Familia cristiana y oración en el hogar

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Familia cristiana y oración en el hogar

Carta pastoral, de 1 de diciembre de 1978, publicada con motivo de la Campaña de Oración en familia, realizada en la ciudad de Toledo en los meses de septiembre a diciembre de dicho año. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, diciembre 1978, 602-613.

Queridos hijos de la ciudad de Toledo:

En el pasado mes de octubre os escribí una carta breve, exhortándoos a acoger con empeño la Campaña de Oración en Familia que por aquellas fechas iba a iniciarse en nuestra ciudad. Hoy, a dos meses de distancia, puedo extenderme más ampliamente en una nueva comunicación con todos vosotros, porque estamos llegando al final de la misma y los resultados nos permiten hablar con más detalle. Vuestro ánimo, por otra parte, está mejor dispuesto para escuchar las palabras de aliento que fluyen, esperanzadas, de la pluma de vuestro prelado.

Pequeño balance #

La campaña ha barajado dos grandes temas, que se conjugan incesantemente en proyecciones, exposiciones doctrinales, vivencias personales, etcétera.

El primero es el de la familia, con sus duros problemas, tan frecuentes hoy, de desamor, de discordia, en ocasiones de riñas y altercados violentos, de disgusto en la convivencia conyugal, que impulsa más de una vez a los esposos a desear y a procurar el divorcio o, cuando menos, la separación, para escapar a la soledad psicológica y a la desesperación horrible en que se sienten atrapados por la vida familiar, y que se colma con la rebeldía y contestación desdeñosa de los hijos, y frecuentemente con la enfermedad, con la invalidez de alguno de los miembros de la familia, con el paro en el trabajo o en el empleo y, consiguientemente, con estrecheces económicas.

El segundo tema es, justamente, el de la oración, que la campaña estima y predica ser un elemento de solución a los problemas de la familia, indebidamente preterido.

La oración religa, relaciona al hombre con nuestro Padre-Dios quien, siendo por definición AMOR, es fuente y origen de todo amor, y único que puede encenderlo de nuevo o avivar su rescoldo. Con el amor recuperado volverá la concordia, la paz y la felicidad familiar, único ambiente apto para la educación de los hijos.

Es la oración la que actualiza en el hogar la gracia sacramental del matrimonio, que consiste en el derecho que adquieren los esposos a recibir de Dios toda gracia o ayuda para el cumplimiento de sus obligaciones matrimoniales. Cristo está presente en todo hogar recién fundado, precisamente en nombre de Cristo, ante las gradas del altar; y en él está mientras no se le expulse por el pecado. Este hecho sacramental es eco de aquellas palabras de Cristo: Donde dos están reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos, y cualquier cosa que pidieren en mi nombre se la concederá mi Padre que está en los cielos (Mt 18, 19).

No es que la oración por sí sola resuelva todos los problemas de la familia; pero toda otra solución debe apoyarse en ella, en la inteligencia de que sin Mí nada podéis hacer (Jn 15, 5) y de que, si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles (Sal 126, 1). Habrá que poner en juego nuestra inteligencia, voluntad, habilidad –Dios lo quiere–; habrá que echar mano de todo lo que la convivencia social puede ofrecernos: inventos, ciencia, técnica, ayudas de todo tipo, pero sin olvidar que los medios humanos solamente no son capaces de resolver los problemas psicológicos y morales, que son los más propiamente humanos y los que más condicionan y ensombrecen la vida familiar de tantas parejas. Resuelto el problema del amor, como en cadena vendrán la paz, la concordia, la felicidad y el ambiente apto para educar a los hijos. De ahí la necesidad de recurrir a la fuente del amor, que es Dios, y esto por medio de la oración.

Dos son los elementos sin los cuales una vida auténticamente cristiana es inviable: los sacramentos y la oración. Negar esto o descuidarlo es cerrarse a la posibilidad de vivir en cristiano. Pero es que incluso los sacramentos están condicionados por la oración: es ésta la que ensancha el espacio vital para recibir la gracia del sacramento, es ella la que remueve obstáculos para recibirla y recibirla abundantemente.

Las películas sobre el Rosario, proyectadas en diecinueve colegios de Toledo, con una asistencia media de 9.010 alumnos; las 6.621 personas mayores que han acudido a los templos parroquiales; la larga lista de coordinadores, operadores técnicos, instructores y visitadores familiares que en todo momento han estado al lado de los padres dominicos y de los sacerdotes que trabajan pastoralmente en las distintas parroquias, podían hablarnos de resultados tangibles.

Pero no es el momento de evidenciar lo que solamente Dios conoce con exactitud, porque Él penetra la interioridad del corazón; y prefiero, de cara al futuro, a ese futuro inmediato que se abre con nuevas perspectivas apostólicas, siempre exigentes para los más comprometidos, haceros algunas reflexiones sobre la oración en familia. Reflexiones que podréis leer y comentar con calma en vuestros ambientes hogareños, ahora que se acercan días entrañablemente evocadores para hacerlo.

Cohesión familiar #

El cristiano de hoy está enfrentándose a fuertes influencias que le presentan la vida de matrimonio y de familia como algo puramente profano y material, y totalmente ajeno a la religión. En nuestra sociedad, en particular, un punto de vista laico del matrimonio está penetrando e influyendo en los ambientes de forma muy sutil y por muchos medios casi sin darnos cuenta. No se necesita especial atención para ver el caos y las funestas consecuencias que tienen estas actitudes sobre la familia y sobre la sociedad entera. El divorcio, las separaciones, la ruptura del hogar, son solamente un preludio de problemas sociales más serios: el bajo nivel de moralidad, el aumento rápido del porcentaje de crímenes, los problemas que están surgiendo en la educación y en la vida social, etc. Aun cuando, en ocasiones, se quedan los problemas dentro del ámbito de la familia, si los esposos viven en desacuerdo, el vínculo del matrimonio va debilitándose y se prepara un camino resbaladizo que puede llevarles muy lejos.

Bajo este punto de vista y pensando en esta triste realidad, el Concilio Vaticano II ha querido aclarar y robustecer la idea del matrimonio y de la familia declarando que “el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a una favorable situación en la comunidad familia y conyugal” (GS 47).

La familia, aunque esté bien estructurada, no es inmune a los problemas y dificultades propios de la vida de matrimonio. Cuando dos personas, aun compatibles en sus temperamentos y personalidades, deben vivir juntas en asociación tan estrecha, surgirán tensiones y problemas. En circunstancias normales, éstos pueden no agravarse y aun ayudar a profundizar la unión de amor. Solamente cuando no se ven los valores o cuando el egoísmo y el orgullo son la norma de acción, la unión familiar se ve amenazada.

Por consiguiente, el marido y la mujer deben, constantemente, esforzarse por mantener y fortalecer el vínculo matrimonial, sin permitir que el punto de vista laico del matrimonio, tan corriente, destroce la vida familiar poco a poco.

El sacramento del matrimonio #

En la Nueva Ley, Cristo santificó el matrimonio, elevándolo a la dignidad de sacramento. Dentro de la vida de matrimonio el marido y la mujer se santifican, llevando a Cristo el uno al otro. Los dos, unidos por el amor, se unen también a Cristo en un amor que santifica. Y esta unión de los tres es un doble símbolo. Es un signo de que en todo momento de su vida familiar los esposos deben santificarse. Y es un signo de la unión de Cristo con la Iglesia constituyendo la Iglesia. “En ese cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los creyentes, quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los sacramentos, de un modo arcano, pero real” (LG 7).

Sería un planteamiento equivocado el pensar que el amor de los cristianos a Dios y la búsqueda de la santidad dentro del matrimonio, con sus dificultades y sus alegrías de cada día, es algo accidental en su vida. Todo se debe ver con relación al sacramento que une: un sacramento ordenado a la santificación y salvación de los contrayentes. Además, este amor santificante de los esposos es la base de la unión de la cual nacen los hijos. Son ellos los que tienen el papel primario y decisivo en el cuidado de las almas de sus hijos. Al recibir el sacramento, han tomado la tarea de guiar a sus hijos, de la misma forma que a sí mismos, en el camino de la salvación.

La condición decisiva para el éxito de la educación de los hijos es el amor entre el padre y la madre. Esta unidad es un amor que viene de Dios y que se expresa en la vida total de la familia que conduce a ellos y a sus hijos a Dios. “De ahí que, cuando los padres van por delante con su ejemplo y oración familiar, los hijos, e incluso cuantos conviven en la misma familia, encuentran más fácilmente el camino de la humanidad, de la salvación y de la santidad” (GS 48).

Del sacramento del matrimonio se desprenden, en consecuencia, las gracias necesarias para conseguir un sentido de la paz, la unidad y la armonía de la familia, abriendo de esta forma las puertas a la influencia de Cristo en la vida de sus miembros.

Vida sacramental de la familia #

Porque el centro y la fuente de toda vida cristiana se encuentra en el amor redentor de Cristo por su Iglesia, es necesario que la familia cristiana sea nutrida, sobre todo, con los sacramentos, signos de la participación en ese amor. La familia, como una imagen de la Iglesia, de la cual también forma parte, está santificada de manera especial por cada uno de los sacramentos. El Bautismo, la Confirmación, la Penitencia y la Eucaristía contribuyen no solamente a la santificación del individuo, sino también de toda la familia. Así, dentro de una familia centrada espiritualmente en los sacramentos, se da una unidad fuerte en la formación de los hijos, que llegan a compartir con sus padres el convencimiento de que la religión debe ser el centro de sus vidas.

El sacramento más importante es la Eucaristía, y a él se orientan todos los demás. Es en este sacramento, sobre todo, donde la familia puede expresar y fortalecer la unidad que caracteriza sus vidas, unidas en Cristo. Cuando los esposos participan de la celebración de la Eucaristía, reiteran de nuevo su obligación de permanecer unidos en el amor de Cristo y de manifestar reiteradamente su amor el uno al otro, en los innumerables detalles de la vida diaria. En la Eucaristía alimentan su comunidad de amor, se unen para rendir culto a Dios y se hacen aptos para recibir sus gracias y favores. Los otros sacramentos son un camino para la Eucaristía o un medio de significar sus efectos.

La oración en familia #

Aunque el culto familiar se centre en los sacramentos, no debe terminar allí. La verdadera comunidad formada por los sacramentos debe ser fortalecida diariamente por la oración familiar. Los sacramentos no han de considerarse, tampoco, como hechos aislados en la vida espiritual de la familia, o como los únicos medios por los cuales la familia puede establecer contacto con Cristo. Lo que significa y se efectúa por medio de los sacramentos debe expresarse en la vida diaria de la familia. La oración en común es la manera más provechosa de mantener este espíritu de familia, y vivir en comunicación constante con Dios, y, por consiguiente, en comunicación comprensiva del uno con el otro: alabando a Dios por todas las bendiciones concedidas a la familia, expresando la confianza en su ayuda y su protección, pidiendo que dé a la familia lo que necesita, expresando el arrepentimiento por sus faltas. Todas estas manifestaciones preceden y preparan convenientemente la oración en familia. El amor mismo de los esposos, el del uno para el otro, que siempre busca una perfección constante, debe fortalecerse por la oración familiar. También durante la oración familiar los hijos llegan a conocer a Dios y a conocer su lugar propio en la vida cotidiana.

Además, la oración en familia tiene el maravilloso y gran valor de capacitar a los padres y a los hijos para ver las pequeñas dificultades y los problemas de la vida en su auténtica realidad, sin exageraciones. Por eso la unidad que se fortalece y se manifiesta por la oración puede contrarrestar las tensiones normales del hogar. Una comprensión más clara y una sinceridad más profunda se cultiva entre los miembros de la familia, se hacen más conscientes de su mutua dependencia y se ayudan en su tarea de trabajar y contribuir a la santificación de cada uno.

Otro motivo poderoso para la oración familiar, en común, se deriva de la relación que la familia, como “iglesia doméstica”, tiene con los demás miembros de la comunidad cristiana. “Esta misión la ha recibido de Dios la familia misma para que sea la célula primera y vital de la sociedad. Cumplirá esta misión si, por la piedad mutua de sus miembros y la oración común dirigida a Dios, se presenta como un santuario familiar de la Iglesia en que se practica activamente la hospitalidad y se promueven la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos que padecen necesidad” (AA 11).

A esto debe tender el compromiso de rezar comunitariamente en familia.

Además, dado que los fieles bautizados, como verdadera comunidad sacerdotal, son intermediarios por su fe y el poder de Cristo, en favor de la salvación de la humanidad, esta oración es una forma muy importante del culto familiar, en el que los padres aparecen como los primeros sacerdotes del hogar. La oración en familia debe ser valorada como una de las principales formas del cumplimiento de la misión sacerdotal de los fieles.

La oración en familia y la comunidad #

La vida de oración común de la familia no es un fin en sí mismo. La familia cristiana está unida con toda la humanidad. El culto familiar, en consecuencia, no debe asemejarse al de una “secta” o un grupo pietista cerrado en sí mismo. Debe considerarse, más bien, como un medio apto para conseguir mayor desarrollo de la vida cristiana en la Iglesia y en el mundo. En su oración, la familia debe acordarse de su responsabilidad de contribuir al fortalecimiento de estas dos comunidades superiores.

Así es como la familia no reza solamente para obtener favores de Dios para sí misma, sino que formula en su petición las aspiraciones de todos los hombres. De esta forma, la familia se hace siempre más consciente de su misión de predicar a Cristo y su Evangelio entre los hombres. Sólo entonces, la familia, dada la extensión de su influencia por las diferentes áreas de la comunidad humana, está en actitud de cumplir mejor su misión.

La familia reza, pues, no solamente para comunicarse con Dios, bajo el punto de vista de sus propias necesidades, sino también para hacerse más consciente de su obligación de la comunión con los hombres, es decir, de su tarea en el mundo. Esta tarea –repito– es doble: formar la comunidad cristiana y formar la comunidad universal de los hombres. Así, la oración debe impulsar a la familia a asumir sus obligaciones apostólicas y humanas con respecto a la promoción de la libertad, la justicia, la paz, la fraternidad y la verdad en el mundo. Por su oración, la familia se transformará a sí misma, y, al mismo tiempo, a toda la humanidad, en la verdadera familia de Dios.

Oración por un mundo que se aleja de Dios #

Se necesita muy poca reflexión para ver la necesidad y la urgencia de la oración del hombre por el mundo. La humanidad de hoy está envuelta, como jamás lo estuvo, en el proceso de transformar el mundo, y esta transformación deja sus huellas en el hombre mismo. Por la ciencia y la tecnología, el hombre moderno descubre y domina las fuerzas secretas del universo y va adquiriendo una convicción profunda de su poder y de su autonomía. La industrialización y la urbanización han cambiado, y de manera radical, su manera de vivir, elevando su nivel de vida y multiplicando sus relaciones sociales. El deseo de paz, la tristeza causada por las guerras, la preocupación por las naciones en vías de desarrollo, la tragedia de la lucha racial y los esfuerzos del mundo para obtener solidaridad, representan el núcleo de sus aspiraciones y de sus sufrimientos. El hombre contemporáneo, dedicado intensamente al mundo, se esfuerza por hacerlo un poco mejor cada día. Sin embargo, en todo este esfuerzo y búsqueda, en vez de descubrir vestigios de Dios en el mundo, el hombre descubre, afirma y adora frecuentemente vestigios de sí mismo. Esta es la razón por la que los periódicos nos escandalizan con sus artículos intitulados: “Dios ha muerto”. Este es el motivo por el que hablamos de un mundo secularizado.

En este momento histórico de intensa búsqueda, los cristianos debemos asumir, con particular empeño, la responsabilidad y la misión de no permitir que Dios sea olvidado de las preocupaciones de nuestro mundo contemporáneo.

Los cristianos hemos de dar testimonio de nuestra fe para que todos puedan entender, aceptar y vivir esta verdad: Dios es el auténtico y sólido fundamento de la humanización. La familia, tan afectada por todas las crisis de hoy, debe preocuparse por la transformación del mundo, en el recto sentido en que Dios quiereque se logre.

El significado de esta oración #

La oración no es contraria a las aspiraciones del hombre, ni tampoco niega o sustituye sus obligaciones en el mundo. La oración del cristiano no es la expresión de miedo frente a las fuerzas desconocidas del universo, ni consiste en la repetición de fórmulas vacías o mágicas para aplacar a la divinidad o para obligarla a intervenir de manera espectacular en los asuntos del hombre. La oración no es tampoco una “evasión”. El cristiano no reza para escapar de sus responsabilidades y tareas, sino para conocerlas mejor y realizarlas en bien de la humanidad, conforme a la voluntad del Creador.

Los que descubren el significado auténtico de la oración cristiana, con su sentido universal, oran no solamente en su propio nombre y por su propio bien, sino en “nombre del Señor” y por todos los hombres. “En el nombre de Cristo –comenta un autor de nuestros días– no quiere decir sólo invocando la palabra de Dios como un talismán mágico, sino que quiere decir en unión con Cristo glorioso y con el Espíritu comunicado, que nos mueve a pedir en el Espíritu de Cristo”1. De esta manera, nuestra oración se incorpora a la oración universal; la cual unas veces se expresa en voz alta, otras está en los corazones de nuestros prójimos, y siempre ayuda a las buenas obras de la humanidad entera.

La oración del creyente #

La oración del creyente es, en primer lugar, de agradecimiento y de alabanza. Estos sentimientos deben surgir en el hombre moderno de una experiencia de las maravillas realizadas en el mundo por la mano del hombre, que es la obra y maravilla de Dios. Los vestigios del hombre en el mundo, su poder, su progreso hacia la libertad, la paz, la ciencia, etc., no son sino huellas del poder de Dios otorgado a sus hijos, a toda la humanidad.

La oración del creyente es también reparación por el olvido en que se tiene a Dios y por las ofensas que se cometen contra Él a causa de la influencia del mal.

Y es súplica y petición, para que nos ayude en nuestras necesidades conforme a su Divina Voluntad. Dios nos puede ayudar con auxilios ordinarios y extraordinarios, pero no nos dispensa del ejercicio de nuestra inteligencia y voluntad. El hombre se guía por la gracia de Dios, no se mueve automáticamente por ella.

Por eso, nuestra oración se convierte en una promesa de acción concreta, y se dirige a buscar la asistencia de Dios en nuestros esfuerzos humanos, para atenuar la fuerza del pecado en el mundo; ese pecado, que es la raíz de las formas básicas de la esclavitud, de la degradación humana, del sufrimiento injusto, de la ignorancia, del odio, etc. La súplica del cristiano creyente es una manifestación de los ideales y deseos de la comunidad de los creyentes, que aspiran a ver la transformación de este mundo. Rezamos para que Dios sea glorificado por todos los que tienen puesta su esperanza en Él.

En una palabra, la oración se presenta como una “misión” que tienen que cumplir todos los hombres, en cuanto hijos de Dios, para mejorar el mundo. La oración debe ser la fuerza interior de la batalla personal y colectiva contra el mal. Así se integra la oración en el proceso de los esfuerzos humanos por la libertad, la paz, la justicia y la hermandad. En ella, el hombre descubrirá su último significado y su última esperanza, es decir: Dios.

Conclusión: la Cruzada de la Oración en Familia #

Las reflexiones que os he ofrecido recogen solamente algunos de los muchos motivos y razones que todos tenemos para intensificar la oración en familia. Se da toda la importancia a la oración como un instrumento para la transformación del mundo. Y la situación actual es un motivo muy especial para la oración. También se recuerda de manera explícita la intención universal que debe presidir siempre nuestra oración.

La transformación de los hombres que la oración puede ayudar a realizar, es un solo aspecto de la Cruzada de Oración en Familia. Los problemas que existen hoy en el mundo: la desunión, la desconfianza, la injusticia, etc., existen también en miniatura dentro de nuestras propias comunidades locales, en nuestras ciudades y pueblos. A menudo, muchos de estos problemas se encuentran en grados distintos dentro del ambiente familiar. De ahí que la Campaña que ahora termina, para entrar en una fase más definitiva y duradera, esté convencida de que la oración es ayuda eficacísima para que la comunidad humana llegue a ser la verdadera familia de Dios. Si no hay paz, unidad, armonía, comprensión y amor en la familia, no puede pedirse que dejen de existir en la sociedad, donde, además, hay otros obstáculos que impiden la realización de tan altos ideales. Por consiguiente, la campaña se ha dirigido, primero, a la familia y a la necesidad de oración, y, sobre todo, de la oración en común. Al tiempo que esta oración favorece la transformación de la familia, ayudará también al perfeccionamiento de la comunidad parroquial y diocesana, de la nación y del mundo como verdadera familia de Dios.

Como arzobispo de Toledo y responsable de vuestra salvación eterna, cuento con la entrega generosa que queráis seguir prestándonos en esta tarea, tan vital para la Iglesia como la respiración lo es para la vida humana. Y resumo en los siguientes puntos los compromisos que os pido llevéis a la oración familiar de cada día, revisándolos frecuentemente ante Dios nuestro Señor, que es quien nos ayuda y fortalece cristianamente:

  1. Que en toda familia cristiana se promueva la práctica de la oración familiar para lograr una mayor cohesión espiritual y moral de todos sus miembros. Es de una importancia fundamental en el momento presente y siempre. Existe un pequeño libro, editado por la Biblioteca de Autores Cristianos, con el título de Oraciones de la familia, muy útil para esto, con la particularidad de que fue expresa voluntad del Papa Pablo VI que se hiciera y se propagase por el mundo católico.
  2. Que se constituya en cada parroquia un grupo de seglares, de los que han participado en la campaña y otros, los cuales, en unión y bajo la dirección del párroco, colaboren en el apostolado de la parroquia, ayuden a resolver sus problemas y se conviertan en agentes de evangelización. Ésta sería hoy una forma espléndida de apostolado seglar, una organización viva de hombres y mujeres, y de jóvenes de ambos sexos, que, con los textos del Concilio en la mano, bien asimilados y entendidos, colaborasen en tareas litúrgicas, sociales, caritativas, etc. Desengañaos de una vez por todas: no habrá apostolado seglar mientras no haya seglares que cultiven su vida interior y tengan como norma suprema la fidelidad a la Iglesia.
  3. Que se creen los equipos del Rosario como fórmula práctica de “oración a realizar”, con una reunión mensual de todos ellos para que se adquiera conciencia de lo que debe ser la oración de la parroquia unida, precisamente para vivir mejor la Santa Misa de los domingos y fiestas y fortalecer los compromisos posteriores a que la fe debe impulsar siempre. La oración del Rosario, o completa o al menos en la forma parcial en que estos equipos la promueven, es un poderoso auxilio para mantener en el cristiano la devoción piadosa y meditada a Jesucristo y a la Santísima Virgen María.
  4. Que con oración, piedad y meditación reflexiva se despierte la conciencia de los seglares (y, por supuesto, la nuestra de sacerdotes y miembros de comunidades religiosas) para una vida cristiana más activa y perseverante en todos los esfuerzos evangelizadores y apostólicos que las parroquias y la diócesis deben llevar a cabo constantemente.

Terminamos esta exhortación pastoral con las mismas palabras con que Pablo VI cerraba su extraordinario documento sobre la evangelización del mundo contemporáneo: “Estos son los deseos que nos complacemos en depositar en las manos y en el corazón de la Santísima Virgen, la Inmaculada… En la mañana de Pentecostés, Ella presidió con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del Espíritu Santo. Sea Ella la Estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de esperanza”2.

Os bendigo a todos: a los padres dominicos, que han realizado la campaña; a los párrocos y sacerdotes de Toledo, que con tan ejemplar celo apostólico la han hecho suya; a los seglares de las parroquias, que han colaborado abnegadamente y prometen seguir ofreciendo su trabajo para el futuro; a los niños y jóvenes, a los enfermos y a los ancianos, a las religiosas de los conventos de clausura, a los directores y profesores de los colegios de la Iglesia y de centros oficiales, que han ayudado a darla a conocer; a toda la ciudad, en cada uno de sus hogares, para que la paz y la gracia de Dios estén siempre presentes en medio de vosotros.

1 P. Luis Mª Mendizábal S.J., Dirección espiritual, Madrid 1978, BAC 396, 140.

2 Evangelii nuntiandi,82.