D. Marcelo, padre conciliar

D. Rafael Palmero Ramos (+), obispo de Orihuela Alicante. Publicado en Padre Nuestro, 14-15 de Enero de 2012

Recibí hace unas semanas copia de una carta, hermosa y rica en contenido, que nuestro querido don Pablo Borrachina escribió a un sacerdote de Alicante, en octubre de 1964. En uno de los párrafos dice: «Hace unos días, el Sr. Obispo de Astorga, mi buen amigo don Marcelo González, en una de las mejores intervenciones de los españoles, habló de ‘Instituciones Post-Conciliares’, que habrían de ser para el clero diocesano e interdiocesano, lo que fueron los Seminarios tridentinos para los seminaristas. Sin citar el nombre de ‘Casas Sacerdotales’, que, por ser palabra española, no hubieran entendido, estuvo hablando de ellas los diez minutos. Parece que estaba hablando de «nuestra Casa Sacerdotal». Y con los mismos pensamientos que tantas veces hemos comentado. ¡La gocé lo indecible y hasta me emocioné…! Gracias a Dios. La Asamblea siguió su exposición con el aliento inhibido».

Qué forma tan oportuna de recordar, con esta carta, aquí y en otras partes, a don Marcelo González Martín. En ese momento, don Marcelo era Obispo de Astorga. Más tarde fue Arzobispo de Barcelona y, finalmente, Cardenal Arzobispo de Toledo. En las tres Diócesis, lo mismo que antes en la suya de Valladolid, celebraba el 16 de enero su santo y su cumpleaños. Somos muchos los que, en esa fecha, lo recordamos con cariño y con gratitud. Y, a primera hora de la mañana, repetimos: ¡Felicidades, don Marcelo! La mencionada carta de don Pablo trae a mi memoria otra intervención conciliar suya –no menos oportuna y enriquecedora– valorada igualmente por quienes la oyeron o comentaron fuera del aula conciliar. Se recoge, con leves matices de redacción, en este párrafo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, 13: «De aquí se derivan, finalmente, entre las diversas partes de la Iglesia, unos vínculos de íntima comunión en lo que respecta a riquezas espirituales, obreros apostólicos y ayudas temporales. Los miembros del Pueblo de Dios son llamados a una comunicación de bienes, y las siguientes palabras del Apóstol pueden aplicarse a cada una de las Iglesias: ‘El don que cada uno ha recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios’ (1ª Pedro 4,10)». Una y otra intervención en el aula conciliar, no sólo rememoran, sino que hacen presente a este Padre Conciliar, cuya memoria quiere ser oración y recuerdo, ruego y gratitud. Por esta razón que nuestro querido Papa Benedicto XVI aduce, en su carta apostólica Porta Fidei, 5: «Con el Concilio se nos ha ofrecido una Brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza (citaba a su predecesor el Beato Juan Pablo II, NMI, 308). Yo también deseo confirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como sucesor de Pedro: ‘Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia’» (22.12.2005).

La renovación de la Iglesia explica, a renglón seguido el Santo Padre, pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes… De los creyentes de ayer, hoy y mañana. Por el testimonio de vida cada vez más creíble. Don Marcelo es para todos los que le conocimos una inspiración certera en la interpretación del Concilio que pide el Papa. Próximos a los cincuenta años de aquel acontecimiento de gracia, somos invitados como los cristianos de los primeros tiempos, con las palabras de la Carta a los Hebreos, a mirar a aquellos guías nuestros que nos anunciaron la Palabra de Dios, a contemplar el desenlace de su vida e imitar su fe (Hebreos 13,7). Y lo que vemos al contemplar su vida es la magnanimidad y la lucidez del Pastor que ama mucho a su pueblo. Con espíritu apostólico, recogió la inspiración del testamento de Pablo a los ancianos de Éfeso: «Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios» (Hechos 20,28). Seguía así la tradición tridentina que no ignoraba que la renovación de la Iglesia comienza por la renovación de los pastores. Ésa era su intuición al comparar las Casas sacerdotales a los Seminarios conciliares.

Al fijarnos en la vida de don Marcelo, en este 16 de enero con sabor a Concilio, reconocemos en él al Padre Conciliar, que ejerció su magisterio en comunión con sus hermanos de episcopado y con el Sucesor de Pedro. Y se nos vienen a la cabeza aquella sentencia del libro del Eclesiástico: En la Asamblea le pide que hable, «el Señor le hará derramar sabias palabras» (Eclesiástico 39,6). Y, viendo el desenlace de su vida, resulta fácil reconocer en ella la actualización de unas palabras bíblicas llenas de esperanza: lo que el Señor quería prosperó por su mano (Isaías 53,10). Éste es nuestro gozo: saber que, siguiendo su ejemplo, podremos en este tiempo, como él hizo en el suyo, acercarnos a los hombres de esta época –como nos pide el Papa en su última Carta– para seguir abriendo ante ellos la puerta de la fe (Hechos 14,27).

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