Juan Velarde Fuertes. Miembro de la real academia de cc. morales y políticas
El 11 de junio de 1974, conducido por nuestros compañeros Cordero Torres y Arnáiz Vellando, comenzó a impartir su magisterio en esta Real Academia el cardenal monseñor González Martín. El 25 de agosto de 2004, en Fuentes de Nava (Palencia), su voz ha callado, pero quedan sus obras y su ejemplo. Había nacido en Villanubla, Valladolid, el 16 de enero de 1918. Había estudiado en el Seminario de Valladolid, y después se había graduado en la Universidad Pontificia Comillas, en la Facultad de Teología. Tras ordenarse sacerdote en 1941, fue cate drático de Teología Dogmática del Seminario de Valladolid y profesor de Religión de las Facultades de Derecho y Medicina de la Universidad de Valladolid. Eran aquellos años de una dureza extraordinaria en la vida económica y social española. Por eso destacó para siempre su preocupación por resolver los problemas socia les del momento en la diócesis vallisoletana, como consiliario de Acción Católica, de Cáritas Diocesana, de la Constructora Benéfica «San Pedro Regalado». Los resultados de esta tarea impresionan: centenares de viviendas, suburbios transformados, filiales de Institutos de Enseñanza Media en zonas de baja renta, talleres de formación profesional, un colegio diocesano para más de mil alumnos, un Colegio Mayor para universitarios, Academias nocturnas… Lorenzo Gomis recordaba así no hace mucho aquellos tiempos, en los que el entonces canónigo González Martín trona ba contra los opulentos, al contemplar la muerte de un pobre por inanición: «Un día, a mediados de los cincuenta, se presentó en mi casa un joven canónigo de Valladolid: era don Marcelo. Seguía atentamente el movimiento de autocríticacató lica de aquellos años. Leía con entusiasmo a josé María García Escudero y con atención a José Luis López Aranguren. Estaba suscrito a El Cierno-o
Ese talante queda claro en el lema escogido cuando fue consagrado obispo de Astorga: Pauperes evangelizantur. Intervino en el Concilio Vaticano 11 de modo destacado. Los documentos pastorales publicados como Obispo de Astorga muestran, entre otras cosas, su percepción de los problemas sociales y sus orientaciones en este sentido. Sus tareas como hombre de acción tenían una base intelectual típicamente reformista. Destacaría, en el año 1963, los documentos titulados Sobre la enajenación de bienes eclesiásticos, Sobre la campaña de alfabetización y Los emigrantes de nuestra Diócesis; en el año 1966, Exhortación pastoral sobre la campaña de Navidad. Finalmente, en el año 1967, Sobre la limosna penitencial y la Ciudad de la ilusión, un centro para subnormales. Después -a partir de 1967- fue Arzobispo de Barcelona. Por declaración propia hecha ante esta Real Academia en su trabajo Noticias de los dos últimos cónclaves sabemos que consideraba este cargo como muy difícil, «por muchos motivos, sobre todo de tipo político- Y añadió: «Yo había ido allí resistiéndome mucho… Era un momento sociopolítico muy complicado, con un trasfondo importante de auge del catalanismo, pero aun así prosiguió con esos planteamientos relacionados con cuestiones socioeconómicas iluminadas por la doctrina de la Iglesia. En el Boletín Oficia! de la Archidiócesis de Barcelona se encuentran, en 1967, sus trabajos titulados Campaña contra el hambre en el mundo, Día del amor fraterno, La pobreza en Navidad, y Los hombres del mar, en 1968, Escuelas y Colegios de la Iglesia en Barcelona, La penitencia en la Cuaresma y la limosna, Los subnormales: hijos de Dios y miembros de la Iglesia, Una forma concreta de caridad: sobre el Banco de ojos, ¿Y nuestros enfermos mentales?; en 1969, Cáritas no encubre injusticias y La paz de Cristo y los derechos del hombre; y en 1971, Todo hombre es mi hermano.
Creo que debo destacar esta preocupación por las cuestiones sociales del cardenal Marcelo González Martín, pero no debo olvidar que, simultáneamente, mil otras cuestiones teológicas fueron tratadas en sus escritos. Veamos, por ejemplo su libro Don Enrique de Ossó, °la fuerza del sacerdocio, de paso muy interesante para comprender uno de los diversos apartados del renacimiento de la religiosidad cató lica en Cataluña desde un punto de vista ajeno a la línea carlista-integrista que había logrado liquidar la Restauración. El cardenal González Martín comprendió bien esto a partir de su estudio sobre la transformación del Palacio Episcopal de Astorga, construido por Gaudí, cuando decide convertirlo en lo que denominó el Museo de los Caminos. En este sentido, recuérdense sus documentos Sobre aplicaciones inmediatas de la reforma litúrgica (Astorga, 1965); Decreto sobre el examen «De Universa Philosophia» (Astorga, 1965); La devoción al Sagrado Corazón de Jesús y el Magisterio de la Iglesia (Barcelona, 1967); María, en nuestra vida cristiana (Barce lona, 1967) que inicia una serie de documentos mariológicos muy interesantes como El rezo del Rosario en el mes de octubre (Barcelona, 1967), sin olvidar en esta línea teológica, Con motivo de la canonización del Beato Maestro Juan de Ávila (Barcelona, 1970). En esta nuestra Real Academia, dejó presencia clara de esto último en su discurso de ingreso, Presencia del misterio, donde la influencia de Gabriel Marcel es clara cuando señala aquello de que «realmente todas las realidades existenciales… son presencia del misterio: así, la fe, esperanza, amor, comprensión, disponibilidad, fidelidad, sufrimiento, alegría, libertad, hospitalidad». El 4 de diciembre de -1971 fue nombrado arzobispo de Toledo y primado de España, y el 5 de diciembre, los académicos González Álvarez, Carlos Ruiz del Castillo y Millán Puelles firman la propuesta para su ingreso en nuestra Corporación, en la medalla núm. 18, vacante por la muerte de don Eloy Montero.
Entró en nuestra Corporación, con la persona del Dr. González-Martín, un hombre sabio y abierto. En su discurso de ingreso, ¡qué sagacidad para exponer la que «sigue siendo todavía hoy la razón fundamental de la oposición del protestantismo ortodoxo a la Teología natural. Y lo expone a partir de Karl Barth quien en su Dogmatik «niega que la creación sea objetivamente espejo de Dios, que haya «analogía» entre la creación y Dios: «Yo tengo la analogia entis por la invención del Anticristo y pienso que a causa de ella no puede uno hacerse católico. Con lo cual me permito al mismo tiempo considerar todos los otros motivos que se pueden tener para no hacerse católicos, como cortos de vista y no serios». Ya ello seguirá un despliegue magnífico del existencialismo ante esta cuestión del misterio.
A partir de ese momento, y aunque era un Príncipe de la Iglesia, siempre se movió entre nosotros con sin igual sencillez, y jamás sostuvo de modo rotundo postura científica alguna. Nuestro compañero Ángel González Álvarez, en su contestación al discurso de ingreso del Dr. González Martín decía que se trataba de un «varón prudente» y añadía: «El nuevo Académico es, en efecto, un hombre amasado en prudencia, virtud, como es sabido, simultáneamente intelectual y moral, rectora de la conducta al esclarecer la visión de la realidad, domeñar la veleidad del querer y fijar la voluntad en el bien de las cosas. Complicada hasta el extremo -continuaba el académico González Álvarez- es la estructura de la acción prudencial. Ya el esclarecimiento de lo que debe ser hecho implica memorias de lo pasado, vivencias de lo presente y previsión de lo futuro. La obra de don Marcelo González Martín rezuma prudencia. Por tanto, indaga pacientemente en la tradición y en la Historia para actualizar las experiencias válidas acumuladas en el pasado; se atiene al contexto entero de las circunstancias en que estamos insertos sin olvidarse de ninguna por insignificante que parezca, y procura inventar y anticipar el porvenir».
Precisamente por eso a mi siempre me dio la impresión de tener muy presente nuestro académico aquello que yo creí que era de don Francisco Giner de los Ríos y que, de pronto, me encontré en Las Moradas de Santa Teresa: «Siempre en cosas dificultosas, aunque me parece que lo entiendo y que dije verdad, voy con este lenguaje de que me parece, porque si me engañase, estoy muy aparejada».
De aquí la equivocación de los que creyeron que las preocupaciones sociales, de las que nunca abdicó, le iban a acabar por llevar a radicalismos socio económicos que, desde el marco de la Iglesia, son los contenidos en la Teología de la Liberación y en el movimiento Cristianos por el socialismo. Por eso, me permito glosar aquí su intervención ante nuestra Corporación el 8 de junio de 1976. Es espléndido el planteamiento del nacimiento de este último movimiento, que por su alumbramiento, en Santiago de Chile, en la semana del 14 al 16 de abril de 1971, en los primeros tiempos de la Administración del presidente Salvador Allende, se ha venido ligando al estructuralismo económico latinoamericano, que en aquellos tiempos parecía haberse hincado con fuerza en el pensamiento sociopolítico y económico iberoamericano, a partir de los mensajes de Raúl Prebisch, Aníbal Pinto, Oswaldo Sunkel y demás economistas agrupados, sobre todo, en la CEPAL a partir de 1948-1949.
Esta intervención sobre el movimiento Cristianos por el socialismo tiene tres partes. La primera, es una excelente exposición histórica, mucho más amplia y vinculada a Europa de lo que se suele escribir. El precedente más lejano sería el Movimiento -rnain tendue-, surgido durante la Resistencia en Francia, que estable cía la necesidad de una colaboración entre cristianos y comunistas «en el combate político». Después aparecerán el movimiento polaco Pax; las condiciones que dio a algunos la impresión de crear, para el diálogo entre católicos y marxistas, la aparición de la encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII, fechada el 15 de abril de 1963, así como algunos acuerdos del Concilio Vaticano 11; los Diálogos de los católicos de Florencia con los marxistas; el testamento político de Palmiro Togliatti; los colo quios de la Paulusgesellschaft en Chiemses (966), y en Marienbad (967); la presencia de católicos en las Semanas del Pensamiento Marxista en París y Lyón, desde 1964, y la de marxistas, en la Semana Francesa de Intelectuales Católicos, en París, en 1965, así como bastantes tendencias defendidas en ]eunesse de l’ Eglise, La Quinzaine y Temoignage Chretien; la línea de la Acción Católica obrera, del Movimiento Popular de las Familias y del Movimiento para la Liberación del Pueblo, todos en Francia, que fueron la base del Partido Socialista Unificado francés; la separación de la ACLI italiana, tras el XI Congreso de 1969, de la línea marcada por la Jerarquía italiana; asimismo, la escisión hacia el socialismo del Partido Católico Popular holandés; sin olvidar, claro es, en Iberoamérica, todo lo sucedido a partir de la Asamblea General de la Confederación Latinoamericana de Sindicatos Cristia nos, de Quito; la creación en 1968, en Argentina, del movimiento de los Sacerdotes del Tercer Mundo, yen Perú del Movimiento ONIS (Oficina Nacional de Información Social), hasta desembocar en la Teología de la liberación de Gustavo Gutiérrez y en el movimiento citado de Cristianos para el Socialismo, que además de con Allende muy pronto estableció lazos con el castrismo.
La segunda parte es el contenido ideológico de este movimiento, cuya base esencial era que «como consecuencia del imperialismo capitalista» existía «una situación económica y social cimentada en la opresión y en la injusticia», por lo que -el capitalismo es intrínsicamente perverso e incorregible», y la solución «es la construcción de un auténtico socialismo, única forma, hasta el presente, de lograr una liberación total».
Todo esto tenía una especie de apoyatura sociológica universal muy fuer te, que había sido sintetizada de modo perfecto en el artículo de Schumpeter, La marcha hacia el socialismo, publicado, cinco meses después de la muerte de este gran economista en mayo de 1950 en la American Economic Review. Por eso, en aquellas fechas de 1976, en el momento en que no parecía que hubiesen surgido fisuras en estos planteamientos ni en los económicos que lo sostenían -keynesianos y marxistas en una mezcla que se creía compatible-, el doctor González Martín añadía cómo el movimiento de Cristianos por el socialismo estimaba que «el gran pecado histórico de nuestra Iglesia» era «haber estado la mayor parte de las veces aliada de las minorías que han dominado y explotado al pueblo trabajador», por lo que preconizaba esta tendencia que la Iglesia Católica debería irse «liberan do de una imagen tradicional comprometida con el sistema capitalista o, por lo menos, favorable al statu quo- y convertirse en «una Iglesia nueva, que se ponga de parte de los pobres y de los oprimidos». Impresionado, en principio, por esto -y quien, con mente joven no lo estuvo en el periodo 1945-1976 que tire la primera piedra-, dirá González Martín, como colofón de esta segunda parte: «Hemos de reconocer que el Movimiento de Cristianos por el Socialismo plantea interrogantes serios y profundos a la Iglesia y a los cristianos» y «que los problemas planteados por el mismo son reales y nucleares y constituyen un desafío a los cristianos de nuestro tiempo».
Pero, tercera parte, al estudiar esta actitud escribirá, sin dudarlo en abso luto, que este movimiento, «no ha sabido encontrar, en su búsqueda angustiosa, las soluciones auténticas inspiradas en el Evangelio y proyectarlas sobre la realidad agitada de nuestro tiempo; les ha faltado lucidez, objetividad y profundidad en el diagnóstico; y, sobre todo, les ha faltado fidelidad al Espíritu, que inspira y guía a su Iglesia, y al Magisterio que interpreta y actualiza auténticamente las enseñanzas de la Revelación, con la asistencia del mismo Espíritu».
La crítica la plantearía así nuestro compañero en dos planos. El primero, es el que después aclararían los economistas de modo implacable, y que intuye de modo magnífico en este documento de este modo: «Si la causa de la pobreza y del subdesarrollo y aun de la opresión radicase únicamente en el sistema capitalista, sería difícil de explicar por qué existen países socialistas en situación de subdesa rrollo, y por qué países socialistas desarrollados, en sus relaciones con los países del Tercer Mundo han practicado y practican formas de explotación económica, y por qué los sistemas colectivistas han implantado formas de opresión y de esclavi zación del hombre, que serían impensables en una democracia capitalista moder na». El segundo ataque que formula, procede de que si bien «es cierto que una visión espiritualista y descarnada de la salvación que nos trajo Cristo no responde a la integridad del Mensaje evangélico», no se puede olvidar, y la cita que ofrece González Martín es del documento de Pablo VI, La Evangelización del mundo contemporáneo, algo muy importante: «La Iglesia… no identifica nunca liberación humana y salvación en Jesucristo, porque sabe por revelación, por experiencia histórica y por reflexión de fe que no toda noción de liberación es necesariamen te coherente y compatible con una visión evangélica del hombre, de las cosas y de los acontecimientos; que no es suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el Reino de Dios», lo que enlaza con unos perfectos párrafos de Maritain con los que cerraba su intervención nuestro compañero: -Esperar la resurrección de los muertos y el juicio universal que hará reinar la justi cia en la tierra y en el cielo, esperar la revelación de la perfecta Jerusalén, donde todo es luz, orden y gozo, pero esperando en las condiciones de la vida presente y de los recursos del hombre, no de la Gracia de Cristo, creer que estamos llama dos a vivir una vida divina, la vida misma de Dios -Ego dixit: Dii estis-, pero creerlo de nuestra vida natural, no de nuestra vida de gracia, proclamar la ley del amor al prójimo, pero separándola de la ley del amor a Dios, lo cual rebaja el amor, fuerte como la muerte y duro como el infierno a la Categoría del humanismo; comprender que hay en este mundo algo de trastornado y horrible que no debería existir, pero sin ver que el viejo Adán sigue cayendo y el nuevo elevándose en la cruz para atraer hacia sí a las almas y querer que el mundo vuelva al orden median te el poder del hombre o el esfuerzo de la naturaleza, y no auxiliado y sostenido por la diligente humildad de las virtudes y por los divinos medicamentos que dispensa la Esposa de Cristo mientras espera al Esposo que venga con el fuego y renueve todas las cosas; en resumen, laicizar el Evangelio y conservar las aspiraciones humanas de cristianismo suprimiendo a Cristo: he aquí lo esencial de la Revolución».
Desde la prudencia y corrección habitual en nuestro compañero, no se podía ser más contundente. Estos dos golpes, el derivado de la intuición, real mente acertada, de cuestiones económicas, y el derivado de la teología, deja han pulverizado todo posible interés de los católicos por el movimiento de Cristianos por el socialismo y por la teología de la Liberación. Años después el Papa Juan Pablo II liquidaría todo este asunto, también de acuerdo con lo .que decían los economistas y los teólogos. Nuestro serio y prudente compañero cuando, años después, haya leído los textos pontificios, sobre todo de la Centesimus Arinus, seguro que pensó que merecía la pena haber abordado la cuestión. Así es también, a mi juicio, como se explica, por otro lado, una deriva vital suya que lo aparta de lo que más de un banal experto, extrapolando desde los talantes de un canónigo vallisoletano, pudiera creer que era la iniciación de la carrera de otro Boff u otro Obispo de Cuernavaca.
Muchos y diferentes problemas socioeconómicos bien vivos abordó en esta Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el cardenal González Martín. ¿Cómo, ante las reacciones del hombre masa que, en lo económico, tanto preocupaban a Keynes en 1930 y a Fogel en 1999, no destacar que resultan iluminadas por su aportación, aquí leída el26 de abril de 1977, La falta de interioridad, drama de la cultura actual y de la Iglesia? ¿Y no impresionará para siempre la confidencia que le hizo Pablo VI, llorando, y que nos relató -yo estaba presente- en su inter vención del 7 de noviembre de 1978?: «Paciencia y doctrina -le aconsejó Pablo VI para que continuase el doctor González Martín sin desánimo su labor pastoral-o Está toda la Iglesia como infeccionada de herejía. Como en los tiempos de San jeró nimo podríamos decir: «y de repente el mundo se despertó arriano». No me obede cen -continúa el Papa-; la autoridad pontificia está muy quebrantada; incluso Órdenes Religiosas que siempre se distinguieron por su devoción y obediencia a la Santa Sede, hoy dan ejemplo de lo contrario… Pero hemos de seguir adelante con mucha paciencia». Y en estos justos momentos, ¿no deberíamos releer su trabajo aparecido en el tomo que esta Real Academia presentó bajo el título de Escritos de homenaje a S. S. Juan Pablo JI donde publicó Responsabilidad de la familia cristiana hoy. Y para todo historiador de la Iglesia española ¿cómo no quedar impresionado con su disertación en Junta el 5 de junio de 1984, Revisión de la figura del Cardenal Gomá? ¿Y no sigue siendo actualísima su disertación el 26 de febrero de 1985, La iglesia de hoy ante la idea de una Europa unida, donde se encuentran estos párrafos impresionantes: «Los judeocristianos apoyándonos en el Génesis (1, 26) vemos que el hombre ha de ejercer su dominio sobre el mundo. El crecimiento de poder representaría -tendría que representar- un proceso hacia una más completa realización del hombre… ¿Dónde está el límite de ese poder más allá del cual la carga aplasta al portador? Es la pregunta que Romano Guardini se hace constantemente en su libro Preocupación por el hombre, al reflexionar sobre la cultura como obra y riesgo; el hombre incompleto, el poder, la libertad, el servicio del prójimo en peligro; Europa realidad y tarea»? Por supuesto que esto último enlaza con su trabajo, leído el 22 de mayo de 1990, Nueva contribución de la Iglesia al anhelo de una Europa Unida ¿Y qué decir de su valentía al desarrollar aquí el 21 de julio de 1986 la cuestión de El Ecumenismo y la Europa Unida, o el 17 de febrero de 1988 el tema de El sacerdocio femenino.
Dejo a un lado el impacto que me causó el oírle el 3 de marzo de 1987 desarrollar la cuestión de La violencia en el Antiguo Testamento cuando, como embocadura señaló cómo a Orígenes le pareció tan «irreconciliable el Dios del Anti guo Testamento con el que nos reveló Jesús, que concluyó que se trataba de un Dios distinto». Y sobre la historia de España, mil veces yo he empleado su diserta ción de 20 de diciembre de 1978, que tanto enlaza con tesis de Sánchez Albornoz y Menéndez Pidal, El ¡JI Concilio de Toledo. Identidad católica de los pueblos de España y raíces cristianas de Europa.
Para los economistas siempre será una gran encíclica la Centesimus annus. Sobre ella dijo aquí cosas importantes don Marcelo González Martín, bajo el título -Centesimus annus- y la -ineficacia- de la doctrina social católica, el 11 de junio de 1991, que debería completarse, igual que sus trabajos sobre Europa, con el leído el 18 de marzo de 1995, La agricultura en el magisterio de la Iglesia.
Dejemos a un lado otras aportaciones valiosas -La Iglesia en la perspectiva del Tercer milenio, leída el17 de diciembre de 1996 y El ateísmo en el mundo de hoy, aportación en junta del 21 de mayo de 1996-, porque su despedida de nosotros fue su extraordinario y recio trabajo El futuro inmediato del catolicismo en España el 9 de junio de 1998. A partir de unas palabras doloridas de Pablo VI en el discurso de clausura del Concilio Vaticano 11, creo que queda suficientemente claro el planteamiento del cardenal González Martín en su última aportación, de acuerdo con los sucesivos apartados de su trabajo: Dramática disminución del número de sacerdotes y religiosos, hombres y mujeres; Funesta indisciplina en el interior de la Iglesia; Influjo negativo de la Constitución y la promulgación de la Ley del Divorcio; y para concluir, Ausencia de las autoridades civiles en la procesión del Corpus de Toledo. Sus palabras finales ahí han quedado como una especie de testamento angustiado: «Pienso que en España, en un futuro inmediato, va a suceder lo que viene sucediendo en Europa: muchas y hermosas catedrales, pero vacías; parroquias sin pastores; fiestas para adultos y viejos, cristianismo sin Cristo; penitencia sacramental nula.
«Cada día serán menos los alumnos que quieran recibir la clase de Religión; cada día serán más los centros de enseñanza media estatales, en que no existirá ningún interés por fomentar la enseñanza de la Religión; el número de familias rotas, y de matrimonios sin sentido de lo sagrado, crecerá sin cesar; la torpe satis facción de los sentidos, insaciable en su apetito de lujuria, matará las energías y el idealismo de la juventud, como ya está haciendo».
Don Marcelo empleaba un castellano precioso siempre. Sus oraciones sagradas eran magníficas. Le escuché dos. La del funeral oficial por Franco y un Sermón de las Siete Palabras en esa Semana Santa impar que es la de Valladolid. Ese 9 de junio de 1998, la última vez que le escuché en sesión, había expuesto, como acabo de señalar, una realidad escalofriante. Nuestro presidente, Enrique Fuentes Quintana, le indicó, como cierre del coloquio y como contra-argumento, que no observaba eso en su natal Carrión de los Condes. Aún siento cómo todos quedamos sobrecogidos por el excelente castellano que palpitaba en lo que adujo nuestro compañero frente a lo sostenido por nuestro Presidente: «-Pero, Enrique. Es que a los de Carrión de los Condes aún les rugen las espuelas».
He dicho.
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