Exhortación pastoral, del 17 de septiembre de 1962, con motivo de la inminente inauguración del Concillo Vaticano II. Publicada en el Boletín Oficial del Obispado de Astorga, 1 de octubre de 1962.
Cuando este número del Boletín de la Diócesis llegue a manos de muchos de vosotros, seguramente me encontraré ya en Roma y estarán a punto de abrirse, o se habrán abierto ya, las sesiones del Concilio Vaticano II en que, con los demás Padres Conciliares del mundo entero, he de tomar parte.
Para una Diócesis como la de Astorga, de tan venerable antigüedad, no es nuevo el hecho de que su obispo se ponga en camino, obediente a la llamada de la Iglesia, para intervenir en tareas conciliares de carácter ecuménico. Más de una vez hubieron de hacerlo así los Pastores de esta grey asturicense y llevaron la voz y los deseos de esta comunidad diocesana juntamente con su pensamiento y sus votos para unirlos, guiados por la reflexión y el amor y, lo que es más importante, por la luz del Espíritu Santo, a las deliberaciones comunes que hicieron resplandecer y progresar la fe cristiana.
También ahora va vuestro obispo al Concilio. Consciente de su indignidad personal, pero amparado en la autoridad que la Iglesia misma le concede, con humildad y con fe, acude a Roma para cooperar con sus hermanos, en unión y subordinación a la suprema Jerarquía del Vicario de Cristo, en el examen y en las decisiones que allí han de tomarse respecto a tantas cuestiones de gravísima importancia.
Esto es lo primero que pienso deciros. Vuestro Obispo no va solo al Concilio. Vais vosotros con él. Lleva vuestra plegaria, vuestro legítimo interés por los temas que han de tratarse, y también, de algún modo, vuestro pensamiento y vuestros deseos. De manera implícita y explícita, vosotros, los sacerdotes, las comunidades religiosas, y muchos de los fieles de la diócesis, habéis manifestado también vuestro voto de lo que es común aspiración de la cristiandad católica: la renovación de la vida cristiana, finalidad inmediata del Concilio. En este sentido, todas las diócesis del mundo, también la de Astorga, harán oír su voz mediante la voz de sus obispos, no porque éstos sean delegados suyos, sino porque son los maestros y los padres de su fe, de cuya pureza cuidan y de cuyo aliento vital son portadores. A la hora de decir sí o no a las cuestiones concretas que allí se propagan, los Padres Conciliares son los únicos que tienen derecho a manifestar su voto, y es sólo a ellos a quienes la luz del Espíritu ha sido prometida, pero no estará ausente de su deliberación ni de sus decisiones el sensus communis Ecclesiae en la mecida en que deba hacer acto de presencia.
Por consiguiente, os exhorto a todos a que, con clara conciencia de esta incorporación, cooperéis vivamente a las tareas conciliares en la forma en que tan insistentemente nos lo ha pedido el Vicario de Cristo a todos: con la oración, la penitencia y la docilidad del espíritu.
Esta docilidad de espíritu para seguir con la máxima atención los trabajos del Concilio y para secundar después sus decisiones, nos está reclamada por un doble motivo, de orden sobrenatural uno y, humano otro. El primero consiste en que si tenemos fe, como han de tenerla los hijos de la Iglesia, hemos de pensar que las decisiones que brotan del Concilio tienen la garantía infalible de la asistencia del Espíritu Santo, y por lo mismo deben ser acatadas con íntima y plena obediencia. El segundo, de índole humana, se basa en el hecho de que, tal como ha sido preparado el trabajo conciliar, puede decirse que ni una sola de las nobles aspiraciones que hoy laten en el seno de la Iglesia ha dejado de ser recogida. Incluso los seglares, por medio de las Universidades católicas y de las organizaciones de apostolado, han podido exponer sus votos y opiniones. La selección que después han hecho las Comisiones preparatorias y por último la Comisión Central y el mismo Romano Pontífice no puede menos de ser profundamente acertada, aunque en ese trabajo de selección todavía no pueda decirse que actúa la luz del Espíritu Santo. Sólo una desmedida soberbia o una ligereza de juicio inadmisible sería capaz de desconfiar de la sabiduría, prudencia, valor y actualidad de pensamiento y de criterio de los hombres que han intervenido hasta el momento.
Es, pues, la hora de la esperanza y de la fe. Vamos a disponernos desde ahora a que el Concilio encuentre en nuestras almas la necesaria docilidad y las humildes disposiciones propias de los buenos hijos de Dios. Oremos, oremos todos mucho, hijos amadísimos. Y para ello, además de lo que vuestro celo y piedad os sugieran, cumplid fielmente lo que a este propósito hemos ordenado, tal como aparece en los números del Boletín de la Diócesis correspondientes a mayo (final de nuestra Carta Pastoral sobre el Concilio) y septiembre.
Por último, y como manifestación práctica de esta identificación de sentimientos y propósitos con lo que ha de ser tónica general del Concilio, os hago una recomendación vehemente en favor de los trabajos de apostolado que tenemos iniciados en nuestra Diócesis: la Cáritas, la participación litúrgica de los fieles en la Santa Misa, y la predicación sagrada. Cumplid, por amor de Dios, lo que sobre estos puntos está ya dispuesto. A lo largo del curso que ahora comienza debe lograrse que en todas las parroquias de la diócesis funcione debidamente organizada la Cáritas parroquial y se viva la liturgia de la Santa Misa. Igualmente debe predicarse, según las normas dadas, de los temas señalados o que se señalen. Precisamente a partir de enero, y pensando en lo que la celebración del Concilio sugiere, el temario de predicación versará sobre la Iglesia y su misterio. Me refiero a estas actuaciones prácticas de apostolado vivo, y de valor universal, porque de poco serviría hablar todos mucho del Concilio y de sus decisiones, si no nos esforzamos por contribuir, con nuestro trabajo personal y nuestro compromiso, a esa renovación práctica de la vida cristiana que vamos buscando.
Se espera una nueva primavera. Pero las primaveras solamente se logran del todo cuando aparecen miles y millones de florecillas en los campos con su sonrisa y su belleza. Estos trabajos pastorales en todas las Parroquias del universo católico, y otros semejantes, serán flores de la nueva primavera de la Iglesia.Os bendecimos a todos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.