Saeta de amor, de cara al nuevo milenio

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Saeta de amor, de cara al nuevo milenio

Homilía pronunciada en la Misa concelebrada el 26 de agosto de 1999 en el convento de la Encarnación

Doy gracias a Dios #

De nuevo vengo aquí para predicar este día en que conmemoramos el fenómeno místico de la Transverberación de Santa Teresa de Jesús. ¡Veintinueve años! Lo primero que quiero hacer es dar gracias a Dios, porque me ha permitido tener esa satisfacción, que he ido renovando cada vez que he venido aquí. Con toda humildad y con toda firmeza lo digo, porque se trata de un asunto que no es mío, es algo de la historia de la Iglesia en pequeño, de la iglesia de aquí, la de este monasterio, en el cual vivía Santa Teresa de Jesús. Santa Teresa la que tuvo aquí esa visión extraordinaria, a la cual se refieren tantas veces los libros de teología mística, que hablan de manera pormenorizada de los fenómenos que suelen producirse en estas personas, como Santa Teresa, San Juan de la Cruz y tantos otros, que han merecido de Dios ese reconocimiento de sus virtudes.

Santa Teresa ¿vio al ángel? #

Podéis recordar lo que otras veces se ha leído con todo detenimiento según lo narra ella en su Vida. Que un día vio que se venía hacia ella un ángel con un dardo de oro en la mano, un dardo cuya punta parecía que estaba abrasada, y que ese dardo llegó hasta su corazón y lo atravesó. Naturalmente, ella sintió un dolor inenarrable, pero al mismo tiempo –aquí empieza lo intrincado del problema místico–, al mismo tiempo un gozo inefable. De manera que hubiera querido que eso se prolongara mucho tiempo y a la vez, que hubiera desaparecido el motivo del dolor que sentía. Entonces, empecemos a preguntarnos, por analizarlo un poco: ¿es que vio ella que el ángel, que era uno de los querubines, lanzó contra ella ese dardo? ¿Quiere decir eso? No, no quiere decir eso, y no lo dice. ¿Es que acaso el ángel adoptó una figura corpórea como si hubiera asumido naturaleza humana en ese instante y la hace pensar concretamente en una visión, en que su imaginación le facilita la presencia de un ángel, que es de mucha categoría, entre las legiones angélicas, pero que está acercándose a ella simplemente para someterla a esa prueba, de la cual Dios desea obtener lo que seguramente va a ser la respuesta de Santa Teresa? Pues sí, algo de esto es lo que sucede y así lo interpreta ella. Entonces, ¿es que llegó el ángel junto a ella y le hizo sentir a golpe de ímpetus sobrenaturales y movimientos internos de su corazón lleno de amor, un sentimiento a la vez triste y a la vez gozoso? Pues sí, parece que ése es el status en que ella queda, cuando se ha producido el hecho de que el dardo haya atravesado su corazón, en el sentido en que eso puede entenderse. No hay realidad física, es visión imaginaria; pero tampoco quiere decir que es vacía el que sea imaginaria; está como brotando de las potencias de su alma un suspiro prolongado de amor y de respuesta llena de obediencia al Señor para lo que Él quiera. Y ese conjunto de circunstancias es lo que la hace pensar que se encuentra en esa situación no soportando nada, ni padeciendo nada, no son éstas las palabras. Y, sin embargo, la hace quejarse –emplea la palabra queja–, la hace sentir dolor, la hace como que ha recogido el efecto de un golpe que ha caído sobre su personalidad y es toda ella la que se siente transportada a una situación de ánimo completamente nueva. Nueva en el sentido de que es un fenómeno que, aunque se repita varias veces a lo largo de su vida, siempre parece nuevo.

Saeta que entra en el corazón #

Y ¿por qué hago esta precisión? Porque los estudiosos de Santa Teresa, al querer explicar con detenimiento este fenómeno, recogen como hecho histórico, del que pudieron tener noticias por ella misma, el dato de que esta visión del ángel con el dardo se repitió en la vida de Santa Teresa varias veces. Y, de hecho, he leído, con gusto por mi parte, la relación que en el año 1576 escribe Santa Teresa desde Sevilla, y la envía a un jesuita, el Padre Rodrigo Álvarez, que era examinador encargado del Santo Oficio, es decir, perito en estas cuestiones, para analizar los escritos o las actuaciones de los que podían ser acusados de esto o de lo otro. Y en esa relación escrita por ella desde Sevilla dice esto, hablando de la oración: “Otra oración es la que se puede hacer, y esto lo digo como respondiendo a lo que yo misma he sentido; es una oración pequeña, pobre, pero que es como una herida que nos causa una saeta que puede entrar y entra en nuestro corazón o en todo nuestro ser”. Habla de una saeta de la visión que celebramos hoy; un dardo que atraviesa el corazón, una saeta que entra en el corazón, o en todo el ser, como si fuera toda ella la que se siente transportada y elevada a una situación de ánimo, que es totalmente distinta de lo que puede vivirse en la estricta humanidad de cada uno. Y se siente dolor, por lo cual, brota dentro del alma que padece esta oración, una queja, queja que se prolonga. Pero, a la vez, se siente también, sigue diciendo en esa relación, una gran alegría, un gran gozo. Vienen a ser las mismas palabras, un poco más reducidas, sin la expresividad que tiene la narración del dardo en el capítulo correspondiente de su Vida.

Por eso, los que han estudiado estos problemas en la vida de Santa Teresa, dicen que es muy aceptable lo que se decía en la comunidad de religiosas de aquí de este monasterio: que había tenido visión del dardo varias veces a lo largo de su vida. Y añade, tanto en esa relación, como cuando escribe en la Vida, otra frase casi exactamente igual en un sitio como en otro: “Cuando yo tenía este estado de ánimo, cuando yo vivía esta merced de Dios, me sentía como enajenada, embobada, trasportada, y sufría de tener que estar con mis hermanas, porque yo no sabía cómo evitar el que se me produjera aquel ímpetu tan fuerte que movía mi corazón y me rendía por completo a la majestad infinita de Dios”. Ella quería evitar que se conociese nada de eso, pero no podía evitarlo, no podía quitar de sí el efecto que estaba produciendo aquella fuerza sobrenatural, que la tenía envuelta mientras duraba el fenómeno, propiamente dicho: unos días, los que fueran.

Preparación para empresas apostólicas #

Así es como hay que interpretar esas palabras del dardo; no que físicamente un ángel lance el dardo, no. Ella, con sus potencias interiores, siente la fuerza del amor que ella tiene a Dios, y lo siente de tal manera que, ¡ojalá viniera algo de parte de Dios, que la atravesara el corazón! Puestos a discurrir a nuestro modo humano y queriendo hacernos preguntas sobre este hecho, yo también me las he hecho, precisamente para tratar de explicar este fenómeno. Y encuentro que son varios los autores que interpretan así la visión del dardo o las otras parecidas, que hubiera tenido a lo largo de su vida. Eran como una preparación que Dios iba haciendo del alma de Santa Teresa para disponerla a las empresas apostólicas que le iba a confiar Él, Dios, a ella. Era mucho lo que le iba a pedir; tenía que ser mucho lo que Dios quería darla a ella. Cuando después vinieran esos trabajos tan tremendos que tuvo que soportar, si Santa Teresa hubiera sentido el deseo de retirarse y no aceptar la prueba a la que Dios la sometía, una voz que viniera del otro mundo, le habría dicho: “Te llamé para hacer esta labor, para hacer la Reforma del Carmelo, para hacer fundaciones de monasterios, para que esos monasterios fueran muy distintos de lo que son los que hay hoy. Te llamé para hacer monasterios muy pobres, para que las religiosas vivieran una vida muy austera, para que la penitencia fuera compañera inseparable de tu caminar por el mundo y, con el tuyo, de las muchas hermanas que habrían de venir correspondiendo a tu llamada. Te llamé para todo esto. Es cierto, eran empresas muy difíciles, pero por eso te daba por anticipado una prueba de tal calibre; porque, siendo tan fuerte como tú eres, te quedarías tan débil y tan pobre, que no tenías más que hacer que rendirte con la totalidad de tu corazón y de tu ser, ofreciendo tu amor y no desfalleciendo nunca”.

Ella, pobre monja ignorante #

O sea, muy grande lo del dardo y lo de la oración herida como una saeta, muy grande el favor de Dios, enormemente grandioso; pero lo que se le pide a Santa Teresa es sobrehumano: que se lance en aquellas circunstancias, con la oposición de tantos y de una manera tan difícilmente asimilable y aceptable al espíritu humano. Teniendo que hablar con obispos, con nuncios apostólicos, con teólogos, con confesores en un sitio y en otro, con hombres eminentes que eran capaces de estar analizando un problema hasta sus últimos perfiles, con un dominio absoluto. Ella, una pobre monja ignorante. Lo lógico hubiera sido que ella se retirase y dijera: yo no entro por ese camino. Pero no, siguió adelante, hasta que al final, ya a punto de morir en Alba de Tormes, pronuncia aquellas palabras conmovedoras: Al fin, muero hija de la Iglesia.

Esa es la razón que puede encontrarse para explicar estos fenómenos y no acudir, como en seguida hicieron algunos, a pura fantasía, a un genio femenino especial, a una imaginación desbordada. No, no. Las cosas son más sencillas, pero más hondas y, por este camino que acabo de recorrer yo con mis palabras, algo se atisba y se puede llegar a decir y aceptar, para entender esas palabras que ella misma escribió, tanto en su Vida, como en esa relación que viene escrita y enviada desde Sevilla.

Grandeza de alma #

Queridos hermanos: año tras año, Santa Teresa ha sido un ejemplo vivísimo, que ha fortalecido los espíritus de las religiosas que siguieron su camino. Cada día que ha pasado han sido más los hombres y mujeres que han ido rindiéndose y se han entregado a admirar la grandeza de su alma. Ellos han hecho preguntas como nosotros podemos hacérnoslas hoy, y han obtenido respuestas los que no las han pedido con exigencia humana, sino que se han empezado a rendir ante la majestad de Dios.

Madre Maravillas #

Este año ha habido acontecimientos, que afectan a la Orden del Carmelo, de una manera muy viva. Yo estuve, y probablemente aquí hay muchos que estuvieron, en la beatificación de una carmelita descalza, la Madre Maravillas. Yo celebré la misa junto al Papa y, naturalmente, sentía dentro de mí un conjunto de fuerzas sobrenaturales y de impresiones, que traspasaban mi alma en aquel momento, muy vivas y muy singulares. Toda mi vida he tenido una relación estrecha con Carmelitas Descalzas. De obispo, una vez que vine a Toledo, he estado en una diócesis que es la que tiene más Carmelos de toda España: siete Carmelos. Pero, además, aunque hoy Madrid supera algo a Toledo en ese número, hay que advertir una cosa. Madrid, hasta el año 1885, era de la Diócesis de Toledo. De manera que los Carmelos que había en la Diócesis de Toledo, eran los siete que hay hoy más los del Madrid de entonces, que pertenecía, como una población más, a la diócesis tan grande que era Toledo. Y por eso la relación mía con estos Carmelos y con el mundo carmelitano ha sido muy intensa. Y yo pedía ese día por el Carmelo y sigo pidiendo como un sacerdote más, con mi obligación de obispo, poniendo a los pies del Señor el anhelo que podía sentir yo con motivo de la beatificación de una hija de Santa Teresa, extraordinaria mujer, con un carácter muy distinto, que seguramente tuvo visiones parecidas, como un premio a la fortaleza que le fue exigida después, cuando tuvo que pasar tantos trances dolorosos, durante nuestra guerra y después, la Madre Maravillas. Lo que ocurre es que era otro carácter, y en ella parecía sequedad lo que no era más que rectitud. En todo momento vivía el ideal carmelitano tal como habría querido vivirlo una hija de Santa Teresa de Jesús.

Interioridad del Papa #

Aquel día yo pedía por estas intenciones, y extendía mi petición un poco más allá de lo que el Carmelo podría representar y sugerirme. Aquel día, junto al Papa, rozando su casulla y viéndole en su actuación con los ojos cerrados, casi todo el tiempo que duró la misa, excepto cuando tenía que leer, donde estrictamente se veía obligado a tenerlos abiertos, en todo lo demás entregado desde su interioridad tan rica a la labor que estaba haciendo en nombre de la Iglesia y para honor del Señor y de lo que el Señor ha dado a esa Iglesia, al verle actuar así, y teniendo en cuenta lo que significaba la beatificación de esa santa religiosa, con la cual yo también hablé un día, para clarificar la vocación religiosa de una joven, extendía mi súplica a toda España en esta nueva beatificación, como en otras que se habían producido a lo largo de mi vida.

Relacionado con la Orden del Carmelo #

A poco de ser yo Arzobispo de Toledo, vino la beatificación de la Madre María de Jesús. Se había determinado por entonces que cuando fuera sólo beatificación, en el Vaticano, la Misa no la diría el Papa, sino el obispo de la diócesis a la que pertenecía aquel o aquella que fueran beatificados, y me tocó celebrar la misa a mí, en el Vaticano, en presencia del Papa. Poco tiempo después esa norma dejó de existir, y ya en las beatificaciones actuaba el Santo Padre como viene haciéndolo. Pero ese día, yo lo hice así. Me había interesado mucho también por la beatificación y por la canonización de otra carmelita descalza, Edith Stein, mártir, puesto que así fue lo que determinó su vida y su muerte, mártir de la persecución de los nazis alemanes. Es decir, de una manera o de otra, me he visto envuelto toda mi vida en relación con la Orden del Carmelo.

Que vuelvan las vocaciones #

Pido al Señor, como pedí aquel día, que vuelvan las vocaciones que no debieran faltar nunca. ¿Qué está ocurriendo en la mayor parte de las órdenes religiosas y en la mayor parte de los seminarios? ¿Por qué no hay más respuestas a quien nos llama, tan claramente como está llamando Dios, no enviando dardos de oro, sino presentando el panorama triste de tantas familias deshechas, de tantos jóvenes, muchachos y muchachas, olvidados de lo que significa Dios en una vida humana? ¿Qué está pasando? ¿Por qué no hay una respuesta más clara, si Dios nos lo pide con tanta claridad? No lo sé, pero tenemos que procurar planteárnoslo como el primero de nuestros deberes. De seguir así, pronto tendremos situaciones en algunas diócesis, en que no habrá sacerdotes para poder atender ni a la cuarta parte de los fieles que todavía haya.

De cara al nuevo milenio #

Queridos hermanos, pidamos a Dios que sintamos todos como un golpe que nos produzca el deseo de responder a Dios con más decisión, para abrir nuestro corazón y lograr entre todos que haya respuestas más generosas, de parte de unos y de otros, para poder presentamos ante Él, de cara a ese nuevo milenio. Dios está con nosotros y, con nosotros todos sus santos y sus vírgenes y sus mártires. En España también, que siempre hemos tenido tantos héroes de la santidad y del martirio, para dar testimonio inextinguible de fe y de amor. Volvamos a darlo, y que ese dardo que, por aquí, en esta estancia o más a la derecha, pudo haber sido captado con el espíritu si hubiéramos estado junto a ella, mueva nuestro corazón también y nos haga responder, del mejor modo posible, a la necesidad que siente el mundo de hoy de la presencia de Dios. Y responder también al deseo que el Señor tiene de entrar en nuestra vida social, en nuestra Iglesia, en nuestras familias, en nuestra juventud, en nuestros enfermos, en todos los que han sentido esa llamada, con el ímpetu con que se produce, cuando nos detenemos a escucharla, libres de los afanes de este mundo, liberados de todo lo que viene tantas veces a enturbiar lo que nuestra cabeza y nuestro espíritu nos va señalando como el deber más bonito, con el que podemos cumplir mientras estemos en este mundo. Que sea así.

26 de agosto de 1999