A propósito de una vida de Jesús

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A propósito de una vida de Jesús

Carta-prólogo de la obra del P. Braulio Manzano Martín, S.I., titulada «Jesús, escándalo de los hombres», 1974.

Querido P. Manzano:

He aceptado complacido la invitación que Vd. me hizo a escribir el prólogo de su libro Jesús, escándalo de los hombres. Más que lo que yo pudiera decir, que en nada aumentará el valor de la obra, latía dentro de mí, al aceptar su ruego, la conciencia del honor que Vd. me hacía con su invitación y, ¿por qué no decirlo?, una secreta dulzura, que llenaba mi alma, al pensar que se trataba de un prólogo a un estudio fiel de los Evangelios. Hubiera sido otro libro y me habría sido fácil pedir que me disculpara de contraer tal obligación, cuando tantas y tantas otras solicitan mi atención hora tras hora.

Pero al tratarse de Jesucristo me era imposible por dos razones. La primera, porque siento dentro de mí cierto temor a no hablar de Jesús, Señor nuestro, cuando se me pide que lo haga, por más que sea introductoriamente, como sucede en este caso. Temo que una negativa, aunque pudiera hallarse justificada en mi propia pobreza, pareciese una falta de amor.

La segunda es más personal, pero no más íntima. Se la voy a confesar con humildad, ya que no se lo dije, cuando Vd. me visitó en Barcelona para exponerme su ruego. Toda mi vida de sacerdote, desde los años ya lejanos en que comencé a ejercer mi ministerio, he alimentado dentro de mí el designio de escribir una “Vida de Jesús”. No me retraía del intento el que fuese una Vida más, seguramente poco valiosa y acertada. Yo quería escribir una Vida de Jesús, –¡qué desmesura!–, con atención preferente a eso que llamamos el hombre de hoy. Esto sucedía antes del Concilio Vaticano II. Los trabajos múltiples, en que tantas veces va quedando prendida la vida de un sacerdote, como la lana de las ovejas entre las zarzas, me impidieron realizar mi propósito.

No fueron obstáculo, sin embargo, para predicar y hablar de Jesús, de la vida de Jesús. Mucho, muchísimo. Ello me consolaba, no del todo, de la siempre aplazada determinación de dar forma y expresión literaria a tantas notas y apuntes como iba tomando en medio de mis meditaciones.

Por eso, cuando Vd. me visitó, sentí honda satisfacción al responder a una de mis preguntas, que a lo largo de su vida de jesuita había estado latiendo el deseo de obsequiar al Señor, escribiendo algo sobre los Evangelios. ¿Comprende ahora por qué me callé por respeto? Pensé que mediante un camino imprevisible alguien llegaba hasta mí, trayéndome en sus manos lo que yo no había sido capaz de hacer, por más que lo había deseado. Me contentaría modestamente con el prólogo. Pero acogería la invitación como una posibilidad de participar, aunque fuera tan escasamente, en lo que tanto había anhelado.

Después de la lectura que he podido hacer, en medio de continuas interrupciones, quiero expresar a Vd. mi más cordial felicitación por el trabajo realizado. Le diré por qué.

El tema #

En primer lugar, por el hecho mismo de escribir en sustancia una “Vida de Jesús”. No se trata ya de complacencias personales. Lo que merece mi felicitación es que alguien, saltando por encima de este campo de verbena de tantas publicaciones religiosas inútiles de ahora, nos hable del Señor y de su vida con amor y con fe.

Es como volver a rezar el Padre Nuestro, después de una chillona algarabía de gritos sin sentido, que quisieran pasar por plegarias; o también como contemplar el horizonte de la tierra eterna, por cuya posesión suspira el alma cristiana, a la que azotan sin piedad los vientos gélidos de los nuevos intérpretes, que hablan de cristianismo, inventándose un Cristo a su medida.

Unos y otros estamos diciendo y con razón que después del concilio Vaticano II la liturgia, la piedad, la predicación, el estudio de la religión, etc., han de tener una orientación más cristológica que nunca. Pero ¡qué horrible manipulación de la figura de Cristo está produciéndose a base de desconocimientos, olvidos, frases truncadas, conceptos preelegidos, preferencias caprichosas y tenaces supersticiones de tales o cuales ideologías sobre la limpia y completa verdad del Evangelio! ¡Cuánta falta de humildad para acercarse a quien dijo de sí mismo que era el único Maestro! (Mt 23, 8).

Rigor y novedad #

Su libro es fruto de muchas lecturas y muchas horas de meditación enamorada y silenciosa. También de su conocimiento directo de la tierra del Señor. Es admirable la abundancia de ilustraciones gráficas de carácter histórico, geográfico, arqueológico, que lo enmarcan. Tanto que puede decirse que la obra es una aportación nueva, no sólo por la fuerza interior que la anima, en la cual radica siempre la originalidad más rica, sino en que ha sabido valerse de los avances de la técnica para proporcionarnos una documentación variada y espléndida, personal y en gran parte de primera mano. Viajero por los caminos de Jesús, ha verificado Vd., imitando al médico Lucas, las huellas del paso del Redentor. El lector viajará con Vd. por Tierra Santa y gustará de detalles, que restan fuera del alcance ordinario de los peregrinos.

La aportación es nueva también por otros motivos. No se trata de una obra de encargo, ni calcada en moldes ajenos; sí de un estudio propio, muy personal, represado, en el que la erudición se subordina voluntariamente al análisis de “la falsilla obligada”, que son los cuatro evangelios canónicos. Sabe Vd. bien que, para ser fieles a la figura de Jesús, el fundamento insustituible de una visión no fragmentaria y sí lo más plena que resulte humanamente factible, lo constituyen todos y cada uno de los sucesos referidos por el cuádruple relato.

La razón del título #

La integral aceptación de los evangelios se enlaza estrechamente con la del Hecho Redentor. Aceptar éste en la totalidad y en el pormenor, en su significación trascendente y en sus consecuencias dogmáticas, morales y cultuales, equivale no menos que a superar el escándalo de un Dios crucificado. El título que le ha puesto, viene a recapitular una experiencia tan secular como actual: Jesús, aun para los más adictos a su Persona, resulta o puede resultar tropiezo íntimo, toda vez que, al abrirle los canceles de su propia conciencia, la vida humana ha de orientarse y dejarse presidir por el signo sangrante de la Cruz.

Pronto se ve que hace Vd. hablar a los textos, resaltándolos, volviendo continuamente sobre ellos, atendiendo al conjunto del mensaje de salvación. Porque el estudioso de los evangelios comenta, confronta, comprueba, correlaciona, pero no suprime, ni interpola o adiciona. De aquí que no reste un solo pasaje sin registrar, y que a lo largo de la obra quede bien confirmado el conocido aserto agustiniano: “Testamentum Vetere latet et Vetus in Novo patet”: el Nuevo Testamento está latiendo en el Antiguo y el Antiguo queda patente en el Nuevo.

Advierto también que no escamotea dichos contradictorios y actuaciones sorprendentes de Jesús. Aquéllos y éstas potencian el conocimiento del Salvador, avaloran la visión sobrenatural, y agilizan el proceder de los cristianos. La respetuosa sobriedad inicial no es abandonada, pero sí enriquecida a medida que los evangelistas caminan y llegan a los desenlaces. Colocada en el centro la Persona de Jesús, todas las miradas, como en los ábsides de las capillas románicas del Pirineo, convergen hacia Él. De ahí que las disciplinas auxiliares se hallen situadas en función del relato y no, por el contrario, el relato en función exclusiva o primordial de alguna de ellas.

Una fe culta y serena #

El estudio, firmemente basado en los datos vétero y neotestamentarios, avalados éstos por la contemporánea y luminosa serie de hallazgos de los beneméritos arqueólogos bíblicos, alanza sereno y seguro final.

Se diría que antes de concluir y de propósito, imitando el ejemplo de los evangelistas Lucas y Juan y el de éste en particular, remansa Vd. el curso de la narración. Entonces no se notan urgencias. Con afecto deja al viajero, a quien ha servido de guía, y al interesado por la Persona y el Hecho de Jesús, para quien ha delineado pautas y sugerencias abundantes (mapas, planos, maquetas, papiros, monedas, genealogías y correspondencias; detalles geográficos e históricos múltiples en las leyendas de las ilustraciones; apéndices sobre citas, referencias y alusiones del Antiguo testamento, y sobre apariciones, milagros y otros signos de los cuatro evangelios; índices variados y pormenorizados).

Es claro que busca Vd. directamente el provecho de los más, no la satisfacción de los menos. Arnold Toynbee, en la introducción a Crisol del cristianismo subraya el distanciamiento “entre el público culto y el escritor culto”, y el riesgo de empobrecimiento cultural que esto supone: “En la actualidad, el erudito tiende a dirigirse en sus obras al colega en lugar de al público culto. Esta actitud va en detrimento de ambas partes y amenaza con empobrecer la cultura misma”.

Despropósito sería que, multiplicándose los estudios sobre figuras humanas, menguaran por no se sabe qué los de la más esclarecedora y benefactora de todas. Recomendación reiterada de S.S. Pablo VI es que “debemos conocer a Cristo en su realidad humana y divina, la que la Iglesia católica conserva y difunde sobre Él”. Tanto el gran público como los eruditos jamás conocerán suficientemente al Hijo de María y la historia que a Él dice relación. Piénsese, pongamos como ejemplo, en el escaso número de miembros del pueblo cristiano, incluidos los intelectuales, con noticia suficiente de los modernos descubrimientos arqueológicos, que han venido a rubricar la fidelidad histórica de los cuatro relatores evangélicos.

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Stat crux, dum volvitur orbis”, esculpieron manos cartujanas en la leyenda de su escudo: la Cruz, la gran prueba plástica del Hecho Redentor, permanece en alto y quieta en tanto que el mundo se agita y prosigue dando vueltas.

Sí; el Jesús anonadado, manifestado, revelado, inmolado, sublimado, continuado en su Iglesia –las seis partes del presente estudio– continúa mostrándose en nuestros días y entre nosotros enseñando, exhortando, mereciendo, alentando siempre. La copiosa semilla evangélica, que sembrara mi insigne predecesor en esta Sede de Toledo, Cardenal Isidro Gomá, cosecha en esta obra un fruto cierto. E igualmente logran continuidad empeños de jesuitas españoles como Remigio Vilariño, José Julio Martínez, Andrés Fernández, José María Bover.

Tornar los ojos hacia Jesús es –bien lo dejó plasmado el Greco en el cuadro de “El expolio”, en la sacristía de nuestra Catedral Primada– volver a fijarlos en la Belleza increada, en la Verdad permanente, en la Caridad eterna. Su obra, querido P. Manzano, es unan ofrenda de gratitud a Él y a su Iglesia. Confiamos que con su lectura el cristiano dará gracias por el gran don de aceptar en Jesús al Hijo de Dios. El no creyente en Él se preguntará si no cometerá la más triste equivocación de su vida, al dejar de abrazarse gozosamente con esa misma creencia vivificante y salvífica.

Permítame una última palabra, con la que vuelvo a la confidencia inicial. Hace ya mucho tiempo que le conocí a Vd. en Valladolid, enteramente dedicado a las tareas de la enseñanza. Aún encontraba tiempo para ofrecérnoslo a quienes trabajábamos en el Patronato de san Pedro Regalado. Le vi frecuentemente con grupos de muchachos, que empezaban a contemplar la vida con clara luz en sus ojos. ¿Qué ha sido de ellos? ¿Y qué será de los que hasta ayer ocuparon su atención en Zaragoza?

Siga hablándoles con amor y con fe del misterio, del escándalo, de la verdad de Jesús. Que la juventud encuentre guías capaces de salvarla. Este libro, que Vd. publica ahora, será un instrumento eficaz.

Le bendigo y me reitero afmo. En el Señor

+Marcelo Card. Arz. de Toledo, Primado de España, 25 de julio de 1974.