Reflexión pastoral sobre la Humanae vitae

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Reflexión pastoral sobre la Humanae vitae

Instrucción pastoral dirigida, el 15 de noviembre de 1968, a la diócesis de Barcelona. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Barcelona, 1968, 789-794.

Pasados ya unos meses de la promulgación de la encíclica Humanae Vitae, estimo conveniente hacer pública esta instrucción que ahora escribo, con el propósito de ayudaros en vuestras reflexiones y de atender al ruego que nos hace a los obispos el Santo Padre, en el sentido de que, al frente de nuestros sacerdotes y fieles (HV 30), trabajemos sin descanso para que el matrimonio sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana. Este trabajo habrá de continuar, dada la importancia del tema planteado, con la colaboración de equipos y grupos de estudio, tanto de sacerdotes como de seglares.

Precisamente, el retraso en la publicación de este documento se debe a que, para redactarlo, he querido contar con la información y reflexiones que me han ido ofreciendo algunos sacerdotes y otras personas de la diócesis, a las cuales expreso mi agradecimiento.

En Barcelona, la encíclica ha despertado interés e incluso ha provocado alguna polémica. No entro en ella. Sencillamente, trato de cumplir mi deber pastoral.

Puntos básicos #

1. Quisiera, en primer lugar, poner de relieve una serie de puntos básicos, referentes al amor conyugal y a la sexualidad matrimonial, que el Papa ha expresado en su encíclica y que merecen recordarse en su conjunto:

  1. El amor conyugal, como realidad humana elevada al ámbito sobrenatural, adquiere lugar preeminente en el matrimonio cristiano (GS 49; HV 9).
  2. Este amor pide la donación total, exclusiva, fiel e indisoluble entre los cónyuges.
  3. Dentro del núcleo familiar, del que es motor y alma, logra su plenitud específica en la fecundidad, es decir, en aquella paternidad que, por ser colaboración en la obra de Dios creador, no puede sino ser paternidad responsable.
  4. Esta responsabilidad se extiende no sólo al acto procreador, sino a la misma generación y educación de los hijos, entendidas como un todo indisociable.
  5. La sexualidad matrimonial, en la perspectiva del Concilio y de la Humanae Vitae, queda situada en el camino de una progresiva humanización y personalización. Aparece como una forma de unión personal perfectamente integrada, tanto en sus dimensiones sensibles como en las afectivas y espirituales.
  6. El ejercicio de la sexualidad matrimonial es, entonces, una actividad personal. No sólo instintiva, sino consciente y responsable por ser humana, e insoslayablemente referida a Dios como creador de la vida.
  7. Dado que se trata del “sector más personal y reservado de la intimidad conyugal” (HV 17), debe permanecer libre de toda injerencia de la autoridad pública.
  8. Hay una inseparable conexión, querida por Dios, y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador. Los dos aspectos son esenciales (HV 12).

La Iglesia y todos los hombres de buena voluntad reconocen, asimismo, como signos de nuestros tiempos, dentro de cuyo marco se desenvuelve el problema planteado por la encíclica: el impulso de promoción social de la mujer (GS 9. 52. 60; Pacem in terris 35); la ayuda y guía mutua que se pueden prestar los matrimonios (HV 26), y la responsabilidad y madurez a la que debe llegar la conciencia personal del hombre tal como Dios mismo y la Iglesia lo desean (GS 15-17; Ecclesiam Suam 15).

El cristiano, antes estos “signos del tiempo” no puede prescindir tampoco de lo que es un “signo de la Iglesia”: la disposición atenta, dócil y responsable ante la palabra del Magisterio. Ello permitirá que el conjunto del Pueblo de Dios, bajo la guía autorizada de quien ha sido puesto para conducirle a su destino eterno, colabore activamente en la realización de una respuesta viva y verdaderamente eclesial a la voluntad de Dios creador.

Doctrina de la encíclica. Valor del Magisterio #

2. No obstante la variedad y riqueza de puntos o temas citados, el Papa no ha tenido intención en la encíclica de tratar todos los aspectos posibles de la realidad matrimonial1.

A los propios matrimonios se les ofrece nuevamente la honrosa tarea, dentro de su específica misión de colaboradores del plan de Dios, de descubrir sin cesar la realidad compleja y rica de su unión, a lo largo de una vida compartida en la alegría y en la cruz, fortalecida por la oración, y atenta a la seriedad de su compromiso en este mundo. Porque es en la vida práctica donde se han de vivir los principios que tan fuerte e incluso dramáticamente les afectan. Fácil como es estar de acuerdo con la exposición teórica de los mismos, no lo es tanto aplicarlos en cada instante real de su existencia, azotada tantas veces por la onda de las muy graves limitaciones y dificultades en que han de debatirse.

La encíclica trata también de ayudarles en esta lucha, si bien no puede dejar de proclamar exigencias del orden moral más altas que quien las proclama, de las cuales la Iglesia es, no dueña a su discreción, sino intérprete y depositaría (HV 4).

En este sentido, la encíclica quiere poner a salvo una concepción personal y sagrada del amor conyugal, defendiéndolo de la corriente del egoísmo y erotización banal que invaden la vida cotidiana; quiere responder a una cuestión que el Concilio dejó en suspenso y cuya última decisión se reservó el Papa: la de los medios puestos por Dios a disposición de los cónyuges para conjugar el fomento de su amor con la responsabilidad procreadora.

En este punto la encíclica afirma la doctrina de que todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida (véase HV 11). “Esta doctrina, que el Magisterio de la Iglesia ha expresado a menudo, se funda en la conexión indisociable, querida por Dios y que no es lícito al hombre romper por propia iniciativa, de las dos significaciones del acto conyugal: la de unión y la de procreación” (HV 12).

3. La palabra que ha pronunciado el Papa sobre esta cuestión, al igual que la pronunciada sobre los derechos de la persona humana en la Pacem in terris, o sobre la tarea urgente y común a realizar para conseguir el desarrollo de los pueblos en la Populorum Progressio, se inscribe en la línea del llamado “Magisterio ordinario del Papa”, Maestro y Pastor de toda la Iglesia.

Es un magisterio que, aunque no sea ex cathedra, es auténtico, es decir: no es una persona particular quien lo ejerce, sino el que ha sido puesto por Dios para confirmar la fe de los hermanos (Lc 22, 32).

No debemos desconocer el valor que tiene tal Magisterio ordinario: palabra pronunciada para señalar la dirección del vivir cristiano; palabra llamada a orientar e iluminar con seguridad doctrinal y práctica la conciencia de los fieles.

Ante sus enseñanzas, la actitud espiritual de éstos es la que marca el Concilio Vaticano II: “Esta religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento de modo particular se debe al Magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según el deseo que haya manifestado él mismo, como puede descubrirse, ya sea por la índole del documento, ya sea por la insistencia con que repite una misma doctrina, ya sea también por las fórmulas empleadas” (LG 25).

Actitud receptiva, de obediencia, docilidad y consciente asimilación, ya que la enseñanza ordinaria de la Iglesia “compromete nuestra conciencia y nuestra actuación”2, en el clima de libertad espiritual propio de los hijos de Dios.

La mayor o menor facilidad con que ha sido acogida la encíclica, según la mentalidad y situación íntima de cada uno, muestra que ha sido considerada con atenta seriedad por casi todos.

Está, pues, bien fundada la esperanza de que mantendréis el espíritu abierto para recibir la luz de Dios que, a través de la Iglesia, os llega, con el fin de comprender más y más el misterio insondable del matrimonio cristiano.

Esta actitud permitirá profundizar en las cuestiones centrales del mismo y progresar, al mismo tiempo, en las que todavía piden mayor investigación y claridad.

4. Porque la doctrina del Papa sobre el matrimonio no puede eliminar ni la reflexión personal, ni la decisión libre que, en el santuario de la conciencia, donde habita Dios escrutador de los corazones (GS 17), han de tomar los cristianos, aunque invita abiertamente a observar y respetar la ley divina en relación con el mismo (HV 19).

La conciencia es un juicio personal y práctico sobre la bondad y malicia de nuestras acciones. No es solamente una mirada hacia el último ideal al que se debe llegar, sino la percepción lúcida de las diversas etapas del camino; la valoración de las circunstancias concretas que condicionan las decisiones personales; la constatación, inclusive, de las tensiones que crean los diversos deberes que se entrecruzan, de hecho, en la vida matrimonial.

Una conciencia madura no prescinde arbitrariamente, ni de las normas externas y objetivas que hay que tener en cuenta en orden al progreso real de la persona (HV 10), ni sofoca inconsideradamente ninguno de los imperativos morales interiores que, tal vez, den lugar a una perplejidad real a la hora de tomar decisiones conscientes.

Algunos principios prácticos #

Después de esta breve referencia que acabo de hacer a la finalidad y doctrina de la encíclica, al valor del magisterio ordinario y a lo que la conciencia pide, trato de cumplir mi función de pastor que conoce y vive las dificultades reales de los fieles y anhela, ante todo, la paz de sus espíritus en íntima comunión con el que es Pastor y Padre de todos. Recordaremos, pues, algunos principios prácticos que pueden iluminar vuestras dificultades y vuestros intentos de constante superación:

a) Hay circunstancias en la vida en las que Dios parece situar al hombre en opciones difíciles, como si éste tuviera que cumplir simultáneamente deberes contradictorios: la unidad efectiva del matrimonio, la fecundidad, la moralidad de los medios puestos al alcance de la paternidad responsable. Es, sobre todo entonces cuando la conciencia de los cónyuges, iluminada por la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, se convierte en la última instancia, querida por Dios, de la decisión cristiana.

Además, la demanda de consejo, la común revisión entre los matrimonios animados por la misma fe (HV 28) y la oración insistente y humilde, serán garantía de que la decisión tomada realmente en conciencia no será la caída en la arbitrariedad ni en el subjetivismo. Esperamos, en este sentido, que también nuestros sacerdotes sabrán comprender y aconsejar a los fieles, dentro y fuera del sacramento de la penitencia siguiendo, en todo, las enseñanzas que el Papa nos da en su altísimo magisterio, las cuales deben ser expuestas sin ambigüedad (HV 28).

b) De hecho, puede suceder que haya cristianos que, después de valorar y esforzarse por comprender la enseñanza del Magisterio, habida cuenta de las circunstancias concretas en que se hallan, estén leal y firmemente convencidos, al menos momentáneamente, de la bondad de un comportamiento distinto del que el Magisterio ha aprobado. Actuando conforme a la convicción de su conciencia, estos católicos no se colocan al margen de la Iglesia ni han de ser considerados, sin más, como pecadores. Mas para evitar todo peligro de engañosa ilusión en el dictamen de la propia conciencia, será necesario recordar que quien hipotéticamente es capaz de obrar así, también debe serlo de responder ante Dios, no sólo ante sí mismo, ni ante los demás hombres, del grado de reverencia y obsequio que ha expresado a la norma del Papa y del examen desapasionado que hizo sobre la autoridad y garantías que éste tiene para pronunciarse sobre la materia, precisamente en su función de Maestro y guía de las conciencias cristianas, conforme a la misión que Jesucristo mismo le ha confiado. Decimos esto porque, si bien es cierto que una conciencia invenciblemente errónea puede darse, no lo es que un cristiano pueda formar su conciencia a base de un dictamen subjetivo contrario a las enseñanzas del Papa, cuando son tan firmes y tan terminantes como en este caso.

Más aún, en hipótesis como la que señalo, dada la concatenación y pluralidad de factores que confluyen en el lento desarrollo del proceso de una vida matrimonial, este análisis y confrontamiento de las propias convicciones con las enseñanzas del Evangelio y del Papa, debería hacerse a lo largo de las diversas etapas del camino que se recorre, no de una sola vez y un solo golpe, como si a todo trance hubiera que lograr una tranquilidad precipitada y quizá ficticia. Puesto que se trata de hombres y mujeres cristianos –ésta es la hipótesis–, ellos han de ser los primeros interesados en no debilitar o trastornar su comunión, como hijos de la Iglesia, con quien ha sido puesto para guiarla, en evitar el escollo de un subjetivismo cerrado a las voces de la comunidad creyente, y en no sucumbir al riesgo de que su conciencia se despersonalice o se diluya entre las opiniones que, en un momento dado, prevalecen en el ambiente .

c) Los esposos cristianos que buscan sincera y sacrificadamente vivir el ideal de vida conyugal señalado por el Evangelio y por la Iglesia, nunca se sentirán alejados del amor de Dios y de su expresión visible, que son los sacramentos.

En primer lugar, el sacramento de la Penitencia cobrará ante los esposos su verdadera fisonomía: no sólo como perdón de las caídas graves, que pueden darse, sino como renovación profunda de sus actitudes, liberándolas progresivamente del egoísmo y despertando en ellas la ilusión y la fuerza de la conversión.

Asimismo, cuando los esposos aprecien seriamente que los factores que pesaban sobre su conocimiento y su libertad han atenuado o quizá suprimido la gravedad concreta de unos comportamientos que parecían en sí graves, podrán acercarse con confianza a la Eucaristía, “fuente perenne de gracia y de caridad” (HV 25).

d) No puede faltar, para terminar, una palabra gozosa, de aliento y de ánimo, para todos aquellos que, por encima de las dificultades de la vida, saben ver en la llamada del Papa el estímulo para una actitud de generosa entrega a una empresa –la procreación y educación de los hijos– que nace del amor y lleva al amor renovado.

Esta actitud forma parte del dinamismo en que se resuelve todo vivir auténticamente cristiano. Este es siempre el ejercicio de un amor abnegado que exige la ascética de la cruz y conduce a la plenitud de la vida.

A unos y a otros, a todos, mi palabra pastoral no pretende más que una cosa: ayudar. Ayudar en la reflexión y en las decisiones últimas. De este respeto a la persona y a la conciencia de cada uno está transido el documento del Papa y sus alocuciones posteriores sobre el mismo, en Roma y en Colombia. Pero la lealtad nos obligará a reconocer que él también obra según su conciencia, no de hombre particular, sino de Jefe y Pastor supremo de la Iglesia, a quien Dios ilumina con especial carisma, para que en un momento dado pronuncie su palabra con plena autoridad, como lo ha hecho en este caso, la cual lejos de debilitarse, se acrecienta por el hecho de que es proclamación repetida del magisterio secular de la Iglesia y de sus tres inmediatos predecesores, Juan XXIII, Pío XII y Pío XI sobre estas materias.

La reflexión serena y continuada sobre las enseñanzas de la encíclica en su totalidad, en unión con otras del Magisterio pontificio sobre el progreso del hombre y de los pueblos, permitirá cada vez más claro lo que, en algún momento, puede parecer oscuro.

La gracia del Señor no os faltará nunca, queridos matrimonios cristianos. Como pastor diocesano vuestro, sabed que me tenéis a vuestrolado para ofreceros siempre mi oración, para compartir espiritualmente vuestra lucha noble y abnegada, y para ayudaros a sostener vuestraesperanza en la relación con Dios, que os ama y comprende en todomomento.

1 Pablo VI,Homilía,31 de julio de 1968: apudInsegnamenti di Paolo VI,1968, 869-873.

2 Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano II, 7de diciembre de 1965: apud Insegnamenti di Paolo VI,1965, 730.