Acompañados por Jesús, comentario al evangelio del II domingo de Cuaresma (ciclo A)

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Acompañados por Jesús, comentario al evangelio del II domingo de Cuaresma (ciclo A)

Comentario al evangelio del II domingo de Cuaresma. ABC, 3 de marzo de 1996.

Lo escribo así, más bien que acompañando a Jesús nosotros, porque Él es quien tomó la iniciativa, por la voluntad del Padre. Se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan, los mismos que estarán también muy cerca de Él la noche negra de Getsemaní. Pedro, años después aún conmovido por el recuerdo de este día de gloria, se dirige a sus destinatarios, afirmando que él y otros oyeron la voz que decía: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias”. Fue como si de repente quisiera el Señor que percibieran por la vista y el oído el fulgor de su divinidad.

Jesús resplandecía como el sol y sus vestidos eran blancos como la luz. Con Él estaban Moisés, representante de la ley, y Elías, de los profetas. La continuidad en la historia de la salvación de la humanidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre Israel y el Reino de Cristo.

La narración de san Mateo es un consuelo para nuestro espíritu, un alivio en nuestro caminar, un gozo profundo, porque es un anticipo de la Resurrección y de la Ascensión. Necesitamos leerlo y saborearlo para que se inunde nuestro interior de ese resplandor del sol y de esa blancura de la luz de Cristo. La liturgia es muy sabia al ofrecernos hoy esta lectura, en que se contempla un monte tan resplandeciente, después de habernos situado el primer domingo de Cuaresma junto al monte sombrío de las tentaciones. Caminamos hacia la Pascua, hacia la Resurrección de Jesús y la nuestra.

La luz que sale de Jesús le pertenece como algo propio. Él es la luz del mundo, y esta luz inunda a Moisés y a Elías, con los que está conversando. Grandiosa escena en que la sencilla espontaneidad de Pedro nos hace sonreír y sentir una cálida simpatía hacia su intervención, ¡qué bien que se está aquí!

Tanta plenitud le invade, que su corazón se ensancha y se olvida de sí mismo, de sus compañeros, de todo; iba a decir que hasta se olvida de lo que diría el sentido común: “hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, otra para Elías”. Es el gozo inefable de estar junto a Cristo, que han experimentado todos los espíritus nobles apenas han comenzado a sentir, con el auxilio de la gracia de Dios y de la pureza de sus vidas, la cercanía de lo divino y, más aún, del mismo Hijo de Dios.

Las exigencias de la vida, unidas a nuestra propia flaqueza, nos debilitan; y la experiencia nos dice que no podemos encontrar apoyo solamente en nuestras fuerzas, seguridades y pertenencias. San Pablo, en el fragmento que hemos leído hoy, nos pide más, algo más que salir de nosotros mismos y de nuestra comodidad doméstica. Nos pide tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios nos dé.

Nosotros tenemos que ser también evangelizadores. Tenemos que hablar de Cristo, defender a Cristo, dar a conocer y mover a amar a Cristo. Nos esperan muchos hombres y mujeres, que sufren, que no tienen fe, que buscan erróneas evasiones en el alcohol, en la droga, en el placer egoísta, en el sucio dinero y ambición. Necesitan el sol de la transfiguración. Nadie se salva solo. Nadie es feliz solo. Tenemos que dar a conocer a Jesucristo.