- Consideraciones generales sobre elAño Internacional de la Mujer
- Lo que la mujer debe a la religión cristiana
- Millones de mujeres no se han sentido discriminadas
- Teresa de Jesús e Isabel la Católica
- Santa Mónica
- La mujer en las primitivas cristiandades
- La mujer en el Evangelio. La Virgen María
- El tipo de mujer que forja el cristianismo
- Madre Teresa de Calcuta
- ¿La Iglesia discrimina a la mujer al no permitir que sea sacerdote?
- Conclusión
Conferencia leída el 14 de mayo de 1975, en el salón de actos del Palacio de Benacazón, Toledo, dentro del ciclo organizado por la Delegación Provincial de la Sección Femenina, con motivo del Año Internacional de la Mujer. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, noviembre 1975, 709-729.
Recientemente en un artículo de ABC, escribía José María Pemán lo siguiente: “Hay el Día de la Madre, el Día del Ahorro, el Día de los Difuntos, el Día de los Santos. Pero a la mujer han tenido la maligna precaución de dedicarle un año. La UNESCO sabe bien del cómputo veloz de las grandes intuiciones, como sabe de la pausa y demora de los aprendizajes y de las asignaturas. Hay el Día de la Paz y el de la Victoria. En un día se puede uno aprender la lista de los ríos de la Península Ibérica o la tabla de multiplicar. Pero la mujer necesita un año, como la trigonometría”. Es, sin duda, la frase ingeniosa de un escritor que tiene bien acreditado su ingenio.
Y precisamente, tomando pie de estas palabras de Pemán, una monja dominica que escribe en la revista Vida Religiosa, dice: “Sí, aun cuando soy mujer o precisamente por ello, comparto la opinión de don José María Pemán; pero aclarando que, si esa mujer es religiosa, monja, yo le dedicaría un año más”.
“Alguien preguntará: ¿para qué hace falta un año para entender a la mujer y un año más para entender a la religiosa? En el fondo de su ser, ¿no estarán muchos, respecto a la mujer y a la religiosa, de acuerdo con lo que un santo hindú oyó a Dios que le decía sobre la Maya? Le decía: Nadie puede comprenderla, nadie la ha comprendido nunca y nadie la comprenderá jamás”.
Son afirmaciones cuya justificación literaria está clara, porque aluden a la natural complejidad del tema.
Pero yo me pregunto si es que al hombre, al hombre sin más, sin especificar si es varón o hembra, se le puede entender. Desde el momento en que el hombre lleva el sello de Dios, tiene ya una dimensión casi infinita. Y esto aparece en el hombre y en la mujer; en la mujer, con características especiales que hacen del tratamiento del tema una meditación particular siempre obligada. Y ciertamente, por el misterio de vida que encierra la mujer dentro de sí misma, parece que en ella se palpa un poco ese océano profundísimo de los designios de Dios, más que en el hombre, que simplemente comunica su vida. En la mujer se toca más esa profundidad misteriosa del plan divino con relación al criterio de la vida. Y acaso por eso tiene que estar la mujer enriquecida de una serie de condiciones que la sitúan cerca del misterio más visiblemente que al varón. Por eso no se puede entender fácilmente todo lo que ella encierra.
Mas prescindamos de frases ingeniosas que yo no soy capaz de hacer; y vamos al análisis del tema. Primero, unas consideraciones generales sobre el Año Internacional de la Mujer; después entraré más específicamente en la consideración del cristianismo y de lo que la mujer debe a la religión cristiana.
Consideraciones generales sobre el
Año Internacional de la Mujer #
- Finalidad de este Año Internacional
Ha nacido este Año Internacional de la Mujer, en la intención de los organismos rectores que lo promueven, con un buen propósito, sin duda: el de estimular a la reflexión y a la adopción de medidas necesarias para evitar discriminaciones injustas. Y, en este sentido, todo el esfuerzo que se realice es poco. Ahora bien: el problema está en señalar con exactitud y con verdad cuáles son esas discriminaciones que no se pueden admitir y cuáles las naturales diferencias realmente existentes, cuyo reconocimiento y aceptación normal comportan consecuencias prácticas también normales, sin cuya vigencia efectiva caeríamos en una discriminación al revés, mil veces más injusta: la de ir contra la naturaleza y contra la secreta armonía de los fines que la creación del hombre y la mujer tiene en los planes de Dios. Esto sería la consecuencia desastrosa de tratar este tema con la ligereza con que muchas veces se está tratando.
- Aspectos negativos de la iniciativa
De hecho, por lo que se ve y se oye en asambleas y congresos, coloquios y reuniones, y por lo que se lee en muchos artículos de periódicos y revistas, causa verdadera pena comprobar la enorme frivolidad con que se tratan temas sagrados, como el amor, el matrimonio, los hijos, etc., hasta el punto de que muchos se quejan de que la campaña en sí misma, con el lema “Año Internacional de la Mujer”, se basa en un planteamiento deficiente y pobre, como si se quisiera contemplar aisladamente un hecho sociológico que, por su naturaleza, reclama tratamiento distinto; tratamiento de debe hacerse en coordinación con todo lo que encierra el ser humano.
Es decir, se han manifestado aquéllos, muchas veces, en el sentido de que resulta inaceptable extraer del conjunto social el dato puramente sociológico de la mujer, y se diga: Vamos a considerar este hecho durante el presente año. Porque este modo de tratarlo es equívoco, y tanto puede significar una necesidad de estimación adecuada para evitar discriminaciones injustas, como una especie de complacencia paternalista en el examen de algo que está ahí y que lo consideramos aparte, o porque es hermoso, o porque es peligroso, o porque está insuficientemente desarrollado. Y nosotros, los demás, los hombres, la sociedad, nos sentimos con derecho y autoridad para examinar ese dato, como podemos examinar el curso de un río.
En este sentido tienen derecho a quejarse los que manifiestan ese punto de vista. Pero aún más tendríamos derecho a quejarnos los que viéramos que no sólo el tema es considerado de una manera aislada y como extrayéndole del conjunto, sino que sigue examinándose con frivolidad y de una forma superficial.
La desorientación más grave puede producirse por las generalizaciones abusivas en que se incurre al hablar de una cuestión en la que se dan infinitos matices, que precisamente constituyen su complejidad y su grandeza. Y se habla de ello, en virtud de esas generalizaciones abusivas, con la superficialidad y el desenfado propios de una tertulia de irresponsables. La diversidad de situaciones de la mujer –y también, por supuesto, del varón–, según las culturas, las edades, los modos de vivir de cada pueblo y de cada época histórica, las distintas concepciones políticas y éticas, incluso las realidades económicas, impiden todo juicio ligero y precipitado.
¿De qué mujer hablamos? ¿De la mujer norteamericana? ¿De la europea? ¿De las mujeres del tercer mundo? ¿De la mujer hindú? Y, dentro de Europa, ¿de qué mujer? ¿De la española? ¿De la alemana? ¿De la mujer de tras el telón de acero? Y, dentro de Europa, o de América, o de Asia, ¿de qué mujer hablamos? ¿De la mujer núbil, de la madre de familia, de la ya próxima a la ancianidad, que lleva consigo toda la majestad y la gloria del dolor y del amor que ha aportado a la sociedad? Y, ¿de qué derechos? Y lo que anunciamos o proponemos como derechos de la mujer en una civilización industrial, como es la que hoy se está extendiendo en el mundo en que nosotros vivimos, ¿vale con términos de exacta equivalencia para la mujer de los ambientes rurales, que todavía se dan y que no desaparecerán nunca?
Y, sin embargo, cuando se habla de estas cuestiones, sobre todo en campañas más generalizadas con motivo del Año Internacional, las frases amplias, inconcretas, llenas de imprecisión son las que más dominan las conversaciones. Y es más: se está produciendo, acaso sin quererlo, una auténtica manipulación de la mujer; porque muchos y muchas de los que hablan de la mujer tendrían que empezar por preguntar a muchas mujeres qué es lo que de verdad quieren, desean, padecen, sufren, aman, etc. Y esto no suele hacerse. Y una vez más, en esta civilización de masas y en virtud de la influencia de los medios de comunicación social, tan agresiva, tan arrolladora, nos exponemos a que queden flotando en el ambiente unos cuantos conceptos equívocos, llenos de imprecisión, pero que, en realidad, no tocan el fondo del problema de millones de mujeres; solamente de algunas, a las que puede interesar por su particular afición, por una situación propia y personal, o bien porque contemplan un aspecto parcial y aislado del hecho sociológico de la mujer en la vida actual.
Y tengo interés en recordarlo, valiéndome de palabras del Papa, a quien nadie podrá acusar de desconocedor de los problemas del mundo actual, ni tampoco de los de la mujer, puesto que su situación, su sensibilidad cultural, su misión de maestro del género humano a través de la Iglesia y su inmensa capacidad de reflexión y profundización, le ponen en contacto vivo con las realidades del mundo y en un observatorio permanente que no es superado por ningún otro, en orden a conocer y detectar los verdaderos problemas.
- El Papa habla sobre el tema
Pues bien, fijaos con qué equilibrio el Papa, al hablar de estos problemas del Año Internacional de la Mujer, lleno de respeto al propósito, se sitúa, invitando ya desde el primer momento a una reflexión seria. Esto que os voy a leer pertenece a un discurso del 7 de diciembre de 1974, del pasado año; precisamente al XXV Congreso Nacional de la “Unión de los Juristas Católicos Italianos”, congreso que tenía por tema: La mujer en la sociedad actual italiana.
Comienza el Papa con unas palabras de saludo, llenas de cortesía, con las que va entrando suavemente en el tema:
“Deseamos exponeros algunas reflexiones, por lo demás no nuevas para vosotros, que contribuyan a la visión global y universal del problema, tan actual por la inminencia del Año Internacional de la Mujer… Vosotros sabéis que también, y sobre todo, la Iglesia está interesada directamente en los problemas relativos a la presencia y función de la mujer en la sociedad contemporánea a todos los niveles”1.
El mismo Pablo VI ha creado una Comisión Pontificia para el estudio de la misión de la mujer en la Iglesia de hoy y de las acciones ministeriales que se le podrían confiar. Y el Sínodo de los Obispos, en octubre del pasado año, tocó repetidas veces este problema de la mujer en la Iglesia de hoy, en orden a la evangelización del mundo contemporáneo. Realmente es vivísimo el interés de la Iglesia por el tema.
Y continúa el Papa: “Efectivamente, no se nos oculta, a Nos, como tampoco a ningún otro observador de los hechos contemporáneos, el proceso de transformación socio-cultural que ha llevado a un notable cambio de la posición y de las funciones de la mujer. El paso, relativamente rápido, de una sociedad prevalentemente agrícola a un nuevo tipo de sociedad caracterizada por la industrialización, con los consiguientes fenómenos del urbanismo, de la movilidad e inestabilidad de la población, de la transformación de la vida doméstica y de las relaciones sociales, ha colocado también a la mujer en el centro de una crisis de las instituciones y de las costumbres, aún no resuelta, que se ha dejado sentir, sobre todo, en las relaciones familiares, en la misión educadora, en la misma identidad de la mujer como tal, y en su manera peculiar de integrarse a la vida social con el trabajo, las amistades, las obras asistenciales, el ocio. Incluso el espíritu religioso y la consiguiente práctica se han resentido”2.
Es una voz de alerta la que lanza el Papa. Sufre hoy la mujer unacrisis, como consecuencia de su incorporación a un nuevo tipo de civilización. Seguramente que no es evitable este fenómeno. La vida va pasando como una máquina que lo arrolla todo y todo lo transforma. Ahora lo triste sería detenernos en la constatación de ese hecho, y decir: Puesto que las cosas son así, sigamos dejándonos arrollar por la máquina; y no queramos reconocer que, como consecuencia de ello, empiezan a resentirse estos otros valores a los que alude el Papa. Y ahí está el peligro: que la misma identidad intransferible, misteriosa, única, de la mujer, quede desfigurada; y su propia intimidad, con todo lo que lleva una mujer de capacidad de amor, de dolor, de paciente sufrimiento para las causas más nobles, quede desgarrada. Ahí está el peligro, en virtud del cual podemos caer en un relativismo absoluto, valga la contradicción de las palabras; un relativismo que llega a deshacer el valor permanente de todos esos datos de la condición humana, sin los cuales la familia termina por desintegrarse. Y después, una sociedad sin familia, o se sostiene por un aparato policial formidable, o por una potencia económica de tipo meramente materialista; y cuando ese poder económico desaparezca, habrá que recurrir al mismo aparato policial y a la misma dictadura represiva de los países en donde se gobierna a las familias como se puede gobernar a un pelotón de soldados.
“Por todo esto, nos encontramos hoy ante algunos fenómenos de amplia repercusión: especialmente la igualdad de la mujer y, más aún, su creciente emancipación en relación al hombre; una nueva concepción e interpretación de sus funciones de esposa, madre, hija, hermana; su acceso, en una medida cada vez mayor y en un plano de especializaciones cada vez más vasto, al trabajo profesional; su acentuada tendencia a preferir trabajos fuera del hogar, no sin perjuicio de las relaciones conyugales y, sobre todo, de la educación de los hijos, que se encuentran así precozmente emancipados de la autoridad de los padres y especialmente de la madre.”
¡Esto es un análisis serio! Contempla el fenómeno de la evolución del mundo. Pero en su misión magisterial y en su condición de observador culto de la marcha de la humanidad, pide que, en medio de esta crisis de transformación, puedan surgir hombres capaces de mantener ideas que, al igual que en otros momentos de la historia, han servido para superar la crisis, y no para consentir que nos ahoguemos en ellas. Esto es lo que la Iglesia pide: principios fundamentales, luminosos, fecundos. Pero continuemos leyendo al Papa:
“Es evidente que no todo ha de considerarse negativo en este nuevo estado de cosas. Más aún, en un contexto como éste, a la mujer de hoy y de mañana le podrá, quizá, resultar más fácil desarrollar plenamente todas sus energías. Las mismas experiencias erradas de estos años podrán ser útiles, con tal que en la sociedad se afirmen los sanos principios de la conciencia universal, para alcanzar un nuevo equilibrio en la vida doméstica y social.”
“Para alcanzar un nuevo equilibrio”, no para desintegrar el núcleo, es preciso buscar y encontrar “los sanos principios de la conciencia universal”, es decir, la ley natural, reflejo de la voluntad de Dios; buscar, por todos los caminos conformes a derecho justo, la revalorización de esos principios, en orden a que los nuevos entornos de tipo social no destruyan los núcleos fundamentales, sino que, con un nuevo color y una nueva expresión, si se quiere, los mantengan en su perfecta validez.
“El verdadero problema consiste, precisamente, en el reconocimiento, en el respeto, y, allí donde fuera necesario, en el restablecimiento de dichos principios, que constituyen también valores insustituibles de la cultura de un pueblo civilizado. Los recordamos brevemente. Nombremos, ante todo, la diferenciación funcional, dentro de la unidad de naturaleza, de la mujer en relación con el hombre”3.
Es absurdo querer destruir esta diferenciación honrosa. Y Dios los creó hombre y mujer. Y así, ese ser doble, ese, es el que es imagen y semejanza de Dios. Ni el varón solo, ni la mujer sola. Son el varón y la mujer los que son creados por Dios a imagen y semejanza suya, para que se realicen en el encuentro mutuo de su asistencia, de su ayuda, de su amor, de su comunicación de los valores que cada uno encierra; normalmente, en el matrimonio, no exclusivamente, puesto que una mujer, aun no casada, puede estar realizando con el hombre, y a través del hombre, con la sociedad, la misión de contribuir con todos los valores que lleva dentro al enriquecimiento que la mujer siempre ofrece. Así es como Dios la ha creado. Y no empezar por reconocer la gloria de la diversidad es ya el primer desatino.
“Por tanto, la originalidad de su ser, de su psicología, de su vocación humana y cristiana.”
“Originalidad –llama el Papa– de su propio ser, de su psicología”, como la tiene el hombre, el varón. Y no hay en ello inferioridad. Es lo de San Pablo: Ya no hay más judío ni griego, siervo ni libre, varón ni hembra, dado que vosotros hacéis todos uno con Cristo Jesús (Gal 3, 28)”.
“Luego, su dignidad, que no debe ser envilecida, como ocurre hoy con frecuencia, en las costumbres, en el trabajo, en la promiscuidad indiscriminada, en la publicidad, en el espectáculo. Añadamos el primado que posee la mujer en toda el área humana donde se encuadran más directamente los problemas de la vida, del dolor, de la asistencia, sobre todo en la maternidad.”
¡Esto es tocar fondo y señalar valores inmutables! Tiene razón el Papa cuando dice que todo esto son expresiones válidas y permanentes de la cultura universal. Y ello, incluso, prescindiendo de la revelación cristiana: porque Dios, el Autor de la naturaleza, lo ha hecho así. A través de las inspiradas pinceladas del papa, va apareciendo ante nuestros ojos la figura de esa criatura, la mujer, adornada de una excelsa dignidad.
Y todo el que la contemple libre de pasión comprenderá que esa dignidad reclama un respeto y una veneración casi sagradas.
Mirad a una mujer que ha llegado ya al desarrollo normal de su vida, con sus años jóvenes o los de su madurez, con su armonía y belleza naturales, con su modo de expresarse, con su atención exquisita a los múltiples detalles de la vida, con su mirada luminosa, que parece está hablando siempre de ricas intimidades puras. Entonces, forzosamente, deduciréis que ese ser, tantas veces convertido en pobre objeto de pasión, refleja de modo admirable la sabiduría y la belleza de Dios, y requiere ser tratado con el máximo respeto. Y esto en relación, sobre todo, con las funciones que derivan de ese encanto, de ese atractivo, de esa fuerza de comunicación; de ese modo de mirar, de sentir y de manifestarse; es decir, del misterio de la vida. A esta preciosa conclusión llegamos cuando examinamos esta obra de Dios, no groseramente, sino desde un punto de vista de simple ética humana; y mucho más si nos colocamos en una perspectiva plenamente cristiana.
Llevados por la mano del Papa a esta altura en nuestra reflexión, no dudamos en hacer nuestros los mismos deseos de Pablo VI: “Que sean reconocidos a la mujer plenos derechos civiles, iguales a los de los hombres, si aún no le han sido reconocidos”.
Recordad que el Papa está hablando a juristas católicos. Por eso les toca este punto: no para que lo traten ellos solos desde la frialdad de sus estudios del Código Civil, sino para que estén abiertos a las consecuencias prácticas que pueden suscitarse en este Año Internacional de la Mujer, y a las aportaciones que ofrecerán grupos de mujeres que son capaces de exponer estos problemas en todos los aspectos de la vida familiar, cultural, laboral, económica, jurídica. Ojalá se examine todo esto con el rigor que la materia requiere, y se llegue a las necesarias conclusiones.
“Que se le haga realmente posible el ejercicio de las funciones profesionales, sociales y políticas, como al hombre, según sus posibilidades personales.” No dice más el Papa: “según sus posibilidades personales”. Pero esta frase es suficiente. Tampoco gusta de pronunciarse por ahí, en los artículos de moda, cuando se trata de hacer concesiones a la galería, o de buscar la popularidad; o, por parte de las mismas mujeres, de avanzar más audazmente, derribando barreras; en verdad el realismo de la naturaleza, de la cultura, del hecho familiar está pidiendo atención a esas posibilidades concretas que puedan existir. “Que no se ignoren las prerrogativas propias de la mujer en la vida conyugal, familiar, educativa y social; por el contrario, que éstas sean honradas y protegidas.”
Finalmente, y siempre hablando con claridad y precisión extraordinarias: “Que se reclame y defienda la dignidad de su persona y de su estado de soltera, casada o viuda; y que se dé a la mujer la asistencia que necesita, especialmente cuando el marido está ausente, inutilizado, detenido, es decir, incapaz de cumplir su función en el ambiente familiar”4.
¡Qué panorama el que se descubre a través de estas luminosísimas palabras del Papa! Aquí hay base para un código y para una auténtica reforma a fondo de las instituciones sociales de la vida moderna. Pero una reforma que se haga con atención a todo lo que la mujer merece por su dignidad y a todos los valores que encierra; y, a la vez, con atención al conjunto social en que estamos integrados, puesto que –vuelvo a recordar las palabras del Apóstol– no hay hombre ni mujer en Cristo: no somos más que familia humana, familia de redimidos por Dios.
- María, ideal auténtico de la mujer
Ahora, aunque la cita es larga, oíd las palabras con que el Papa termina el discurso que hemos estado glosando, y en las cuales el Pontífice se cita a sí mismo. Dice Pablo VI:
“Son todos principios y valores que, donde se respeten, garantizan a la mujer su auténtica, única e inigualable grandeza. Como dijimos en otra ocasión:
- Para nosotros, la mujer es reflejo de una belleza que la trasciende, es signo de una bondad que parece no tener límites, es espejo del hombre ideal, como Dios le concibió, a su imagen y semejanza.
- Para nosotros la mujer es la visión de la pureza virginal, que restaura los sentimientos afectivos y morales más elevados del corazón humano.
- Para nosotros es la aparición, en la soledad del hombre, de su compañera, que conoce la entrega suprema del amor, los recursos de la colaboración y de la asistencia, la fortaleza de la fidelidad y de la laboriosidad, el heroísmo habitual del sacrificio.
- Para nosotros es la madre –¡inclinémonos!–, la fuente misteriosa de la vida humana, donde la naturaleza recibe todavía el soplo de Dios Creador del alma inmortal…
- Para nosotros es la humanidad, que lleva en sí la mejor aptitud a la atracción religiosa y que, cuando la sigue sabiamente, se eleva y sublima a sí misma en la expresión más genuina de la feminidad.
- Y que, por tanto, cantando, orando, ansiando, llorando parece convergir naturalmente en una figura única y suma, inmaculada y doliente, que una Mujer privilegiada, bendita entre todas, fue destinada a realizar: la Virgen, Madre de Cristo, María”5.
Y termina su discurso insistiendo en señalar la figura de la Virgen María como ideal de mujer: “Mucho más allá del alcance de las condiciones y de los problemas que se plantean, a nivel sociológico, nuestro ministerio apostólico indica a todos, en clave teológica y espiritual, como punto de referencia para resolver, incluso, muchos problemas terrenos, familiares, sociales, a aquella criatura que Cristo mismo, su Hijo, llamó repetidamente con el nombre tan significativo de MUJER. Y nuestro ministerio quisiera animar a la mujer de hoy a mirar a ese modelo de la justa promoción femenina, resplandeciente con una belleza auténtica y con una santidad sin mancha, como nos la presenta la solemnidad de mañana”6.
Se refiere el Papa a la solemnidad de la Inmaculada Concepción. ¡Esto es examinar las cuestiones con trascendencia y delicadeza, con atención y con visión humanística, con sentido de la cultura y con respeto! ¡La luz de la Revelación en un hombre que tiene la misión de iluminar!
- Una nueva, luminosa, palabra del Papa
Ahora se comprenden perfectamente otras palabras recientes del Papa, de este mismo año: “La promoción de la mujer exige una maduración progresiva, llevada con sabiduría y sin quemar etapas, ya que los problemas son delicados. Hablar de igualdad de derechos no resuelve la cuestión, que es mucho más profunda. Hace falta tener presente una complementariedad efectiva, para que todos, los hombres y las mujeres, contribuyan, con sus respectivas riquezas y con su dinamismo, a la construcción de un mundo, no nivelado y uniforme, sino armonioso y unitario”7.
Son frases llenas de una precisión impresionante. Se habla de “igualdad de derechos”. Pero no simplifiquemos la cuestión. Con esto no basta. Esto es esquematizar el problema y quedarse otra vez en la cáscara, en la superficie, y no resolver nada. Hay que buscar el fondo último de la naturaleza del hombre y de la mujer, y no pretender una igualitarización estúpida y abusiva. Hay que llegar a lo más profundo de la cuestión y a una realización complementaria y unitaria, integradora, porque esto es lo que responde al plan de Dios. “No quemar etapas». Y, claro, en este sentido –tienen razón Pemán y la monja– no bastan un año ni dos, sino que es toda la vida la que tenemos que estar trabajando, unos y otros, en la consideración de estos problemas.
Lo que la mujer debe a la religión cristiana #
Con estas reflexiones de carácter general, como base, podemos exponer ahora algunas ideas más directamente relacionadas con el tema enunciado: “Originalidad que el cristianismo da a la mujer”.
En efecto: el cristianismo ha dado a la mujer la más radical originalidad. Ya se ha visto en lo que el Papa ha venido diciéndonos. Ha hecho de una de ellas excelso prototipo de la humanidad: la Madre de Dios. Lo más rico de la intimidad femenina –capacidad para amar y sufrir, don de sí, generosidad y entrega– ha sido elevado por Cristo, con su encarnación, a la más alta categoría. Después, a lo largo de la historia de la Iglesia, este hecho ha tenido constante y renovada actualidad en tantas mujeres cristianas que no se han sentido discriminadas nunca, sino al contrario, gozosas de saberse cooperadoras, a través de los cauces fundamentales de la sociedad, de un plan divino respecto al hombre, a los hijos, a la familia.
Millones de mujeres no se han sentido discriminadas #
Esto ha existido siempre. Millones de mujeres han aceptado, no con pasiva resignación, sino con sencilla conciencia de su misión, el papel que les correspondía ejercer, cuando, primero como hijas de familia, y después, impulsadas por el amor, al constituir otra, se convirtieron en esposas y madres. Millones de mujeres han puesto al servicio de la sociedad todo lo que ellas encerraban; y esto, en un ambiente rural o campesino, en el campo de la cultura e, incluso, en el orden político.
Teresa de Jesús e Isabel la Católica #
Y no estoy aludiendo simplemente a la singularidad relevante de una Teresa de Jesús, o de una Isabel la Católica, la una en el campo de la espiritualidad y de la literatura, y la otra en el de la política. Dos figuras excepcionales que aparecen ahí, como hitos trascendentes de la historia de la humanidad, personificados, precisamente, en dos mujeres. No. No es necesario recurrir a esas figuras sobresalientes. Pero lo que sí digo es que, si esas figuras han existido, no eran astros errabundos y solitarios. En torno a ellas había otras muchas de la misma condición y con los mismos valores, quizá no tan logrados por falta de oportunidad o por lo que fuera, para poder manifestarse. Pero no estaban solas. Nunca lo estuvieron. Y Santa Teresa encontró junto a sí centenares de mujeres que le sirvieron y le ayudaron a ella en una tarea inmensamente provechosa dentro de lo que es el misterio de la Iglesia. Lo mismo sucedió en la vida de Isabel la Católica, acompañada, por ejemplo, de “las tres Beatrices”: Beatriz de Bobadilla, Beatriz de Galindo y Beatriz de Silva; y, si eran tres, significa que podían haber sido trescientas. Unas, insignes como ella en el arte del gobierno; otras de la literatura. Beatriz de Silva, incluso, en su entrega total a Dios, de la que tenemos testimonios tan claros en Toledo, probablemente canonizable este mismo año.
Santa Mónica #
Dejemos esa época española y ese siglo, y remontémonos a otro mucho más lejano, y podemos encontrarnos con la imagen de una mujer humilde, de la cual solamente conocemos las páginas conmovedoras que escribió su hijo en el libro de Las Confesiones: Santa Mónica, de la cual lo que escribe San Agustín es insuperable. Y esa mujer, Santa Mónica, africana, ignorante, humilde y silenciosa, sufriendo por parte de su esposo lo que tuvo que sufrir, y aún más por extravíos de su hijo, sigue esperando, y reza y acude a las iglesias de Roma cuando se viene a la Ciudad Eterna, y va por un camino y por otro, como pendiente de lo que su hijo pueda hacer. Y sin cesar, con lágrimas y con oraciones, va consiguiendo lo que pretende, hasta que se produce aquel coloquio impresionante, en la playa de Ostia, entre Agustín y ella, y logra la conversión: “¡No podía perecer el hijo de tantas lágrimas!”. Esa es una mujer cristiana del siglo V.
La mujer en las primitivas cristiandades #
Pero es que en las cristiandades de África y de Roma, y de las Galias y de Hispania, en ese siglo y en los anteriores, empezaron a existir mujeres así, conscientes plenamente de su dignidad de madres, preocupadas por la educación de sus hijos, y dándose cuenta de que estaban contribuyendo, con su sacrificio, su plegaria y su ejemplo, a la construcción del Reino de Dios en la tierra.
Y con la construcción de ese Reino se iba construyendo también la civilización cristiana. Después podrán surgir catedrales, o escribirse libros monumentales, o producirse movimientos culturales en la Iglesia de Toledo, o en la de Lyon, o en la de Roma. Pero nada de eso hubiera podido hacerse si no hubiera habido antes, mucho antes, madres cristianas que, desde el principio, recibieron el mensaje del Señor.
La mujer en el Evangelio. La Virgen María #
Y renuncio a entrar en las páginas del Evangelio, porque ahí nos encontramos con una constelación de mujeres de toda condición, las cuales reciben el trato lleno de amor y redención de Jesucristo, y la consideración respetuosísima al estado en que se encuentran, sea de esperanza o de pecado, de virtud o de fracaso, o lo que sea. Reciben, como la Samaritana, el don de Dios, y con esa mujer se entretiene el Señor para explicarle el misterio de la vida sobrenatural, en un pasaje inolvidable que merecerá siempre la atención de los teólogos y de los místicos. Pero esto lo conoceremos como hechos aislados. Yo pienso más bien, ahora que hablamos del Pueblo de Dios, en la muchedumbre silenciosa y desconocida. Ese cristianismo empezó a extenderse por las ciudades y por los campos, y fue llegando a todas partes. Y la mujer del mundo romano, paganizado, objeto de pasión, se ve sublimada y elevada a la condición en que Dios la situó desde el principio.
Y nos encontramos con que, en el comienzo de la nueva cadena, aparece una figura extraordinaria, la Virgen María, de la que ya en el primer siglo, en las catacumbas, se hallan leves imágenes o rasgos descriptivos, como para indicar que los cristianos piensan en Ella, a Ella se confían, y tratan de imitar sus virtudes. ¿Qué discriminación hay, o qué falta de consideración? El cristianismo está poniendo en la mujer, desde los primeros momentos, estas fuerzas de elevación inconmensurables, que hacen de cada una de las mujeres que las asimilan, una esposa, una madre cristiana, una hermana, una hija; y así nos encontramos con las historias bellísimas de los mártires, en los primeros siglos, en que tantas mujeres dieron formidables lecciones de fortaleza, de fe y de amor a Jesucristo, y a los hombres por los cuales se sacrifican.
El tipo de mujer que forja el cristianismo #
Puede haber luego, y esto no tenemos por qué negarlo, según va marchando la civilización, retrocesos y oscurecimientos en la relación mutua, y hasta un excesivo dominio y prepotencia del varón. Quizá como consecuencia de un ambiente bélico, y debido a ciertas empresas de tipo laboral o político, para las cuales el hombre parece más apto que la mujer, surgen movimientos que luego trascienden al orden jurídico. Y no se oye la voz de la Iglesia pidiendo que se eviten tales o cuales exageraciones. La carga histórica de las civilizaciones humanas de cada época también hace sentir su peso en la Iglesia. Sin embargo, las desigualdades injustas hay que corregirlas y la Iglesia ha compartido siempre este empeño, aunque sin caer en el exceso de querer anular las específicas condiciones de ambos sexos, en virtud de las cuales ninguno es inferior al otro, sino ambos complementarios y mutuamente enriquecedores.
Es más: sin el cristianismo, la mujer se convierte fácilmente en una esclava para el servicio o en un placer para el momento. Con la religión cristiana la dimensión del amor –que es lo que da dignidad a la relación de los sexos– se sublima en su contenido y en sus consecuencias. Y aparece la mujer madre cooperando al Reino de Dios, en una medida distinta, pero no inferior a la que ofrece el hombre; la mujer misionera, la mujer consagrada, la mujer madre de familia cristiana, la mujer esposa, la mujer hermana, llena de encanto y de suave fortaleza. También la mujer, a veces, pobre y miserable, como todo ser humano, llamada a todas las excelsitudes y propensa a todas las caídas, encuentra en el cristianismo redención, ayuda, perdón, fuerza, alegría, para ser lo que tiene que ser en cada momento de su existencia.
Madre Teresa de Calcuta #
Era significativo, por ejemplo, en el Sínodo de Roma hablar con los obispos de la India, y oírlos decir que la mujer más popular hoy en la India es la madre Teresa, esa religiosa nacida en Albania, que ha recibido estos años varios premios internacionales, de instituciones puramente humanas y civiles, a la mejor labor que se realiza en beneficio del prójimo. La mujer más popular en la India es la madre Teresa. ¿Y qué tiene la madre Teresa? Nada más que eso: su condición de mujer consagrada a Dios como religiosa al servicio de los hombres, promoviendo en todo instante la caridad, como un reflejo del rostro de Cristo en el mundo enfermo y dolorido de ese país hambriento. Esto se da hoy, como se dio ayer y como se dará siempre. Pero como ella hay millones que no salen en las páginas de los periódicos. Y no hay por qué ir sólo a la mujer consagrada. Vamos a la mujer madre, esposa, hermana, etc., que en virtud de esa originalidad preciosa que le da toda esta fuerza, sabe caminar con serenidad, aceptando su misión sin complejo ninguno, y sabiendo que sí, que hay cosas que corregir en una civilización quizá exageradamente promovida por hombres, pero que tampoco hay que aceptar muchos eslóganes superficiales que se repiten sin tener en cuenta la auténtica realidad de los sexos y de la condición humana, y de las condiciones sociológicas.
¿La Iglesia discrimina a la mujer al no permitir que sea sacerdote? #
La acusación que se hace a la Iglesia Católica, de que discrimina a la mujer al no permitir que sea sacerdote, carece de consistencia y no es más que humo que se lanza para cegar los ojos. ¿Por qué digo esto? La Iglesia es el Pueblo de Dios, en que todo está conjuntado y unido, y todos somos sacerdotes del Reino de Dios. Se ve otra vez que el defecto es de enfoque, de planteamiento de la cuestión. Se piensa en el sacerdocio como en un valor que tiene unas facultades de magisterio, de consagración de la Eucaristía, de administración de sacramentos, etc. ¡Ah, es un valor!, ¡pues que la mujer lo tenga también, ya que es igual al hombre en naturaleza y dignidad!
Pero no es así como hay que contemplar el hecho. La Iglesia de Cristo en el mundo es un reino, una familia, en la cual hay diversas funciones. Es, con otra imagen gráfica, un edificio, un templo; y de todo el conjunto brota la armonía del templo o del edificio. Ni los cimientos tienen por qué quejarse de que no son la torre, ni la torre de que no es cimientos. El sacerdocio ministerial, el nuestro, no se nos ha dado como privilegio del varón, sino como un servicio ministerial que, recibido de Cristo, tenemos que prestar a la humanidad y ofrecerlo; no es para nosotros. ¿Por qué elige a hombres el Señor para esto? ¿Por qué escogió a doce Apóstoles varones, hombres? Pues porque la índole del ministerio que les quería confiar y la labor que, en consecuencia, habrían de realizar, se acomodaba más a sus específicas cualidades. En cambio, ese ministerio había de ser preparado, apoyado, secundado y completado por otras acciones y otros ministerios, en perfecta consonancia con las aptitudes y cualidades de la mujer. Y por eso, junto a los Apóstoles y los sacerdotes, ambientando, haciendo posible, fecundando su trabajo. Cristo quiso que estuviera la mujer, colaborando según sus posibilidades y poniendo al servicio del Evangelio sus virtudes humanas y cristianas.
Y empezó por elegir a una mujer como Madre suya, para que de ahí arrancara todo. Y cuando, en el momento de nacer la Iglesia, los Apóstoles están reunidos en el cenáculo, con ellos, y presidiéndoles, está “María, la Madre de Jesús”. Entonces, ¿qué discriminación hay respecto a María por el hecho de que no la hiciera sacerdote? La hizo Madre suya, y Madre y Maestra de oración de los Apóstoles, y así contribuye la Virgen a la causa de su Hijo.
Jesucristo, al elegir sólo a hombres para Apóstoles suyos, no obró así por ceder a la presión del ambiente sociológico, en que latía un cierto menosprecio de la mujer, sino porque quiso confiar a éstas un papel distinto, ciertamente sublime, el de prolongar la misión de su propia Madre.
El sacerdocio ministerial no permite al hombre ningún género de prevalencia ni de alarde de superioridad. Las facultades que con el sacerdocio se le confieren son como un préstamo del que el hombre es portador en beneficio de todos. Son para las almas todas, y en tanto éstas tienen un valor personal ante Dios, en cuanto que participan de las mismas disposiciones de María, y buscan y encuentran en Ella el don del amor y la entrega a la santa voluntad de Dios.
El sacerdocio ministerial es un don inmenso de Cristo a su Iglesia. Con él se asegura la presencia de Cristo mismo en sus representantes, cuyas manos aparecen llenas de los dones de Cristo a su esposa, la Iglesia, entre los cuales brilla el poder participar en los sentimientos de adoración y reparación, de súplica y acción de gracias que habitan en el Corazón de Cristo, para ofrecer al Padre un culto digno de Él
Lo que el sacerdocio ministerial transmite a los fieles es, precisamente, el don del sacerdocio real, que fue el de María Santísima, y que consistió en una unión con Cristo, Sacerdote y Víctima, que la permitió cooperar al nacimiento, no sólo de Jesús, sino de su Cuerpo místico, del pueblo mesiánico todo entero8.
Ahora bien, la mujer cristiana, hija de María –empleamos el término con toda la grandeza que puede tener en su dimensión teológica y piadosa–, es un poco como la Virgen Madre, si realmente quiere vivir con plenitud su cristianismo. Es un poco la Virgen Madre, aportando a la Iglesia esos tesoros que Dios ha derramado en ella: su intimidad, su capacidad de amor, su alegría, su intuición, su valor para el sufrimiento, su perseverancia, su amor hacia los hijos, los padres, los hermanos. Ofreciendo y entregando todo eso está como haciendo el papel de la Virgen Madre, creando Iglesia; engendrando, a su manera, el Cristo Místico que se va extendiendo por toda la humanidad según avanza la redención. Dentro del cristianismo. María es considerada Reina Universal de la paz y del amor. Es decir, la no elegida para Apóstol, es realmente Reina de los Apóstoles. Y precisamente porque Cristo lo ha querido así. ¿Dónde está la discriminación?
El sacerdocio ministerial; que yo, por mi ministerio, pueda predicar y consagrar la Eucaristía, y perdonar los pecados, ¿es un privilegio, para mí, varón? No. Es un servicio que Dios pone sobre los hombros de aquellos a quienes Él llamó. Y para que éstos puedan cumplir con este servicio, la mujer cristiana cumple con otros, y los cumple, dentro ya del cristianismo, en esas diversas dimensiones que constituyen la especificidad de su condición: mujer misionera, consagrada, madre, hermana. Y con su fuerza, con su dinamismo, con su entrega, está haciendo posible la otra acción, pero desde un nivel distinto.
Esta es la visión que nace de considerar la Iglesia como uní conjunto orgánico, como un reino organizado y promovido por Dios. Entonces, caen por sí mismas muchas objeciones totalmente inconsistentes. No fue la Virgen María la que reclamó a Cristo: ¿por qué a mí no me has hecho Apóstol? Sino que Ella, desde el primer momento, se ofreció en la donación de sí misma y, junto a la cruz, se convirtió en madre de todos los hijos: ¡un poco lo que sois todas las mujeres cristianas!
Conclusión #
Ahora podríamos extendernos sobre ciertas frases de San Pablo, que han sido presentadas como antifeministas, pero que tienen una explicación perfectamente adecuada. Sin embargo, yo no puedo abusar más de vosotros. Quede simplemente en pie que, dentro de la gran labor que en el Año Internacional de la Mujer se puede realizar, y dentro del legítimo derecho a todas las promociones justas, el cristianismo le está dando siempre a la mujer la más radical originalidad: la de situarla junto al plan de Dios en una dimensión única, parecida nada menos que a la de la Virgen Madre de Cristo, Corredentora, Reina de los Apóstoles y Reina nuestra.
Así la mujer trabaja en la Iglesia y colabora al Reino: entregando generosísimamente todos los dones de que está adornada su naturaleza.
En este espejo, en María, podéis reconocer, sin vanagloria ni halagos del momento, vuestra inmensa grandeza.
1 VéaseInsegnamenti di Paolo VI,1974, 1247.
2 Ibíd. 1247-1248.
3 Ibíd. 1248-1249.
4 Ibíd. 1249.
5 Ibíd. 1249.
6 Ibíd. 1250.
7 Pablo VI, Discurso al Comité de Estudios sobre la misión de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, 18 de abril de 1975: apud Insegnamenti di Paolo VI, 1975, 310-311.
8 Cf. A.Richard,Le feminisme de l’Eglise,enL’homme nouveau,20 de abril de 1975.