Acción franciscana extremeñaen la evangelización de América

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Acción franciscana extremeñaen la evangelización de América

Discurso de apertura del Congreso Franciscanos Extremeños en el Nuevo Mundo, 28-31 de octubre de 1986, publicado en Actas y Estudios, Los Santos de Maimona, Badajoz, 1987, 31-42.

Veo que estos padres franciscanos desmienten al menos con las palabras, no con los hechos, el ideal de la pobreza, porque ellos son pobres y, sin embargo, son excesivamente ricos en la alabanza a los demás.

Por mi parte no puedo ofrecer título especial ninguno para participar en este Congreso, como no sea una referencia muy sincera a la satisfacción con que lo hago, consciente de que lo único que puedo ofrecer es el obsequio de mi presencia, si algo significa, como Obispo de la Diócesis, y el compromiso lógico que yo he aceptado, de responsabilidad pastoral al identificarme con los planes y propósitos de los organizadores del Congreso. Un obispo, más el obispo diocesano, no puede ser indiferente nunca a un programa en que se trata de ofrecer pensamientos, sugerencias, luces, sobre un hecho de tantísima importancia como la evangelización de América. Al hablar yo ahora, tengo grabada en mi retina la imagen de la catedral de Toledo anoche, cuando estaba llena a rebosar de una gran muchedumbre, que se había congregado para un acto de oración en unión con las intenciones del Papa, en la jornada que ayer se vivió en Asís.

Convocados el clero, comunidades religiosas y el pueblo a un acto de oración. Y bravo el pueblo, porque durante el día se había ido hablando y comentando un hecho que se promovía en Asís con motivo de una jornada de oración universal, en que el Papa, y con él tantos jefes religiosos de diversas religiones, se habían reunido para orar. Para orar por la paz. No tiene relación directa ese acto con lo que evocamos aquí con este Congreso al hablar de la evangelización de América. Aquí se trata de evangelización y aquél era un acto ecuménico. Pero en el fondo de ese acto ecuménico había todo lo que tiene de singular la trascendencia de lo religioso. Los hombres que allí estaban cada uno en su sitio, ofrecían a Dios su oración y esta oración atravesaba las nubes y se unía para llegar a Dios Omnipotente en el que todos confían creer.

De manera que era una jornada cultural, pacificadora, religiosa, en una palabra, benefactora de la humanidad. La evangelización también busca el beneficio de la humanidad. Cambian los tiempos, cambian los métodos, cambian las culturas, pero hay una similitud no demasiado remota, entre ese esfuerzo de ayer por parte de unos y otros para acercarse a lo que es lo más grande del hombre: la paz por caminos religiosos, y la obra que hace siglos realizaron tantos hombres de España, y concretamente de esta región de Extremadura, buscando también la elevación de los espíritus, por métodos distintos de los que el modo de pensar de hoy puede ofrecernos, para intentar conseguir la unidad del género humano en los sentimientos de la fe y del modo de vivir con la creencia y el comportamiento moral, buscando paz, aunque a la vez se produjeran yerros de conquista, de los cuales la Iglesia no era responsable.

Con esta impresión, con este deseo de ofreceros lo que pueda significar el obsequio de mi presencia aquí, yo os felicito a todos los organizadores del Congreso y doy gracias también a la Junta de Extremadura por la delicada atención que tiene de patrocinarlo y de ayudar a que se realice. De esta manera demuestra su atención a la más honda y rica cultura de su pueblo. Evoca el pasado, contempla el presente y siembra para el futuro. Muchas gracias, señor Consejero de Educación y Cultura.

Las raíces espirituales de la evangelización #

Me dicen que, además, este año es cuando se cumple el V Centenario exactamente de la primera visita de Cristóbal Colón a este monasterio, en 1486. Ahí queda eso, Cristóbal Colón visitando el monasterio busca ayuda y concordia de pareceres para poder encontrar cimientos sólidos a lo que él ya iba adelante. El tema, pues, es muy grato para todos. Hablar de los franciscanos extremeños en su obra evangelizadora de América. En la homilía que yo pronuncié aquí el 8 de septiembre de este año utilicé estos términos: «Pronto celebraremos el Congreso que la Comunidad Franciscana quiere organizar sobre ‘Franciscanos extremeños en el Nuevo Mundo’ y se pondrá de manifiesto una vez más lo que significó para la fe y la cultura la acción de este pueblo y de esta región»1.

Vosotros lo vais a poner de relieve, especialistas llenos de competencia, que habéis entregado muchas horas a vuestro trabajo de investigación, a la tarea de iluminar este aspecto de nuestra historia. Yo no voy a tratar de renovar aquí tópicos derivados de leyendas blancas o negras. No. Ni a discutir si es descubrimiento, invención o encuentro. Sólo voy a hacer unas observaciones muy sencillas sobre la evangelización franciscana extremeña y sobre sus raíces, las raíces espirituales de esta evangelización, tanto más cuanto de estas tierras salieron tantos conquistadores, misioneros, labradores y administrativos, que dejaron su vida y su sangre en América, tan parecidos en lo humano, aunque sus móviles no fueran los mismos. Lo primero que habría que destacar es el sentido misional del descubrimiento, puesto de manifiesto en la bula Inter cetera, de Alejandro VI, de 4 de mayo de 1493, famosa en la historia de la evangelización del Nuevo Mundo. Los Reyes Católicos quisieron delegar esa obligación de evangelizar en los que pasaban a Indias, pero los verdaderos depositarios de la misma fueron los misioneros, religiosos, sacerdotes y obispos. Y es curioso, señores. Leyendo esa bula del Papa Alejandro VI se encuentra una frase enormemente conmovedora para el que está acostumbrado hoy a pensar en las exigencias del sentido cristiano de la vida, tal como nos lo presenta el Concilio Vaticano II, porque el Papa Alejandro VI, al dirigirse a los Reyes Católicos, les dice: «Que en virtud del bautismo que habéis recibido tenéis la obligación de evangelizar»2.

Esto lo venimos repitiendo hoy en la Iglesia en nuestros días, constantemente, cuando obispos y sacerdotes nos dirigimos a los laicos cristianos. En virtud del bautismo. ¿Cómo se realizó después? Esta es otra cuestión, en la cual yo no debo entrar, ni en este momento ni en otro del que yo no dispongo. Eso pertenece a los especialistas.

Pronto el sentido comercial, la exigencia de la rentabilidad, el negocio, se impusieron sobre la obligación de los pasajeros a Indias, pero los misioneros mantuvieron el propósito evangelizador: abrazaron a los indios, los defendieron de toda injusticia, les prometieron el mismo cielo que a ellos les estaba prometido. Predicaron a españoles y a indios que los que oprimían a los naturales estaban en pecado grave. Que los oprimidos eran hombres como los españoles y tenían alma racional. Esto tiene tanto valor, no ya desde el punto de vista del Evangelio y de la propagación de la fe, sino bajo una consideración estrictamente humana de atención a la dignidad del hombre, que nadie que examine estos hechos desapasionadamente podrá negar a los misioneros españoles en América la realidad fecunda de una empresa de primerísima orden, superior a la cual dudo haya podido existir otra.

Naturalmente que se produce un choque con las culturas autóctonas y se cambian las culturas. Y hoy puede darse el caso de que venga una visita a Madrid de jefe de tribus indias de países americanos que, amparados en la evolución de los pensamientos y reflexiones, también a veces de las propagandas, puedan decir, como acaban de hacerlo, que había que abolir esa bula del Papa Alejandro VI y reprobarla, porque se produjo, como consecuencia de la misma, un cambio de cultura, aboliendo la que ellos tenían. Y así éstas son consideraciones que no hay que despreciar desde el punto de vista de lo que los hombres piensan, pero las culturas cambian continuamente y se sustituyen unas a otras. La cultura puede cambiar incluso con la práctica del té de todos los días a las cinco. En la India, en Pakistán, en donde sea. La cultura puede cambiar simplemente con el cultivo de una relación humana y social, que va transfiriendo las costumbres y nadie se extraña de eso después. La tendencia continua en la humanidad es hacia un progreso mayor en la realización precisamente de la dignidad del hombre. Yo escucharé con mucho respeto siempre lo que me digan los jefes de esas tribus que tienen la facultad de hablar incluso en Madrid, capital de la nación que promovió todo esto, pero siempre podré pensar dentro de mí que una obra como la de la Iglesia, y ahora no me refiero a la conquista, la de la Iglesia, que va a terminar en la fundamentación más rigurosa y más profunda de la dignidad del ser humano, porque precisamente va a conducir al reconocimiento de sus méritos como hijo de Dios, no es ningún retroceso ni agravio.

Dos testimonios elocuentes #

Es un enriquecimiento, y junto a esta manifestación, que podían hacer los textos a que me refiero, yo podría deciros cómo hace menos de dos semanas me encontraba en Roma para una Reunión Plenaria de la Congregación de la Evangelización de los Pueblos. Asistimos unos ochenta cardenales, arzobispos y obispos de todo el mundo, y un día en que nos reunimos unos pocos a tener una comida fraterna, junto a hombres como el cardenal Höffner, de Colonia, Ratzinger, de la Congregación de la Fe, Araujo de Sales, de Río de Janeiro, Law, de Boston, etc. Éramos ocho o diez. Estaba también el cardenal Sin, de Filipinas, de quien han hablado los periódicos con motivo del cambio de régimen en aquellas islas. Nos conocimos ya hace tiempo y en aquella conversación se cruzaban como es natural consideraciones diversas sobre los problemas de la fe en el mundo de hoy, en Europa, América, en Asia. En África también, porque había un cardenal africano de Angola. Pues el cardenal de Manila varias veces, y luego en otros contactos que teníamos en las reuniones, se refirió a la evangelización española allí y siempre ponderativamente. Es un asiático y un hombre culto y sabe lo que valen las convicciones y las peculiaridades propias de la cultura de su pueblo. Simplemente desde el punto de vista de la consideración cultural, él se refería a lo que habían hecho los misioneros españoles y repetía con frecuencia:

«Es inconmensurable la labor que hicisteis allí. Hoy ya sé que todo se considera de distinta manera y yo, asiático, tengo que ponerme de rodillas, cuando contemplo y pienso la labor que realizaron los españoles que allí fueron, dándonos la cultura que hoy tenemos. De manera que es el único país de Asia que tiene una cultura católica con todos los fallos y deficiencias, que lógicamente acompañan a cualquier expresión comunitaria en la manifestación social de un sentimiento determinado, sea religioso, político, etc.»

«Ya sé todo lo que se dice de que se hizo por imposición, que la Corona española entró demasiado, y que se atribuyó poderes que no tenía. Pero, mire usted, cuando pienso en aquella frase de Felipe II que, al saber que cundió en un momento dado el desánimo entre los soldados y los propios misioneros españoles, dada la dificultad terrible para la evangelización de aquellas casi ocho mil islas del Archipiélago Filipino y hubo un intento de abandonarlo todo y de volverse a su patria, cuando pienso que Felipe II en aquel momento dijo: ‘Jamás. Donde esté un sagrario con Cristo Sacramentado, llevado allí por españoles, los galeones de España cruzarán constantemente para lograr que siga adorándose al Dios de la verdad y del amor’.»

«Cuando pienso en esa frase no puedo menos de considerar la grandeza humana, religiosa y civilizadora de aquel hombre, en el que se personifican tantas veces los fundamentos de la leyenda negra, de la opresión española a otros pueblos y naciones.»

Cosas parecidas oía yo al cardenal de Corea del Sur, en los dos cónclaves que celebramos hace ocho años para elegir a Juan Pablo I y a Juan Pablo II. Me hablaba este otro cardenal, asiático de los pies a la cabeza: «¡Oh, los misioneros españoles! Yo he estudiado en Alemania –me dijo–. Es el país de la investigación teológica. He vivido también en Francia. Tengo mucha relación con la cultura de la Iglesia francesa, pero tengo que reconocer que, si unos investigan y otros divulgan, España ha sido el país que ha aplicado la vida al Evangelio. Como los misioneros españoles en Asia, en América, no ha habido nadie que haya llevado al corazón del hombre los tesoros de la fe que se convierten en cultura y modo de vivir».

Hombres de Asia, como de América y África, que no sufren quebrantos en su interioridad, ni en los modos de pensar, por el hecho de que se haya cambiado una cultura desconocedora del Evangelio de Cristo por otra que es cristiana. ¡Ojalá que se hubiera acertado siempre con los métodos adecuados! ¡Ojalá también que hubiera sido posible entonces lo que hoy se propone dentro de la manera evangelizadora como inculturación del Evangelio! Es decir, cómo propagar la fe, ayudar a admitirla, profesarla, pero haciendo compatible la unidad de la fe en el dogma, que es fundamental, de la moralidad y liturgia con las manifestaciones de la vida cultural propia.

Muchos destacan la unidad de la Iglesia y de la Corona, afirmando la politización de la Iglesia y la eclesialización de la Corona, pero no era la politización de la Iglesia. Era la sociedad que tenía esas bases en los principios cristianos y desde ellos construía sin discusión. Serán buenos cristianos, regulares, o menos buenos, pero así era la sociedad. Por eso, desde dentro de ella se quejan los encomenderos, los oidores o los militares en contra de la predicación de los religiosos, que tratan de defender los derechos de los indios. Era la sociedad así y los encomenderos y esos conquistadores materiales se profesaban cristianos y cometían abusos, pero los misioneros salían al paso de los mismos, quizás de una manera no sé si acertada o no.

Creo que ahora está presentándose en Madrid una película de la que hablan, titulada «La Misión», en la que se narra la historia de unos misioneros en América que defienden a su pueblo frente a los excesos de los conquistadores españoles. La idea puede ser hermosa, pero puede ser también un capítulo más de la leyenda negra por el modo de presentar las cosas.

Las famosas reducciones #

Dentro, pues, del tema que nos ocupa, la historia demuestra con argumentos fehacientes que los misioneros extremeños de la Orden de San Francisco se colocaron al lado de los indios, aprendieron sus lenguas, recogieron su historia, les defendieron valientemente de los abusos de los encomenderos y autoridades políticas y trataron de crear una sociedad en la que fuera posible y real el diálogo entre naturales y ocupantes.

Cuando vieron lo difícil que esto resultaba, a pesar de las clases de lengua y de los esfuerzos para que los indios adquiriesen cultura en escuelas y otros aprendizajes, pensaron estos misioneros franciscanos extremeños, a veces, en dos sociedades paralelas de indios y españoles. Y de ahí arranca el sistema de las famosas reducciones, que llegó a su cima en el Paraguay con las de Fr. Luis de Bolaños y San Francisco Solano, franciscanos andaluces, pero que desde el principio existieron en muchas partes de América, como medio adecuado para la evangelización y la cultura.

Cabe destacar los métodos que los franciscanos extremeños emplearon en la evangelización o educación en la fe: colegios primarios y secundarios, erección de seminarios, clases de música, estudio de lenguas e historia de los indios, y, sobre todo, la predicación directa, valiéndose de intérpretes, cuando el caso lo requería. Su afán de extensión del Reino de Dios los hizo muchas veces exploradores de nuevas tierras y culturas para implantar en ellas el Evangelio.

Como ejemplo, puede citarse la labor de los misioneros extremeños llegados en 1524 a Nueva España. Universalizaron las lenguas de los aztecas abriéndolas al mundo a través del castellano y del latín, y universalizaron el idioma español llevándolo al corazón de Méjico y de los Andes. Testimonios de esta tarea son gramáticas, vocabularios y catecismos en lenguas aborígenes y modelo espléndido es el Catecismo del Concilio III de Lima, celebrado en 1583, en cuya redacción y aprobación intervinieron dos insignes obispos franciscanos extremeños en Indias: Fr. Antonio de San Miguel y Fr. Diego de Medellín.

La mística del amor y de la pobreza #

¿Cuál es la raíz que posibilitó todo esto? Es sencillo descubrirla, si confrontamos las primeras narraciones franciscanas en América.

Primero, una espiritualidad personal profunda, fundada en la más radical pobreza, característica del misionero franciscano, y una personalidad, segundo, madura, dignamente independiente, emprendedora. Eran hombres con creatividad.

Abundan los estudios sobre la antropología de los indios. Faltan, en cambio, los referentes a los conquistadores, misioneros, labradores, administrativos y emigrantes, o lo que es lo mismo, de los españoles del siglo XVI.

De manera que entonces se produce, y a ello colaboran eficazmente los franciscanos extremeños, un nuevo renacer de la Iglesia, el que tuvo con ocasión de los descubrimientos españoles y portugueses, especialmente desde 1492 hasta la realización de la primera vuelta al mundo. Detrás quedaba una herencia de relaciones con judíos y mahometanos en la Edad Media, en España y en África. Es muy grato evocar el hecho, puesto que fue en estos territorios casi inmensos de la jurisdicción de Toledo donde se iba produciendo ese contacto entre las diversas culturas, la cristiana, la judía y la musulmana. Me atrevo a pensar que ya entonces, dada la cordialidad que se mantuvo en el trato de las tres religiones por estas tierras a las que me refiero, en un ámbito privado entre familias y barrios, se mezclarían oraciones de unos y de otros, o haría cada uno la suya, pero dirigiéndose unos a otros con mirada limpia de amistad, de afecto y quizás dándose la mano. Provocaron estos descubrimientos el encuentro de la Iglesia, que siglos atrás había mantenido, pero había ido quedando un poco ocultada. Misiones en Asia, conversión de las Islas Canarias, planteamientos de conversión de moriscos en Granada y en otras tierras habían quedado ya un poco sepultados en el olvido y ahora se reemprende la marcha misionera.

Los descubrimientos provocan, pues, este encuentro y desde el principio se entregan a la nueva actividad misionera los religiosos. Lugar destacado ocupan los franciscanos extremeños de la Provincia de San Gabriel y los franciscanos observantes de la Provincia de San Miguel, de Extremadura.

A este respecto conviene citar uno de los documentos más bellos de la evangelización franciscana extremeña. Ha aludido a ello el señor presidente del Congreso. La obediencia dada por Fray Francisco de los Ángeles Quiñones, Ministro General de la Orden, después obispo de Coria y cardenal de la Iglesia Romana, a los «Doce Apóstoles de Méjico», que él había designado en 1523 en la Congregación Intermedia de la Provincia de San Gabriel, celebrada en Belvís de Monroy, un pueblecito extremeño. Se trata de la primera y más destacada realización evangelizadora en el continente americano. La obediencia e instrucción señalan un objetivo e indican un camino. El objetivo es llevar el Evangelio; el camino es vivirlo, según la Regla, sin glosas, sin dispensas.

Incluso marca con hondura un proceso de cambio de la espiritualidad franciscana de los descalzos extremeños: «A vosotros, pues, o hijos míos, yo vuestro Padre exorto, y con clamorosas vozes os excito, a que si hasta aquí ascendistes a la alteza de la vida contemplativa (como Zacheo al árbol sicómoro) para ver a Jesús; ya de oy en adelante descendáis por la vida activa a la conversión de los próximos, para que con el exercicio de ambas vidas, defendáis el exército de el Rey Christo y triunféis de los adversarios del linage humano, aunque sea acosta de vuestra propia sangre»3.

Los descalzos extremeños llegan a América y consiguen gran éxito. Son los hombres de la pobreza. Llegaron a pobres y vencidos. Los pobres evangelizan a los pobres y se produjo el milagro de las conversiones al Evangelio. No se trata de repetir la Iglesia primitiva, ni lo primitivo de la Orden, sino de recrearla desde la vivencia cristiana de los españoles de la época.

La espiritualidad de los «Doce Apóstoles de Méjico», de la Provincia de San Gabriel, tenía como norte la mística de la pobreza. La vivían ellos y tenía que reflejarse en todo: ministerio pastoral, edificios, objetos de culto, vestidos, calzado, comidas y amor a los pobres, con quienes compartían de hecho su propia vida. Los «Doce Apóstoles de Méjico» y después de ellos muchos otros misioneros franciscanos extremeños, llevaron la pobreza, la solidaridad, la preferencia por el método de diálogo, los procedimientos pacíficos a todo el continente americano y así influyeron notablemente en lo cristiano y civil de los pueblos.

Esta es la utopía franciscana extremeña, como flor exquisita de la utopía cristiana, del planteamiento radical del amor cristiano desinteresado, a imitación de Cristo. La mística del amor y de la pobreza, convertida en método seguro de evangelización.

Cuando se habla de estas cuestiones sin apriorismos alimentados por las polémicas, que con frecuencia se producen en el ámbito de la conversación, y se examina seriamente el planteamiento de la evangelización en América, encontramos una espléndida unanimidad de reconocimiento y amor en obispos, sacerdotes, religiosos y comunidades cristianas de los países americanos. Cuando empieza a aparecer la imagen de la política y la actuación de los Estados, el panorama cambia.

Tenemos actualmente en el Seminario de Toledo unos cuarenta y tantos alumnos de América. Veintiocho tienen un Seminario propio, que sacerdotes de la diócesis han logrado construir, para que lo ocupen los seminaristas mejicanos, y después otros veinte de diversos países viven con nuestros alumnos en dos Seminarios Mayores, San Ildefonso y Santa Leocadia. Han salido ya en estos años cerca de veinte sacerdotes americanos educados en el Seminario de Toledo. Se mantiene una correspondencia llena de afecto, de profunda amistad. Jamás se ha oído por parte de ellos –bien es cierto que no se ha producido ninguna impertinencia por parte de nuestros alumnos españoles–, jamás se ha oído, digo, una palabra que no sea de respeto y agradecimiento a la Iglesia española. Algunos de nuestros profesores y aun alumnos han visitado estos países americanos en estos años, precisamente llevados por el atractivo de la amistad, creada en la convivencia de sus estudios en el Seminario, y han vuelto gozosos a reconocer la inmensa alegría con que esos antiguos indios se glorían de tener la cultura que les da la fe. Y no sienten dentro de sí mismos ningún complejo, ni ningún agravio. Se dan cuenta de lo que vale el Cristo del Evangelio, la Eucaristía, la Virgen María, en una palabra, la religión del hombre, y encuentran que ninguna idea ni que ningún hecho puede lograrse sin la fundamentación mayor de la dignidad humana en esa fe que se les predicó y que ha llegado hasta aquí.

Pues bien, señores congresistas, estas pobres y humildes observaciones que yo he hecho sobre los misioneros franciscanos extremeños en su labor en América, no son más que un pequeño pórtico de entrada, desde el lugar en que mi pensamiento podía situarse, como obispo de la diócesis, a las deliberaciones que vais a hacer en vuestro Congreso. Competencia os sobra, señores congresistas; escucharemos en cuanto sea posible, con sumo gusto, la aportación que nos da vuestra capacidad de investigación y la reflexión de vuestro propio pensamiento. A mí me basta haberos ofrecido el obsequio de mi atención respetuosa, y ya que no tengo la competencia que vosotros para hablar de estos temas, sí que puedo ofrecer el amor a esa Iglesia de Cristo que nos cobija en este monasterio, y que es la que impulsó la generosidad de tantos hombres de esta tierra, que no fueron conquistadores de territorios muy amplios, ni derramaron sangre en las batallas, sino que llevaron humildemente el sayal franciscano y el crucifijo y con esto hicieron una labor que no se ha extinguido. Muchas gracias.

1 Revista «Guadalupe», 683 (1986), 188-191.

2 Alejandro VI, bula Inter cetera, 4 de mayo de 1493: «et per sacri Lavacri susceptionem… orthodoxae Fidei celo intendatis… populosque in hujusmodi Insulis et terris degentes ad Christianam Religionem suscipiendam inducere velitis».

3 Trinidad, Juan, Chronica de la Provincia de San Gabriel, Sevilla, 1652, 206.