Comentario a las lecturas del XX domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 17 de agosto de 1997.
El fragmento del discurso eucarístico de Jesús en el Evangelio de san Juan es el centro de nuestra reflexión de este domingo.
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Es la pregunta hecha a Jesús el Salvador, de tejas abajo, con miras egoístas y calculadoras. La pregunta sin horizonte, que brota de una inteligencia que cree que se las sabe todas, que todo lo tiene bajo control y nada se escapa a su perspicacia y buen criterio. Pregunta que espera como en las cuestiones objetivas, demostrables, humanas, la razón primera, la segunda, etc.
Jesús nos habla de un Dios único en amor y entrega. De una comunidad entre Él y el Padre, a la que quiere que nos incorporemos por medio de este pan divino. El diálogo y comunidad de vida entre el Padre y el Hijo es nuestro lugar eterno, nuestra raíz y la seguridad de nuestra existencia terrena. Todo ello es lo que significan esas extraordinarias afirmaciones: “Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
Los profetas anunciaron que seríamos instruidos por Dios. Ha llegado ese momento. Dios instruye y da vida a todo el que quiera recibirle. Quien es humilde y tiene buena voluntad comprende y acepta, y va a Él. En la primera lectura, la sabiduría, identificada con el mismo Dios, ha preparado un banquete y hace sabios a los pobres y humildes que en él comen. Participar en el banquete es llenarse de bien y de amor.
Nuestra sabiduría y nuestro pan es Cristo; en Él todos encontramos acogida. Ninguno de nosotros está en relación inmediata con el Padre. Solo se manifiesta la existencia del Hijo. Cuando habla Jesucristo, Dios habla a través de Él. El que cree tiene la vida eterna. Lo importante es abrirnos a la fuera transformadora del Pan de Vida.
Tendríamos que esforzarnos para recibir más hondamente la realidad que se nos transmite en el Evangelio. ¿Por qué no tenemos tiempo?
¿Adónde vamos tan deprisa? ¿Por qué no experimentar el verdadero descanso del espíritu? ¿Es para nosotros la Eucaristía un alimento común y una práctica frecuente? Si es así, ¿cuándo y cómo vamos a acercarnos al Pan de Vida? “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive en mí me ha enviado y yo vivo en el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí”.
Vivir la vida de Jesús es una afirmación muy fuerte. Vivir cristianamente es vivir al revés de como vive la mayoría. Pero estar esclavo de pensamientos y propósitos de lo que haga la mayoría en cuestiones de conducta moral, hoy, no puede ser un criterio válido, dado el subjetivismo imperante.
Todavía hay una tristeza mayor, inmensa, que es reunirse en torno a un pan que no se come. Ir a misa, cuando se va, como por una obligación enojosa, sin apenas participar en el sacrificio eucarístico, que allí se realiza. Jesús dice que hay que comer de este pan de vida para no convertirse en cadáveres ambulantes. No nos es lícito reinventar la forma de vivir cristiana, la manera de ir siendo cristianos. Hemos de despojarnos de todo lo que impide la verdadera libertad, como dice san Pablo, y llenar nuestro corazón de acción de gracias a Dios, que eso es la Eucaristía.