Carta circular, del 9 de julio de 1973, dirigida al clero de la diócesis de Toledo. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, agosto-septiembre 1973, 363-366.
Nuevamente os dirijo, queridos sacerdotes de la diócesis, esta carta circular para hablaros de los Ejercicios Espirituales que anualmente debemos practicar o, al menos, cada tres años, como ordena el Código de Derecho Canónico.
Ya el año pasado os escribí con idéntico motivo. Y vuelvo a hacerlo ahora porque es una obligación mía velar por el fiel cumplimiento de este deber que tenemos, y porque estoy convencido de que ha sido una profunda equivocación haber abandonado esta práctica tan saludable, desde todos los puntos de vista, para la vida personal y pastoral.
Actualidad de los Ejercicios #
El sacerdote, para estar evangélicamente comprometido con la realidad de los hombres, sus hermanos, necesita destacar convenientemente su cualidad de hombre de Dios. Es evidente que necesitamos un clima de recogimiento y de silencio, no solamente para centrar nuestras actividades humanas, sino para acentuar la amistad y la cercanía de Dios. Toda la comunidad del pueblo de Dios, pero de manera especial los sacerdotes, estamos obligados y nos sentimos urgidos para redescubrir, en unos días de sincera reflexión y oración, nuestra especial relación con Jesucristo. “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS 22). Cuando el sacerdote se acerca vitalmente a Jesucristo y se deja impregnar de su Buena Noticia, es toda su vida la que adquiere un camino distinto, como ocurrió en el caso de los apóstoles y en las primeras generaciones cristianas.
Los Ejercicios contienen vitalidad y energía suficiente para centrar al hombre en los grandes principios de la verdad y de la fe, así como una fuerte carga cristológica que los hace necesarios en nuestros días. Los Ejercicios nos disponen a la búsqueda de un clima apropiado para mantenernos a la escucha de la Palabra de Dios, que es eficaz, viva y personal que necesita, por ello, una actitud de acogida. Favorecen el recogimiento, el silencio, tan necesario en nuestros días, si lo concebimos en su recto sentido de plenitud espiritual, no de vacío de contenido. Disponen, para la oración y la amistad personal con Dios, de donde depende la fecundidad de nuestra vida personal y de nuestra actividad pastoral. Nos invitan a convertir el mensaje del Evangelio en sustancia propia para el trato de amistad y para el diálogo sincero con Dios, nuestro Padre. Y ello es una verdadera necesidad, grave y urgente, para los hombres de nuestro tiempo, especialmente para los sacerdotes.
Los Ejercicios y nuestra renovación cristiana #
La Iglesia –y el mismo Evangelio– no cesa de invitarnos constantemente a la renovación de nuestras vidas. La renovación personal del sacerdote ha de ser la pieza clave, insustituible, de la renovación de la diócesis. Los Ejercicios Espirituales, como nos enseña toda la historia de los mismos, han venido siendo un instrumento aptísimo para la renovación, que hoy más que nunca se nos presenta como urgente e inaplazable. El clima de serenidad interior y de penetración en los misterios de Dios, por la oración y la reflexión sinceras, nos dispone a ser instrumentos dóciles a la acción de Dios en nosotros, nos abren al Espíritu santificador, principal artífice de la santidad en los hombres, nos hacen sentir en su punto justo los problemas humanos.
El sacerdote ha de ser luz y sal. Y para ello no es bastante que durante el año trabaje con sinceridad en su perfección cristiana y en la de sus fieles, sino que necesita también una perspectiva de silencio, que es fecundidad y deseo sincero de renovación. La autenticidad de vida sacerdotal, en su vertiente de fe evangélica, esperanza y caridad, es principalmente válida en el mundo secularizado de nuestros días, ya que es una señal de alerta para el mundo, con la presencia santificante y santificadora de Dios entre los hombres.
Su forma más adecuada #
Ya el año pasado os encarecí en mi exhortación, como la forma más apta para la práctica de los Ejercicios anuales, la que ordinariamente conocemos como Ejercicios de San Ignacio, que es también la que recomienda la Iglesia. Repito ahora lo mismo. Y mantengo la determinación entonces promulgada: los Ejercicios para el clero en nuestra diócesis de Toledo deben practicarse en silencio y, a ser posible, en absoluto retiro. Si algún sacerdote, de los que están obligados a hacerlos este año, prefiere practicarlos en otros lugares fuera de la diócesis, sepan que pueden hacerlo, pero con tal de que sean eso, Ejercicios serios, no un pobre sustitutivo ineficaz. Y deberán informarnos de que lo han cumplido así.
El pasado año, casi al mismo tiempo que yo os escribía sobre esto en el Boletín Diocesano de julio-agosto, el señor Cardenal Secretario de Estado dirigía una carta, al presidente italiano de la Federación Italiana de Ejercicios, sobre los Ejercicios Espirituales, a la cual pertenecen las siguientes palabras:
“Los Ejercicios Espirituales deben crear, en los ánimos de quienes los hacen, el clima apropiado para escuchar la divina Palabra, mediante la oración, el silencio, el recogimiento, las pláticas, las reflexiones personales, los propósitos, los recuerdos. En un discurso observaba el Santo Padre: “Hay dos formas fundamentales de captar la divina Palabra y de entenderla y asimilarla. La primera podría definirse como escucha exterior, académica, catequística, cultural… Hay, además, una segunda escucha, la interior. No basta con conocer…, se debe acoger el anuncio, el mensaje del Evangelio, y no sólo con el oído material, sino convirtiéndolo en substancia propia, en fuente principal de la propia vida, reflexionando en todo cuanto Jesús ha dicho”1.
“Los Ejercicios Espirituales, si se practican con seriedad y constancia, al mismo tiempo que substraen del mundanal ruido y de las preocupaciones de la vida diaria, disponen el espíritu para el coloquio filial y directo con Dios. El Señor, en efecto –añadía el Sumo Pontífice–, habla ciertamente con tono grave y solemne, pero tenue y dulce; habla para quien quiere escuchar. En cambio, para aquellos que se distraen a causa de los múltiples clamores, su voz queda ahogada fácilmente y se disipa. Acostumbrémonos, pues, a distinguir la única, auténtica, salvadora Palabra del Señor”2.
Los Ejercicios y la vida personal del sacerdote #
Todo programa de pastoral que pretenda ser auténtico y fecundo, debe partir fundamentalmente de una postura y una actitud de las personas de los sacerdotes, que tomen en serio la necesidad de la santificación del clero diocesano. El Concilio Vaticano II ha querido destacar convenientemente la trascendental importancia del sacerdote en la comunidad eclesial. “Los sacerdotes –dice el Concilio–, en cada una de las congregaciones locales de fieles, representan al obispo, con el que están confiada y animosamente unidos y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercen en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 28). La misión del sacerdote es apasionante, pero a veces resulta difícil. Es claro que necesitamos reflexionar serenamente y cobrar ánimos y fuerza en los períodos de paz espiritual que acompañan a los santos Ejercicios.
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En el presente año se han programado en la diócesis tres tandas de Ejercicios Espirituales: en las dos últimas semanas de septiembre y en la primera semana de octubre. He procurado que su dirección corra a cargo de sacerdotes competentes. Os invito a todos vosotros, mis queridos sacerdotes, a participar en alguna de estas tres tandas, y de manera especial a cuantos no lo hayan practicado en los años anteriores. Por supuesto que no pretendo, con esta mi afectuosa y personal invitación el cumplimiento externo de un precepto jurídico, sino el poner a vuestra disposición un elemento valiosísimo de vida espiritual. Por eso es necesario que quienes vengan a Ejercicios se comprometan a guardar silencio, que es clima necesario para la oración personal y para la eficacia de los Ejercicios. Debemos acudir a los Ejercicios con las mejores disposiciones de aprovechar el tiempo y mejorar nuestras vidas, teniendo en cuenta la realidad de la proyección que tienen nuestras cosas en toda la diócesis y aun en toda la Iglesia universal.
Con esta mi invitación personal a la práctica frecuente de los Ejercicios Espirituales, os envío, queridos sacerdotes, mi afectuosa y cordial bendición.
1 PabloVI,Homilía en la iglesia parroquial de San León Magno:apudInsegnamenti di Paolo VI,1968, 1145-1146.
2 Ibíd., 1146.