada en el Santuario de la Virgen de Czestochowa con trigo recogido en los campos de Polonia, regados con sangre de mártires; se las enviamos por si tiene la bondad de celebrar con ella la Santa Misa pro fidei victoria”. La celebré, ciertamente. Y cuando me acerqué a decírselo a uno de los obispos del heroico país, no me contestó. Se limitó a besar mis manos consagradas mientras las lágrimas de uno y otro hablaban con más elocuencia que las palabras.
Yo recordaba que también en España hubo campos de trigo regados con sangre de mártires. Quizá se deba a esa sangre la abundancia de vocaciones sacerdotales que hasta aquí hemos tenido. Quizá empecemos a perderlas si no estamos dispuestos al humilde y espiritual martirio de ofrecerlas generosamente al mundo que las necesita.
La distribución del clero #
Un interrogante que no debe quedar sin respuesta #
Al llegar aquí, un interrogante nos sale al paso que no puede quedar sin respuesta. ¿Cómo es posible desprendernos de tal número de sacerdotes sin que la diócesis sufra quebranto en los cuadros de su vida religiosa?
Quede a salvo, desde luego, un principio indiscutible. No podemos, ni aun con la buena intención de querer ayudar a los demás, dejar a nuestra comunidad diocesana desprovista de las atenciones y cuidados espirituales que han hecho posible, a lo largo del tiempo, la fecunda vitalidad cristiana de que ha dado pruebas. Si así obráramos, pronto llegaría un momento en que, desnutridos nosotros, no podríamos ofrecer a los demás el alimento que nos piden. Mal principio de gobierno sería el que trajera consecuencias tan graves. Afirmo, pues, ante todo, la necesidad de contar con un clero diocesano suficiente en preparación y en número para que nuestros fieles puedan seguir recibiendo la influencia evangelizadora que hasta aquí les ha llegado. De lo contrario, nuestra diócesis, en lugar de ser misionera, se convertiría en territorio de misión.
Pero entiendo que esa influencia puede subsistir, sin disminución dañosa, aun cuando una parte de nuestros recursos se destine a vitalizar otros campos.
La generosidad hallará su recompensa #
En primer lugar, estará bien recordar que el Señor no deja nunca sin premio la generosidad de los que quieren servir a su Iglesia. Si nosotros nos esforzamos por acudir a prestar auxilio al Evangelio allí donde su propagación está más necesitada de brazos que la hagan posible, Dios multiplicará nuestras energías y disponibilidades apostólicas. Este es un principio inexorablemente cierto para los que tienen fe. La historia lo ha demostrado mil veces.
Aumentarán las vocaciones #
En segundo lugar, contamos con nuestros seminarios. Hemos de llegar a los mil seminaristas, como he dicho repetidas veces, para que pronto podamos contar con promociones anuales de cuarenta sacerdotes, de los cuales una mitad quede en la diócesis y la otra camine hacia adelante por las rutas de la Iglesia universal.
En las circunstancias actuales de nuestra diócesis –madurez cristiana, tradición piadosa, austera honradez de costumbres– es perfectamente posible alcanzar esas cifras. Depende de nosotros. Podemos, si queremos, suscitar más vocaciones sacerdotales entre niños y jóvenes, y podemos, si queremos, ayudarles incluso a encontrar los medios necesarios, aun del orden económico, para costear sus estudios. Lo único que hace falta es dejar de pensar en nosotros y lanzarnos a la tarea con una auténtica mística de servidores del Señor en una empresa gloriosa. Hay muchos sacerdotes en la diócesis que pueden, si quieren, lograr por sí o por otras personas la mitad de la pensión para un seminarista. Creo no equivocarme si digo que se podría ayudar por este procedimiento a unos trescientos alumnos.
Y en cuanto al futuro de las vocaciones, tened en cuenta una cosa. La única manera de poder seguir despertándolas en las almas de los jóvenes será ofrecerles el espectáculo viviente de un clero diocesano abierto a las exigencias de la Iglesia universal y entregado con heroica tensión de ánimo a la evangelización del mundo, sea en la diócesis o fuera de ella. En lo sucesivo, la idea de entrar en el sacerdocio sólo para cuidar las almas de un pequeño pueblo o aldea va a encontrar cada vez más resistencia. A los jóvenes de hoy les parece un horizonte demasiado pequeño, tal como conciben la grandeza del sacerdocio.
Si, por el contrario, se les educa y prepara atentos a las anchurosas perspectivas de una Iglesia universal, con la posibilidad práctica y organizada de ejercer un sacerdocio aquí y fuera de aquí, ahora en su diócesis y después en otras que no son la suya, unos años en España y otros, si la Iglesia se lo pide, en otras naciones del mundo, darán a su alma una satisfacción mayor, se entusiasmarán más fácilmente con la belleza de un ideal grandioso, y aun entenderán mejor la permanencia en las pequeñas aldeas, durante el tiempo que Dios lo quiera, como parte integrante del servicio a la Iglesia del mundo entero.
La llamada al sacerdocio de Cristo sólo encontrará respuesta en las almas de los jóvenes si se les hace ver que, en efecto, podrán vivir el auténtico sacerdocio de Cristo, no otro; es decir, el sacerdocio generoso, abnegado, ancho como el mundo, limpio de humanas adherencias y cristalino como el Evangelio. Gran parte de la juventud de hoy envejece rápidamente, consumida por el pecado que produce hastío y por el indiferentismo a que lleva el sentido materialista de la vida. A la otra que queda, la juventud sana y pura, no les atraerá ya un sacerdocio alicorto y pobre de aspiraciones apostólicas. Pero sí que se sentirá atraída, e incluso fascinada, por una Iglesia misionera en todas sus estructuras. Esta Iglesia, aun como hecho humano, va a ser lo más bello que la civilización contemporánea va a poder presentar en los próximos lustros.
Organización del trabajo apostólico #
Queda, en tercer lugar, la mejor distribución de los recursos con que actualmente contamos. La diócesis de Astorga no llega ya a los 400.000 habitantes. Tenemos en la actualidad 560 sacerdotes en activo, lo que significa que a cada uno corresponden 700 almas. Es cierto que en la práctica la distribución no se acomoda a proporciones tan exactas. Es cierto también que en nuestra diócesis existe una dificultad particular: la de la falta de comunicaciones hasta un extremo inverosímil en la época en que vivimos, la cual, unida a la diseminación de los habitantes en pequeñísimos núcleos de población, obliga a los sacerdotes a derrochar esfuerzos y energías por caminos que ni siquiera tal nombre merecen.
Pero, aun con ser esto así, podemos y debemos estudiar las circunstancias de cada zona y ver la manera de atender al máximo posible con el mínimo necesario de sacerdotes. Donde se pueda, habremos de llegar a utilizar medios de locomoción que permitan a un solo sacerdote el cuidado de varias feligresías, convenientemente auxiliados por seglares a los que hay que formar y capacitar para ello.
Este estudio debe comenzar inmediatamente. Los señores arciprestes recibirán instrucciones para que, reunidos con el clero de las parroquias de sus arciprestazgos, propongan soluciones concretas cuanto antes. Es necesario renunciar para siempre a la ambición que, si un día pudo ser legítima, hoy es inaceptable, de contar con un sacerdote para cada una de nuestras feligresías. Ni lo tolera ya el espíritu sacerdotal, ni lo consiente la situación agonizante de la Iglesia en muchas partes del mundo. A este propósito, me es grato reproducir aquí los siguientes párrafos de un artículo de Monseñor Sagarmínaga, publicado en la revista Illuminare en marzo de 1963:
«También hay injusticias en el plano de los espíritus. La coyuntura presente del Concilio Ecuménico nos empuja a esta renuncia: “Señor, ahí tienes a mis sacerdotes; me son necesarios, sin embargo, dispón de ellos, Señor; sé que no me dejarás desamparado”.
He ahí una aspiración justa de la Iglesia. Su realización depende, en buena parte, de la generosidad de nuestra renuncia y de la de nuestras diócesis y parroquias. Una ojeada sobre el mapa mundi nos da la medida de la verdad y de la justicia de esta súplica. ¡También en las prácticas piadosas y hasta en los medios que Dios pone a nuestro alcance para nuestra santificación caben los lujos excesivos y hasta culpables! A quien vive en la abundancia todo le parece necesario. Y, sin embargo, ni en la carne, ni en el espíritu es verdad que a más y mejores medios ha de corresponder, necesariamente, una más espléndida y más eficaz realidad. Los excesivos cuidados son malos para el cuerpo y para el espíritu.
¿Que esta renuncia comportará sacrificios e incomodidades? Si así no fuera, ¿dónde estaría la cruz? ¿Dónde se ocultaría la eficacia de nuestro apostolado sacerdotal?
Aumentará, sin duda alguna, el trabajo pastoral de cada uno de los sacerdotes, éstos se verán en la precisión de ausentarse de muchos puestos que hoy ocupan; los fieles cristianos no podrán disponer de sus servicios con la facilidad de hoy. Se impondrá una mayor austeridad en la dispensación de los sacramentos y una reducción de los actos culturales. Las confesiones no podrán ser ni tan largas ni tan exhaustivas; las misas y comuniones no serán ni tan frecuentes ni tan a mano; no habrá lugar a tan morosas visitas a determinadas familias de la feligresía; se rebajará la solemnidad y el número de los funerales, de las bodas, de los bautizos…
¿Es malo todo esto? “Facilidades, facilidades”, solemos exclamar, y con mucha razón, en los coloquios y lecciones de teología pastoral. Es verdad, pero ¡cuán fácilmente se pasa de las facilidades al lujo auténtico y maldito! Mientras, millones de almas y centenares de pueblos en efervescencia, exigen a gritos sus derechos a los que poseemos la verdad y detenemos la Palabra recibida con la única finalidad de comunicársela»11.
Son palabras, queridos sacerdotes, que hieren como un latigazo. Pero son exactas. Pienso en nuestra ciudad de Astorga, con cuarenta y siete sacerdotes y una comunidad de religiosos redentoristas para 12.000 habitantes. Tiemblo ante la cuenta que hemos de dar a Dios de nuestro sacerdocio. Podemos hacer mucho más de lo que estamos haciendo. Todos, los de la ciudad y los del resto de la diócesis. Todos, el obispo, los canónigos y beneficiados de la Catedral, los párrocos, coadjutores y rectores de iglesias, los consiliarios y capellanes, los que trabajan como profesores en institutos y colegios, los que ocupan cargos en la curia y en el seminario, todos, absolutamente todos podemos y estamos obligados a hacer mucho más de lo que venimos haciendo.
Conclusión #
En mi Carta Pastoral del año pasado sobre El porvenir espiritual de la diócesis, os anunciaba que oportunamente desarrollaría con más amplitud algunos de los puntos programáticos en ella contenidos. Os he expuesto en ésta lo que he creído que era obligación mía decir concretamente sobre el espíritu misionero de la diócesis, manifestado en la ayuda sacerdotal a América, a África y a los diversos países de Europa en que se mueven nuestros emigrantes o que por otras razones reclaman nuestro apoyo. Obremos todos con generosidad y desprendimiento. Frente a la tentación del cansancio y el desaliento, tantas veces fruto amargo de nuestros egoísmos, el único remedio está en ser dóciles a la voz de Dios que nos llama.
1 Ecclesia, 24 (1964) 555.
2 Carta Apostólica Ad Ecclesiam Christi, al Cardenal Piazza, Presidente de la Asamblea Plenaria del Episcopado Iberoamericano, 29 de junio de 1955: AAS 47 (1955) 540ss.
3 Carta al Episcopado Español, 17 de noviembre de 1962. Ecclesia, 22 (1962) 1.503.
4 Ecclesia, 23 (1963) 894-895.
5 Ecclesia, 23 (1963) 1.762.
6 Carlos Varó,Presente y esperanza de la Iglesia en Iberoamérica, Mundo Hispánico,núm. 191, febrero 1964, 65ss.
7 Ecclesia, 22 (1962) 1.503.
8 Carlos Varó, en Mundo Hispánico. Vide nota 6.
9 Radiomensaje para el “Día del Emigrante”, 24 de noviembre de 1963: Ecclesia, 23 (1963) 1.723.
10 Javier Pérez de San Román,En la novena edición del “Día del Emigrante”, Ecclesia,23 (1963) 1.630.
11 Iluminare, marzo 1963, núm. 217, 358-359.