Artículo de Monseñor RAFAEL PALMERO RAMOS, Obispo de Orihuela-Alicante en Padrenuestro, 29 de junio de 1991
El Sr. Cardenal, don Marcelo, obsequia, en el día del cincuenta aniversario de su ordenación sacerdotal, a todos los miembros de su Presbiterio, con un ejemplar del libro Gozo y esperanza. Se recogen en él dieciséis homilías suyas clemente sacerdotales. La edición ha sido financiada por el Cabildo de la Catedral Primada. En la carta de presentación y ofrecimiento a los sacerdotes de la diócesis, que escribe don Rafael Palmero, nuestro Obispo Auxiliar, se dibuja uno de los rasgos más característicos de don Marcelo, sacerdote y obispo. He aquí algunos párrafos de dicha carta.
Todo sacerdote –el Obispo lo es en grado pleno- como ministro de misterios, lo es “para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino” (Lumen gentium 28).
Si algo hay en la vida ministerial de nuestro Prelado que le define y le distinga, es la dedicación preferente a este oficio de pregonero de la fe que, como maestro auténtico, trata de ganar nuevos discípulos para Cristo. Fe, que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida. Fe, que ha de ilustrarse bajo la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la revelación cosas nuevas y viejas, hasta hacerla fructificar convenientemente (Cf. Lumen gentium 25).
Se ha dicho que don Marcelo borda sus homilías. Ello se debe, en buena parte, a que prepara cada una de ellas como si fuera la primera o la única que predica. En esto, como en tantas otras cosas, nos da un ejemplo espléndido. Sus carpetas hablan elocuentemente, y aumentan incesantemente con el paso de los años.
Sobre el sacerdocio
Tema que don Marcelo lleva en el corazón y en el alma. Él sabe muy bien –y nos ha repetido con frecuencia- que el ministerio de los presbíteros, “que comienza por la predicación evangélica, del sacrificio de Cristo saca su fuerza y virtud”, y tiende a que “toda la ciudad misma redimida, es decir, la congregación de la sociedad de los santos, sea ofrecida como sacrificio universal a Dios por medio del Gran Sacerdote, que también se ofreció a sí mismo en la pasión por nosotros para que fuéramos cuerpo de tan grande cabeza” (Prebyterorum ordinis 2).
El Sr. Cardenal saltará el día de los santos Pedro y Pablo, de la década de los cuarenta a la de los cincuenta en su vida ministerial. San Agustín explica que “corre por nuestra cuenta el obrar rectamente durante el tiempo del número 40, para poder alabar a Dios en el 50” (Sermón 252.12). y aclara: “Por estas razón celebramos los cuarenta días anteriores a la Vigilia Pascual entregados a la penitencia, el ayuno y la abstinencia: esos días simbolizan el tiempo presente.
En cambio, estos posteriores a la Resurrección simbolizan la alegría eterna. No son la alegría, pero la simbolizan: se nos presenta, hermanos, de forma misteriosa, aún no en realidad”.
Quedémonos, pues, con esta recomendación sabia y experimentada: cada uno de nosotros, queridos hermanos, ha de repasar hoy con su mente y con el corazón en la mano, la propia vida hacia el sacerdocio y, después, la vía seguida en el sacerdocio, que es la vía de la vida y el servicio, que nos ha venido del Cenáculo. Todos recordamos el día y la hora en que, después de haber recitado juntos las letanías de los santos, postrados sobre el pavimento del templo, el obispo impuso las manos sobre cada uno de nosotros, en profundo silencio.
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